URSS/Historia/ "No se leen las obras de Moshe Lewin de la misma forma cuando se tiene presente su biografía" [Eric Aunoble]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 20 19:16:33 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

20 de agosto 2018

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URSS/Historia



“No se leen las obras de Moshe Lewin de la misma forma cuando se tiene
presente su biografía” (*)



Eric Aunoble



A l´encontre, 15-8-2018

http://alencontre.org/

Traducción de

Traducción: Faustino Eguberri – Viento Sur

https://www.vientosur.info/



Seguramente, el nombre de Moshe Lewin no es desconocido para las y los
lectores de los CMO (Cahiers du mouvement ouvrier). Su “Último combate de
Lenin” (1967) gustó a quienes se negaban a ver en Stalin el continuador de
Lenin. Demostrando que este último intentaba llevar a cabo una verdadera
guerra contra el chauvinismo gran ruso puesto en práctica en Georgia por el
secretario general del partido, Lewin confirmaba las afirmaciones, durante
mucho tiempo no verificables, de Trotsky. Por otra parte, este historiador
muerto en 2010 fue uno de los iniciadores y de los mejores representantes de
la llamada corriente revisionista de la historia soviética: contra la
escuela totalitaria que describe el régimen soviético como una partitocracia
y una ideocracia intangible del 7 de noviembre de 1917 al 25 de diciembre de
1991, mostró que existía, sin duda alguna, una sociedad en la URSS cuyos
diferentes estratos encontraban la forma de expresarse y actuar a pesar y
contra el tabú impuesta por el poder  1/.



Moshe Lewin desarrolló sus puntos de vista en dos libros publicados en
francés, "La formation du système soviétique" (Gallimard, 1987), consagrado
esencialmente a la cuestión campesina y "Le Siècle soviétique" (Fayard/Le
Monde Diplomatique, 2003)  2/, obra cumbre que contiene muy bellas páginas
entre otros asuntos sobre los campos, el aparato estatal o la burocracia.
Sin embargo, esos libros no abordaban nunca el período revolucionario, lo
que deformaba de facto la perspectiva para comprender el régimen. Se
presentaba a la sociedad soviética como un sistema específico, ni
capitalista ni socialista, cuyas contradicciones parecían finalmente más
funcionales que sociales. Y si se defendía a Lenin, era más como un sabio
hombre de Estado progresista que como un revolucionario. En suma, las luchas
de clases y las luchas políticas en la URSS eran las que pagaban un poco las
consecuencias del análisis histórico  3/.



Gracias a Denis Paillard, que tradujo y publicó para la coedición de
Syllepses y Page2 textos hasta ahora inéditos, es posible hacerse una imagen
más precisa del historiador y comprender mejor su trabajo. “Les Sentiers du
passé” reúne textos autobiográficos (a veces redundantes), de los que se
desprende “Mon itinéraire”, transcripción de la apasionante conferencia que
Moshe Lewin dio en la Biblioteca de documentación internacional
contemporánea de Nanterre en 2002.



Lewin creció en Vilno entre 1918 y 1939, cuando la ciudad era polaca. El
régimen fundado por Pilsudki le vacunó precozmente contra las seducciones
del nacionalismo y las ilusiones sobre el alcance de la democracia
electoral. Además, el antisemitismo omnipresente le administró “lecciones de
historia más bien duras” (p. 55). Militante en el Hashomer Hatzair,
movimiento de juventud marxista “situado en la extrema izquierda del
movimiento sionista” (p. 52), el joven Moshe lee a Malraux, Céline y Marx.
Él mismo lo comenta: este “compromiso político (...), muy intenso y
estimulante, me permitió adquirir ciertas herramientas y costumbres que
hacen que se llegue, a veces intuitivamente, a interpretar el curso de los
acontecimientos, la dirección que toman” (p. 56).



Tras la sovietización de Vilno, estas capacidades de análisis y de
supervivencia fueron puestas a prueba a partir de junio de 1941, cuando se
produjo el ataque nazi. Con otro camarada, Moshe Lewin parte a pie hacia el
Este. Soldados soviéticos en retirada les hacen subir a un camión contra las
órdenes de su oficial: “Nos dieron 200 km de ventaja sobre los motoristas
alemanes -¡y la vida!” (P. 57). En efecto, todas las personas allegadas y
camaradas de Moshe Lewin que se quedaron fueron asesinados por los nazis.
Con 20 años trabaja para su nueva patria en koljoses en los que aún reina el
orden patriarcal del mir o en una fundición cuyo equipamiento databa de
antes de 1917. Esta experiencia de la Unión Soviética, en medio del pueblo,
no tiene nada de idílico (allí también el antisemitismo puede hacer
estragos), pero le hace conocer una realidad que no tenía nada que ver con
los discursos de Stalin o las resoluciones del Politburó.



