Argentina/ Lecturas de la crisis. Diez días que conmovieron a Macri [Fernando Rosso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 8 14:40:11 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

8 de setiembre 2018

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Argentina

 

Lecturas de la crisis

 

Diez días que conmovieron a Macri

 

Fernando Rosso *

 

Revista Anfibia, setiembre 2018

http://www.revistaanfibia.com/

 

El resultado de los diez días que estremecieron a Macri no podía ser otro:
continuidad de la tensión cambiaria, incertidumbre económica, aumento del
descontento social y agudización de la crisis política. Apoyado en la “épica
del ajuste” y en Trump, el gobierno necesitará de dos bienes escasos en
Olivos y en la Rosada: tiempo y política.

 

Primero, la efímera palabra del presidente es desautorizada de inmediato por
lo que eufemísticamente llaman “los mercados”; después, otra letanía
evangelizadora más extendida sufre la misma suerte. Los especialistas en
comunicación política discuten: el primer mensaje fue demasiado corto y el
segundo, excesivamente largo. Analizan el comportamiento kinésico y la
postura corporal, el manejo de los tiempos, los silencios y el cambio de
escenario: de la malograda toma al aire libre en la Quinta de Olivos a una
majestuosidad dramática en el Salón Blanco de la Casa Rosada. En el medio,
un fin de semana salvaje de reunionismo eterno, nombres para eventuales
cambios del gabinete que rebotaron por todos los rincones del “círculo rojo”
y el estallido de mil internas en la coalición oficial que alimentaron el
morbo de la patria zocalera.

 

El editorialista estrella de un diario hasta ayer ultraoficialista relata
que “durante cuarenta y ocho horas, Olivos fue una especie de asamblea
universitaria, con un presidente que no estuvo presente todo el tiempo, más
bien estuvo ausente y en muchos casos jugando al paddle, al fútbol o mirando
el partido de Boca”. La estudiantina entrada en años del Cardenal Newman en
sesión permanente con los experimentados rosqueros de la ex Franja Morada
poniéndose el país de sombrero en un domingo de sol.

 

La memoria agita inmediatamente el fantasma del último que -con diferencias
específicas- fue el género próximo: “Fernando de la Rúa era vislumbrado
además por los medios de comunicación como un presidente que vivía por fuera
del ámbito de los acontecimientos”, narra Julián Zícari en su oportuno libro
“Camino al colapso. Cómo llegamos los argentinos al 2001”, de reciente
publicación por ediciones Peña Lillo y Continente.

 

El resultado de los diez días que estremecieron a Macri no podía ser otro:
la continuidad de la tensión cambiaria, la incertidumbre económica, el
aumento del descontento social y la agudización de la crisis política.

 

Las nuevas medidas anunciadas por el presidente y luego ampliadas por su
ministro Hacienda, Nicolás Dujovne, no convencieron a nadie y enfurecieron a
muchos: déficit cero para el año que viene, reducción del presupuesto para
obra pública, nueva baja de los subsidios al transporte (o su transferencia
a las provincias) con los consecuentes tarifazos y tímida reinstalación de
unas retenciones sui generis que afectan al corazón de proyecto cambiemita:
las patronales del campo. Un impuesto que Macri se impone aplicar sin
convencimiento y al que califica de “malo, malo, malo, malísimo y malo”. El
combo configura un duhaldismo culposo y de bajas calorías que no persuade a
los ricos que encabezan la rebelión cambiaria y que exigen del Gobierno una
combinación imposible: ajuste + volumen político.

 

Las nuevas resoluciones se agregan a la dinámica del plan que -con
devaluación permanente, tasas de referencia monetaria por las nubes (que
enfrían la economía) e inflación récord- viene erosionando la base social
que permitió la epopeya de 2015 y la confirmación de 2017.

 

El macrismo en tiempos de cólera cambiaria pierde cada vez más entre los de
abajo, no disuade a los de arriba y comienza peligrosamente a enervar a los
del medio.

