Venezuela/ El búmeran bolivariano. El impacto de la crisis venezolana en la izquierda latinoamericana [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Abr 10 00:23:06 UYT 2019


  _____  

Correspondencia de Prensa

10 de abril 2019

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

  _____  

 

Venezuela

 

El impacto de la crisis venezolana en la izquierda latinoamericana

 

El búmeran bolivariano

 

Pablo Stefanoni *

Le Monde Diplomatique/el Dipló/

Buenos Aires, marzo 2019

https://www.eldiplo.org/

 

El modelo bolivariano, que durante años funcionó como un faro que inspiraba
a otras fuerzas políticas en la región, hoy es un lastre. La crisis que
atraviesa Venezuela debería generar un debate acerca de los límites y
errores del único país que se autoproclamó socialista después de la caída
del Muro de Berlín. 

 

Hace 20 años, el triunfo de Hugo Chávez fue seguido con un entusiasmo
limitado por la izquierda latinoamericana. Un tanto folklórico, el ex
paracaidista había organizado en 1992 un golpe de Estado militarmente
fallido pero, a la larga, políticamente exitoso (1), y tras su victoria en
las elecciones presidenciales de 1998 sorprendió al jurar su cargo sobre la
“Constitución moribunda”. En un comienzo, sus posicionamientos ideológicos
resultaban ambiguos: si bien había tenido acercamientos con la izquierda
durante su carrera militar, al mismo tiempo se había rodeado de asesores
como el nacionalista argentino, con posiciones cercanas a los militares
carapintadas, Norberto Ceresole, y por otro lado elogiaba la Tercera Vía de
Tony Blair. Fue tras el golpe que sufrió en 2002 que la experiencia chavista
terminó de ser incorporada como acervo de una izquierda latinoamericana que
había encontrado en la tradición nacional-popular una tabla de salvación
frente a la crisis del socialismo real y las derrotas de los 70. El sueño de
Jorge Abelardo Ramos de articular populismo y socialismo parecía hacerse
parcialmente realidad, primero en Venezuela y después en Bolivia y Ecuador.
Pero lo que en un momento fue una locomotora hoy se volvió un peso para los
progresismos regionales, a punto tal que nadie puede ganar hoy una elección
en América Latina sin diferenciarse del madurismo, en el contexto de una
masiva migración de venezolanos que dan carnadura –y voz– a los fracasos de
su gobierno.

 

Cultura de campamento

 

Es difícil atribuir a la “maldición de la abundancia” el derrumbe económico
que atraviesa Venezuela; otros países de la región y del mundo dependen de
las exportaciones hidrocarburíferas y no sufren un retroceso de
características post-bélicas –la caída del PIB en Venezuela ronda el 50% en
los últimos cinco años, un hecho inédito en la región– (2). Hasta hace un
par de años, gracias a la combinación de una serie de dimensiones a menudo
poco debatidas por las izquierdas latinoamericanas, el chavismo había
logrado postergar la discusión sobre la “vía venezolana al socialismo…
petrolero” hasta que ya no haya “conspiraciones imperialistas” en el
horizonte, es decir, ad infinitum. Entre esas dimensiones encontramos el
carisma excepcional de Chávez (imposible de transmitir y que combinaba
“padre severo” con “madre cariñosa”); un tipo de mesianismo compasivo de
matriz cristiana; un cripto estalinismo tropical desorganizado que entronca
con rituales y marcos interpretativos del socialismo real, y una visión
militarista de los problemas propia de un caudillismo pretoriano (3). Todo
esto en el marco de una gran ineficiencia administrativa, incluso en
comparación con otros “populismos” de la región.

 

Tras la muerte de Chávez (marzo de 2013), sin una institucionalidad
bolivariana propiamente dicha y en un contexto de una pronunciada caída de
los precios de los hidrocarburos, la fórmula bolivariana
–petróleo+carisma+empoderamiento simbólico de los excluidos– se debilitó
hasta desembocar en la situación actual.

 

Frente a esa deriva, una parte de la izquierda crítica intentó anclarse en
una suerte de “melancolía chavista”, y atribuir los problemas al liderazgo
de Nicolás Maduro, el “hijo de Chávez”. Pero la profundidad de la crisis
(hiperinflación, derrumbe del PBI, inseguridad), junto a la falta de
espacios de deliberación política real en el Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV), impidieron la emergencia de un “chavismo crítico” con
incidencia social, por lo que una parte de él terminó en el Frente Amplio
Venezuela Libre, que agrupa fuerzas vivas, iglesias, partidos e
intelectuales de diferentes tendencias.