Queriendo luchar contra los nazis, entra en una escuela de oficiales de la
que saldrá en el momento de la victoria. Sin embargo, su ciencia militar le
servirá en 1946 cuando, de vuelta a Polonia, participe en unidades autónomas
de defensa de la gente judía superviviente contra un populacho que seguía
siendo antisemita. Tanto como decir que el nuevo poder popular polaco no
defendía el socialismo tal como Lewin lo concebía, ni siquiera un mínimo
humanismo. Se exilia por tanto a Francia, y luego a Israel, donde, soldado,
denuncia las prácticas del ejército: nueva experiencia política, nueva toma
de distancias con quienes transforman un ideal de emancipación en orden
estatal.



Este hombre, que se hace estudiante en la Sorbona a los 40 años, en 1961,
tiene por tanto todas las razones para enfrentarse al enigma soviético, pero
tiene también la experiencia personal y la herramienta teórica para hacerlo.



Los trabajos de Moshe Lewin no se leen de la misma forma cuando se tiene
presente su biografía. No porque estos no se basten por si mismos, sino
porque la postura científica adoptada por el autor (la neutralidad
axiológica) dificulta la visión de los problemas políticos. Este libro,
"Russie/URSS/Rusie (1917-1991)", recopilación de algunos de sus últimos
textos, es una buena sorpresa, ordenándose en gran medida la reflexión en
una perspectiva marxista. Esto no hace la lectura del libro más fácil. Lejos
de un trabajo de vulgarización, tenemos aquí un pensamiento condensado,
alimentado por decenios de debates políticos e historiográficos que Lewin no
recuerda sino por alusión. Es mérito de la introducción de Denis Paillard
resituar los temas abordados en un marco conceptual trotskysta.



La primera idea-fuerza de Lewin es rechazar la inamovilidad del sistema
soviético oponiendo un primer período “que va de la Revolución hasta el fin
del poder de Stalin [y que] se caracteriza por una gran inestabilidad” y un
“segundo período, inaugurado por Jruschov, [que] es por contraste,
razonablemente pacífico y estable” (p.35). Como trasfondo, es la evolución
de la “relación agraria” 4/ lo que se juega: la revolución campesina contra
los grandes propietarios se tradujo en una arcaización de las relaciones
económicas y sociales a la que Stalin respondió por un despotismo agrario,
cualquier cosa menos moderno. Lejos de ser omnipotente, el estalinismo es
por tanto un sistema “imposible”: “Conmociones profundas, objetivos
grandiosos, crisis incesantes: resultaba de ello una enorme presión sobre
los dirigentes”. En la fase siguiente, a la que Lewin niega el calificativo
de “estalinista”, el “inmovilismo burocrático” no pretende ya tener el
control y dirigir una sociedad que se urbaniza rápidamente y ahoga en un
marco político superado.



La segunda creencia generalizada a la que Lewin se enfrenta es el carácter
socialista de la URSS. Muestra en primer lugar que la ideología oficial
cambia absolutamente para concluir bajo Brézhnev en “un sistema partidario
del statu quo que, si bien utilizaba algunos términos tomados de los “padres
fundadores”, se empleaba ante todo en castrar -de hecho destruir la esencia
misma y el contenido del original” (p. 68). En cuanto al socialismo, a
fortiori en un solo país, éste no era el objetivo del movimiento
revolucionario ruso. Lo que salió de la marmita de la historia no tenía nada
que ver con Marx. Era un sistema que “compartía con [el capitalismo] el
hecho de que la apropiación se hacía exclusivamente para el beneficio de las
élites en el poder. Los mecanismos de esta apropiación eran sin embargo
estructuralmente diferentes: no se basaba en la propiedad privada de los
medios de producción, y las ventajas personales de los privilegiados del
sistema consistían principalmente en bienes de consumo” (p. 72).



Un capítulo central está consagrado a la guerra civil considerada como la
matriz de un “sistema que (...) no fue construido metódicamente según algún
plan preestablecido. Al contrario, es fruto de improvisaciones bajo la
presión permanente de situaciones de urgencia” (p. 98). La victoria de los
rojos se explica por el apoyo de clase del que gozaban, pero hay que
subrayar también que “es el campo capaz de producir un Estado el que podía
tomar a su cargo la reunificación del país y la puesta en pie de un sistema
sociopolítico” (p. 104). Para hacerlo, era preciso intentar reutilizar en
gran medida las antiguas élites. Las fuerzas revolucionarias de 1917 salen
transformadas de esta prueba: “El partido se ha militarizado y se ha vuelto
altamente centralizado (...). Sus cuadros han sido desplazados según las
necesidades” (p. 118). Las nuevas afiliaciones no descubren el bolchevismo
mas que bajo esta forma militarizada y “muchos miembros de la vieja guardia
estaban desesperados, superados y rodeados por todas partes por una masa de
gente con la que no compartían ni la cultura ni la mentalidad” (p. 120). Más
en general, la secuencia se puede resumir mediante la fórmula
“arcaización+estatalización”. Así, “se pone en pie lo que va a convertirse
en una tradición” (p. 130).



