Cuba/ No es país para jóvenes. Los desafíos demográficos [Amaury Valdivia]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 19 15:43:21 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

19 de octubre 2018

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Cuba

 

Los desafíos demográficos

 

No es país para jóvenes 

 

Amaury Valdivia, desde La Habana

Brecha, 19-10-2018

https://brecha.com.uy/

 

“¿Habrá comenzado una franca disminución de la población total de Cuba?”
Bajo ese titular, en junio pasado, el diario Juventud Rebelde –vocero del
ala juvenil del Partido Comunista– publicó un extenso reportaje acerca de la
demografía de la isla y sus perspectivas. La preocupante realidad abordada
por el texto podía resumirse en una conclusión: “En 2017 tuvimos menos
nacimientos y más muertes que en el año anterior. Y también aumentó la
emigración hacia otras naciones (…) la magnitud del decrecimiento ha llevado
a los especialistas a la presunción de que probablemente marque el inicio de
la tendencia a la disminución de la población”.

 

Era una circunstancia esperada desde el inicio de los noventa, cuando la
economía nacional entró en una profunda crisis que todavía lucha por
superar. Dos de sus efectos más visibles fueron la disminución en el número
de nacimientos y el auge de la emigración (protagonizada en buena medida por
jóvenes con calificación profesional).

 

Paradójicamente, ambos fenómenos se han conjugado con la alta esperanza de
vida que garantiza el sistema de salud local (78,45 años, al cierre de 2017)
para poner al país a las puertas de un futuro en el que los ancianos serán
mucho más numerosos que los niños y jóvenes.

 

Cuba envejecida

 

“1977 fue el último año en que la mujer cubana, como promedio, procreó dos
hijos, la cantidad considerada mínima para garantizar el aumento de la
población”, recordaba en 2013 un dosier de la revista Espacio Laical. La
prestigiosa publicación, que por entonces editaba el Arzobispado de La
Habana, concluía que ni el “poseer uno de los índices de mortalidad infantil
más bajos del mundo (…) ni un sistema gratuito y eficiente de salud pública”
bastaban para alterar la realidad mostrada por los censos de 2002 y 2012.
Ambas encuestas pusieron sobre la mesa un hecho inquietante: la población de
Cuba se había “estancado” en torno a los 11 millones de personas (en
esencia, la misma de mediados de los noventa), y además la edad promedio
había pasado de 35,1 a 38,8 años.

 

Investigaciones del Ministerio de Salud Pública (Minsap) anticipan que en
2030 el 30,3 por ciento de la población cubana tendrá una edad superior a
los 60 años (alrededor de 3,3 millones de personas). En números redondos se
tratará de 1,1 millón de ancianos más que los registrados en diciembre de
2017, constituyendo la proporción más alta entre todas las naciones de
América Latina y el Caribe. (A modo de comparación, una investigación
conjunta de las Naciones Unidas y la Universidad de la República confirmó a
Uruguay –19 por ciento de sus habitantes con 60 o más años de edad– como el
ocupante del segundo puesto en ese escalafón.)

 

“Dicha dinámica demográfica coloca al país (…) ante retos numerosos”,
consideraba en abril de este año Alberto Fernández Seco, jefe del
Departamento del Adulto Mayor del Minsap. El funcionario resaltó con
particular énfasis el reto que representarán las demencias asociadas al
envejecimiento, cuyos pacientes se duplicarán en los próximos 12 años, hasta
alcanzar el 3 por ciento de la población total.

 

Ya en 2016, al ser consultadas para una indagación de la Escuela Nacional de
Salud Pública y la Oficina Nacional de Estadísticas (Onei), alrededor de 119
mil personas (2 por ciento de la población económicamente activa)
manifestaron no “haber buscado trabajo en las últimas semanas por
encontrarse al cuidado de personas mayores”. Lo más preocupante es que de
acuerdo con proyecciones de la Onu (World Population Prospects, 2015), de
mantenerse las tendencias actuales, hacia 2050 Cuba podría haber perdido
alrededor de un millón de habitantes, el 39,7 por ciento de sus ciudadanos
serían ancianos y la edad media ascendería a los 51,8 años (la novena más
elevada del mundo).

 

“Nuestro escenario demográfico tiene dos componentes de países
desarrollados: la baja fecundidad y la baja mortalidad. Pero las naciones
con esas características reciben migración, y Cuba pierde población
económicamente activa y joven que necesita”, alertaba en 2016 el director
del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, Enrique
Aja Díaz, en el periódico Juventud Rebelde. En su opinión, las posibles
soluciones deberían basarse en la premisa de que “aunque es esencial atender
la calidad de vida de la población envejecida, hay que velar por la de los
jóvenes, y por su participación y compromiso”.