 

Desde el punto de vista político, la reestructuración de un gabinete más
compacto implicó cambiar el decorado y los muebles de lugar, con menos de
los mismos y… más de lo mismo. Lo que amagó con transformarse en un
despliegue acuerdista y consensual, terminó en un deslucido repliegue sobre
sí mismo. No por virtud, sino por necesidad ante la negativa de todos los
que fueron convocados a última hora para sumarse a la imprudente aventura de
embarcarse en un Titanic que se hunde en cómodas cuotas. El cambio
desordenado dejó a ministros con un supuesto mayor poder institucional, pero
con un disminuido poder político: Marcos Peña sigue siendo el rey en la
jefatura de Gabinete, pero está desnudo porque debió entregar a sus más
fieles colaboradores (Mario Quintana y Gustavo Lopetegui); Dujovne es
flamante superministro de Economía, porque Carlos Melconian no aceptó el
convite (o desde el Gobierno no aceptaron sus condiciones, para el caso es
lo mismo); la mayoría son PRO puros: los radicales no aportaron a ninguno de
los suyos para integrarse al mejor desbande de los últimos cincuenta años.

 

La frutilla del postre la colocó el resquebrajamiento del blindaje mediático
y especialmente el nuevo divorcio en puerta que encara indolente el
reempoderado patovica dueño de gran parte de la palabra pública: el Grupo
Clarín. Si bien no es “periodismo de guerra” (aún sigue peleando su guerra
anterior), es periodismo de riña con editorialistas que castigan al Gobierno
como si toda la vida hubieran sido opositores y no pilares que vienen
bancando este proyecto y lo siguen desde Cemento.

 

El resultado de conjunto es un gobierno que se diluye, no transmite ninguna
épica o pretende enamorar con una ilusoria “épica del ajuste”, mientras un
país escucha atónito el sermón increíble de un presidente de apellido Macri
que reta a la sociedad porque vive “por encima de sus posibilidades”. Como
si él y su clan hubieran sufrido siempre el calvario de vivir por debajo de
las suyas.

 

El relanzamiento que no fue, mostró a un hombre abrumado que reparte culpas
a diestra y siniestra y que dejó en evidencia una debilidad espantosa.

 

En este escenario pesadilla la pregunta obligada es: ¿quién sostiene a
Macri?

 

Aquí es donde se revela que la mayor fortaleza propia es la gobernabilidad
prestada que le otorgan los otros. El pirómano Donald Trump le concede
quince minutos de conversación, pero no logra que el FMI libere fondos
frescos y acuerde rápidamente un nuevo programa. El organismo exige dos
cosas que Macri no tiene: tiempo y política.

 

La dirigencia sindical y el grueso peronismo, por su parte, aunque toman
distancia traman su “hay 2019”, mientras el 2018 nos quiere llevar puestos a
todos y todas. Como pasó tantas veces en la historia de este país, ante un
agotamiento prácticamente irrecuperable de estas características, la
sobrevida se la pueden otorgar quienes disfrazan su capitulación o hasta su
complicidad con la más elegante “responsabilidad”. Con una perversa e
inconfesable lógica interna que puede resumirse en: “que Macri haga el
trabajo sucio y después -siempre desde mil escalones más abajo que nunca se
recuperan- habrá que hacer el control de daños”.

 

Pese a esto, “los mercados” siguieron golpeando por imponer sus intereses
con mucho más convicción que la que demuestran los que presuntamente
deberían defender a los trabajadores y a las grandes mayorías.

 

Si como afirmó Danton: “es de temer que la revolución, como Saturno, acabará
devorando a sus propios hijos”; la revuelta de “los mercados” parece
dispuesta a devorarse lentamente a uno de los suyos. 

 

* Fernando Rosso, periodista y director de La Izquierda Diario. Militante
del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), Es coautor del libro
“¿Existe la clase obrera?” (Capital Intelectual, 2017), en el que analiza el
crecimiento durante el kirchnerismo de las comisiones internas de izquierda
en fábricas y empresas. Desde el 2018 conduce “El Círculo Rojo”, por Radio
Con Vos. Escribe en diversas publicaciones como Le Monde Diplomatique
(Edición Cono Sur), Panamá Revista, el diario de Río Negro y Tiempo
Argentino (desde que está recuperado por sus trabajadores).

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