Debates/ Feminismo y marxismo: notas sobre género en El capital de Marx [Silvia Federici]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 24 14:56:15 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

24 de setiembre 2017

Boletín Informativo

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germain5 en chasque.net

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Debates

Feminismo y marxismo

Notas sobre género en El capital de Marx

Silvia Federici *

Viento Sur, 20-9-2017

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Introducción

Al tiempo que se renueva el interés en el marxismo y el feminismo y la
mirada de Marx sobre “género” recibe una nueva atención, emergen nuevos
consensos entre las feministas que también moldean mi abordaje del tema.1/
En primer lugar, mientras que en los trabajos tempranos de Marx pueden
encontrarse denuncias sobre las desigualdades de género y el control
patriarcal en la familia y en la sociedad, es de común acuerdo que “Marx no
tenía mucho para decir sobre el género y la familia” (Brown, 2012:143)2/ y
que, incluso en El capital,su mirada al respecto debe reconstruirse de
observaciones dispersas.

No obstante, el trabajo de Marx ha sido de gran contribución para el
desarrollo de la teoría feminista, aunque no se basa en su totalidad en sus
pronunciamientos directos sobre el tema. No solo su método histórico
materialista ha ayudado a demostrar que las jerarquías e identidades
genéricas son constructos (Holmstrom, 2002a), sino que su análisis de la
acumulación capitalista y la creación del valor ha dotado a las feministas
de mi generación con poderosas herramientas para repensar tanto las formas
específicas de explotación a las que las mujeres han sido sometidas en la
sociedad capitalista como la relación entre sexo, raza y clase (James,
1975). Sin embargo, el uso que las feministas han hecho de Marx las ha
conducido en el mejor de los casos en una dirección diferente de la que él
trazó.

Escribir sobre género en El capital es reconciliarse con dos Marx diferentes
y, agrego, dos puntos de vista diferentes sobre género y la lucha de clases.
De acuerdo con esto, se observan dos partes a continuación. En la primera
parte, examino la mirada de Marx sobre el género tal como la articula en el
volumen 1 en su análisis sobre el empleo de mujeres en el trabajo
industrial. También comento sus silencios, especialmente en relación con el
trabajo doméstico, ya que resultan elocuentes respecto de las inquietudes
que estructuraban su pensamiento en el momento en que escribió.

Aquí, mi idea principal es que Marx no teorizó sobre género porque, en
parte, la “emancipación de las mujeres” tenía una importancia periférica en
su trabajo político; es más, él naturalizaba el trabajo doméstico y, tal
como el movimiento socialista europeo en su conjunto, idealizaba el trabajo
industrial como la forma normativa de producción social y como potencial
nivelador de las desigualdades sociales. Entonces, consideraba que,
eventualmente, las distinciones en torno al género y a la edad se
disiparían. No logró apreciar la importancia estratégica, tanto para el
desarrollo del capitalismo como para la lucha en su contra, de la esfera de
actividades y relaciones por las cuales se reproducen nuestras vidas y la
fuerza de trabajo, comenzando por la sexualidad, la procreación y, primero y
principal, el trabajo doméstico no remunerado de las mujeres.

Estos “descuidos” sobre la importancia del trabajo reproductivo de las
mujeres implican que Marx, pese a su condena de las relaciones patriarcales,
nos ha dejado un análisis del capital y de clase conducido desde una
perspectiva masculina –la del “hombre que trabaja”, el asalariado industrial
en cuyo nombre se formó la Internacional, considerado el portador de la
aspiración universal a la liberación humana–.

Asimismo, implican que muchos marxistas se han visto justificados en tratar
el género y la raza como temáticas culturales, disociándolas de la clase, y
que el movimiento feminista ha tenido que comenzar con una crítica a Marx.

Entonces, mientras este artículo se enfoca en el tratamiento del género en
el gran texto de Marx, en la segunda parte reviso brevemente la
reconstrucción de las categorías de Marx desarrollada por las feministas en
la década de 1970, especialmente en el “Movimiento a favor del Salario por
el Trabajo Doméstico”, del cual fui parte. Sostengo que estas feministas
encontraron en Marx el fundamento para una teoría feminista centrada en la
lucha de las mujeres en contra del trabajo doméstico no remunerado porque
leímos su análisis del capitalismo de modo político, que provenía de la
experiencia personal directa, en busca respuestas para nuestro rechazo de
las relaciones domésticas. En aquel entonces pudimos llevar la teoría de
Marx a lugares donde Marx había permanecido oculto. A la vez, leer a Marx en
clave política reveló las limitaciones de su marco teórico, lo cual demostró
que una perspectiva feminista anticapitalista no puede ignorar su trabajo,
al menos mientras el capitalismo sea el modo de producción dominante
(Gimenez, 2005: 11-12), pero debe ir más allá de él.

1. Marx y el género en el área de producción industrial

Los límites del trabajo de Marx sobresalen de modo claro en el volumen 1 de
El capital, ya que allí examina por primera vez la cuestión de “género” no
en relación con la subordinación de las mujeres dentro de la familia
burguesa, sino respecto de las condiciones del trabajo fabril de la mujer en
la revolución industrial. Esta era la “querella de las mujeres” de la
época,3/ en ambos lados del canal, en contra de la cual economistas,
políticos y filántropos clamaban por la destrucción de la vida familiar que
producía, la nueva independencia que confería a las mujeres, y su
contribución a la protesta de los trabajadores, expresada en en el ascenso
de sindicatos y el cartismo.

