Líbano/ La vida de miles de palestinos: nacer, vivir y morir como refugiado [Naher al Bared]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mie Mayo 16 23:40:55 UYT 2018
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Correspondencia de Prensa
17 de mayo 2018
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LÃbano
Nacer, vivir y morir como refugiado: la vida de miles de palestinos
La familia Khalaf forma parte de los cientos de miles de palestinos que continúan viviendo como refugiados en LÃbano 70 años después de la creación del Estado de Israel. Extranjeros en su tierra de acogida, ansÃan regresar al hogar del que un dÃa fueron expulsados.
Naher al Bared, desde LÃbano
Público, 14-5-2018
http://www.publico.es/
El campo palestino de Naher al Bared, en el norte de LÃbano, es un lugar a medio construir. Junto a viviendas recién terminadas conviven moles de cemento desnudo, grúas estáticas y barracones precarios de quienes esperan su nueva casa, once años después de que una serie de duros enfrentamientos entre el ejército libanés y milicias islamistas lo redujeran a escombros. Sus 30.000 habitantes debieron huir y una década después, menos de la mitad ha podido regresar a sus hogares.
Inaugurado en 1949, un año después de la creación del Estado de Israel, se trata del segundo más grande de los 12 campos formales y 42 asentamientos diseminados por todo el territorio libanés para responder al éxodo de centenares de miles de palestinos. De los cinco millones de refugiados palestinos que actualmente existen, entre quienes huyeron y sus descendientes, unos 175.000 habitan en LÃbano, según el censo actualizado del gobierno (que ha dividido por dos la anterior cifra oficial de 450.000). A ellos se han sumado en los últimos años otros 32.000 palestinos sirios huidos del sangrante conflicto en el paÃs vecino.
Los campos palestinos son como miniestados dentro del Estado libanés, con sus normas internas y sus propias fuerzas del orden, siendo Naher al Bared el único controlado por las autoridades del paÃs. Cerrado al exterior por un muro coronado de alambre de espinas y custodiado por el ejército, en su interior se esconde una pequeña urbe a base de bloques de hormigón y estrechas callejuelas, cuyo cielo queda enturbiado por tuberÃas y marañas de cables eléctricos. Los soldados apostados en los dos checkpoints de entrada se encargan de controlar a todo el que entra o sale.
Aunque sus habitantes admiten una mejora de la seguridad, desde los combates de 2007, la actividad económica a duras penas arranca. "Antes habÃa más tiendas, la gente se conocÃa, y tenÃamos un gran mercado al que también veÃan muchos libaneses. Ahora... eso se acabó", explica mientras recorre la avenida principal Mayada Khalaf, profesora de educación infantil de 28 años que nació y creció al igual que sus 12 hermanos en este campo.
Su hermana mayor, Fadylih, reside a pocas manzanas en una precaria vivienda de finas paredes de cemento y techo de zinc, "donde el calor es insoportable en verano y el frÃo te congela en invierno", asegura. La UNRWA (la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo) ha invertido unos 200 millones de dólares en la reconstrucción de Naher al Bared, pero la falta de fondos ha dejado colgados a miles de habitantes, que aún viven en barracones insalubres o nunca pudieron volver. "No hay presupuesto, asà que seguimos esperando", se resigna Fadylih, madre de siete, abuela de diez y con un bisnieto en camino. Una de las hijas, Sanaa, se encuentra de visita con dos de sus hijos, Mohamad, de 16 años, y la pequeña Leiyne, de 5.
En la repisa de la sala de estar donde conversan, se alinean las fotos de la extensa familia, entre quienes siguen residiendo en el campo y quienes han conseguido partir. Es el caso de otro de sus vástagos, Abdalah, que vive en Salamanca. Una videollamada de Whatsapp y toda la familia se arremolina en torno al móvil. "Trabajo en un restaurante. Me gusta España, aquà estoy contento", asegura el veinteañero en un tÃmido español, interrumpido por las exclamaciones orgullosas de sus familiares.
Sin derechos
A diferencia de otros paÃses de acogida, LÃbano nunca ha naturalizado a los palestinos acogidos en su territorio. El pequeño Estado, que cuenta con 18 sectas religiosas, mantiene su precario equilibrio polÃtico repartiendo el poder por cuotas confesionales, y muchos libaneses cristianos y musulmanes chiies temen que nacionalizar a los palestinos (la mayorÃa, sunÃes) podrÃa desestabilizarlo. A ello se añade la turbulenta y ambigua relación que el paÃs del cedro mantiene relación con sus huéspedes, sobre todo tras la sangrienta guerra civil libanesa (1975-1990), en la que los palestinos fueron vÃctimas, pero también parte combatiente.
