Río de Janeiro/ Palomas en el basural. Evangélicos, obras faraónicas y favelas [Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Dic 23 14:08:01 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

23 de diciembre 2018

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Río de Janeiro

 

Evangélicos, obras faraónicas y favelas

 

Palomas en el basural 

 

Cuando los más pobres emigran de la izquierda y la teología de la liberación
hacia la derecha y los cultos evangélicos, el progresismo culpa a los medios
masivos. No pueden comprender que siguen una lógica diferente, que no son
llevados de las narices, como insinúan no pocos intelectuales. La vida
cotidiana en la favela enseña pragmatismo, para adaptarse a los cambios y a
los caprichos de los poderes, en el mismo sentido que los académicos se
adaptan a las modas del pensamiento. Pero los de abajo, por la simple e
imperiosa necesidad.

 

Raúl Zibechi, desde Río de Janeiro

Brecha, 23-12-2018 

https://brecha.com.uy/

 

Viernes de noche en el morro de Timbau, en la megafavela Maré, a unos
doscientos metros de la populosa avenida Brasil, siempre atestada de
autobuses y coches. Un pequeño grupo de seis personas conversa frente a un
minúsculo local que ofrece cervezas artesanales. Por la estrecha calle que
forma parte del laberinto urbano se afanan motos, coches y transeúntes que
suben y bajan casi rozando las sillas y las aceras. La música de los locales
que se amontonan en la callejuela es tan potente que hablamos gritando.

 

“La música fuerte incomoda a las clases medias cuando vienen a la favela”,
comenta Timo, con una sonrisa socarrona y una mirada que pretende incluirnos
en la provocación. Pero la distinción de clases es más compleja, ya que en
los últimos años todos sus amigos favelados están cursando en las
universidades federales o del estado. Entre los conductores de coches y de
motos despuntan armas, algunas largas, que son portadas con indiferencia,
como si el conductor llevara una prenda más. Nadie se inmuta, ni siquiera
cuando un chico hace corcovear la moto en una finta imposible por el escaso
espacio.

 

El ambiente es de fiesta, como todos los días en Timbau. Nadie podría decir
que existe la menor preocupación por el ascenso de Jair Bolsonaro. Sólo los
que compartimos la mesa hablamos de política, los demás se mueven al ritmo
lento y cansino de la favela.

 

Subiendo la cuesta aparece un grupo de personas, varones y mujeres, mestizos
y negros en torno a los 30 años, bien vestidos pero no elegantes, que
reparten volantes en todos los comercios. Con amabilidad explican que nos
están invitando a un “congreso de jóvenes” en el enorme espacio de la
Asamblea de Dios, tres cuadras más abajo. El volante es pequeño, pero está
muy bien impreso, a todo color, con fotos de las ceremonias religiosas y
poco texto.

 

“Un gran coro de 200 jóvenes y una bella orquesta estarán adorando a Dios
con lindos himnos”, puede leerse en el reverso. “Usted es nuestro invitado y
será un enorme placer recibir su visita.” Luego viene la dirección y los
horarios de las misas diarias, que invariablemente son a las 7 de la tarde,
cuando la gente retorna de sus trabajos.

 

Imposible no quedarse pensando en el silencio y el respeto que infunden. Las
iglesias evangélicas y pentecostales están muy arraigadas en la favela, al
punto que en el camino hacia la casa de Timo, apenas cien metros cuesta
arriba, reparamos en que en el trayecto hay tres iglesias pequeñas, tamaño
garaje, donde media docena de vecinos escuchan música y conversan.
Contrastan con las grandes iglesias, enormes galpones capaces de cobijar a
miles de fieles.

 

En algún momento alguien acerca otro volante, del doble de tamaño que el de
los evangélicos. Una sopa de letras en blanco y negro, con un discurso
ideologizado. “Democracia=participación del pueblo.” “Bolsonaro=defiende la
dictadura=pueblo no participa=trabajador sin derechos”, reza debajo de un
encabezado donde se lee: “La Maré de Trabajadores, que vota en la
democracia”. No lo firma ningún partido, pero es evidente que se trata de
propaganda del PT.