Por lo tanto, para el momento que Marx comenzó a escribir, las reformas ya
estaban en marcha, y contaba con copiosa literatura sobre el tema, que
consistía en informes de los inspectores fabriles que, en la década de 1840,
el gobierno inglés empleaba para que se cumpliera el límite impuesto a las
horas de trabajo de mujeres y niños.4/

El volumen 1 cita páginas enteras de estos informes, especialmente en los
capítulos sobre “La jornada de trabajo” y “Maquinaria y gran industria”, que
ilustran las tendencias estructurales de la producción capitalista –las
tendencias a extender las horas de trabajo hasta el límite de la resistencia
física de los trabajadores, a devaluar la fuerza de trabajo, a extraer el
máximo de trabajo del número mínimo de trabajadores– y denuncian los
horrores a los que mujeres y niños eran sometidos en cada etapa del
desarrollo industrial.

Ellos nos informan sobre las costureras que morían por exceso de trabajo y
falta de aire y alimento (Marx, 1995: 198), sobre muchachas que trabajaban
sin alimentarse catorce horas por día, o que se arrastraban semidesnudas en
las minas para llevar el carbón a la superficie, sobre niños a los que a
medianoche se los sacaba de su cama “y se les obliga a trabajar para ganarse
un mísero sustento” (ibíd.: 188): “se llevaba a los niños al matadero” (
Ibíd.: 233) [donde/ máquinas vampíricas consumían sus vidas “mientras que
quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que chupar” (ibíd.: 241).

Debe reconocerse que pocos escritores políticos han descripto sin hacer
concesiones, como lo ha hecho Marx, la brutalidad del sistema capitalista
–por fuera de la esclavitud–. Particularmente impresionante es su denuncia
de la barbarie de la explotación del trabajo infantil, sin par en la
literatura marxista. Pero pese a su elocuencia, su explicación es más
descriptiva que analítica y llama la atención la ausencia de la discusión de
las problemáticas de género.

No se nos informa, por ejemplo, cómo el empleo de mujeres y niños en las
fábricas afectó las luchas de los trabajadores, qué debates motivó en sus
organizaciones, o cómo afectó las relaciones entre mujeres y hombres.
Tenemos, en cambio, varios comentarios moralistas tales como que el trabajo
fabril degradaba el “carácter moral” de las mujeres al promover conductas
“promiscuas” y las hacía descuidar sus deberes maternales. Casi nunca se
retratan mujeres como actores capaces de pelear por sí mismas.5/
Generalmente, aparecen como víctimas, aunque sus contemporáneos notaron su
independencia, su conducta estrepitosa y su capacidad de defender sus
intereses en contra de los intentos por parte de los dueños de las fábricas
de reformar sus costumbres.6/

En la explicación de Marx sobre el género en el área de producción también
falta un análisis de la crisis que la extinción del trabajo doméstico en las
comunidades proletarias provocó a favor de la expansión de relaciones
capitalistas, y el dilema que el capital enfrentó –en aquel momento como en
la actualidad– respecto del lugar óptimo y del uso del trabajo de las
mujeres. Estos silencios son especialmente significativos ya que los
capítulos que mencioné son los únicos en los que las problemáticas en torno
a las relaciones de género tienen presencia.

Las problemáticas de género tienen un lugar marginal en El capital. En un
texto de tres volúmenes de miles de páginas, solo unas cien refieren a la
familia, la sexualidad, el trabajo de las mujeres, y estas son observaciones
al pasar. Faltan referencias al género incluso donde más se las espera, como
en los capítulos sobre la división social del trabajo o sobre los salarios.

Solo al final del capítulo “Maquinaria y gran industria” encontramos algunas
pistas sobre políticas de género que sabemos que Marx defendía en su
quehacer político, como secretario de la Primera Internacional, en calidad
de lo cual se opuso a los intentos de excluir a las mujeres del trabajo
fabril.7/ Esto es coherente con su creencia de toda la vida de que el
capitalismo –pese a toda su violencia y brutalidad– era un mal necesario y
una fuerza progresiva, dado que el verdadero capitalista obliga a […]
desarrollar las fuerzas sociales productivas y a crear las condiciones
materiales de producción que son la única base real para una forma superior
de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de
todos los individuos (Marx, 1995: 499; cursivas en el original).

Aplicado al género, esto significaba que, al “liberar” el trabajo de las
limitaciones de la especialización y de la necesidad de la fuerza física, y
al incorporar a mujeres y niños en la producción social, el desarrollo
capitalista y la industrialización en particular allanaban el camino para
relaciones de género más igualitarias. Por un lado, liberaban a las mujeres
y niños de la dependencia personal y explotación parental de su trabajo
–distintivas de la industria nacional–; por otro, les permitía participar en
igualdad de condiciones con los hombres en la producción social.

Tal como él lo plantea al discutir la introducción de la educación básica
para los niños que trabajaban en la fábrica:

Y, por muy espantosa y repugnante que nos parezca la disolución de la
antigua familia dentro del sistema capitalista, no es menos cierto que la
gran industria, al asignar a la mujer, al joven y al niño de ambos sexos un
papel en los procesos socialmente organizados de la producción,
arrancándolos con ello [de] la órbita doméstica, crea las nuevas bases
económicas para una forma superior de familia y de relaciones entre ambos
sexos (ibíd.: 410).

Cómo sería esta nueva familia, cómo reconciliaría “producción con
reproducción” no es algo que Marx investigue. Solo agregó con cautela que:

la existencia de un personal obrero combinado, en el que entran individuos
de ambos sexos y de las más diversas edades –aunque hoy, en su forma
primitiva y brutal, en que el obrero existe para el proceso de producción y
no este para el obrero, sea fuente apestosa de corrupción y esclavitud–,
bajo las condiciones que corresponden a este régimen se trocará
necesariamente en fuente de progreso humano (íd.).

