Memoria/1968/ América Latina: a 50 años del mayo francés [Elizabeth Jelin]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 2 18:27:47 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

2 de junio 2018

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redacción y suscripciones

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Memoria/1968

 

América Latina: a 50 años del mayo francés

 

La revuelta estudiantil europea tuvo su contrapartida en América Latina. La
huelga universitaria mexicana que terminó en la masacre de Tlatelolco, el
movimiento estudiantil brasileño que dio lugar a la “passeata dos 100.000”
en Río de Janeiro y la rebelión popular, obrero/estudiantil que derivó en el
Cordobazo en Argentina fueron manifestaciones de una parte muy significativa
de la juventud de la época. Elizabeth Jelin hace memoria a 50 años de los
acontecimientos.

 

Elizabeth Jelin *

 

Revista Anfibia, mayo de 2018

http://www.revistaanfibia.com/

 

Estamos continuando, por otros medios, la lucha de Zapata y Guevara, de
Camilo Torres y Franz Fanon. Luchamos contra el mismo mundo de la opresión
centralizada…

 

Cincuenta años de insurrecciones en la periferia habían hecho imprevisible
una revolución en el centro…

 

La revolución que ayer parecía privilegio del Tercer Mundo, ha hecho su
aparición en el Mundo Industrial neocapitalista o neosocialista…

 

… desde un principio comprendimos que esta no era una revolución privativa
de Francia, sino un movimiento nuestro, sin nacionalidad y sin fronteras
(Fuentes 1968: 8-15)

 

Estas son algunas frases escritas en 1968 por Carlos Fuentes, lúcido
escritor mexicano, en su crónica y reflexión sobre el la revolución de Mayo
en París (2). ¿A qué remiten estas reflexiones? Hoy en día se habla mucho de
los procesos de globalización en el mundo contemporáneo, olvidando quizás
las interconexiones globales de hace cincuenta años. Fuentes las veía en
aquel momento. El fenómeno “68” no era exclusivamente francés o europeo,
sino que se enraizaba en una historia y una memoria más amplias, que
abarcaban procesos coloniales y luchas emancipatorias del Tercer Mundo,
solidaridades transnacionales y visiones de un mundo en el que los de la
periferia, del afuera -los “otros”-, podían estar indicando el camino a los
del centro.

 

¿Cómo pensar el 68 en América Latina? ¿Cómo mirar lo que pasó, y también –en
línea con la propuesta de este volumen—las maneras en que el 68 siguió
presente en lo que sucedió en los siguientes cincuenta años? Propongo
hacerlo a partir de tres situaciones concretas, tres localizaciones -la
huelga universitaria mexicana que terminó en la masacre de Tlatelolco, el
movimiento estudiantil brasileño que dio lugar a la “passeata dos 100.000”
en Río de Janeiro y la rebelión popular, obrero/estudiantil que derivó en el
Cordobazo en Argentina en el año siguiente. Las tres fueron manifestaciones
de una parte muy significativa de la juventud de la época. Jóvenes, hombre y
mujeres, que tenían la ilusión de cambiar el mundo cuya lucha fue ahogada
por violentas represiones. En cada caso, las preguntas sobre lo que quedó se
refieren a las memorias de la movilización juvenil, con las ideas, consignas
y demandas que guiaron las protestas y la acción colectiva, las memorias de
la represión y la violencia estatal, y los efectos y memorias de las
prácticas contestatarias cotidianas –aquellas que contenían los gérmenes de
cambios en las relaciones sociales, incluyendo las de género, que llevaban
adelante, aunque a veces no de manera explícita y voluntaria, lxs jóvenes
activistas de la época.

 

Para los intelectuales de América Latina, la importancia del mayo francés no
puede ser exagerada. París continuaba siendo la CIUDAD LUZ y había que mirar
el mundo con ojos franceses. Sin embargo, no se trataba sólo de importar las
creaciones del centro. En la mirada, en los deseos y demandas también estaba
la historia de la región: ese año se cumplían cincuenta años de la Reforma
Universitaria, movimiento estudiantil que, a partir de 1918, reclamó la
democratización y la autonomía universitaria en diversos lugares de América
Latina. El movimiento se inició en Córdoba (Argentina), se expandió con
rapidez a prácticamente todo el mundo latinoamericano y fue parte de los
movimientos democráticos y revolucionarios de la región. Para esta parte del
Sur, además de conmemorar los cincuenta años del 68, en 2018 se conmemoran
100 años de la Reforma Universitaria. En Argentina, el gobierno nacional
declaró oficialmente al año 2018 “AÑO DEL CENTENARIO DE LA REFORMA
UNIVERSITARIA”.

 

Cuando se traen al ámbito global acontecimientos y procesos particulares
localizados, es común hacer la pregunta sobre el significado o lugar del
análisis de “casos” para enfoques más generales, abstractos o abarcativos.
Tres países latinoamericanos, considerados en la época como “en desarrollo”.
Países grandes e importantes en términos de territorio y población, que se
independizaron del colonialismo europeo en las primeras décadas del siglo
XIX, aunque continuaron siendo países dependientes, como parte del sistema
capitalista mundial con centro en el Norte. Sus ciudades modernas y
tempranamente cosmopolitas, con elites intelectuales de vanguardia, fueron y
son parte del mundo “global”. Países con desigualdades estructurales muy
marcadas, aun cuando movimientos sociales con alta participación popular han
estado presentes en su historia desde temprano.

