Memoria/1968/ Francia: en busca del mayo perdido [Kristin Ross - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 26 17:59:29 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

26 de mayo 2018

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Memoria/1968



Con la investigadora Kristin Ross



En busca del mayo perdido



El relato dominante sobre el mayo francés lo describe como un gran
«destape», una emancipación sobre todo cultural, ocultando las dimensiones
profundamente políticas de los hechos. ¿Cómo fue posible reducir el
movimiento de masas más grande de la historia moderna de Francia a un
fenómeno de rebeldía adolescente?



Florencia Rovira Torres

Brecha, 25-5-2018

https://brecha.com.uy/



«Que reste-t-il de ces beaux jours?», cantaba Charles Trenet en París,
muchos años antes de que ese simbólico adoquín rompiera la vidriera de la
sede de American Express en París el 20 de marzo de 1968 y se desataran las
masivas movilizaciones que convirtieron a Francia en el emblema de las
revueltas populares de 1968 en todo el mundo. ¿Qué quedó de esos días, de
esa primavera francesa? Según los relatos dominantes, los oficiales y más
mediatizados, lo más importante de esos sucesos se desarrolló en el Barrio
Latino, en La Sorbona, en las calles de la metrópolis francesa. En las
retinas quedaron grabadas las escenas de barricadas y marchas estudiantiles,
grafitis con consignas como «Está prohibido prohibir» o «Sea realista, exija
lo imposible» y, en el imaginario colectivo, la idea de que mayo del 68 fue
sobre todo una «revolución cultural» y un momento de «destape». Otra
interpretación análoga lo describe como un «fenómeno generacional», una
revuelta de jóvenes, llegando a calificarlo de rebeldía adolescente y
dejando entender así que esos meses que sacudieron a Francia –a tal punto
que el presidente Charles de Gaulle viajó a Baden-Baden para visitar a
Jacques Massu, comandante en jefe de las fuerzas en Alemania, y asegurarse
de su apoyo en caso de que precisara dar un golpe de Estado– fueron un
antojo algo ingenuo, pasajero y –por qué no– un tanto frívolo de unos
muchachos de clase media que se sublevaban contra sus padres.



Nada de eso, responde Kristin Ross. Catedrática en literatura comparada de
la Universidad de Nueva York (Nyu) y experta en cultura política francesa
(1) señala que los sucesos de mayo representaron primordialmente «el
movimiento de masas más grande en la historia de Francia, la huelga más
importante en la historia del movimiento obrero francés y la única
insurrección ‘general’ que hayan conocido los países occidentales
desarrollados desde la Segunda Guerra Mundial». Esta insurrección, cuya
reivindicación profunda era la igualdad, no la libertad (consigna que se le
adscribió en los años ochenta), se articuló contra el imperialismo, el
capitalismo y el autoritarismo de Charles de Gaulle a la vez. Se extendió
por todo el territorio francés, con diversos bastiones de resistencia, y en
ella participaron tanto jóvenes como viejos, tanto estudiantes como
trabajadores (de todos los sectores), agricultores, artistas… En su libro
Mayo del 68 y sus vidas posteriores (Editorial Antonio Machado, 2008), Ross
demuestra cómo el relato oficial sobre el mayo francés se fue forjando poco
a poco hasta ser despojado totalmente de sus dimensiones políticas. Recién
llegada a Nueva York de una visita a Francia, conversó con Brecha sobre cómo
la huelga general, en la que participaron 9 millones de habitantes, que duró
seis semanas y paralizó a todo el país, desapareció de la historia oficial.
Sobre los relatos que sobrevivieron a mayo y los que cayeron en el olvido.
Una memoria selectiva nada inocente.



—En su libro señala que una de las maneras de circunscribir la importancia
de mayo del 68 ha sido acotándolo temporalmente, reduciendo «15-20 años de
radicalismo político» a un solo mes y cuestiona el análisis habitual de que
el mayo francés surgió de repente, «como un trueno en un cielo tranquilo»…



—Yo veía una conexión muy directa entre la guerra de Argelia, que concluyó
en 1962, y lo que sucedió tan sólo unos años más tarde, cuando todo el país
estaba en erupción. Sin embargo, muchos de los franceses con los que
conversé cuando comencé el proyecto de escritura del libro me decían: «No,
eso no fue así. La guerra terminó y todo volvió a la normalidad. Luego, de
repente, hubo una erupción de actividad política al final de la década».
Entonces pensé que debía tratarse de un problema de relato. Mi origen
académico es en literatura y siempre me interesó mucho cómo las historias
comienzan y terminan. Me di cuenta de que para demostrar cómo al menos una
parte de quienes «hicieron» mayo del 68 se politizaron justamente a raíz del
movimiento anticolonial a comienzos de la década, tenía que comenzar por el
primer movimiento de masas de los años sesenta, el que encabezaron los
argelinos en 1961, el 17 de octubre (cuando la policía convirtió una
multitudinaria marcha pacífica de familias argelinas en París en una
masacre, volcando al río Sena tanto a los cuerpos muertos como vivos de
argelinos lisiados). Así fue que comencé mi relato, no con los estudiantes
tirando piedras al edificio de American Express en París –que es otra manera
en que se puede comenzar—, sino con los argelinos. Las luchas contra los
poderes coloniales como Francia de fines de los años cincuenta y comienzos
de los sesenta inspiraron y politizaron a los propios franceses.