Para la suposición de Marx de que el desplazamiento de lo doméstico a la
gran escala industrial produciría una sociedad más humana era clave,
indudablemente, aunque no se articulara de manera explícita, la idea (a la
que él retornaba en varias secciones de El capital) de que el trabajo
industrial es más que un multiplicador del poder de producción y (supuesto)
garante de la abundancia social. Es –potencialmente– el creador de un tipo
diferente de asociación cooperativa y de un tipo diferente de ser humano,
libre de la dependencia personal y no “determinado” para un tipo particular
de habilidades, capaz, por lo tanto, de involucrarse en un amplio rango de
actividades y de asumir el tipo de conducta requerido por una organización
“racional” del proceso de trabajo.

Concomitante con su concepción de comunismo como el final de la división del
trabajo, y con su visión en La ideología alemana de una sociedad donde uno
pescaría y cazaría por la mañana y escribiría poemas por la tarde (Marx y
Engels, 1974: 34), puede resultar seductora la idea de una sociedad
industrial, cooperativa e igualitaria, donde (parafraseando un
pronunciamiento provocativo en el Manifiesto comunista)8/ las diferencias de
género hayan perdido toda “validez social” en la clase trabajadora. No
sorprende que esta idea haya inspirado a generaciones de activistas
sociales, incluidas las feministas.

No obstante, como descubrieron las feministas en la década de 1970, esta
perspectiva tiene importantes limitaciones. Vale la pena mencionar cuatro de
ellas, todas con implicancias más allá del género, relacionadas con el
concepto de Marx en torno a la industrialización y al desarrollo capitalista
como fuerzas emancipadoras y condiciones para la liberación humana.

Al celebrar la industria moderna por liberar a las mujeres de las cadenas
tanto del trabajo doméstico como del régimen patriarcal y por hacer posible
su participación en la producción social, Marx supuso que:

a) las mujeres nunca antes se habían involucrado en la producción social, es
decir, el trabajo reproductivo no debería considerarse una labor socialmente
necesaria; b) lo que ha limitado en el pasado su participación en el trabajo
ha sido la falta de fuerza física; c) el salto tecnológico es esencial para
la igualdad de género; d) lo que es más importante, en anticipación de lo
que los marxistas repetirían por generaciones: el trabajo fabril es la forma
paradigmática de producción social, en consecuencia, la fábrica, no la
comunidad, es el sitio de la lucha anticapitalista.

Deben plantearse preguntas a cada uno de estos puntos.

Podemos deshacernos rápidamente del argumento de la “fuerza física” como
explicación de la discriminación basada en el género. Basta con decir que la
propia descripción de Marx de las condiciones de empleo fabril de mujeres y
niños es un contraargumento, y que los informes fabriles que él citó dejan
en claro que se empleaban mujeres para el trabajo industrial no porque la
automatización disminuía la carga de su labor (Marx, 1995: 331), sino porque
se les pagaría menos, se las consideraba más dóciles y con mayor tendencia a
dejar todas sus energías en su puesto. También debemos disipar la idea del
confinamiento de mujeres a las tareas del hogar antes del advenimiento de la
industrialización. La industria doméstica de la cual las mujeres se
liberaron empleaba una pequeña parte del proletariado femenino, y era en sí
misma una innovación relativamente reciente que resultó del colapso de las
agrupaciones de artesanos.9/ En realidad, antes de la revolución industrial,
y durante ella, las mujeres desempeñaron diferentes trabajos, desde
agricultura hasta comercio, servicio y trabajo domésticos. Por lo tanto,
como lo documentaron Bock y Duden, no hay base histórica para la idea –a la
que Marx y otros socialistas han suscripto– de que “el desarrollo del
capitalismo, con su trabajo crecientemente industrial (“productivo”) para
las mujeres, las liberó y las libera de la edad de los reinos feudales de
trabajo doméstico y del tutelaje de los hombres” (1980: 157).

Marx también minimizó, en su concepción de la industria a gran escala como
un igualador de distinciones biológicas y sociales, el peso de las
jerarquías sexuales heredadas y reconstruidas que aseguraban que las
mujereas experimentarían el trabajo fabril de modos específicos, distinto de
los modos de los hombres. Él notó que los supuestos sobre el género
mantendrían su prominencia en el trabajo industrial –utilizados, por
ejemplo, para justificar el menor salario de las mujeres en comparación con
el de los hombres– y que las condiciones laborales “promiscuas” podrían
significar una vulnerabilidad al abuso sexual, que con frecuencia resultaba
en el embarazo a una temprana edad (Marx, 1995: 591). Pero, como hemos visto
antes, él supuso que esos abusos se superarían cuando los trabajadores
tomaran el poder político y redirigieran los objetivos de la industria hacia
su bienestar. Sin embargo, luego de dos siglos de industrialización, podemos
ver que, mientras no se vislumbra el fin del capitalismo por ningún lado, la
igualdad en el ámbito del trabajo ha sido un producto de las luchas de las
mujeres y no un regalo de las máquinas.Más crucial resulta que la
identificación por parte de Marx de la labor industrial con la forma
normativa de trabajo y el sitio privilegiado para la producción social no
deja ningún espacio para la consideración de actividades reproductivas
domésticas, que, como ha señalado Fortunati, Marx solo mencionó para notar
que el capital las destruye al apropiarse de todo el tiempo de las
mujeres.10/

Hay un contraste interesante con el trabajo de Alfred Marshall, el padre de
la economía neoclásica, respecto del abordaje de la relación entre la
fábrica y el hogar. La mirada de Marx de la labor industrial como un tipo de
trabajo más racional recuerda la “habilidad general para trabajar” de
Marshall, que describió como una nueva capacidad con la que [en aquel
momento] contaban pocos trabajadores en el mundo: “no específica de
cualquier ocupación, pero deseada por todos, que permite a los trabajadores
sostener por un largo período de tiempo cualquier tipo de trabajo, tener en
cuenta muchas cosas a la vez, acomodarse rápidamente a los cambios en los
detalles del trabajo realizado, mantenerse estable y ser confiable”
(Marshall, 1890: 206- 207).

