Debates/ La extrema derecha al poder en Brasil, ¿y ahora? [Eduardo Gudynas y Alberto Acosta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Nov 12 18:35:23 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

12 de noviembre 2018

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Debates



La extrema derecha al poder en Brasil, ¿y ahora?



Eduardo Gudynas y Alberto Acosta *

Voces, 2-11-2018

http://semanariovoces.com/



Bolsonaro obliga a una crítica de los progresismos y un relanzamiento de las
izquierdas en América Latina.



América Latina está siendo aleccionada por el triunfo de Jair Bolsonaro, un
político casi desconocido de extrema derecha, en las elecciones
presidenciales de Brasil, así como por su contracara, el retroceso del
Partido de los Trabajadores y de otros grupos.



Urge abordar semejante “lección” sin repetir ni la nutrida información
circulante de estos días ni los análisis simplistas. Además, tal abordaje
debe hacerse desde una mirada latinoamericana, buscando comprender las
implicancias para las izquierdas en los demás países. Tarea urgente pues hoy
muchos creen confirmada la imposibilidad de cualquier alternativa de
izquierda y que el retorno de las derechas es inevitable.



Es importante adelantar que rechazamos esa postura, y más bien vemos en la
crisis el semillero de una nueva izquierda latinoamericana que no repita los
errores progresistas y se convierta, una vez más, en opción de cambio. En
otras palabras, apostar a unas izquierdas que eviten la llegada de otros
Bolsonaros en los países vecinos, para lo cual cabe una disección rigurosa
sobre lo sucedido en Brasil. Permanecer en la superficie es insuficiente, y
sólo se evitará el contagio si se construyen propuestas de cambio profundas,
viables y democráticas.



Derechas sin disimulos y progresismos que disimulan



Bolsonaro y sus apoyos expresan una ultraderecha que ya nada disimula ni
oculta. Tiene una prédica homofóbica, ataca a indígenas o negros, ironiza
con fusilar a militantes de izquierda, o defiende la tortura y la dictadura.
Pero no está solo, su racismo y autoritarismo son respaldados por amplios
sectores brasileños y los contrapesos ciudadanos y políticos fueron
ineficaces en detenerlo. Esto revela una sociedad brasileña mucho más
conservadora de lo pensado, en contraste con la pasada prédica del Partido
de los Trabajadores (PT), que celebrara el apoyo del “pueblo” y el viraje
hacia la “izquierda”.



Aquí ya asoman varias lecciones. Una de las viejas propuestas del PT era
democratizar la sociedad brasileña, incluyendo mejorar la institucionalidad
política. Pero una vez en el gobierno, el desempeño fue muy limitado pues se
agravó la dispersión partidaria; se usaron sobornos entre legisladores
(recordemos el primer gobierno de Lula da Silva con el mensalão); persistió
el verticalismo partidario; y paulatinamente se debilitó la participación
ciudadana. Esos y otros factores tal vez explican las limitaciones de un
“triunfalismo facilista” ante una sociedad brasileña que no era tan
izquierdista como parecía.



Es evidente que una renovación de las izquierdas debe aprender de esa
dinámica, y no puede renunciar a democratizar tanto la sociedad como sus
propias estructuras partidarias. No hacerlo facilita el surgimiento de
oportunistas. Las estructuras políticas de izquierda deben, de una vez por
todas, ser dignas representantes de sus bases y no meros trampolines desde
los que ascienden figuras individuales, con claros rasgos caudillescos.



Aquí sin duda opera el “miedo a perder la próxima elección”. En Argentina,
el sucesor designado del kirchnerismo perdió la elección ante el nuevo
conservadurismo de Mauricio Macri, justo por hacer algo parecido a lo que
ahora ocurrió con el PT de Brasil: rechazar los llamados al cambio,
abroquelarse e inmovilizarse sobre un núcleo duro. Ese mismo temor es
evidente hoy en el gobierno del MAS de Bolivia, y parece asomarse en el FA
de Uruguay.



Desarrollo nada nuevo sino senil



El caso brasileño confirma la gran importancia de las estrategias de
desarrollo, factor clave al diferenciar entre progresismo e izquierda. El
camino seguido por el gobierno de Lula da Silva, el “nuevo desarrollismo”
descansó otra vez en las exportaciones primarias y la captación de inversión
extranjera, alejándose de muchos reclamos de la izquierda. Este hecho, así
como los apuntados arriba, expresan que progresismo e izquierda son dos
corrientes políticas distintas.



En efecto, Brasil devino en el mayor extractivista minero y agropecuario del
continente. Esto sólo es posible aceptando una inserción subordinada en el
comercio global y una acción limitada del Estado, justamente al contrario de
las aspiraciones de la izquierda.



Las limitaciones de esas estrategias se disimularon con los jugosos
excedentes de la fase de altos precios de las materias primas. Aunque mucho
se publicitó la asistencia social, el grueso de la bonanza se centró en
otras áreas, tales como el consumismo popular, subsidios y asistencias
empresariales (como ocurrió con los Planes Agrícolas y Pecuarios), el apoyo
a algunas grandes corporaciones (las llamadas campeões  nacionales).



Esto explica que el “nuevo desarrollismo” fuese apoyado tanto por
trabajadores, que disfrutaban de créditos accesibles como por la elite
empresarial que conseguía dinero estatal para internacionalizarse. Lula da
Silva era aplaudido, por razones distintas, tanto en barrios pobres como en
el Foro Económico de Davos.