 

Los acontecimientos y experiencias del 68 fueron significativos para cada
país y localidad, pero no pueden ser considerados meros reflejos o sujetos a
las influencias de los movimientos de los países centrales descriptos en los
distintos capítulos de este libro. Los tres acontecimientos y sus memorias
podrían ser ubicados en una serie, junto a los acontecimientos análogos en
otras partes del mundo, para incluirlos en estudios comparativos con el fin
de detectar regularidades y singularidades. Sin embargo, no es ese el modelo
de trabajo en este artículo: lo que se quiere mostrar es el funcionamiento
histórico de redes de relaciones, tránsitos de ideas y personas, flujos y
trayectorias que cruzan geografías, en una cartografía que pone el foco y
resalta lo local, y al mismo tiempo muestra sus raíces e interconexiones con
otros lugares, otras ideas, otros sujetos. Descentrar el centro –al no tomar
a Europa como centro que irradia sino proponer un modelo de redes y
múltiples focos y centros—permite descartar visiones europeocéntricas y, en
ese movimiento, enriquecer los análisis globales.

 

Tlatelolco

 

En México, 1968 estuvo marcado por un masivo movimiento de protesta
estudiantil. El eje principal no pasaba solamente por la situación del
ámbito educativo; incorporaba reclamos por el autoritarismo estatal y
expresaba demandas de democratización del país. Los estudiantes declararon
huelgas, hubo tomas de edificios de escuelas y de la universidad nacional,
así como movilizaciones callejeras con creciente número de participantes
–estudiantes y profesorxs, jóvenes trabajadorxs, clases medias progresistas.
La represión de las fuerzas estatales no se hizo esperar, y la efervescencia
del movimiento se incrementó al ritmo de la represión. De hecho, fue la
primera vez, desde la revolución mexicana de 1917, en que una manifestación
de oposición al gobierno logró llegar hasta el Zócalo (plaza central de la
ciudad de México, símbolo del poder desde tiempos pre-colombinos). En esta
ocasión, como en muchas otras, el Zócalo fue desalojado con violencia
policial. Frente a la represión institucional, la respuesta fue una
emblemática y masiva marcha de silencio, el 13 de septiembre de ese año. El
silencio tenía un significado muy especial en ese momento. Expresaba otros
sentidos frente a la violencia: “El silencio es más elocuente que las
palabras que acallaron las bayonetas” se leía en un volante que repartía el
Consejo Nacional de Huelga. En su crónica sobre esta marcha, Carlos
Monsivais reflexiona,

 

… el silencio es una estructura, el silencio articula el lenguaje de los
manifestantes, de los preparatorianos arrancados del sueño de vivir en un
país que se inicia en una rockola y termina en una discotheque, de los
estudiantes del Politécnico conscientes ya de la falacia que les hacía ver
la lucha de clases como la suma de fiestas fabulosas donde era inconcebible
su presencia, el silencio organiza a quienes aceptan un ideal… (Monsivais
1970)

 

Las protestas estudiantiles continuaron, y el 2 de octubre, en medio de una
concentración en la Plaza de las Tres Culturas (en Tlatelolco, Ciudad de
México) que prometía ser una más entre las múltiples manifestaciones
estudiantiles de esos meses, se desató una represión y violencia inusitadas
por parte de las fuerzas policiales y militares.

 

Tlatelolco es un sitio emblemático para las memorias en México, un
palimpsesto geográfico e histórico, “no como descripción fiel de un hecho
histórico o una verdad cultural … sino, en primer lugar, como construcción
imaginaria (discursiva, literaria política o urbana) que sirve para crear
lazos entre pasado y presente, donde se están revisando, revelando y
conectando entre sí –o incluso borrando—las huellas y marcas del pasado
desde los intereses del presente” (Huffschmid 2010: 358).

 

Hay en el sitio ruinas arqueológicas del pasado precolonial, marcado con una
placa en la que se lee:

 

El 13 de agosto de 1521 heroicamente defendido por Cuauhtemoc cayó
Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota 

 

Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo Que es el México de hoy.

 

En la misma plaza está la iglesia de Santiago Apóstol, que data del siglo
XVI y remite a un pasado de dominación y “esplendor” (iglesia que sufrió
daños importantes en el terremoto de septiembre de 2017), y rodea la plaza
un moderno complejo habitacional y de edificios públicos construido un par
de años antes, a comienzos de la década de los sesenta, para ser el símbolo
y la marca de un México moderno, pujante, orientado al futuro.

 

Ese era el sitio de la concentración estudiantil. Y ese fue el lugar de la
masacre, con un número nunca definido de muertos, cientos de heridos y más
de mil detenidos. Plaza que fue barrida y limpiada al día siguiente, para
preparar a la ciudad para la inauguración de los Juegos Olímpicos unos pocos
días después, bajo el ahora irónico nombre “Olimpíada de la Paz”.

 

Después de la masacre y las detenciones masivas, el movimiento estudiantil
se fue apagando. Finalmente, la huelga fue levantada un par de meses
después, en diciembre, con el retorno a clases y el silencio. Un silencio
que duró décadas…

 

¿Qué pasó después? Con represión y censura, lo ocurrido en Tlatelolco demoró
en salir a la luz. A casi cincuenta años del acontecimiento, siguen sin
develarse varias incógnitas. En lo inmediato, hubo censura y silencio
oficiales, marcados por la urgencia de mostrar un México moderno en las
Olimpíadas. Hubo también escritos urgentes y gestos políticos de protesta.
El libro de Elena Poniatowska, con la crudeza de los testimonios
(Poniatowska 1971), la renuncia de Octavio Paz (Premio Nobel de literatura
en 1990) como embajador mexicano en la India y sus escritos sobre la época
plasmados en su libro Posdata, el poema de Rosario Castellanos, las crónicas
de lo acontecido escritas por Carlos Monsivais (para la conmemoración del
primer mes de la masacre, que coincidía con el tradicional Día de Muertos)
(Monsivais 1970).