 

Cigüeñas postergadas

 

Durante meses, Alex (nombre supuesto) dedicó todo el tiempo y dinero del que
podía disponer a un único fin: alcanzar una beca en alguna universidad
extranjera y marcharse de Cuba. Contaba con un buen empleo, había heredado
la casa en la que vivía luego del fallecimiento de su madre, y mantenía una
relación estable desde sus tiempos estudiantiles.

 

“No faltó quien nos preguntara por qué no teníamos hijos, si estábamos más
‘cómodos’ que la mayoría de los jóvenes de nuestra generación”, comenta
(estadísticas oficiales cifran el déficit habitacional en más de 700 mil
viviendas, y de las 4 millones existentes, más de la mitad se encuentran en
regular o mal estado; en todo el país es habitual que en una misma casa
convivan varias generaciones o incluso distintas familias). “Era difícil
explicarlo. Aunque nunca nos enfrentamos a la odisea de los alquileres,
siempre sentimos el problema del salario pesando sobre nosotros. Incluso con
dos y hasta tres trabajos resulta difícil llegar a fin de mes, y ‘lujos’
como comer en un buen restaurante o un fin de semana en un hotel son poco
menos que una utopía”.

 

Patricia, quien sí vive en una casa alquilada, tiene claro que sólo podrá
pensar en tener descendencia el día en que se vaya de la isla. Ingeniera
industrial y residente en la occidental ciudad de Matanzas, se considera una
afortunada por el trabajo que desempeña (en una empresa que paga
bonificaciones salariales en divisas), pero sabe que para contar con un
hogar propio no le bastarían los ingresos de toda una década. Tampoco su
casero aceptaría continuar alquilándole si ella esperara un hijo, debido al
temor de perder el inmueble (aunque la ley no lo establece de forma expresa,
en la práctica están prohibidos los desalojos de menores de edad,
embarazadas o personas con discapacidad).

 

Para viajar a México, Alex debió echar mano a todos sus ahorros. La partida
de su esposa se producirá tan pronto concreten la venta del apartamento en
el que transcurriera su infancia. “En cierta forma estamos ‘quemando las
naves’, pero no tenemos otra alternativa. Con los recursos que me brinda la
beca tenemos la posibilidad de vivir mucho mejor que en Cuba, e incluso
pensar en tener nuestros hijos”, dice.

 

Con su novio viajando regularmente a naciones del Caribe como “mula”
(dedicado al trasiego de artículos que luego abastecen el mercado informal),
Patricia tiene un incentivo particular para llevar adelante los trámites con
los que espera adquirir la ciudadanía jamaicana, heredada de sus abuelos
maternos. En esas circunstancias, él (cubano de nacimiento pero súbdito
español gracias a la llamada “ley de los nietos”) y ella tendrían la
posibilidad de probar suerte en un largo listado de países. Permanecer en su
tierra natal y esperar por los frutos de la “actualización económica” (la
política de reformas emprendida en 2011) no está entre sus planes.

 

Pese a la derogación formal de los privilegios que beneficiaban a los
migrantes cubanos al ingresar a Estados Unidos, la emigración sigue siendo
la opción escogida por un número creciente de cubanos. Sólo en 2017, 35.908
de ellos establecieron su residencia permanente en el exterior, marcando un
incremento de 4.986 individuos respecto del calendario precedente. En
contraposición, 13.671 decidieron repatriarse (3.957 menos que en 2016); la
mayoría eran ancianos o personas de mediana edad. Como una tendencia lenta
pero sostenida, cada día en los parques son más comunes los bastones y menos
los coches con recién nacidos.

 

Mientras, el gobierno de La Habana sigue sin una estrategia efectiva para
favorecer la natalidad. Así se evidenció a mediados de la semana anterior,
cuando el Consejo de Ministros sometió a discusión el tema. De acuerdo con
la versión oficial del encuentro, la única propuesta aprobada fue “priorizar
a las madres con tres o más hijos en el otorgamiento de subsidios para la
construcción de viviendas”. A más largo plazo, el presidente, Miguel
Díaz-Canel, orientó un estudio acerca de las necesidades del programa
nacional de reproducción asistida, que en los últimos años ha experimentado
un notable crecimiento en la demanda de sus servicios. Poco o nada se habló
de los altos precios de los alimentos y artículos para bebés, el
insuficiente número de guarderías, o la falta de insumos médicos que sufren
los hospitales infantiles.

 

La nota más pintoresca –y hasta cierto punto inquietante– en todo este
asunto la han aportado en las últimas semanas algunas comunidades
evangélicas, durante el proceso de debates sobre la nueva Constitución. Un
artículo del proyecto, que abre la posibilidad de que en la isla pueda
establecerse el matrimonio igualitario, ha despertado el malestar de esos
grupos y otras personas de mentalidad conservadora. Entre sus más peregrinos
argumentos resalta la “preocupación” porque “se apruebe algo ‘así’ cuando
hay tantos problemas con la natalidad”. Prodigios de la negación.

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