 

El complejo de favelas bautizado Maré (por “marea”, ya que está en una zona
inundable de la bahía de Guanabara) está formado por 15 barrios o favelas en
la zona norte de Rio de Janeiro y cuenta con 150 mil habitantes. Timbau fue
el primer barrio en ser poblado, hacia 1940, porque estaba en una zona no
inundable y tiene cierta altura desde la que se divisan las demás favelas.

 

Complejo del  Alemão 

 

El niño de unos 7 años huye corriendo bajo la sombra del edificio abandonado
que se yergue imponente como un monumento a la nada. Se escuchan cohetes, o
disparos, a poca distancia, y el chico llora desconsolado. Algunos vecinos
le dicen que se vaya a su casa, pero sus amigos siguen jugando
imperturbables.

 

Desde el Morro da Baiana hay una vista estupenda de todo el Complexo do
Alemão, pero también de las favelas vecinas, como Maré, más poblada y
extensa. Baiana es uno de los 16 barrios de este complejo de favelas
surcadas por cinco morros unidos por un teleférico que ya no funciona. Con
100 mil habitantes, es el segundo conjunto en importancia de favelas de la
región norte de la ciudad. Según datos oficiales del Instituto Brasileño de
Geografía y Estadística, el Alemão es la región más pobre de Rio. Y la más
violenta.

 

Nos acompaña Leo, un joven de tez oscura que integra el colectivo Ocupa
Alemão, en sintonía con el Occupy Wall Street pero en clave pobre y afro.
Explica que la zona es muy tranquila y que sólo se alborota cuando hay
guerra entre las bandas de narcotraficantes que se disputan el territorio.
Caminando entre cacas de perros y basurales donde picotean las palomas, y en
un ambiente de abandono y tristeza gris, comenta la historia del teleférico,
que parece un relato extraído del realismo mágico.

 

El teleférico fue uno de los proyectos estrella de los gobiernos del PT y
forma parte del Programa de Aceleración del Crecimiento (Pac) del estado de
Rio de Janeiro impulsado por Dilma Rousseff, lo que le valió el apodo de
“madre del Pac”. Para construir cada una de las seis estaciones, un edificio
de una manzana en lo alto de los morros, hubo que demoler decenas de
viviendas en cada lugar, dejando a varios cientos de familias desplazadas.

 

El teleférico fue inaugurado en julio de 2011. Los Juegos Olímpicos
finalizaron en agosto de 2016, y en octubre el teleférico dejó de funcionar.
Las instalaciones se están deteriorando y el material de transporte se
convierte rápidamente en chatarra: más de 200 millones de reales (unos 80
millones de dólares) tirados a la basura. Cuando Dilma Rousseff lo inauguró
en 2011, junto al gobernador Sergio Cabral, del Mdb, hoy preso en el marco
de la operación Lava Jato, dijo que el sistema transportaría a 30 mil
personas por día. Nunca superó las 10 mil, apenas el 10 por ciento de la
población del Alemão.

 

Fue tan mal planificado que no puede funcionar sin subvenciones. Cada viaje
tiene un costo de 6,7 reales (más de dos dólares), el doble que el metro y
los autobuses que recorren trayectos mucho más largos que los tres
quilómetros del teleférico. Leo se pregunta si no hubiera sido mejor
invertir en saneamiento o en obras de urbanización, señalando las montañas
de basura donde se alimentan bandadas de palomas.

 

“Aquí estaba previsto invertir en vivienda, en saneamiento integrado con
redes de abastecimiento de agua potable, espacios deportivos, escuelas y
guarderías que nunca se hicieron”, dice a Brecha el militante de Ocupa
Alemão. Lo que sigue funcionando al lado de la estación Baiana es una Unidad
de Policía Pacificadora (Upp), el fracasado proyecto de llevar a los
uniformados para dar “seguridad” a los favelados.

