Argentina/ La hegemonía del macrismo era un blef [Fernando Rosso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 11 13:26:19 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

11 de mayo 2018

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Argentina



La hegemonía era un blef



“Hegemonía”, dijeron analistas políticos al definir el panorama posterior al
triunfo electoral de Cambiemos hace seis meses. ¿Cuáles eran, y son, los
factores que ponen en duda la existencia real de una supremacía macrista?



Fernando Rosso *

Revista Anfibia, mayo de 2018

http://www.revistaanfibia.com/



Giro inesperado, cambio brusco, golpe intempestivo, alteración repentina y,
como no, “cisne negro”. Estas fueron algunas de las respuestas ensayadas en
las vertiginosos horas de corrida cambiaria, precedida por una crisis
política provocada por los tarifazos. Ambos factores pusieron en cuestión la
“gobernanza” macrista y empujaron en unos pocos días a una variación
drástica de la orientación económica que implicó una devaluación de hecho,
la pérdida del 10% de las reservas, un alza violenta de las tasas de interés
del Banco Central -con el consecuente impacto recesivo sobre la economía-,
un ajuste fiscal y recorte de obra pública y una vuelta repentina a ese
Mercader de Venecia odiado por la gran mayoría de los argentinos en la
búsqueda desesperada de un rescate: el Fondo Monetario Internacional. El
paquete de conjunto decretó lisa y llanamente la muerte en dos tiempos del
tan mentado gradualismo: Nicolás Dujovne le dio un golpe que lo dejó grogui
sin destilar y Mauricio Macri le dio el tiro de gracia.



Que todo lo sólido se desvanece en el aire o que predecir es muy difícil,
especialmente si se trata del futuro, pueden servir de consuelo para
aquellos que depositaron excesiva confianza o expectativas exageradas en el
experimento Cambiemos. Pero ¿era tan sólido lo que parece desvanecerse? y
¿no estaba el futuro repitiendo el pasado?



La crisis financiera (que no es sólo financiera) y la furiosa corrida contra
el peso, así como en diciembre pasado la tormenta política motorizada por la
contrarreforma previsonal, revelaron que -de mínima- fue apresurado hablar
de una nueva “hegemonía” del PRO y su coalición, luego del aparente
Hiroshima de 2015 confirmado por el Nagasaki de 2017.



* * *



“El error en el que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político
consiste en no saber encontrar la relación justa entre lo orgánico y lo
ocasional. Se llega así a exponer como inmediatamente activas causas que
operan en cambio de una manera mediata, o por el contrario afirmar que las
causas inmediatas son las únicas eficientes. En un caso se tiene un exceso
de ‘economismo’ o de doctrinarismo pedante; en el otro, un exceso de
‘ideologismo’; en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se
exalta el elemento voluntarista e individual.”



La sentencia pertenece al hombre que -aunque no fue el primero ni el único
que problematizó la cuestión de la hegemonía- sí le otorgó una centralidad
en su pensamiento teórico: Antonio Gramsci. También fue quien más seriamente
la trabajó antes de que un ejército de pensadores y divulgadores de todo
tipo y color abusara del concepto hasta transformarlo en una categoría que
al explicar todo, no explica nada.



Este error recurrente se manifestó en los análisis del macrismo al
considerar que la complejidad de la política se agotaba en la astucia para
ganar elecciones y que triunfo electoral se traducía inmediatamente en
hegemonía.



Este tipo de pensamiento se complementaba con otro que extraía un sólo
elemento (la “hegemonía”, en una versión reducida) y le daba un valor sin
límites separándola del conjunto del sistema teórico y del método al que
está íntimamente relacionada. Un método que contiene otros factores
esenciales como las condiciones que impone la estructura económica general,
las relaciones de fuerzas sociales o las condiciones internacionales.



Pero además, estas lecturas se apropiaron de una versión amputada de la
hegemonía que tiene sus precursores en los anales del eurocomunismo y a uno
de sus últimos representantes en el fallecido Ernesto Laclau: la hegemonía
es reducida a “batalla cultural” y la batalla cultural a mera contienda
electoral. Con el mismo prisma se leyeron los años kirchneristas y la misma
vara se usó para pensar qué es el experimento Cambiemos.