—Describe cómo el mecanismo de «desidentificación» jugó un rol central en la
politización de la juventud de clase media francesa. Y también la manera en
que la figura del «Otro» –el argelino, el vietnamita y luego el obrero–
sirvió para construir una subjetividad política común en los años sesenta en
Francia. ¿Podría explicar cómo funcionó?



—Los vietnamitas –en su guerra contra Estados Unidos, que representaba una
relación de David y Goliat–, los argelinos en su lucha anticolonial y luego
los obreros representaban tres figuras de fuerza y agencia política. Siempre
recuerdo lo que Henri Lefebvre solía decir sobre mayo del 68: que ocurrió en
Francia porque la parada de metro donde se bajaban los estudiantes de la
Universidad de Nanterre los obligaba a caminar por los asentamientos
(bidonvilles) de inmigrantes argelinos para llegar a sus salones de clases.
Esa proximidad vivida, de caminar diariamente entre dos mundos diferentes
–por un lado, un campus universitario funcionalista y recientemente
construido y, por otro, los asentamientos de inmigrantes–, resultó en que
los estudiantes se organizaran en esos barrios y que los argelinos fueran a
los lugares de trabajo en la universidad. Este tipo de encuentros efímeros
entre personas con identidades y experiencias muy diferentes y todos los
sentimientos que conllevan: los deseos, empatía, incertidumbres y
decepciones son parte de esos encuentros. Todo eso es central para la
subjetivación política que surgió en el 68. Fue el laboratorio de una nueva
consciencia política que suponía el desplazamiento, salirse fuera del rol
que uno cumple. Eso es justamente lo que ocurrió con los estudiantes cuando
comenzaron a organizarse contra la guerra de Vietnam, por ejemplo, en las
«viviendas de obreros» en los suburbios.



—Destaca ese desplazamiento como un aspecto fundamental de la prácticas
organizativas de mayo del 68. También señala que el maoísmo inspiró las
formas de organizarse…



—Una cosa que me interesa ahora, pero en la que no pensé demasiado cuando
escribí el libro, es que dentro de las ideas asociadas al maoísmo que
interesaban a los militantes franceses en aquella época había un énfasis en
el campesinado. La idea de ir a espacios rurales, intercambiar con la gente
que vivía en el campo y que resultaron en desplazamientos más grandes en los
años setenta en Francia, como el apoyo a los campesinos, pastores de ovejas,
de la región de Larzac que estaban defendiendo su tierra contra la
expropiación por las fuerzas armadas, que querían convertirlo en un campo de
entrenamiento.



Diría que lo que queda hoy en Francia de lo que otros investigadores y yo
llamamos «los largos años sesenta» es un movimiento como el de Larzac. Los
movimientos territoriales que son muy visibles en Francia hoy, como el ZAD
en Notre-Dame-des-Landes (donde se prolongaron movilizaciones contra la
construcción de un aeropuerto, véase «Habitación del tiempo», Brecha,
2-III-18).



—En estos tiempos la izquierda discute sobre política en gran parte en
términos de identidad y por momentos las categorías (que fijan esas
identidades) resultan mucho más herméticas que en los años sesenta franceses
que describe, cuando se logró generar una amplia solidaridad a través de ese
mecanismo de «desidentificación». Es posible que una actual reafirmación de
las identidades sea una reacción contra el no reconocimiento de diferentes
tipos de opresión (étnica o de género, por ejemplo), una etapa en un proceso
dialéctico, pero ¿qué posibilidades existen hoy de superar las categorías
para encontrar causas comunes?