Marshall, sin embargo, en línea con los reformistas contemporáneos, creía
que el mayor contribuyente a la producción de esta “habilidad general” era
la vida hogareña y especialmente la influencia de la madre (ibíd.: 207), por
lo que se oponía firmemente al empleo exterior de las mujeres. Marx, por el
contrario, presta poca atención al trabajo doméstico. No hay una discusión
al respecto en su análisis sobre la división social del trabajo, donde solo
afirma que la división del trabajo en la familia tiene una base
fisiológica.11/ Más llamativo resulta su silencio sobre el trabajo doméstico
de las mujeres en su análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo en
su capítulo “Reproducción simple”.12/

Aquí apela a un tema crucial para la comprensión del proceso de la creación
del valor en el capitalismo: la fuerza de trabajo, nuestra capacidad de
trabajar, no nos es dada. Consumida a diario en el proceso de trabajo, debe
(re)producirse constantemente, y esta (re)producción es tan esencial a la
valorización del capital como lo es “la limpieza de las máquinas” (Marx,
1995: 481), dado que “es producción y reproducción del medio de producción
indispensable para el capitalista, del propio obrero” (Íd).

En otras palabras, como también sugirió en las notas luego publicadas bajo
el título de Teorías acerca de la plusvalía13/ y en El capital, Marx indica
que la reproducción del trabajador es parte esencial y condición de la
acumulación de capital. No obstante, solo la concibe bajo el aspecto de
“consumo” y coloca su realización solamente dentro del circuito de
producción de mercancías. Los trabajadores –según Marx– usan su salario para
comprar las necesidades de la vida y, al consumirlas, se reproducen a sí
mismos. Es literalmente la producción de asalariados por medio de las
mercancías producidas por los asalariados.14/ Por lo tanto, “el valor de la
fuerza de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar
la subsistencia de su poseedor” (ibíd.: 124; cursivas en el original), y se
determina por el tiempo de trabajo necesario para la producción de
mercancías que los trabajadores consumen.

En ninguna parte de El capital Marx reconoce que la reproducción de fuerza
de trabajo supone el trabajo no remunerado de las mujeres –preparar comida,
lavar la ropa, criar a los niños, hacer el amor–. Por el contrario, insiste
en retratar al asalariado como reproductor de sí. Incluso al considerar las
necesidades que el trabajador debe satisfacer, lo retrata como un comprador
de mercancías autosuficiente; enumera entre otras necesidades para la vida
la comida, vivienda, vestimenta, pero omite extrañamente el sexo, ya sea
obtenido dentro de la configuración familiar o comprado, lo cual sugiere que
la vida del trabajador es inmaculada mientras que la mujer solo es
moralmente mancillada por la labor industrial (íd.). A la prostituta se la
niega como trabajadora, y se la relega a un ejemplo de la degradación de la
mujer; solo se las representa como pertenecientes a “los últimos despojos de
la superpoblación” (ibíd.: 545), ese “lumpenproletariado” (íd.) que en El
Dieciocho Brumario de Louis Bonaparte él había descripto como “escoria de
todas las clases” (1972: 80).

Son los pocos pasajes en los que Marx se aproxima a romper su silencio y
admitir implícitamente que lo que se presenta como “consumo” al asalariado
puede ser trabajo reproductivo desde el punto de vista de su contraparte
femenino. En una nota al pie a la discusión sobre la determinación del valor
de la fuerza de trabajo, en “Maquinaria y gran industria”, escribe: “basta
con lo dicho para observar cómo el capital usurpa en su propio provecho
hasta el trabajo familiar indispensable para el consumo” (Marx, 1995: 324).
Y agrega:

Como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo la de atender y
amamantar los niños, que no pueden suprimirse radicalmente, las madres
confiscadas por el capital se ven en mayor o en menor medida a alquilar
obreras que las sustituyan. Los trabajos impuestos por el consumo familiar,
tales como coser, remendar, etc. se suplen comprando mercancías
confeccionadas. Al disminuir la inversión de trabajo doméstico, aumenta,
como es lógico, la inversión de dinero. Por tanto, los gastos de producción
de la familia obrera crecen y contrapesan los ingresos obtenidos del
trabajo. A esto se añade el hecho de que a la familia obrera le es imposible
atenerse a normas de economía y convivencia en el consumo y preparación de
sus víveres (íd.).

No obstante, no se dice nada más de este trabajo doméstico “que no pued[e]
suprimirse” y que debe reemplazarse por bienes adquiridos. Y además nos
resta preguntarnos si el costo de la producción solo aumenta para el
trabajador o también para el capitalista, supuestamente a través de las
luchas que los trabajadores emprenderían para obtener salarios más altos.

Incluso cuando se refiere a la reproducción generacional de la fuerza de
trabajo, Marx no menciona la contribución de las mujeres, y descarta la
posibilidad de tomas de decisiones autónomas por su parte en lo que respecta
a la procreación, a la que se refiere como “el crecimiento natural de la
población” (ibíd.: 537). Comenta que “el capitalista puede dejar
tranquilamente el cumplimiento de esta condición al instinto de propia
conservación y al instinto de perpetuación de los obreros” (ibíd.: 481-482)
–una contradicción con el comentario anteriormente citado sobre el descuido
de los deberes maternales por parte de las mujeres trabajadoras fabriles,
que equivale prácticamente al infanticidio–. También sugirió que el
capitalismo no depende de la capacidad reproductiva de las mujeres para su
propia expansión, dada la creación constante de población excedente a partir
de las revoluciones tecnológicas.