El estudio de las relaciones entre “ego y política” es la ocasión de mostrar
el “antibolchevismo creciente de Stalin” (p. 137), construido en la
oposición a Trotsky desde la guerra civil y proseguido bajo la máscara del
culto a Lenin. El eslogan “los cuadros deciden sobre todo” 5/ muestra
finalmente la desaparición de la política en beneficio del ejercicio del
poder. Es el equivalente soviético de “el Estado soy yo” de Luis XIV. La
“paranoia sistémica” (p.141) de los años 1930 es la respuesta a los cambios
radicales provocados por el poder; cambios provocados pero no controlados
por él dado que las instituciones han sido “castradas”. Se asiste
particularmente a la “liquidación del partido como organización política
independiente” (p. 145).



En “Los obreros a la búsqueda de una clase”, Lewin hace una brillante
síntesis sobre el proletariado ruso, sobre su papel central y la evolución
de su conciencia, no solo antes sino también después de 1917, cuando se
desarrolla ya sin capitalistas. La atención prestada a las formas de
dirigirse entre la gente (señor, camarada, Vd, tú...) permite una
descripción fina de las relaciones sociales y de su estratificación cada vez
más desarrollada tras la guerra.



En un “Informe de autopsia”, Moshe Lewin explica la desaparición de la URSS
por una centralización extrema que despreciaba los pequeños problemas
locales a la vez que cada vez daba menos pruebas de su capacidad de decidir
contra su propia pesadez burocrática. Al mismo tiempo, se afirmaba “la
preponderancia de lo administrativo sobre lo político en el partido y el
sistema”, saldándose con “la desaparición de la política en el partido
paralelamente a la desaparición de toda política de planificación en el
plan” (p. 191). Esta cuestión del lugar del mercado y de la administración
en la economía está discutida en particular a partir de un folleto de
Trotsky sobre la NEP. Ni capitalista ni socialista, la economía soviética
solo era estatalista.



Una exposición de 1992 sobre el nacionalismo recuerda la fuerza del
chauvinismo gran-ruso en el seno del aparato de Estado soviético desde los
años 1920 y detalla la existencia de una corriente nacionalista en la
cúspide del partido tras Jruschov. Se ve que el marxismo-leninismo
oficialmente proclamado no impedía la expresión de ideas profundamente
reaccionarias y particularmente antisemitas. Esta corriente estaba en
puestos de mando en el momento del estallido de la URSS, y prefería una
Rusia finalmente soberana a un Estado multiétnico que ya no estaría dirigido
por un puño de hierro. Escritas en una época en que Rusia parecía no poder
sobrevivir a la desaparición de la URSS, estas líneas toman una resonancia
particular cuando se leen hoy.



Lewin afirma en un último texto de 1994 que “designar Rusia como amenaza
principal en el marco de una nueva política internacional de Europa iría
(...) en una dirección opuesta a las lecciones que se imponen”. Siempre
premonitorio, recuerda también que “los “hombres fuertes”, en nuestros días,
son el signo de Estados débiles” y pone en guardia contra el “mercado-rey”.



Al cerrar este libro tan conceptual, el lector tiene la sensación de que su
esfuerzo ha sido ampliamente recompensado. Moshe Lewin tiene quizás más
simpatía por Bujarin, incluso por Gorbachov, que por Trotsky, pero su uso
del marxismo fuerza el respeto por su capacidad de ligar fenómenos
heterogéneos en sus dinámicas sociales. Si la voz de Lewin falta en la
historiografía, las calidades de su análisis marxista faltan
desgraciadamente más en general.



* Esta “Nota de lectura” fue publicada en los “Cahiers du mouvement
ouvrier”, nº 78, segundo trimestre de 2018. Centième anniversaire des
révolutions russes». Sixième numéro spécial. «L’explosion de la guerre
civile». La reproducción de este artículo [en A l´Encontre] fue concedida
por Jean-Jacques Marie, director de la publicación. Para abonarse a los
“Cahiers du mouvement ouvrier”, (40 euros en Europa y 35 euros en Francia)
dirigirse a jjmarie en club-internet.fr. <mailto:jjmarie en club-internet.fr>



Notas



1/  Ver el artículo de Denis Paillard “¿Fue un sistema socialista? ¡En
absoluto! en https://vientosur.info/spip.php?article13135



2/  El Siglo soviético. Edición en castellano Crítica, 2006. Reedición en
2017 con el título: El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión
Soviética?



3/  Lewin Moshe, Les sentiers du passé. Moshe Lewin dans l’histoire. Textos
presentados y anotados por Denis Paillard, Paris et Lausanne: Éditions
Syllepses et Page 2, 2015, 193 páginas, 15 euros.



Lewin Moshe, Russie/URSS/Russie (1917-1991). Textos presentados y anotados
por Denis Paillard, Paris, Lausanne et Saint-Joseph-du-Lac (Québec):
Éditions Syllepse, Page 2 et M éditeur, 2017, 264 páginas, 20 euros.



4/ “Agrarian nexus” habría sido quizás mejor traducido por “nudo agrario”
para explicar el papel de articulación de la evolución social tenido por la
cuestión campesina.



5/  Aquí también, la traducción elegida, “los cuadros deciden sobre todo” no
parece muy feliz.

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