América Latina/ La esclavitud del trabajo infantil [Fabiana Frayssinet]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 11 14:10:16 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

11 de mayo 2018

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América Latina



La esclavitud infantil se resiste a morir



Fabiana Frayssinet, desde Río de Janeiro



Inter Press Service (IPS), 10-5-2018

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El trabajo infantil se ha reducido en forma sustancial en América Latina,
pero todavía 5,7 millones de niñas y niños laboran antes de haber cumplido
la edad mínima legal y en alto porcentaje en condiciones precarias, de alto
riesgo o no remuneradas, que constituyen nuevas formas de trabajo esclavo.



La Organización Internacional del Trabajo (OIT) sitúa en esa cifra a la
población infantil que trabaja antes de la edad de admisión de empleo o que
realiza trabajos que deben prohibirse, según el Convenio 182 sobre las
peores formas de trabajo infantil, en vigor desde 2000.



La gran mayoría labora en la agricultura, pero también en sectores de alto
riesgo como la minería, los basureros, el trabajo doméstico, la cohetería y
la pesca.

“Trabajan en espacios verdaderamente inhumanos y calurosos. No se les otorga
ni las más mínimas medidas de seguridad como un tapabocas para que no
inhalen pelusa de los pantalones de mezclilla o guantes para descoser
piezas, lo que les lastima los dedos. El trabajo repetitivo de corte de
piezas con grandes tijeras les hiere sus manos. Están más en riesgo porque
trabajan como o más que un adulto y ganan menos”: Joaquín Cortez.



Tres países, Brasil, México y Paraguay ejemplifican ese trabajo infantil en
la región, que incluye formas de neoesclavitud.



En Paraguay, con 7,2 millones de habitantes, la figura del “criadazgo” se
remonta a la época de la colonia y persiste pese a leyes que prohíben el
trabajo infantil, explicó a IPS la abogada Cecilia Gadea.

“Familias muy pobres, generalmente de zonas rurales, se ven obligadas a
entregar a sus hijos menores de edad a parientes o a familias de mejor
posición económica para que se encarguen de su crianza, educación y
alimentación”, lo que en el país se conoce como criadazgo, explicó.



“Pero no de manera gratuita o por solidaridad sino a cambio que los niños
realicen trabajos domésticos”, detalló Gadea, que investiga el tema para su
tesis de maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(Flacso).



En Paraguay, el país sudamericano con mayor pobreza y uno de los 10 más
desiguales del mundo, unos 47.000 niños (2,5 por ciento de su población
infantil) se encuentran en situación de criadazgo, según la no gubernamental
Global Infancia, de las que 81,6 por ciento son niñas o adolescentes
mujeres.



“No se quiere aceptar, pero es una de las peores formas de trabajo No es una
acción solidaria como pretenden presentarla: es una forma de trabajo y de
explotación infantil. También configura una especie de esclavitud debido a
que los niños y niñas son sometidos a la realización de tareas forzosas no
acordes a su edad, son castigados, muchos no pueden salir de sus casas”,
opinó Gadea.



Según la investigadora, los llamados “criaditos”, con edades entre 5 y 15
años, son en su mayoría “sometidos a trabajos forzosos, tareas domésticas
por muchas horas y sin descanso, son maltratados, abusados, castigados y
explotados, no pueden ir a la escuela, viven en precarias condiciones, no
son alimentados adecuadamente, no reciben asistencia médica, no pueden jugar
y otra serie de limitaciones”.



Otro grupo minoritario  “no son abusados ni expuestos a peligros, van a la
escuela, juegan, están bien cuidados, reciben todas las atenciones y dentro
de todo llevan una buena vida”, puntualizó.



El criadazgo tiene su origen en los trabajos “forzosos y peligrosos” a los
que sometían los colonizadores españoles a mujeres y niños indígenas,
explicó Gadea.



Después de dos guerras, una en la segunda mitad del siglo XIX y otra en la
primera mitad del siglo XX, Paraguay quedó devastado, diezmado en su
población masculina y en manos de mujeres, niños y ancianos, quienes
debieron asumir la reconstrucción del país.



“La pobreza generalizada obligó a las madres a entregar a sus hijos a
familias con mejores ingresos, para que  se ocupen de la crianza, educación
y  alimentación de sus hijos e hijas menores; ellas mientras tanto
trabajaban para sobrevivir y sacar adelante a un país que había quedado en
ruinas”, recordó.



La práctica continúa según Gadea por la desigualdad, la pobreza. Las
familias numerosas sin recursos “encuentran como única solución entregar a
uno o varios de sus hijos para que les brinden mejores condiciones de vida”.