Las explicaciones que afirmaban que Cambiemos había logrado “desconectar” la
política de la economía con el manejo aceitado de los instrumentos
comunicacionales de una posmodernidad líquida estaban inspiradas en estas
concepciones. La relativa autonomía de la política se convertía en
independencia absoluta del relato y el big data, la microsegmentación y el
marketing electoral terminaban transformados en el último grito en materia
de estrategia política.



La construcción de hegemonía tiene lugar cuando una clase dominante (o una
fracción de clase) se torna dirigente de alguna manera. Es decir, tiene la
capacidad de otorgar concesiones materiales a las clases sobre las que
ejerce la hegemonía para lograr esa combinación “virtuosa” de coerción y
consentimiento. Como señalaba el comunista sardo “es indudable que tales
sacrificios y tal compromiso no pueden afectar lo esencial, porque si la
hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica”.



Si aceptamos por un instante que esta teoría elaborada originalmente para
pensar una estrategia para la lucha de las clases subalternas en general y
de la clase obrera en particular -puede ampliarse para pensar cómo domina la
clase dominante- no es adecuado amputar sus elementos esenciales.



Ninguna de estas características se manifestó en el proceso que llevó al
macrismo al poder ni en la experiencia de estos dos años de administración
Cambiemos.



En primer lugar, el esquema económico heredado por el kirchnerismo acumulaba
contradicciones insostenibles que empujaban a dos opciones polares: o se
aplicaba un ajuste profundo que “corrigiera” los desequilibrios (déficit
fiscal, comercial, productividad) o se avanzaba en dirección de afectar
intereses empresariales fundamentales con una salida opuesta. A diferencia
de las “hegemonías” que llegaron a instaurar el menemismo o el kirchnerismo,
Macri no tuvo la “ventaja” de una crisis catastrófica que al no encontrar
salida termine agobiando y desmoralizando a la sociedad para resignarla a
aceptar un ajuste inevitable, previa derrota de luchas emblemáticas que
ofrecían resistencia (por ejemplo, en el caso del menemismo, las
privatizaciones). Carente de las crisis que habilitaron al menemato o, 2001
de por medio, el ajuste duhaldista que (ayudado por las condiciones
mundiales) permitió la expansión kirchnerista, el macrismo se encontró con
un límite difícil de sortear para instaurar algo parecido a una hegemonía.



En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, los triunfos de Macri y su
coalición en 2015 y 2017 estuvieron basados -en gran parte- en la promesa
“aspiracional”, no en la épica del ajuste y en un “consenso negativo”
alcanzado por el rechazo a las figuras, los métodos o la orientación
económica de la administración anterior. Como afirmó el filósofo francés
Daniel Bensaïd, el concepto de hegemonía implica “la articulación de un
bloque histórico en torno a una clase dirigente y no la simple adición no
diferenciada de la categoría de descontentos (…)”.



Estos dos aspectos condicionaron o directamente impidieron que tenga lugar
otro factor indispensable para la hegemonía: que la filosofía de Cambiemos,
para decirlo en un sentido amplio (y suponiendo que ese conjunto de
cualunquismos pueda calificarse como “filosofía”), se convirtiera en
cosmovisión de masas y sus intereses particulares se transformen en
intereses universales o nacionales.



En tercer lugar, si la fórmula hegemónica implica que el grupo que pretende
asumirla debe convertirse en “dirigente” de las clases aliadas y dominantes
de las clases enemigas, el modelo económico macrista viene ofreciendo nada
más que ajuste para los de abajo (aunque haya sostenido programas sociales
para los más empobrecidos) y un abismo en el horizonte para la fracción del
empresariado que, a falta de mejor nombre, podríamos denominar como “no
monopolista” o dependiente del Estado y el mercado interno, y a la que se
supone debería conducir. Los roces con este sector ya se venían expresando
alrededor de los tarifazos o en el tímido cuestionamiento a la apertura
económica indiscriminada.



En cuarto lugar, la relación de fuerzas, pese a los avances indiscutibles en
aspectos del ajuste, no fue modificada cualitativamente en los términos que
necesitaban y reclamaban los “mercados”, un eufemismo para denominar a lo
más concentrado del capital nacional e internacional.



Es verdad que en la crisis actual, por ahora, “los de arriba” tienen un rol
mucho más activo: los mercados, el capital financiero o Clarín; pero esa es
sólo la foto. La película indica otra cosa: la crisis social y las
movilizaciones de diciembre contra la mal llamada reforma previsional
culminaron con un triunfo pírrico en el terreno legislativo pero con una
derrota política y dejaron su marca tanto en Cambiemos como en el conjunto
de las fuerzas políticas (todas las encuestas certificaban la caída).