En el intento de dar cuenta de la ceguera de Marx sobre la ubicuidad del
trabajo reproductivo, que debió haberse desplegado a diario bajo sus ojos en
su propia casa, he enfatizado en ensayos anteriores su ausencia en los
hogares proletarios en la época en la que escribe, dado que la fábrica
empleaba a la familia entera de sol a sol (Federici, 2012: 94). El mismo
Marx sugiere esta conclusión cuando, al citar a un médico enviado por el
gobierno inglés para evaluar el estado de salud de los distritos
industriales, notó que la clausura de los molinos de algodón causada por la
Guerra de Secesión estadounidense había tenido al menos un beneficio. Las
mujeres

Disponen ahora del tiempo necesario para dar el pecho a sus niños, en vez de
envenenarlos con Godfrey’s Cordial (una especie de narcótico). Disponen de
tiempo para aprender a cocinar. Desgraciadamente, el tiempo para dedicarse a
las faenas de la cocina coincidía con unos momentos en que no tenían que
comer […] La crisis a la que nos referimos se aprovechó también para enseñar
a las hijas de los obreros a coser en las escuelas. ¡Fue necesario que
estallase en Norteamérica una revolución y se desencadenase una crisis
mundial para que aprendiesen a coser unas muchachas obreras, cuyo oficio
consistía en hilar para el mundo entero! (1995: 324)

Pero la reducción abismal del tiempo y recursos necesarios para la
reproducción de los trabajadores que Marx documentó no era una condición
universal. Los empleados fabriles eran solo el 20% -30% de la población de
mujeres trabajadoras. Incluso entre ellas, muchas mujeres abandonaban el
trabajo fabril una vez que tenían hijos. Además, como hemos visto, el
conflicto entre el trabajo fabril y los “deberes reproductivos” de las
mujeres era un problema clave en la época de Marx, como demuestran los
informes fabriles que citó y las reformas que produjeron.

¿Por qué, entonces, esta exclusión sistemática? ¿Y por qué Marx no podría
darse cuenta de que la tendencia parlamentaria de reducir el trabajo fabril
en mujeres y niños pergeñaba una nueva estrategia de clase que cambiaría el
rumbo de la lucha de clases?

Sin dudas, parte de la respuesta es que, como los economistas políticos
clásicos, Marx no consideraba las tareas del hogar como un tipo de trabajo
históricamente determinado con una historia social específica, sino como una
fuerza natural y una vocación femenina, uno de esos productos de esa gran
alacena que la tierra, arguyó, es para nosotras. Cuando, por ejemplo,
comentó que el trabajo en exceso y la fatiga producían un “aborrecimiento”
(ibíd.: 327) entre las mujeres trabajadoras fabriles y sus hijos, apeló a
una imagen de maternidad que condecía con una concepción naturalizada de los
roles de género. Posiblemente contribuyó a ello que en la primera fase del
desarrollo capitalista el trabajo reproductivo de la mujer estaba, según su
terminología, “formalmente subsumido” en la producción capitalista,15/ es
decir, no se había moldeado para adecuarse a las necesidades específicas del
mercado de trabajo. Sí, un teórico tan poderoso y orientado a la historia
como Marx debería haberse dado cuenta de que el trabajo doméstico, aunque
aparecía como una actividad de antaño, que satisfacía puramente “necesidades
naturales”, su forma era en realidad una forma de trabajo históricamente
específica, producto de la separación entre producción y reproducción,
trabajo remunerado y no remunerado, que nunca había existido en sociedades
precapitalistas o sociedades no reguladas por la ley de valor de cambio.
Luego de habernos advertido en contra de la mistificación producida por la
relación salarial, debería haber visto que, desde su origen, el capitalismo
ha subordinado las actividades reproductivas –en la forma de trabajo de
mujeres no remunerado– a la producción de fuerza de trabajo y, en
consecuencia, el trabajo no remunerado que los capitalistas extraen de los
trabajadores es mucho más conspicuo que el extraído durante la jornada de
trabajo remunerado, dado que incluye los quehaceres domésticos no
remunerados de mujeres, incluso reducidos a un mínimo.

¿El silencio de Marx sobre el trabajo doméstico era a causa de que, como ya
se ha sugerido, “no consideraba que las fuerzas sociales eran capaces de
conducir el trabajo doméstico en una dirección revolucionaria”? Esta es una
pregunta legítima si “leemos a Marx de modo político”16/ y consideramos que
sus teorizaciones siempre se ocupaban de sus implicancias organizacionales y
su potencial.17/ Se abre la posibilidad de que mantuvo reserva en torno a la
cuestión de los quehaceres domésticos porque temía que la atención a su
trabajo le hiciera el juego a las organizaciones de trabajadores y a los
reformistas burgueses que glorificaban el trabajo doméstico para excluir a
las mujeres del trabajo fabril. Pero para las décadas de 1850 y 1860 los
quehaceres domésticos y la familia habían estado por años en el centro de
una acalorada discusión entre socialistas, anarquistas y un emergente
movimiento feminista, y se experimentaban reformas en el hogar y los
quehaceres domésticos.18/

Debemos concluir que su desinterés en el trabajo doméstico tiene raíces más
profundas, que nacen tanto de su naturalización como de su devaluación, que
la hicieron en apariencia –en comparación con el trabajo fabril– una forma
arcaica que pronto sería superada por el progreso de la civilización. Sea
como fuere, la consecuencia de la falta de teorización de Marx del trabajo
doméstico es que su explicación de la explotación capitalista y su
concepción de comunismo ignoran la actividad más extendida del planeta y una
causa mayor de las divisiones dentro de la clase trabajadora.