 

Testimonios y textos de análisis jurídico se sucedieron a lo largo de los
años (Aguayo 1998, por ejemplo). También demandas hacia el Estado para
esclarecer lo sucedido, que se prolongaron y reiteraron en el tiempo. Desde
1978, cuando se cumplieron diez años de la masacre, hay marchas cada 2 de
octubre, siempre protagonizadas por estudiantes universitarios y
secundarios. En las marchas conmemorativas prima entre lxs jóvenes un
sentido de continuidad y de pertenencia generacional, con los símbolos,
camisetas y cánticos con los que se identifican entre ellxs y con lxs
protagonistas del 68. La cuestión, sin embargo, siguió siendo materia
silenciada y prohibida por el Estado, al menos hasta el 20º. aniversario, en
1988. A partir de allí, comenzaron a desarrollarse demandas de
esclarecimiento y justicia (3). 

 

En 1993, al cumplirse 25 años de la masacre, se inauguró un monumento
promovido por sobrevivientes y militantes. En la parte superior hay un
bajorrelieve con las fechas de la masacre y de la inauguración del monumento
(“1968-1993“), una imagen que muestra un grupo de palomas y debajo de ésta
la inscripción “…ADELANTE!!“. Debajo del bajorrelieve aparece la siguiente
inscripción:

 

A los compañeros caídos el 2 de octubre de 1968 en esta plaza

 

Se nombran a las víctimas identificadas, y se agrega

 

Y muchos otros compañeros cuyos nombres y edades aún no conocemos.

 

Al final, un fragmento del poema Memorial de Tlatelolco, de Rosario
Castellanos:

 

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente nadie. La plaza amaneció barrida;

 

Los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo y en la
televisión, en la radio, en el cine no hubo ningún cambio en el programa. 

 

Ningún  anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete (pues
prosiguió el banquete)

 

Ese mismo año, así como cinco años después, en 1998, a los 30 años de la
masacre, se constituyeron comisiones gubernamentales especiales que debían
esclarecer lo ocurrido. Ambas fracasaron en sus intentos de develar la
verdad de la represión. Al mismo tiempo, comenzaba a conformarse socialmente
un segundo sentido en las memorias del 68: la lucha por la democracia, que
acompañaba los cambios políticos en el país. Como señala Allier Montaño en
su análisis de la historia de las memorias del 68 en México (Allier Montaño
2009), el eje en la represión que había dominado en el período anterior no
desaparece, sino que complementa el énfasis en recordar el 68 como lucha por
la democracia, lo que denomina “la memoria del elogio”. El silencio público
estaba quebrado. Un tiempo después, el Estado transfirió a la UNAM
(Universidad Nacional Autónoma de México) el edificio en el que funcionaba
el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Universidad propuso diseñar un
memorial que aludiera a al movimiento estudiantil y su trágico desenlace.

 

El Memorial, inaugurado en 2007, recorre el contexto nacional e
internacional de la época (desde 1958, año de fuerte movilización sindical
en México, hasta 1973, fecha de la caída de Salvador Allende como presidente
socialista de Chile, pasando por la revolución cubana), para internarse
luego en la cronología del movimiento estudiantil durante la segunda mitad
de 1968, y termina con el levantamiento de la huelga en diciembre de ese
año, sin hacer ninguna conexión con los procesos judiciales, sociopolíticos
o culturales posteriores. Su guión está basado en historias de vida de
participantes (56 entrevistas filmadas), para permitir “a las nuevas
generaciones acceder a la experiencia de una generación anterior” (Vazquez
Mantecon 2012:132).

 

El relato del Memorial intenta fijar una memoria, hasta entonces móvil. Se
trata fundamentalmente de un elogio o celebración del movimiento estudiantil
y una denuncia de la represión (Vazquez Mantecon 2012:144). En su guión se
recogen dos temas centrales: la movilización popular reclamando
participación y democratización por un lado; el poder represivo del Estado y
la memoria de las víctimas por el otro. Queda mucho menos registrada la
transformación de los patrones de vida cotidiana que estaba ocurriendo, la
revuelta contracultural en ciernes, el nuevo protagonismo de las mujeres,
las transformaciones en la sexualidad y los patrones de relaciones de género
y de generación (Huffschmid, 2008). “Se hacía, pero no tenía nombre” es la
reflexión de una militante muchos años después (4).

 

En 2002, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales del Pasado inició
actuaciones para establecer las responsabilidades de autoridades por lo
acontecido. El resultado de su informe, presentado en 2006, fue determinar
que hubo un genocidio planeado y ejecutado, pero sin fijar responsables. En
2011 el Congreso declaró el 2 de octubre día de duelo nacional, inscribiendo
la fecha como memoria de los “mártires de la democracia” (5).

 

El relato que pone en énfasis en la masacre y la represión, que fuera la
memoria dominante y recurrente, se reactualizó con fuerza a partir del caso
de lxs estudiantes de Ayotzinapa. A fines de septiembre de 2014, un grupo de
estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Estado de Guerrero, se
organizó para viajar a la Ciudad de México para participar en la marcha de
conmemoración de la masacre de Tlaltelolco, el 2 de octubre. En un clima de
creciente violencia que comprometía a las fuerzas de seguridad pero también
a las autoridades estatales de la zona, hubo enfrentamientos con el
resultado de 43 jóvenes estudiantes desaparecidos, además de heridos y
detenidos. El caso tuvo una visibilidad nacional e internacional inmediatas.
No era posible ocultar la masacre ni limpiar la plaza como en el 68. Las
demandas de familiares y de la comunidad internacional fueron insistentes, y
el gobierno mexicano aceptó que un Grupo Interdisciplinario de Expertos
Independientes patrocinado por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos investigara el hecho. Su informe, sin embargo, no llega a develar el
destino de estas personas desaparecidas.