Del otro lado “hay personas que necesitan de criados para sus tareas
domésticas porque implican mano de obra barata, ya que solo deben darles un
poco de comida y un lugar donde dormir”, analizó.

Las campañas para revertir esa modalidad arraigada en la sociedad paraguaya
enfrenta la resistencia de muchos sectores, inclusive dentro del Congreso
Nacional legislativo.

Es una “práctica oculta e invisible de la cual casi no se habla. Muchos la
defienden porque la consideran una ayuda, una obra de solidaridad, una
manera de sobrevivencia de los niños que viven en la pobreza extrema”,
añadió.



El caso de México



México es otro de los países latinoamericanos que más padece la explotación
laboral infantil, en sectores como la agricultura y también en las empresas
de maquila,  que manufacturan materia prima extranjera para su
reexportación.



En México, con 122 millones de habitantes, hay más de 2,5 millones de niños
trabajadores, 8,4 por ciento de la población infantil. El problema se
concentra en los estados de Colima, Guerrero y Puebla, explica Joaquín
Cortez, autor de la investigación “Esclavitud moderna de la infancia: los
casos de explotación laboral infantil en las maquiladoras”.



Cortez investigó en particular las maquilas textiles del central estado de
Puebla.



Allí los niños “se encuentran en condiciones extremamente precarias, además
de trabajar semanalmente por más de 48 horas, percibiendo salarios de entre
29 a 40 dólares por semana. Para soportar las cargas laborales muchas veces
inhalan drogas como marihuana o crack”, relató a IPS el investigador de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).



En algunas maquilas “se han utilizado estrategias para evadir
responsabilidades. Como el caso de los niños y niñas trabajadoras que ante
inspecciones laborales, esconden en los baños entre los bultos de los
pantalones de mezclilla”, dijo Cortez.



“Trabajan en espacios verdaderamente inhumanos y calurosos. No se les otorga
ni las más mínimas medidas de seguridad como un tapabocas para que no
inhalen pelusa de los pantalones de mezclilla o guantes para descoser
piezas, lo que les lastima los dedos. El trabajo repetitivo de corte de
piezas con grandes tijeras les hiere sus manos”, describió.



En definitiva, Cortez constató que “están más en riesgo porque trabajan como
o más que un adulto y ganan menos”.



En ocasiones estos niños “son agredidos verbalmente por no apurarse a sacar
la producción que el encargado de las maquiladoras necesita. Las niñas
además suelen ser acosadas sexualmente por sus compañeros de trabajo”,
agregó.



Cortez atribuye las causas de este trabajo infantil “además de ser mano de
obra barata para los dueños de las pequeñas y grandes maquiladoras”, a la
desigualdad y pobreza y a la escasa organización social, pese a los intentos
de resistencia.



Situación en Brasil



En Brasil, un estudio del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística
(IBGE), divulgado en 2017, reveló que de 1,8 millones de menores de edad
entre 5 y 17 años que trabajan, 54,4 por ciento lo hace de manera ilegal.

En este país sudamericano de 208 millones de personas, la legislación admite
el trabajo desde los 14 años pero como aprendiz y entre los 16 y 18 años,
exceptuando labores nocturnas, peligrosas o insalubres.



Una de las autoras del informe, la economista Flávia Vinhaes aclaró a IPS
que aunque no siempre el trabajo infantil ocurre en condiciones de
esclavitud o análogas. “El trabajo a ser abolido bajo cualquier condición es
aquel entre 5 y 13 años, siempre caracterizado como trabajo infantil”.



Entre los ocupados en esa edad, 74 por ciento no recibía remuneración.



Otro indicador reveló que 73 por ciento de esos niños laboraban como
“trabajador auxiliar”, ayudando a un familiar en su actividad productiva.



“Tanto las tareas domésticas como el cuidado de personas componen una
definición amplia de trabajo infantil que pueden estar en conflicto con la
educación formal así como ejecutadas en horarios prolongados o sobre
condiciones peligrosas”, sostuvo Vinhaes.



La investigación mostró que 47,6 por ciento de los trabajadores entre 5 a 13
años está en el sector agrícola, por una arraigada costumbre.



Allí “se apunta que en la agricultura tradicional, niños y adolescentes
realizan trabajo bajo supervisión de sus padres como parte integrante del
proceso de socialización, o sea como un medio de transmitir de padres a
hijos técnicas tradicionalmente adquiridas”, recordó.



“Esa situación no debe ser confundida con la de los niños que son obligados
a trabajar regularmente o durante jornadas continuadas a cambio de alguna
remuneración o apenas para ayudar a sus familias, con consecuentes
prejuicios para su desarrollo educativo y social”, destacó. “Existe una
línea tenue entre ayudar y trabajar de manera que sea cultural y educativa”,
concluyó.

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