Hay un paralelo aquí con el lugar de la “raza” en la obra de Marx. Aunque
reconocía que “el trabajo de los blancos no puede emanciparse allí donde
está esclavizado el trabajo de los negros” (ibíd.: 239), no dedicó demasiado
análisis al trabajo esclavo y al uso del racismo para ejecutar y naturalizar
una forma de explotación más intensa. Su trabajo, por lo tanto, no pudo
desafiar la ilusión –dominante en el movimiento socialista– de que el hombre
blanco asalariado representaba los intereses de la totalidad de la clase
obrera –una mistificación que en el siglo XX condujo a luchadores
anticoloniales a concluir que el marxismo era irrelevante en su lucha–.

Más cerca de casa, Marx no anticipó que las formas brutales de explotación
que con tanta fuerza describió serían en breve parte del pasado, al menos en
gran parte de Europa. Amenazada por un conflicto armado entre clases y la
posible extinción de la fuerza de trabajo, la clase capitalista, en complot
con algunas organizaciones de trabajadores, se embarcaría en un nuevo rumbo
estratégico, incrementando la inversión en la reproducción de la fuerza de
trabajo y el salario de los asalariados hombres, enviando a las mujeres de
regreso al hogar para hacer tareas domésticas y, en este proceso, cambiando
el curso de la lucha de clases.

Aunque Marx era consciente del gran desperdicio de vida que el sistema
capitalista producía y estaba convencido de que el movimiento de reforma
fabril no procedía de inclinaciones humanitarias, no se percató de que lo
que estaba en juego en la “legislación protectora” era más que una reforma
del trabajo fabril. Reducir las horas de trabajo de mujeres era el camino
para una nueva estrategia de clase que reasignaba a las mujeres proletarias
al hogar para producir no mercancías físicas sino trabajadores.

Mediante esta estrategia, el capital logró disipar la amenaza de la
insurgencia de la clase trabajadora y crear un nuevo tipo de trabajador: más
fuerte, más disciplinado, más resiliente, más apto para hacer suyos los
objetivos del sistema; el tipo de trabajador, de hecho, que considera los
requisitos de la producción capitalista como “las más lógicas leyes
naturales” (ibíd.: 627). Este era el tipo de trabajador que permitió que el
capitalismo británico y norteamericano de fin de siglo pasara de la
industria liviana a la pesada, de la industria textil a la siderúrgica, de
la explotación basada en extensión de la jornada laboral a una basada en la
intensificación de la explotación. Esto implica que la creación de la
familia trabajadora y el ama de casa proletaria de tiempo completo fueron
una parte esencial y una condición de la transición desde un excedente
absoluto a uno relativo. En este proceso, los quehaceres domésticos
atravesaron un proceso de “subsunción real”, convirtiéndose por primera vez
en objeto de una iniciativa estatal específica que los ligó más fuerte a la
necesidad del mercado de trabajo y la disciplina de trabajo capitalista.

En consonancia con el apogeo de la expansión imperial británica (que trajo
numerosas riquezas al país, aumentando el sueldo de los trabajadores), a
esta innovación no puede atribuírsele solo la pacificación de la fuerza de
trabajo. Pero fue un acontecimiento de época, que inauguró la estrategia que
más tarde culminó con el fordismo y el New Deal, por los que la clase
capitalista invertiría en la reproducción de trabajadores para adquirir una
fuerza de trabajo más disciplinada y productiva. Este fue el deal que se
extendió hasta la década de 1970 cuando el surgimiento internacional de la
lucha de mujeres y el movimiento feminista le dieron un punto final.

2. Feminismo, Marxismo y la cuestión de la “reproducción”

Mientras Marx, como propulsor de “la emancipación de la mujer” mediante su
participación en la producción social entendida como trabajo industrial,
inspiró a generaciones de socialistas, las feministas descubrieron en la
década de 1970 un nuevo Marx: en contra de los quehaceres domésticos, la
domesticidad, la dependencia económica de los hombres, apelaron a su trabajo
en busca de una teoría capaz de explicar las raíces de la opresión de la
mujer desde una perspectiva de clase. El resultado fue una revolución
teórica que cambió tanto al marxismo como al feminismo.

El análisis de Mariarosa Dalla Costa sobre el trabajo doméstico como un
elemento clave en la producción de la fuerza de trabajo,19/ la localización
por parte de Selma James de la ama de casa en un continuum con los no
asalariados del mundo20/ –quienes, aun así, han sido centrales en el proceso
de acumulación de capital–, la redefinición a cargo de otros activistas del
movimiento de la relación salarial como un instrumento de naturalización de
áreas enteras de explotación, y la creación de nuevas jerarquías dentro del
proletariado: todos estos desarrollos teóricos y las discusiones que
generaron se han descripto en ocasiones como el “debate sobre el hogar”,
supuestamente centrados en la pregunta sobre si los quehaceres domésticos
son productivos o no. Pero esta es una gran distorsión. Lo que se redefinió
al percibirse la centralidad del trabajo no remunerado de la mujer en el
hogar en lo que respecta a la producción de la fuerza de trabajo no fue solo
el trabajo doméstico, sino la naturaleza del capitalismo y la lucha en su
contra.