 

¿Por qué traer este caso reciente al análisis de las memorias del 68? Sergio
Aguayo, reconocido defensor de los derechos humanos en México y analista del
68, publicó en 2015 un libro, Del 68 a Ayotzinapa, en el que sostiene y da
evidencias de la continuidad entre una y otra matanza. Indica que si los
acontecimientos del 68 tuvieron como efecto el inicio de una transformación
en el régimen político mexicano, esto se pervirtió, y que “Ayotzinapa sacó a
la luz un Estado debilitado por la ineficacia, la corrupción y la
impunidad”. En este caso del presente, la violencia estatal, el silencio
oficial, así como el desinterés por las víctimas y sus familiares,
reproducen patrones que se habían mantenido a lo largo de los casi cincuenta
años desde el 68.

 

A Passeata dos 100.000

 

Brasil vivía bajo una dictadura militar desde 1964, un “orden autoritario
poco institucionalizado” (Tavares de Almeida y Weis 1998:327) que mantuvo
algunas instituciones y liturgias propias del sistema democrático, con
fronteras cambiantes y fluidas entre lo permitido y lo prohibido. En ese
ambiente, hacer oposición podía significar muchas cosas –desde estar en la
clandestinidad en grupos armados hasta acciones espontáneas o de solidaridad
con alguna persona perseguida, firmar declaraciones, ir a mítines públicos o
participar activamente en las múltiples actividades culturales de oposición.
El clima era de incertidumbre y miedo, ya que aunque había alguna libertad
para manifestar oposición, no estaban definidos los límites.

 

El contexto mundial contaba mucho en las ideas y proyectos de los actores:
la Revolución cubana de 1959 ocupaba un lugar en el imaginario de la
izquierda, la guerra de Vietnam y los acontecimientos del 68 en Francia y
Alemania, que eran seguidos y mirados con cuidado, reforzaban la convicción
de que se avecinaban grandes transformaciones.

 

El movimiento estudiantil fue directa y duramente golpeado en 1964. El
edificio central de la Unión Nacional de Estudiantes fue incendiado al día
siguiente del golpe militar, y esto fue una señal de la potencialidad de la
represión, al mismo tiempo que incitaba a acciones de protesta y a demandas
de su restitución. El movimiento estudiantil era la principal forma de
oposición al régimen militar y en los primeros meses de 1968 varias
protestas fueron reprimidas con violencia. Los estudiantes se manifestaban
en contra de la dictadura militar; también en contra de la política
educacional, que favorecía la privatización de la enseñanza superior y las
limitaciones de acceso. A fin de marzo de 1968, la represión tuvo su punto
culminante cuando la policía militar invadió un restaurante universitario
cuando se desarrollaba una protesta estudiantil por el aumento de precios.
En medio de la represión, la policía militar mató a un estudiante
secundario, Edson Luís de Lima Souto, con un tiro a quemarropa. Este hecho
conmovió al país y provocó manifestaciones en varias ciudades, que fueron
reprimidas con violencia. Unos días después, en la misa de la Candelaria (2
de abril), soldados a caballo arremetieron contra estudiantes, sacerdotes,
periodistas y público en general.

 

El movimiento estudiantil siguió organizando manifestaciones en diversas
ciudades. El nivel de organización y de movilización iba en aumento. También
aumentaba la represión, las detenciones y las muertes. Una de estas
manifestaciones, en el mes de junio, terminó con 28 muertos y miles de
detenciones. Por el impacto negativo de este episodio, los militares dieron
permiso para una manifestación de estudiantes, prevista para el 26 de junio.
Ese día había 50000 personas al iniciarse la marcha en el centro de Rio de
Janeiro, cifra que se duplicó en una hora. Además de estudiantes, había
artistas, políticos y otros segmentos de la sociedad civil brasileña,
convirtiéndose en una de las manifestaciones populares más significativas en
la historia de Brasil. La consigna, inscripta en la faja que lideraba la
marcha, era “Abaixo a Ditadura. O Povo no poder”. La marcha duró tres horas,
y terminó frente a la Asamblea Legislativa, sin enfrentamientos con la
policía.

 

La espiral de movilizaciones y de represión del régimen militar siguió el
resto del año, para culminar con dureza en el Acta Institucional 5, que
entró en vigor en diciembre de 1968. Esta decisión estatal otorgaba poderes
extraordinarios al Presidente de la República y suspendía garantías
constitucionales. Con ello se daba carta blanca para profundizar la censura,
legitimar la tortura y la violencia represiva. Este acta fue derogada diez
años después, en 1978. 

 

Con excepción de la Passeata, no hay en Brasil una fecha clave para la
rememoración de la movilización estudiantil del 68. Tampoco memoriales o
sitios emblemáticos, fuera de las fechas de conmemoración de la represión
del 68 por parte de los estudiantes y de las luchas por la recuperación del
predio de la Unión Nacional de Estudiantes (en portugués: União Nacional dos
Estudantes, UNE), convertido en un emblema para la rememoración de ese
período. La reconstrucción de la UNE y la recuperación de su sede se fueron
convirtiendo, a lo largo de la década siguiente, en el desafío que combinaba
la lucha anti-dictatorial con demandas específicas del ámbito educativo. Las
nuevas camadas de estudiantes querían formar una organización estudiantil,
pero también querían que retomara el nombre y la mística de la destruida
UNE. La recuperación del predio se convirtió en un espacio con significado
simbólico importante, que combinaba la memoria del pasado con las demandas y
procesos del presente (Langland 2013).

 

En 1980, mientras el viejo edificio todavía era utilizado por una escuela de
artes, y frente a la intención de la renovada UNE de recuperarlo en el
aniversario de su incendio (2 de abril), el predio fue ocupado por las
fuerzas estatales con la intención de destruirlo. A pesar de la protesta
estudiantil, e inclusive de una orden judicial de amparo, el edificio fue
destruido. No fue una derrota, sin embargo, ya que en el camino, la UNE
logró apoyos de muchos sectores sociales, “La memoria del pueblo no será
destruida” (Langland 2013:239). En verdad, si la intención de la destrucción
fue la de borrar la memoria de la organización, el resultado fue lo
contrario: el edificio inexistente continuó teniendo un rol central en la
reconstrucción de las memorias sociales compartidas.