—La subjetividad política que yo asocio al 68 tiene que ver con ese
movimiento de desidentificación de la situación propia, y creo que lo que
usted describe ahora es un tipo de afianzamiento de las identidades. Creo
que es así y entiendo lo que dice sobre la dialéctica de las identidades. Si
hablamos del caso francés, podemos ver que la idea del republicanismo
francés impidió que los franceses reconocieran verdaderamente su pasado
colonial. En ese sentido, sí, no se reconoció la categoría de raza. Pero lo
que me interesa más a mí ahora es el tipo de experimentos que están
surgiendo en las nuevas luchas territoriales, como el ZAD en
Notre-Dame-des-Landes, que justamente reúnen a personas de grupos
extremadamente diferentes: viejos campesinos, jóvenes callejeros,
representantes políticos, okupas, naturalistas (que ni siquiera están a
favor de la agricultura), campesinos jóvenes radicales. Este tipo de grupos
han persistido y conseguido crear una solidaridad en la diversidad, en la
que las diferentes identidades no han obstaculizado la acción colectiva. En
este caso fue para defender un territorio contra el Estado. Son fuerzas que
conservan su autonomía, pero logran asociarse entre sí. Luchan por una causa
común, no necesariamente por resolver sus diferencias, y han logrado hacerlo
durante largos períodos. La identidad a veces es visto como un obstáculo y a
veces es necesario hacerla estallar. Pero lo que me interesa son estos
momentos en que un joven callejero planta papas con un campesino o un
campesino se baja de su tractor para construir una barricada. El 68 estaba
lleno de estos ejemplos. La gente dejó de actuar según su función; los
estudiante no estudiaban, los agricultores no cultivaban la tierra y los
trabajadores no trabajaban.



—Usted escribe que la verdadera amenaza para el gobierno y la burguesía
durante mayo del 68 era justamente eso, que la gente no estaba cumpliendo
con las funciones que exigía el capitalismo, no las barricadas en sí. Y que
se estaban organizando de nuevas maneras por fuera y en contra de las
instituciones establecidas –como la Central General de Trabajadores (Cgt)
comunista o el Partido Comunista Francés–, que ya no servían para domesticar
el descontento social…



—Sí. Creo que el gobierno estaba tremendamente preocupado porque fue el
movimiento de masas más grande en la historia moderna francesa y la huelga
más larga y más importante de la historia del movimiento obrero. Es decir,
fue un fenómeno enorme que ningún gobierno podía ignorar. Lo que llama la
atención fue que en los años posteriores, el 68 se transformó en un relato,
por ejemplo, sobre varones que no podían entrar a las residencias
estudiantiles de las muchachas. Una versión diluida de mayo del 68 se volvió
dominante y la gente comenzó a pensar «en realidad no sucedió nada, nada que
pusiera en peligro al Estado». Pero esto no fue así. De hecho, De Gaulle
viajó a Alemania para reunirse con el comandante en jefe de las fuerzas
francesas en Alemania por las dudas de que tuviese que retomar el poder a la
fuerza.



Pero mi libro se trata más sobre el conjunto de estereotipos o tropos a
través de los cuales la gente recuerda lo que ocurrió. Sobre lo que se
olvida y lo que se vuelve a recordar. Yo diría que, a pesar de todas las
conmemoraciones, los coloquios, las ediciones especiales de las revistas, en
Francia hoy no se recuerda mucho del 68. A nadie le importa verdaderamente.
Lo único que es visible es la lucha en Larzac, y sólo porque el Estado
francés entró a Notre-Dame-des-Landes hace tres meses con tanques y otros
instrumentos de guerra, en la acción militar y policial más grande desde
1968.



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Si bien fueron los estudiantes los que, con sus manifestaciones contra la
guerra de Vietnam, protagonizaron los inicios de la revuelta, la represión
que sufrieron convocó al resto de las capas populares creando un movimiento
muy diverso. Kristin Ross, recoge en su libro la riquísima historia de
experiencias, de prácticas de organización popular que se dieron durante el
mayo francés y que revelan la íntima colaboración, por ejemplo, entre
estudiantes y obreros, la unión entre crítica intelectual y lucha obrera.
Así, en el campus universitario de Censier, en París, a pocas cuadras de La
Sorbona, el Comité de Acción (unidad de militancia de base autónoma que se
multiplicó de manera exponencial por todo el país, inspirada de la
experiencia de los Comités Vietnam de base [CVB]) Trabajadores-Estudiantes
se abocó a estrechar los lazos entre obreros y estudiantes. Esta vez los
obreros iban a los locales universitarios de Censier, que se terminaron
transformando en un centro de coordinación de la huelga general, donde se
discutía, se imprimían volantes, etcétera.



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—Analiza cómo los estereotipos que dominan el relato sobre el mayo francés
se basan en separaciones conceptuales hechas a posteriori. Por ejemplo, se
habla de un movimiento estudiantil que habría estado separado de las
movilizaciones obreras; de una revolución cultural separada de la
contestación política. Del militante duro, ascético (posteriormente
ridiculizado como masoquista), por un lado, y la idea de un hedonismo
generalizado, por otro. ¿Por qué surgen estas separaciones?



—Creo que podríamos hablar del discurso revisionista que surge en los años
ochenta en términos de una «americanización» de la memoria del mayo francés.
Todos los clichés que existían sobre los años sesenta en Estados Unidos, por
ejemplo, del punto de vista de Richard Nixon, se trasladó al mayo francés
para formar parte de su memoria, lo cual resulta alarmante porque mayo del
68 tiene sus propias particularidades, como la unión entre la crítica
intelectual del orden establecido y la lucha obrera. Esto no ocurrió en
Estados Unidos, donde los trabajadores mayoritariamente respaldaron la
guerra en Vietnam.