Esto comenzó a crujir al caer los precios de las materias primas,
develándose que las ayudas mensuales son importantes, pero no sacan
realmente a la gente de la pobreza, que persistía la excesiva concentración
de la riqueza, y que parte del financiamiento a las corporaciones se perdió
en redes de corrupción. No se transformaron las esencias de las estrategias
de desarrollo. Se profundizó la dependencia de las materias primas, con
China como nuevo referente, haciendo que Brasil tuviera la peor balanza
comercial física del continente. Se produjo desindustrialización y
fragilidad económica y financiera. Ese “nuevo desarrollismo” progresista es
tan viejo como nuestras propias colonias, pues en aquel entonces arrancó el
extractivismo.



No se quiso entender que esas estrategias obligaban a usar ciertos
instrumentos económicos y políticos nada neutros, y más bien contrarios de
buena parte de la esencia de izquierda. Para colmo, los progresismos en los
países vecinos siguen el mismo sendero. Se alimentaron crisis políticas que
los progresismos no logran resolver desde la izquierda, y regresaron viejas
recetas como el endeudamiento, los controles sobre la movilización
ciudadana, o flexibilizar normas ambientales y laborales para atraer
inversores. Como resultado se generaron condiciones para una restauración
conservadora dejándose servido un Estado y normas que lo harán todavía más
fácil.



Ruralidades conservadoras



El desarrollismo senil requiere del viejo autoritarismo, y por ello
distintos sectores como el ruralismo ultraconservador festeja el discurso de
Bolsonaro contra los indígenas, los campesinos y los sin tierra. Bolsonaro
cuenta entre sus apoyos con la “bancada ruralista”, un sector que ya había
llegado al anterior gobierno cuando Dilma Rousseff colocó a una de sus
líderes en su gabinete (Kátia Abreu). Este ejemplo debe alertar a la
izquierda, pues distintos actores conservadores y ultraconservadores
aprovechan de los progresismos para enquistarse en esos gobiernos.



Además, los progresismos no aseguraron una real reforma agraria o una
transformación de la esencia del desarrollo agropecuario. Recordemos que
bajo el primer gobierno de Lula da Silva se difundió la soja transgénica en
Brasil; un similar proceso de sojización ocurrió en Uruguay iniciado con
José Mujica en el MGAP (Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca). (1)
Los progresismos no lograron explorar alternativas para el mundo rural,
insistiendo en el simplismo de los monocultivos de exportación, sostener al
empresariado del campo, y si hay dinero, distribuir asistencias financieras
a pequeños y medianos productores.



Las izquierdas, en cambio, deben innovar en una nueva ruralidad, abordando
en serio tanto la tenencia como los usos de la tierra, y el rol de
proveedores de alimentos no sólo para el comercio global sino sobre todo
para el propio país.



Pobreza y justicia



El PT aprovechó distintas circunstancias logrando reducir la pobreza, junto
a otras mejoras (como incrementos en el salario mínimo, formalización del
empleo, salud, etc.), todo lo cual debe ser aplaudido. Pero, mucho de ese
esfuerzo descansó en el asistencialismo y reforzó la mercantilización de la
sociedad y la Naturaleza. La bancarización y el crédito explotaron (el
crédito privado trepó del 22% del PBI en 2001 al 60% en 2017). El consumismo
se confundió con mejoras de la calidad de vida.



El progresismo aquí olvidó la meta de la izquierda de desmercantilizar la
vida como reacción contra el neoliberalismo del siglo pasado. La idea de
justicia se redujo a enfatizar algunos instrumentos de redistribución
económica, mientras que los derechos ciudadanos seguían siendo frágiles. La
izquierda latinoamericana no puede hacerse la distraída ante el hecho que
Brasil está a la cabeza en el número de asesinatos de defensores de la
tierra en el mundo (57 muertes en 2017 según Global Wittness) y la violencia
urbana no ha retrocedido. Las izquierdas no deberían entramparse en esos
reduccionismos, y la justicia social es mucho más que la redistribución, así
como la calidad de vida es también más que el crecimiento económico.



Hay futuros posibles



El PT como otros progresismos sudamericanos, no sólo desoyó advertencias
sobre ese “nuevo desarrollismo” primarizado, sino que activamente combatió
los debates y ensayos en alternativas al desarrollo. Distintos actores,
tanto nacionales como extranjeros, aplaudían complacientes sin escuchar las
voces de alarma, con el pretexto perverso de no hacerle el juego a la
derecha.



A pesar de todo, en Brasil y en el resto del continente hay múltiples
resistencias y alternativas que se construyen cotidianamente. Ellas ofrecen
inspiraciones para una recuperación de la izquierda, desde la crítica al
desarrollismo, los ensayos para abandonar la dependencia extractivista o la
salvaguarda los derechos ciudadanos. Allí están los insumos para una nueva
izquierda comprometida con horizontes emancipatorios.



La renovación de las izquierdas debe asumir la crítica y la autocrítica,
cueste lo que cueste, para aprender y desaprender de estas experiencias
recientes. Se mantienen conocidos desafíos y se suman nuevas urgencias. La
izquierda latinoamericana debe avanzar en alternativas al desarrollo, debe
ser ambientalista en el respeto a la Naturaleza y feminista para enfrentar
el patriarcado, persistir en el compromiso socialista con remontar la
inequidad social, y decolonial para superar el racismo y la exclusión. Todo
esto demanda siempre más democracia.



* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología
Social en Uruguay; Alberto Acosta, economista, fue presidente de la Asamblea
Constituyente de Ecuador y candidato a la presidencia por la Unidad
Plurinacional de las Izquierdas.



Nota



1) Mujica ejerció como ministro (2005-2009), durante el primer gobierno del
Frente Amplio (2005-2010) presidido por Tabaré Vázquez. (Redacción
Correspondencia de Prensa]

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