 

Las demandas estudiantiles continuaron, y en 1994, el gobierno brasileño
restituyó a la UNE el derecho a ocupar el predio –en ese momento utilizado
como playa de estacionamiento. En 2010, cuarenta y siete años después del
incendio, el presidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” de Silva, junto a
militantes estudiantiles de ese momento y los de épocas anteriores, colocó
la piedra fundamental de su reconstrucción. Se cerraba en ese momento un
largo camino, y se reafirmaba una narrativa de memoria –la de las
manifestaciones callejeras masivas del 68 como protesta frente a la
dictadura, narrativa que estaba acompañada por silencios de otros actos de
resistencia y oposición, especialmente las iniciativas ligadas a la lucha
armada.

 

El Cordobazo

 

Córdoba era también la ciudad de la nueva industria, especialmente la
industria automotriz que se había instalado en Argentina a partir de la
posguerra. Un movimiento obrero numéricamente significativo con un
sindicalismo combativo por un lado, y un estudiantado universitario
movilizado que se sentía heredero de la gesta ya cincuentenaria, eran los
ingredientes que, al combinarse, darían lugar al levantamiento.

 

La historia de lo ocurrido ya ha sido estudiada y narrada por historiadorxs
(Brennan, 1996, Gordillo 1996, Gordillo y Brennan 2008, entre otrxs). El
gobierno dictatorial argentino, liderado por militares que habían tomado el
poder y habían derrocado a un presidente elegido democráticamente en 1966,
imponía medidas que limitaban los derechos obreros preexistentes. Frente a
un llamado a huelga general en el país con demandas sindicales (restablecer
la negociación colectiva y la actualización salarial, suspendidas en el
´67), el sindicalismo cordobés adelantó el llamado y convocó a una
movilización. A su vez, el sector estudiantil venía movilizándose para
reclamar frente a las intervenciones en las universidades y ya había sido
reprimido, inclusive con algunas muertes en otras ciudades como Corrientes y
Rosario. La lucha de los obreros cordobeses empalmó con un agudísimo
movimiento de lucha estudiantil en toda la Argentina. La convergencia de un
reclamo obrero-estudiantil era, entonces, un hecho.

 

A media mañana, miles de obreros comenzaron a abandonar sus tareas y se
dirigieron al centro de la ciudad. Las fábricas automotrices quedaban vacías
rápidamente, ya que sus trabajadores constituían el grueso de la
movilización obrera, junto a otros gremios que se iban sumando. Los
estudiantes también marchaban en forma organizada desde distintos puntos de
la ciudad, y las fuerzas policiales ya habían desplegado tropas, carros de
asaltos y camiones hidrantes, a la espera de la movilización. La marcha
representaba un rechazo al régimen y a la sensación de injusticia
generalizada que afectaba a diversos sectores sociales. Esto despertaba
adhesión porque había un fuerte repudio a las muertes estudiantiles de los
días anteriores y a la permanencia de la dictadura en el poder -que no
presentaba plazos de restitución democrática ni medios para canalizar las
protestas-. En medio de barricadas y automóviles incendiados, los obreros y
los estudiantes fueron ocupando el centro de la ciudad. Muchos vecinos
apoyaban a los manifestantes. Frente a este avance, algunas fuerzas
policiales se retiraron a sus cuarteles mientras los que quedaban en las
calles comenzaron a disparar sus armas. La protesta se generalizó en pocas
horas en una verdadera rebelión popular e insurrección urbana (Gordillo y
Brennan, 2008).

 

Entre barricadas y combates callejeros se inicia la represión. Máximo Mena,
obrero de Peugeot, es el primer asesinado. En el centro de la ciudad,
lugares emblemáticos del poder son atacados con furia por quienes
protagonizan la jornada de lucha. Durante cinco horas, obreros, estudiantes,
empleados y vecinos de la ciudad libraron intensos combates callejeros
contra la policía de la provincia. Las tropas consiguieron despejar el
centro y los manifestantes se replegaron al barrio Clínicas para resistir.
Por la noche, la agitación se trasladó a los barrios. La ciudad estaba
prácticamente tomada por la movilización popular, y allí el gobierno
intervino con el ejército. Se produjeron enfrentamientos y finalmente el
ejército redujo la resistencia. Al día siguiente, las tropas controlaban la
ciudad. Según cifras oficiales, hubo 400 personas heridas, 2.000 detenidas y
más de 30 asesinadas. 

 

A partir del Cordobazo se inauguró un ciclo de protestas en ascenso y
comenzó a resquebrajarse la imagen de unidad y orden que mostraba el régimen
dictatorial. También hubo crisis en diversos ámbitos, incluyendo las
conducciones sindicales. El régimen militar quedó muy golpeado por el
movimiento de masas. En el primer aniversario del Cordobazo, hizo su
aparición pública el movimiento guerrillero Montoneros, con el secuestro y
posterior ejecución del ex presidente de facto, General E. Aramburu. La
desestabilización del régimen y especialmente del presidente, Gral. Juan
Carlos Onganía –que no había querido poner tiempos o plazos para el gobierno
militar— llevó a que, en junio de 1970, la Junta de Comandantes en Jefe de
las tres fuerzas armadas (órgano supremo de la llamada “Revolución
Argentina”) destituyera al presidente y designara al general Roberto Marcelo
Levingston para ocupar ese cargo.