 

Incluso los edificios del teleférico abandonados fueron ocupados por la
Policía Militar, para “evitar que los ocupen otros”, dice Leo, en referencia
a los miles de vecinos que sobreviven en viviendas muy precarias.

 

El otro teleférico, el de Morro de Providencia, la primera favela de la
ciudad maravillosa formada por ex combatientes de la guerra de Canudos (a
fines del siglo XIX), cerró el mismo año, apenas dos meses después que el
del Alemão. Lo construyeron para los turistas, para unir el Puerto Maravilla
y el Sambódromo con la Estación Central. Dejaron en pie una de las columnas
de soporte, que invadió completamente el único espacio público con que
contaba el morro.

 

Las obras como los teleféricos generan desplazados urbanos, al igual que
todas las emprendidas para la infraestructura del Mundial de 2014 y las
Olimpíadas de 2016, o las faraónicas, como las represas hidroeléctricas
concebidas para alimentar el desarrollo. Un estudio del Instituto Igarapé
sobre los desplazados a la fuerza entre 2000 y 2017 llega a la alucinante
conclusión de que en el Brasil progresista hubo casi 9 millones de pobres
que debieron cambiar obligadamente sus sitios de residencia.

 

El estudio, titulado “Migrantes invisibles. La crisis del desplazamiento
forzado en Brasil”, reveló la existencia de por lo menos 8,8 millones de
personas que fueron obligadas a cambiar de lugar donde vivir. La enorme
mayoría de ellas, cerca de 6,4 millones, debieron dejar sus hogares por
desastres naturales provocados por otros seres humanos, incendios o ruptura
de represas. Los proyectos de desarrollo, como las carreteras y represas,
desplazaron a más de 1,2 millones, y la violencia rural en el marco de la
expansión del agronegocio desplazó a 1,1 millones.(1) Nadie menciona estas
cifras cuando se evalúan los impactos del progresismo. Brasil está a la
cabeza en América Latina en cuanto a la cantidad de sus desplazados
internos, y supera incluso a Colombia, que sufrió una guerra de seis
décadas.

 

Acelerar la corrupción 

 

En realidad, no debe sorprender la construcción de teleféricos inútiles, ya
que buena parte de las obras del Pac fueron desastrosas y los empresarios y
políticos involucrados en ellas están envueltos en tramas de corrupción.

 

El informe Modernización fracasada, publicado como libro, señala que las
diez mayores obras de ese programa desarrollista adoptado en 2007 fueron un
rotundo fracaso. Apenas una está en funcionamiento, dos fueron abandonadas o
interrumpidas y las demás funcionan con restricciones o de forma
irregular.(2)

 

Por ejemplo, la construcción del Complejo Petroquímico de Rio de Janeiro
(Comperj), una obra de importancia estratégica para ampliar la capacidad de
refinación y procesar lo obtenido en los ricos yacimientos de petróleo y gas
de las cuencas de Santos y Campos, fue interrumpida pese a que ya se llevaba
invertida la astronómica cifra de 13.000 millones de dólares. Otras obras
grandiosas, e innecesarias, como la usina hidroeléctrica Belo Monte, nunca
producirán lo estimado, pese al brutal daño ambiental y social que han
provocado.

 

Habría que escuchar a los “refugiados de Belo Monte” –como los denomina la
periodista Eliane Brum–, las personas desalojadas de sus casas e instaladas
en la periferia de la ciudad de Altamira, en condiciones de precariedad, que
le valieron a la usina el nombre de “Belo Monstruo” (El País, edición
brasileña, 16-V-18). La cuarta hidroeléctrica del mundo sólo benefició el
ego de los gobernantes y los bolsillos de las grandes constructoras
(Camargo, Correa, Odebrecht, Andrade Gutiérrez, entre las más conocidas).