No sorprende que la discusión de Marx sobre la “reproducción simple” fue una
iluminación teórica en este proceso, tal como la confirmación de nuestra
sospecha de que la clase capitalista nunca hubiese permitido que tanto
trabajo doméstico sobreviva si no hubiese visto la posibilidad de
explotarlo. Leer que las actividades que reproducen la fuerza de trabajo son
esenciales para la acumulación capitalista sacó a la luz la dimensión de
clase de nuestro rechazo. Mostró que este trabajo tan despreciado, siempre
naturalizado, siempre desdeñado por parte de los socialistas por retrógrado,
ha sido en realidad el pilar de la organización capitalista del trabajo.
Esto resolvió la polémica cuestión de la relación entre género y clase, y
nos dio herramientas para conceptualizar no solo la función de la familia,
sino la profundidad del antagonismo de clase en las raíces del capitalismo.
Desde un punto de vista práctico, confirmó que, como mujeres, no teníamos
que unirnos a los hombres en la fábrica para ser parte de la clase
trabajadora y librar una lucha anticapitalista. Podíamos luchar de manera
autónoma, comenzando por nuestro propio trabajo en el hogar, como el “centro
nervioso” de la producción de la fuerza de trabajo.21/ Y nuestra lucha tenía
que librarse primero en contra de los hombres de nuestras familias, dado que
por medio del salario de los hombres, el matrimonio y la ideología del amor,
el capitalismo ha permitido que los hombres dirigieran nuestro trabajo no
remunerado y disciplinaran nuestro tiempo y espacio.

Irónicamente, entonces, nuestro encuentro con Marx y nuestra apropiación de
su teoría sobre la reproducción de la fuerza de trabajo, de algún modo
consagrando la importancia de Marx para el feminismo, también nos ofreció la
evidencia concluyente de que debíamos poner a Marx patas para arriba y
comenzar nuestro análisis y nuestra lucha precisamente a partir de la parte
de la “fábrica social” que él había excluido de su trabajo.

Descubrir la centralidad del trabajo reproductivo para la acumulación de
capital también condujo a la pregunta de cómo sería la historia del
desarrollo del capitalismo si no se viera desde el punto de vista de la
formación del hombre proletario asalariado, sino desde el punto de vista de
las cocinas y los dormitorios donde la fuerza de trabajo se produce a
diario, generación tras generación.

La necesidad de una perspectiva de género para la historia del capitalismo
–más allá de la “historia de mujeres” o la historia del trabajo asalariado-
es lo que me condujo, entre otras cosas, a repensar la explicación de Marx
sobre la acumulación originaria y descubrir la caza de brujas en los siglos
XVI y XVII como momento fundacional en la devaluación del trabajo de la
mujer y el surgimiento de una división del trabajo sexual específicamente
capitalista.22/

La percepción, en simultáneo, de que, al contrario de la anticipación de
Marx, la acumulación originaria se ha tornado un proceso permanente también
pone en tela de juicio su concepción sobre la relación necesaria entre el
capitalismo y el comunismo. Invalidó la mirada de Marx sobre la historia en
términos de estadios, en la que el capitalismo se retrata como el purgatorio
que necesitamos habitar de cara al mundo de la libertad y el rol liberador
de la industrialización.

El surgimiento del ecofeminismo, que conectó la devaluación por parte de
Marx de las mujeres y la reproducción con su mirada de que la misión
histórica de la humanidad es la dominación de la naturaleza, fortaleció
nuestra posición. Especialmente importantes han sido los trabajos de Maria
Mies y Ariel Salleh, que han demostrado que el acto por parte de Marx de
borrar las actividades reproductivas no es accidental, contingente a las
tareas que él asignó a El capital, sino sistemática. Como lo señala Salleh,
todo en Marx establece que lo que es creado por el hombre y la tecnología
tiene un mayor valor: la historia comienza con el primer acto de producción,
los seres humanos se realizan a sí mismos a través de su trabajo. Una medida
de la realización de sí es su capacidad de dominar la naturaleza y adaptarla
a las necesidades humanas. Y todas las actividades transformativas positivas
se conciben en masculino: el trabajo se describe como el padre, la
naturaleza como la madre, la tierra también se concibe como femenina
(Salleh, 1997: 72-76). Madame la Terre, la llama Marx, en oposición al
Monsieur le Capital.

Las ecofeministas han demostrado que existe una profunda conexión entre el
desdén de los quehaceres domésticos, la devaluación de la naturaleza y la
idealización de lo que la industria humana y la tecnología producen.

Este no es el espacio para reflexionar sobre las raíces de la mirada
antropocéntrica. Basta con decir que el gran error de cálculo que Marx y las
generaciones de marxistas socialistas han cometido en relación con los
efectos liberadores de la industrialización hoy son muy obvios. En la
actualidad nadie se animaría a soñar, como hizo August Bebel en Woman Under
Socialism, en el día en que la comida sería producida químicamente y en el
que “todos llevarían una pequeña caja de químicos en su bolsillo con la que
satisfacer su necesidad de nutrientes provenientes de la clara, la grasa y
los hidratos de carbono, sin importar la época del año ni la estación de
lluvia, sequía, escarcha, granizo e insectos destructivos” (1910: 391).

Mientras la industrialización avanza sobre la tierra y los científicos al
servicio del desarrollo del capitalismo están jugando con la producción de
vida por fuera de los cuerpos de las mujeres, la idea de extender la
industrialización a todas nuestras actividades reproductivas es una
pesadilla peor de la que estamos experimentando con la industrialización de
la agricultura.

No es sorprendente que en círculos radicales hemos sido testigos de un
“cambio de paradigma”, mientras que la esperanza puesta en la máquina como
una fuerza para el “progreso histórico” se reemplaza por una refocalización
del trabajo político en problemáticas, valores y relaciones vinculados con
la reproducción de nuestras vidas y la vida de los ecosistemas en los que
vivimos.