 

El Cordobazo fue un punto de inflexión en la historia política argentina de
las últimas décadas. Desde el propio acontecimiento, quedó inscripto como
emblema de las luchas populares con movilización en la historia argentina.
También como emblema de la unidad obrero- estudiantil, bandera de los
movimientos de izquierda desde entonces. A su vez, se inscribe en una
perspectiva histórica de más largo plazo, como señala Agustín Tosco,
sindicalista que lideró el movimiento, que lo muestra no como un episodio
más en la historia de las luchas sociales sino como parte de una memoria a
rescatar y enunciar. Tosco niega que hubiera sido un acto de espontaneísmo,
y refuta también la idea de que lo que sucedió en Córdoba fue un reflejo de
las luchas de París, de Berkeley, o de Alemania o Italia (Tosco, 1970).

 

En la ciudad de Córdoba se sucedieron diversas conmemoraciones y marcas
urbanas de ese pasado. Hay una suerte de continuidad entre las memorias y
las conmemoraciones de las movilizaciones y de la brutal represión en el
Cordobazo del 69 con lo que sucedió después, durante las movilizaciones de
los años setenta y la siguiente represión dictatorial y el Terrorismo de
Estado (1976-1983). Algunos de los protagonistas del 68 fueron también
figuras importantes después, y esto se refleja en las conmemoraciones. Así,
en 2005 se inauguraron placas recordatorias y se cambió el nombre a una
plaza en el barrio Santa Isabel, barrio obrero automotriz protagonista del
Cordobazo, que también sufrió fuerte represión en la dictadura. La placa y
la plaza recuerdan a René Salamanca, líder sindical de la época, con un alto
protagonismo en el Cordobazo, que luego fue desaparecido en 1976. La plaza
lleva el nombre de René Salamanca y obreros mártires de la represión, y,
como muestra Tedesco, tiene sentidos diferentes para los habitantes del
barrio, para los trabajadores de la planta automotriz, para los líderes
sindicales y para el movimiento de derechos humanos (Tedesco, 2012).

 

Desde la transición de 1983, en Argentina dominan la esfera pública las
conmemoraciones y rituales ligados a las memorias de la dictadura y la
represión de los años setenta. En ellos, el Cordobazo se inscribe como hito
narrativo inicial. Así, cada año, el Archivo Provincial de la Memoria de la
Provincia de Córdoba realiza intervenciones urbanas conmemorativas de la
movilización popular y de la represión del 69. Más allá de Córdoba, el
acontecimiento funciona también como hito inicial para marcar el período de
movilización popular y de represión, que se intensificó con la nueva
dictadura a partir de 1976. Al instalarse el Monumento a las Víctimas del
Terrorismo de Estado en Buenos Aires, después de mucho debate se llegó a la
decisión de tomar como fecha inicial del listado de nombres el año 1969, con
los nombres de las víctimas del Cordobazo.

 

También hay marcas y alusiones puntuales en distintos lugares, para
distintos grupos sociales –murales alusivos en organizaciones sindicales,
conmemoraciones ligadas a fechas específicas o a personas significativas,
que ponen el énfasis en el protagonismo de las movilizaciones antes que en
la represión (6). En la ciudad de Córdoba, la memoria del Cordobazo impregna
prácticamente todas las protestas y movimientos de trabajadores, cosa que no
sucede en otros lugares del país. Se podría decir que el Cordobazo ha
entrado en los relatos de la historia reciente como hito significativo, pero
no necesariamente provoca sentimientos de identificación y continuidad por
parte de las generaciones posteriores –para quienes el Terrorismo de Estado
de la dictadura del 76-83 son el anclaje dominante.

 

Algunos comentarios

 

¿Qué nos pueden decir estos casos? Fueron acontecimientos anclados en la
movilización de estudiantes universitarios (y sectores obreros,
especialmente en el Cordobazo), que combinaban en sus consignas demandas
específicas del mundo educacional con demandas de democratización en el
mundo político-institucional; también con un ánimo de transformación en los
ámbitos de la sociabilidad y las prácticas de la vida cotidiana.

 

En contraste con las movilizaciones en Europa Occidental, en el Tercer Mundo
los largos años sesenta fueron años de movimientos revolucionarios, de
descolonización (especialmente en África) y de guerras de liberación. La
Revolución Cubana era una realidad inimaginable una década antes. La gesta
del Che Guevara y su propuesta del “hombre nuevo”, que culminó con su
asesinato en Bolivia en 1967, indicaban la urgencia y el camino a seguir en
la lucha contra el imperialismo, una consigna permanente. Los ímpetus
revolucionarios se imbricaban también con demandas centradas en
transformaciones que llevaran a una mayor democratización política y la
ampliación de la participación. Recordemos que en Argentina, Brasil y México
imperaban regímenes políticos autoritarios o dictatoriales. De ahí el vaivén
entre las consignas revolucionarias y el énfasis explícito en la necesidad
de democratización, que se inscribía en las memorias y tradiciones de
movilizaciones populares a lo largo de la historia, en las cuales el
movimiento estudiantil había tenido una participación protagónica.

 

Este énfasis en demandas centradas en aspectos institucionales y normativos
opacaba procesos subterráneos ligados a la revolución en las prácticas
cotidianas. El panorama, sin embargo, no era tan claro. No es que lo
contracultural estuviera ausente; era menos visible y mucho más ambiguo y
ambivalente. En muchas organizaciones de izquierda, primaban relaciones de
género tradicionales. Las mujeres militantes podían estar en la lucha
pública actuando “como hombres”, pero en el mundo íntimo seguían sometidas a
las reglas patriarcales dentro de una moral política que indicaba que la
igualdad de género, una “contradicción secundaria” debía esperar a que se
resuelvan las “contradicciones primarias” de la explotación de clase. Los
cambios estaban en las prácticas antes que en los discursos, como fue
mencionado más arriba al hablar de Tlaltelolco. Muchos años después, por
ejemplo, el movimiento de mujeres de Córdoba publicó un libro, Mujeres desde
el Cordobazo hasta nuestros días, (Robledo, 2006) en el que se recogen
testimonios de mujeres militantes (7). La época fue un punto de inflexión
para transformaciones en la sexualidad y las relaciones de género (fue el
período en que se expandió el uso de la píldora anticonceptiva), y esto
proporcionaba a las fuerzas represivas una argumentación justificatoria de
su accionar, al identificar la revolución sexual con la revolución política
(Langland, 2013, Huffschmid 2008).