 

“Lo que el gobierno no dice es que en la temporada de seca del río Xingú, la
producción de energía baja drásticamente”, señala Brum. En esos momentos
producirá menos de la mitad de su capacidad, “lo que la coloca como una de
las hidroeléctricas menos productivas en relación con la capacidad
instalada”.

 

Favela-crimen 

 

Un informe de Folha de São Paulo revela que el mismo crimen cometido por un
habitante de una favela supone una condena mucho más dura que si fue hecho
por alguien que vive en un barrio de clase media. El diario hizo una
investigación basada en datos del Banco Nacional de Órdenes de Prisión,
creado por el Consejo Nacional de Justicia. En Rio de Janeiro, en el 41 por
ciento de las 82 mil órdenes de prisión por tráfico de drogas “el reo fue
acusado o fue condenado además por asociación al tráfico”, mientras la media
nacional es de 12 por ciento, y en San Pablo de 10 (Folha de São Paulo,
27-IV-18).

 

De ese modo, cuatro de cada diez personas encontradas con drogas sufrieron
una pena mayor por el “delito” de vivir en favelas. El coordinador de la
defensa criminal de Rio, Emanuel Queiroz, dijo al diario paulista que “el
Ministerio Público pregunta a la policía: ‘¿Esa área está dominada por el
narco?’. ‘Sí.’ Con eso ya basta para darle tres años más de pena, por
considerarlo asociado al tráfico. Es rutina”.

 

Según Queiroz, la doble acusación es una estrategia de la Policía Civil y
del Ministerio Público para “inviabilizar pedidos de libertad provisional,
ya que las penas mayores a ocho años se cumplen en un régimen cerrado”.

 

Un estudio de la Defensoría Pública de Rio analizó 3.475 procesamientos por
tráfico de drogas entre 2014 y 2015 y concluyó que en el 75 por ciento de
ellos se aplicó una doble pena, por el lugar donde fue aprehendida la
persona. Lo más grave es que para la justicia alcanza con la declaración de
un policía para decretar la pena. En varios casos analizados por Folha, los
policías escuchados en el proceso dieron “declaraciones idénticas, usando
las mismas palabras”. Para algunos abogados defensores, la ley de drogas
aprobada en 2006 “creó un salvoconducto para la arbitrariedad en la
periferia, empezando por la distinción entre usuarios y traficantes”. Los
primeros son de clase media, los segundos son pobres.

 

Y volviendo a los evangélicos: “Lo que molesta de los gays y lesbianas es la
ostentación pública de identidad. No su condición, porque en la favela
siempre hubo mucha tolerancia”, explica Leo, intentando descifrar las
razones por las cuales sus vecinos se volcaron hacia los pentecostales y
evangélicos.

 

No es tan difícil de entender. Con Folha Universal en la mano, el semanario
a todo color de la Iglesia Universal, del que se reparten casi 2 millones de
ejemplares, las cosas terminan cerrando. En la portada, niños y niñas
sonriendo. En las páginas interiores se suceden los temas: familia,
alimentación sana, retraso escolar, deporte infantil, una sección dedicada
al mioma uterino y otra a combatir los celos como señal de debilidad.

 

Más allá de los discursos, ¿quién se ocupa de los más pobres? Los
empresarios y los gobiernos hicieron sus negocios, como lo demuestra el
desastre del teleférico, dando prioridad al turismo por encima de
necesidades tan urgentes como la salud y el saneamiento, que en ninguna
favela están satisfechas. Los evangélicos están cerca de la gente. Son parte
de la favela. No pude ver ningún local de partidos de izquierda en las
favelas que visité, en varias ocasiones, en los últimos años. Las iglesias
pentecostales siguen creciendo y lo seguirán haciendo hasta que las
izquierdas dejen los discursos y vuelvan a pisar el barro.

 

Notas 

 

1) Los datos pueden encontrarse en “Migrantes invisibles”, del Instituto
Igarapé, marzo de 2018.

2) Jacob Binsztok y Jorge Luiz Barbosa, Modernização fracasada,
Consequência. Rio de Janeiro, 2018.

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