Hubo dos estrategias narrativas que, juntas, generaron clichés
omnipresentes. Por un lado, la personalización de los relatos de los líderes
estudiantiles y, por otro lado, un discurso generalizador que inventó
categorías muy amplias como, por ejemplo, «la juventud rebelada».



Jugaron un papel muy importante en este relato los ex líderes estudiantiles
que estaban forjándose una fantástica carrera en los medios, posicionándose
como los únicos intérpretes del movimiento. Y los medios llevan años
repitiendo las mismas versiones. Afortunadamente, la mayoría de esas figuras
han desaparecido, con la excepción de Daniel Cohn-Bendit, que sigue teniendo
llegada en los medios.



Cuando escribí mi libro, en 1990, hice una predicción. Dije que llegaría el
día en el que Bernard Lambert sería reconocido como alguien más importante
para la historia del 68 que Daniel Cohn-Bendit. Y ese día ha llegado, porque
Bernard Lambert (un militante agrícola, católico y maoísta), que era un
campesino autodidacta del oeste de Francia, de Nantes, escribió un libro
exigiendo un verdadero poder regional y la descolonización de las
provincias. También predije que reconoceríamos que lo que ocurrió en Nantes
en el 68 fue más importante que lo que ocurrió en las calles de París.



—¿En qué sentido?



—Porque fue sólo en Nantes que el encuentro del que hablábamos incluyó
también a un tercer grupo: los campesinos. En mayo y junio de 1968 funcionó
en Nantes y en sus alrededores un gobierno municipal alternativo, una comuna
insurreccional. Lo llamaron «La Commune de Nantes». Fue una unión tripartita
de campesinos que se encargaban de proveer a los obreros en huelga y a los
estudiantes ocupantes de comida y leche.



Es sólo a partir del actual movimiento de la ZAD que podemos concluir que
los años sesenta también fueron un momento en que los pueblos comenzaron a
identificar que la tensión entre la lógica del desarrollo y la base
ecológica de la vida se había transformado en la principal contradicción en
sus vidas. Paralelo a la lucha en Larzac, que duró diez años, en las afueras
de Tokyo tuvo lugar una lucha idéntica. Campesinos protestaban contra la
expropiación de sus tierras para construir el aeropuerto de Narita.



—Escribe sobre la reinterpretación que se hizo en los años ochenta, según la
cual las revueltas de mayo habrían sentado la base de la sociedad y el ideal
individualista de los ochenta y noventa. ¿Por qué surge esta
reinterpretación?



—Existen muchos trabajos de historiadores, politólogos, que han adoptado
totalmente la idea de que el capitalismo moderno actual representa lo que el
68 generó. Es decir, en lugar de decir que el capitalismo actual es la
traición del 68, argumentan que fue el 68 el que sentó sus bases. Se trata
de una prédica neoliberal muy retorcida que emergió por primera vez en los
años ochenta, cuando se comenzó a hablar del 68 como proto-capitalista o
como parte de la ética emprendedurista. Transformar la huelga general más
grande de la historia francesa en su opuesto requirió un esfuerzo laborioso,
que se desarrolló desde fines de los años setenta hasta los años noventa.
Jugaron un papel importante los izquierdistas arrepentidos que se
convirtieron en funcionarios de la memoria, certificados por los medios.
Estaban ansiosos por legitimar sus propias trayectorias y generalizar su
experiencia personal, mientras muchas personas diferentes que habían
participado en el movimiento no tenían acceso a los medios y sus historias
no se recogieron.



—Sostiene que la novela policial fue un género muy utilizado para rescatar
los relatos perdidos del mayo francés. ¿Por qué?



—Muchos se volcaron al género policial para contar la historia sobre lo que
consideraban ser un crimen. El crimen era que sus experiencias habían sido
distorsionadas en la memoria oficial del 68. Convirtieron sus experiencias
en una trama de misterio, una trama muy interesante. En Francia esto se
logró con mucho éxito porque el género de misterio francés se preocupa mucho
por la historia, por ejemplo, en la manera en que aspectos olvidados o
reprimidos de la situación colonial en Argelia, por citar un caso, se cuelan
al presente como un crimen sin resolver.



Nota de Correspondencia de Prensa



1) Es autora de “Lujo Comunal. El imaginario de la Comuna de París” (Akal,
2015), donde ofrece una genial explicación tanto de los antecedentes
intelectuales de la Comuna como de su relevancia política contemporánea. El
libro fue publicado originalmente en inglés (Verso, 2015) y francés (La
Fabrique, 2015).

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