 

Las autoridades y las fuerzas militares represoras usaron en su favor la
posición de sus países en la geopolítica mundial, el ser un país periférico,
del Tercer Mundo. Para ellos, la explicación de la movilización popular era
muy sencilla: era producto de agentes infiltrados, agitadores
internacionales que respondían a una conspiración liderada desde afuera –en
la época de la Guerra Fría, sin duda, el comunismo internacional. Cualquier
bandera de defensa de la nación frente a la amenaza externa les podía
servir, en una lógica que se iría a profundizar con consecuencias quizás más
trágicas en la década siguiente, cuando se instauraron las nuevas dictaduras
en el Cono Sur. 

 

Estos son síntomas de procesos sociopolíticos y culturales que no respetan
fronteras. Imposible analizarlos exclusivamente en clave nacional. Aunque
los acontecimientos ocurren en lugares y momentos específicos, son parte de
procesos globales, porque las ideas, los ideales, las memorias –y aún las
personas– viajan, se transmiten, se conectan (8). ¿Cómo? ¿En qué sentidos
viajan las memorias? En primer lugar, hay conexiones internacionales
literales, o sea, contactos personales, institucionales y políticos. El
tránsito de viajeros y exiliados en la época, las conexiones comunicativas y
las virtuales después, transmiten prácticas y sentidos. Por ejemplo, es
sabido que a su regreso, las exiliadas latinoamericanas en Europa trajeron
ideas ligadas al feminismo y demandas de igualdad de género que no habían
formulado en sus luchas anteriores. Si en el 68 había este tipo de
conexiones intelectuales, políticas, culturales, éstas se mantuvieron e
intensificaron en las décadas siguientes. Están también las conexiones
“conspirativas”, tan fuertes entre las fuerzas represoras del 68, que
también perduraron y se profundizaron en las dictaduras latinoamericanas de
los años setenta (9). 

 

También hay conexiones globales en términos de las aspiraciones y de las
formas de conmemoración. Huyssen habla del Holocausto como tropo universal
que parte de un acontecimiento particular y localizado, pero que en su
universalización “permite a la memoria incorporar situaciones locales
específicas históricamente distantes y políticamente diferentes del
acontecimiento original” (Huyssen 2003: 13-14). El 68 funciona de manera
inversa: es quizás el emblema de la revuelta juvenil contestataria del orden
dominante. No fue un acontecimiento único, situado en un lugar y en un
tiempo, que se convirtió en emblema global, expandiendo su significado y
dando sentido a otras situaciones límite, sino que el 68 se constituyó como
tal en un conjunto amorfo de acontecimientos simultáneos, inscriptos en un
símbolo que se fue construyendo e idealizando a lo largo de 50 años.

 

Para finalizar, vuelvo a la propuesta inicial de centrar la atención en tres
campos memoriales: primero, las memorias de la movilización juvenil
revolucionaria y democratizadora, de lucha y de demandas de cambios
políticos e institucionales –en esto el 68 latinoamericano se inscribe en
tradiciones de protestas populares, incorporando de manera masiva la
movilización callejera como herramienta de presencia y de presión, modalidad
que se mantuvo y profundizó en décadas siguientes. En segundo lugar, las
memorias de la represión estatal, que cobraron mucha mayor fuerza como
cuestión social, cultural y política al cerrarse el ciclo dictatorial a
partir de los años ochenta (Jelin 2002, Jelin 2017). Y en tercer lugar, las
memorias de las prácticas cotidianas contestatarias, ancladas en demandas de
igualdad de género y de reconocimiento de la diversidad étnica –temas de
lucha que continúan y no pueden disociarse de las memorias de las luchas por
la transformación de estructuras sociales y económicas globales, donde
priman múltiples desigualdades.

 

Las memorias de las luchas populares por cambiar el mundo reaparecen y se
activan en los movimientos populares emancipatorios de la región, en las
luchas populares reiteradas que surgen y se actualizan en coyunturas
específicas de avance de propuestas transformadoras.

 

Conllevan también los consabidos repliegues que sufren la región y el mundo
–repliegues por la dominación de modelos dictatoriales represivos hace unas
décadas, neoliberales y excluyentes en varios momentos posteriores,
incluyendo el que se vive en varios países al conmemorar estos primeros
cincuenta años del 68. Sin embargo, las memorias de las gestas del pasado
pueden ser activadas en nuevos momentos de lucha, ya que, para parafrasear a
Norbert Lechner, la construcción del orden deseado es conflictiva y nunca
acabada (Lechner, 1986).