Después de diciembre, Macri retrocedió: pasó del reformismo permanente
–siempre en el plano discursivo- que había anunciado, casi con soberbia, a
pocos días del triunfo electoral de octubre pasado, a realizar un elogio del
gradualismo que manifestó con un tono mucho más moderado y con menos
convicción en el discurso de inauguración de las sesiones del Congreso este
año.



Cuando avanzó el plan de tarifazos, las primeras contradicciones surgieron
de referentes de la misma coalición oficial (que sufrían el “síndrome
diciembre” y percibían el malestar general) y luego se extendieron hasta
alcanzar incluso al justicialismo colaboracionista. Uno de los motores de la
corrida y la extorsión de los “mercados” residió precisamente en el
cuestionamiento al gradualismo que le permitió al Macri perdurar o hacerse
políticamente viable pero no mostraba ningún resultado económico sustancial.
El “ruido” político ante la posibilidad de un empantanamiento del plan de
quite de subsidios (tarifazos) en el Congreso y la consecuente reducción del
déficit fiscal estuvo entre los últimos factores que aceleraron la corrida.
Por la tanto, de manera laberíntica y distorsionada, la relación de fuerzas
y el malestar de “los de abajo” no dejó de manifestarse con persistencia y
obstinación. No hay que perder de vista que el quietismo cómplice de la
dirigencia sindical cumplió un rol fundamental para que este malestar
evidente no se transforme en acción callejera.



Finalmente, aunque no menos importante, el escenario internacional (que
favoreció de distintas maneras a las “hegemonías” menemista o kirchnerista)
evidenciaba un panorama adverso para la orientación programática de
Cambiemos. Macri buscó abrirse al mundo en el preciso momento en que el
mundo se cerraba sobre sí mismo. La suba de la tasa de interés en EEUU no es
más que una de las manifestaciones coyunturales de este marco general. En
las últimas horas, el macrismo culpó a la difícil situación internacional y
el presidente afirmó en su escueto mensaje por una virtual cadena nacional
que “las condiciones mundiales están cada día más complejas”. Lo que no dijo
es que esas condiciones y sus tendencias ya estaban ahí cuando arribó a la
Casa Rosada.



En síntesis, ni las condiciones políticas o económicas nacionales, ni el
evidente complejo escenario internacional, ni la relación de fuerzas, ni el
precario consenso de los triunfos electorales coyunturales permitían hablar
de una nueva hegemonía.



* * *



Lo que se manifiesta en la actualidad y se expresó con todas las
distorsiones del caso durante estos dos años es un escenario de “empate
catastrófico” (tomando el concepto de Juan Carlos Portantiero) donde cada
bloque tiene la capacidad de veto sobre el proyecto del otro, pero carece de
la fuerza suficiente para imponer hasta el final el propio. El famoso
gradualismo no era una elección estratégica producto de la virtud de la
craneoteca cambiemita, sino una imposición de las circunstancias que
determinaban que podía ser todo lo neoliberal que permitía la relación de
fuerzas. Que Cambiemos construya el relato de sus deslumbrantes capacidades
políticas es relativamente esperable, que ellos mismos se lo crean empieza a
complicar las cosas, pero que quiénes se le oponen compren llave en mano las
supuestas habilidades magistrales del autodenominado “mejor equipo de los
últimos 50 años” es verdaderamente preocupante.



Parafraseando a Borges, se puede sentenciar que la realidad no es ni buena,
ni mala, ni incorregible, es simplemente inevitable.



* Fernando Rosso es periodista y director de La Izquierda Diario. Forma
parte del comité de redacción de la revista Ideas de Izquierda. Escribe en
diversas publicaciones como Le Monde Diplomatique (Edición Cono Sur), Panamá
Revista, el diario de Río Negro y Tiempo Argentino (desde que está
recuperado por sus trabajadores). Es coautor del libro “¿Existe la clase
obrera?” (Capital Intelectual, 2017), en el que analiza el crecimiento
durante el kirchnerismo de las comisiones internas de izquierda en fábricas
y empresas. Desde el 2018 conduce “El Círculo Rojo”, por Radio Con Vos. Es
militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS).

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