El octogenario Ahmad al Ghanieh, tÃo de Mayada y Fadylih, sabe de los altibajos en las relaciones entre los ambos pueblos. Llegó a LÃbano a finales de mayo de 1948, cuando solo tenÃa 13 años, expulsado por el ejército israelà de su aldea natal, Safouri, cerca de Nazaret. "Marchamos durante dos dÃas hasta llegar a Bint Jbeil, en el sur de LÃbano. Cuando llegamos, (el presidente libanés Bachara) al Khoury nos recibió bien, aunque luego con la guerra, las cosas se complicarÃan", explica el anciano desde el salón de su pequeña casa, repleta de libros y presidida por un gran mapa de la Palestina de principios del siglo XX.
Ahmad, memoria viva de la Naqba (catástrofe, en árabe), recuerda cómo era Naher al Bared en sus inicios: tiendas de campaña en medio de un terraplén que se convertÃa en lodazal cada vez que llovÃa. "Todo se inundaba", añade a su lado su esposa Aicha, llegada del mismo lugar con 8 años. Juntos han criado a cinco hijos en un paÃs que está dejando a generaciones de palestinos en un limbo permanente, extranjeros en la tierra que los vio nacer, y sin posibilidad de regresar su hogar ancestral.
"Quien puede, huye", asevera Mayada, que como tantos otros habitantes del campo se encuentra desempleada. Hasta hace unos meses era profesora en una asociación para pequeños desfavorecidos en TrÃpoli, la ciudad más cercana, pero las subvenciones al centro se acabaron y con ellas, su salario. Ahora se limita a acudir como voluntaria un par de dÃas a la semana, "por no dejar a los niños a su suerte". Pero aun cuando trabajaba, lo hacÃa sin contrato. Su caso no es raro: el 85% de los palestinos en LÃbano está empleado en el sector informal, según datos de la ONU; la mayorÃa, en trabajos no cualificados como el comercio, la construcción, la agricultura o la limpieza. La ley les prohÃbe trabajar en el sector público y tienen vetadas hasta 36 profesiones, incluidas la Medicina, el Derecho y cualquier ingenierÃa, fuera de los confines de los campos en los que viven.
Y ahà no acaban las restricciones: aunque pueden moverse libremente por el paÃs, su entrada y salida de los campos está regulada en función de la situación de seguridad del momento. Los palestinos tienen prohibido comprar o heredar propiedades inmuebles, y no gozan de acceso a la educación, sanidad, servicios sociales públicos, pese a que los pocos que trabajan en el sector formal están obligados a contribuir a la Seguridad Social. Estas limitaciones los hacen extremadamente dependientes de la ayuda humanitaria la UNWRA y otras oenegés en el terreno. El brutal recorte recorte de ayudas a la agencia de la ONU anunciada a finales de año por Estados Unidos, su principal contribuyente, amenaza con hacer su vida aún más difÃcil.
Al atardecer, el tiempo parece detenido en las calles del campo, pobladas de retratos desvaÃdos de Yaser Arafat. Los crÃos juegan en un terraplén entre obras paralizadas, junto a pequeños comercios semivacÃos que tratan de sobrevivir. Al borde de la carretera, junto al mar, varios hombres matan el rato fumando shisha en un café improvisado en la orilla, desde donde se adivina la ciudad siria de Tartús.
Mayada y Fady, otro de los hermanos Khalaf, conducen a la periodista hasta uno de los pequeños cementerios del campo. Fady aparta las malas hierbas que crecen sobre una de las tumbas, la de su hermana Fayzi, fallecida hace una década de un tumor cerebral. "Aquà nació y aquà murió, sin ver nunca su tierra", se limita a constatar Mayada.
Como la mayorÃa de refugiados en LÃbano, no siente ningún apego por su paÃs de acogida. "¿Mi sueño en la vida? Un pasaporte. Para salir de aquÃ, para recorrer el mundo... y para ver Palestina", afirma. Como su sobrina, el anciano Ahmad confÃa en que llegará el dÃa en que los palestinos puedan regresar a sus hogares. "Nos lo han robado todo... pero la esperanza, jamás".
El setenta aniversario de la Naqba conmemorado este martes llega precedido por la muerte de más de medio centenar de palestinos el lunes, abatidos por el ejército israelà cuando protestaban contra la inauguración de la embajada estadounidense en Jerusalén, al final del mes de movilizaciones con motivo de la 'Gran Marcha del Retorno'. Tras escuchar las últimas noticias llegadas de Gaza, la joven niega con tristeza. "¿Sabes lo peor? Me cambiarÃa por ellos sin dudarlo. Al menos ellos están en casa". En LÃbano, está previsto que miles de palestinos se unan a las protestas de los gazatÃes en diversas ciudades del paÃs.
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