 

Epílogo

 

Una nota personal: Como en todo ejercicio de memorias, hay una cara personal
y subjetiva además de las preguntas y el rigor analíticos. Transité este
medio siglo por las experiencias y caminos de la época. Haber participado en
la marcha del silencio en México en septiembre del 68 fue un hito
inolvidable en mi vida. Ese silencio elocuente, lacerante, hacía todo el
ruido imaginable, en un contraste total con el bullicio habitual de la vida
en la ciudad. En el 69 estaba yo en Nueva York, y me tocó participar en la
pequeña marcha de protesta por la represión del Cordobazo, en Manhattan,
frente al Consulado Argentino (desde el balcón, alguien tomaba fotografías
de cada unx de lxs participantes). Viví en Brasil entre 1971 y 1973, cuando
se sentía en la vida cotidiana la vigencia del AI5, cuyos efectos en las
universidades eran devastadores –censura en las bibliografías, agentes
infiltrados sentados en las aulas, miedo—, cuando se iban conformando las
prácticas de resistencia, con las canciones de doble sentido de Chico
Buarque. Viví en Nueva York cuando Angela Davis, emblema de los movimientos
de protesta, estaba presa en la cárcel de la 6ª avenida.. Iba yo, con mi
bebé de pocos meses, a vivarla desde afuera, a pedir por su libertad, a
verla cuando se asomaba por la ventana a saludar. Muchos años después,
cuando se cumplían 50 años de la creación de la Universite Paris Ouest
—Nanterre La Defense, conocí el mítico lugar en compañía de Angela, de
Daniel Cohn-Bendit y de otros colegas, cuando coincidimos al recibir juntos
nuestros doctorados Honoris Causa. Nuestra recorrida por el campus tuvo ese
día dos guías: el presidente de la universidad y Dani, que nos iba mostrando
cómo habían entrado y lo que fueron haciendo en esos días claves del 68 en
Paris. El regalo de la universidad en esa ocasión fue la foto de un grafiti
del 68. El clima festivo indicaba también una transformación de las
memorias: de la protesta por la represión a sentidos emancipatorios que,
creo, tuvieron sus raíces en aquel largo 68. 

 

* Elizabeth Jelin, socióloga e investigadora social argentina. Realizó su
licenciatura en sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) Desde el
año de 1964 y hasta 1973 fue investigadora visitante en el Centro de
Investigaciones Económicas en la Universidad de Nuevo León en Monterrey,
México y se doctoró en sociología en la Universidad de Texas. En Brasil, a
principios de la década de 1970, realizó investigaciones sobre el trabajo de
las mujeres en Bahía, El Salvador. Ha desempeñado importantes cargos como
directora del CEDES, siendo miembro del directorio del Instituto de
Investigaciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (UNRISD),
en la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de Naciones Unidas (UNESCO),
dentro del Social Science Research Council Nueva York (SSRC) y formando
parte del Directorio Académico del Wissenschaftskolleg zu Berlin y miembro
del Directorio Académico de dicha institución. Ha sido profesora e
investigadora visitante en numerosas universidades (Princeton, Chicago,
Oxford, Amsterdam, Florida y Texas, entre otras)

 

Notas al pie

 

* Texto publicado en traducción italiana “Il ’68 visto dal Sud: storia e
memoria in America Latina” en Donatella della Porta (ed.), Sessantotto.
Passato e presente dell’anno ribelle. Milan: Feltrinelli, 2018.

 

(1) Agradezco a Anne Huffschmid, Victoria Langland y Ludmila da Silva Catela
su ayuda, al compartir experiencias, investigaciones y documentos sobre los
casos presentados en este artículo.

2) Este texto, escrito en mayo-junio de 1968, fue reproducido junto a textos
dedicados a Praga y México en Fuentes, 2005.

(3) Este revivir de las memorias y el impulso a plantear nuevas demandas al
Estado son, como en muchos otros lugares, un correlato de un proceso
sociodemográfico: los jóvenes universitarios líderes de las protestas de los
años sesenta que continuaron librando su batalla contra el autoritarismo y,
ya adultos, se incorporaron a partidos políticos, movimientos sociales u
otros espacios públicos, sea en el campo político o en el periodístico,
desde los cuales reivindicar sus propias experiencias de lucha (Guillebaud
1999; también Aguayo 2015). En este caso, sin embargo, hay también una
apropiación de la marcha conmemorativa por parte de los estudiantes
universitarios de cada momento. La marcha del 40º aniversario, y la
presencia juvenil en la misma, es analizada en detalle por Huffschmid
(2010).

(4) Anne Huffschmid, comunicación personal, 7 de noviembre de 2017.
Huffschmid (2008) indica que el encuadre (framing) de las experiencias en un
marco de cambio cultural en las relaciones de género vino después. También
señala que la experiencia carcelaria en el 68 en México fue masculina. Hubo
solamente dos mujeres encarceladas por su participación en el movimiento.

(5) Frente al cincuenta aniversario del Movimiento estudiantil del 68 en
2018, el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) prepara una
transformación del espacio y los contenidos del Memorial 68. Por esta razón
se ha cerrado y reabrirá sus puertas en los primeros meses del año 2018
(www.ccutlaltelolco.com).

(6) Como el monumento a Agustín Tosco, líder sindical en el Cordobazo, en la
ciudad de Trelew, a 1500 km. de Córdoba, lugar donde estuvo preso Tosco a
comienzos de los años setenta.

(7) “El movimiento de Mujeres de Córdoba decidió rescatar experiencias que
de otra manera pasarían al olvido, rastrear en lo individual las huellas de
lo colectivo, de la actuación política de las mujeres en el pasado reciente”
es el copete que informa sobre este libro en un suplemento de mujeres de un
diario de alcance nacional (“Historia en primera persona”, Las12, Página12,
21 de septiembre de 2007).

(8) En lo que sigue, retomo ideas de Langland (2018), que analiza el 68 a
partir de un lugar específico (Brasil) en clave de historia global y de
vínculos transnacionales. Langand propone cuatro tipos de conexiones
globales: las conexiones conmemorativas, las aspiracionales, las literales y
las conspirativas.

(9) Las ideas conspirativas en América Latina apuntaban a que el mal venía
del “comunismo internacional”. En Europa del Este (Polonia, Checoslovaquia,
etc.) las protestas del 68 también exigían democratización, pero allí el
villano era otro…

 

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Gordillo, Mónica, 1996. Córdoba en los ´60: la experiencia del sindicalismo
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