Nos han dicho que Marx en los últimos años de su vida reconsideró su
perspectiva histórica y, al leer sobre las comunidades igualitarias y
matrilineales del noreste de América, comenzó a reconsiderar su idealización
del desarrollo industrial y capitalista y a valorar la fuerza de la
mujer.23/

No obstante, la mirada prometeica sobre el desarrollo tecnológico promovido
por Marx y toda una tradición marxista, lejos de perder su atractivo, está
de regreso. En él, la tecnología digital juega para algunos el mismo rol
emancipador que Marx le asignó a la automatización, por lo que el mundo de
la reproducción y trabajos de cuidado, que las feministas han valorizado
como un terreno de transformación y lucha, se encuentra nuevamente en riesgo
de que se le reste importancia.

Esta es la razón por la que, aunque Marx dedicó poco espacio a las teorías
de género en su trabajo, y supuestamente cambió parte de su mirada en sus
últimos años, es todavía importante discutirlas y enfatizar, como he
intentado hacerlo en este trabajo, que sus silencios al respecto no son
descuidos, sino el signo del límite que su trabajo teórico y político no
pudo superar, pero que nosotros debemos hacerlo.

Notas

1/ Las publicaciones recientes de Heather A. Brown, Marx on Gender and the
Family (2012), y de Shahrzad Mojabed, Marxism and Feminism (2015) –publicado
junto con la conferencia sobre el tema organizado por la fundación Rosa
Luxemburgo el mismo año–, son signos de este nuevo interés en la teoría de
género de Marx.

2/ Estas y todas las traducciones de la bibliografía en inglés pertenecen a
la traductora.

3/ Sobre el debate en torno a las consecuencias del trabajo industrial de
mujeres tales como “la querellas de las mujeres” en la Inglaterra del siglo
XIX, ver Judy Lown, Women and Industrialization: Gender at Work in
Nineteenth-Century England (1990). Sobre los mismos debates en Francia, ver,
especialmente el capítulo 7 en Gender and the Politics of History, de Joan
Wallach Scott (1988).

4/ Para la reforma sobre el trabajo de mujeres e infantile en Inglaterra,
además del volumen 1 de El capital, ver Judy Lown (1990) y Laura Levin
Frader (1987).

5/ La única referencia a la lucha de mujeres fabriles menciona que las
tejedoras del telar mecánico realizaron una huelga por el problema en torno
al control de horas trabajadas (Marx, 1995: 352).

6/ Ver Lown, que habla de la oposición de las mujeres asalariadas a las
leyes fabriles de 1830 (1990: 214) y de lucha de las trabajadoras de la seda
“por mantener control sobre aquellos aspectos de la vida que siempre habían
sido centrales para la experiencia de las mujeres trabajadoras: cuidado de
los niños, higiene personal y vestimenta” (ibíd.: 162). Sobre las muchachas
fabriles “que representan una independencia recientemente descubierta y la
libertad para las mujeres”, ver Lown (Iníd.: 43 y ss.) y Seccombe (1986:
121).

7/ Ver Brown (2012: 115).

8/ Marx agrega que, en consecuencia, “[l]os intereses, las condiciones de
vida del proletariado se nivelan cada vez más a medida que la maquinaria va
borrando las diferencias entre los trabajos” (2008: 36).

9/ Sobre este tema, ver Bock y Duden (1980) y Henninger (2014: 296- 297).

10/ Fortunati agrega que Marx concebía el trabajo reproductivo de las
mujeres “a partir de la lectura de los informes del gobierno, que había
percibido mucho antes el problema planteado por la usurpación que el trabajo
fabril hacía sobre los quehaceres domésticos” (1997: 169).

11/ “Dentro de la familia, y más tarde, al desarrollarse esta, dentro de la
tribu, surge una división natural del trabajo, basada en las diferencias de
edades y de sexo, es decir, en causas puramente fisiológicas” (Marx, 1995:
285-286).

12/ Ver el capítulo 23 de la parte 7, del volume 1 de El capital (Marx,
1995).

13/ En la primera parte de Teorías acerca de la plusvalía, Marx afirma: “El
trabajo productivo sería aquel que produce mercancías o directamente
produce, forma, desarrolla la fuerza de trabajo en sí misma” (1969: 172).
Como veremos luego, las feministas tomaron esto para indicar que el trabajo
doméstico es “trabajo productivo” en el sentido marxiano.

14/ La referencia aquí es a Piero Sraffa y su Production of Commodities by
Means of Commodities (1960).

15/ Marx emplea el concepto de subsunción formal versus subsunción real para
describir el proceso por el cual en la primera fase de acumulación
capitalista el capital se apropia del trabajo “tal como lo encuentra”, “sin
ninguna modificación de la naturaleza real del proceso de trabajo” (1021).
Por el contrario, existe subsunción real cuando el capital moldea el
trabajo/producción para sus propios fines.

16/ Aquí me refiero al trabajo de Harry Cleaver, Reading Capital Politically
(2000).

17/ Sobre esto insiste Negri en Marx Beyond Marx (1991).

18/ Al respecto, ver el trabajo de Dolores Hayden, The Grand Domestic
Revolution (1985).

19/ Ver “Women and the Subversion of the Community” en The Power of Women
and the Subversion of the Community (1975).

20/ Ver Sex, Race, and Class (James, 1975).

21/ Ver Fortunati (1997).

22/ Ver Caliban and the Witch. Women, the Body and Primitive Accumulation
(2004).

[23] Ver la discusión de Heather Brown sobre The Ethnological Notebooks of
Karl Marx (Krader, 1974) en sus capítulos 6 y 7 (2012).

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