 

Venezuela vive, como señaló el sociólogo Marc Saint-Upéry, en una suerte de
“autoritarismo anárquico y desorganizado” (4), incapaz incluso de imponer la
autoridad del Estado, como lo demuestran la crisis del sistema carcelario,
el “pranato” (mafia) minero (5) y las cifras brutales de inseguridad (80
muertes violentas por cada 100.000 habitantes), que han acabado incluso con
parte de la sociabilidad nocturna. A ello hay que sumar los Operativos para
la Protección y Liberación del Pueblo (OLP) y más recientemente las
maniobras de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), que en ambos casos
rutinizaron el gatillo fácil en los barrios (6), además de una gestión
predatoria de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), la gallina de los huevos de
oro de la revolución. La situación es tan mala que el propio Maduro habló
–después de casi dos décadas– del “falso socialismo”, en un intento de
convencer a los electores de que voten por “un nuevo comienzo”.

 

Mientras este modelo parecía funcionar, por ejemplo reduciendo la pobreza,
Venezuela, amplificada por la retórica de Chávez, se había transformado en
un faro político en la región, con discursos que revitalizaron la tradición
antiimperialista y hasta “ponían en la agenda” el socialismo. No obstante,
desde el comienzo del proceso se podían observar todo tipo de problemas,
tapados, hasta donde era posible, por el boom de los precios petroleros (que
subieron alrededor del 1.000% durante la era Chávez). Detrás de estos
discursos a menudo se escondían las culturas políticas forjadas por Acción
Democrática y Copei desde 1958.

 

En las últimas dos décadas se han ensayado varias estrategias –en la primera
etapa, “operativos cívico-militares”– para llevar adelante “procesos de
inclusión masivos y acelerados” a través de una distribución más justa de la
renta petrolera, junto con un sistema comunal que debería absorber a la
democracia liberal. Algunos críticos del rentismo hablan de la “cultura de
campamento”, en la que predominan los operativos extraordinarios sin
continuidad en el tiempo (7). Pero fue el propio Chávez quien, admitiendo
implícitamente el fracaso de una agenda de desarrollo post-hidrocarburífera
(la “siembra del petróleo”), definió el proyecto en marcha como “socialismo
petrolero”. Durante una emisión de Aló Presidente, su programa semanal, el
mandatario venezolano explicó: “Estamos empeñados en construir un modelo
socialista muy diferente al que imaginó Marx en el siglo XIX. Ese es nuestro
modelo, contar con esta riqueza petrolera”.

 

Las imágenes del socialismo

 

En este marco emergió lo que el economista marxista Manuel Sutherland define
como un “populismo clientelar lumpen”, que se fue superponiendo a los
efectos iniciales del empoderamiento simbólico de las capas más postergadas.
Esto explica en parte la persistencia del chavismo en sectores de la
sociedad que encontraron en Chávez al líder que, seguramente sin haber leído
a Ernesto Laclau, construyó el “significante vacío” en el que se
inscribieron las múltiples demandas de los de abajo. Pero también la
degradación actual.

 

El caso venezolano deja en evidencia que, desde la caída del Muro de Berlín
en 1989, no fue posible pensar, ni teórica ni prácticamente, un tipo de
transformación socialista integral de la sociedad sin caer en la cultura
anti-pluralista del socialismo real. Y en esa deriva no fue menor el rol de
Cuba, embarcada hoy en una serie de reformas pero sin perder la vocación
totalitaria en diversos terrenos de la vida social. Venezuela, sin dudas, no
se transformó en Cuba: no logró poner en práctica algunas políticas públicas
de inclusión social sistemática –como lo hicieron los cubanos en materia de
salud y educación–, y no terminó de desmantelar totalmente la “democracia
liberal” (aunque la Asamblea Nacional Constituyente inaugurada en 2017
modeló un gobierno de facto que se sitúa por encima de los poderes
constituidos y anuló en los hechos a la Asamblea Nacional –de mayoría
opositora desde 2015 y declarada en desacato por una justicia completamente
subordinada al chavismo–). 

 

De este modo, el “silencio Cuba”, al decir de Claudia Hilb, de muchas
izquierdas latinoamericanas –y de más allá también– devino en un “silencio
Venezuela”, que no significó, como tampoco ocurrió en el caso de la isla, no
hablar de Venezuela, sino evitar enfrentar los problemas apelando de manera
mecánica a las “agresiones imperiales”. Bajo el mismo acoso imperial, la
Bolivia de Evo Morales lleva más de una década de crecimiento y
consolidación macroeconómica, baja inflación y estabilidad cambiaria.

 

Lo cierto es que la misma Venezuela que pareció alentar la expansión del
socialismo en la región terminó convirtiéndose en un búmeran para las
izquierdas. No es de extrañar que las fuerzas de derecha latinoamericanas
incluyan a Venezuela –o, mejor dicho, a los riesgos, más imaginados que
reales, de venezuelización– en las campañas electorales. Incluso Sebastián
Piñera llegó a hablar, con tonalidades de realismo mágico, de los peligros
de transitar hacia “Chilezuela” si triunfaba el candidato de
centroizquierda, por no hablar del “efecto Venezuela” en la política
argentina, colombiana y brasileña. Por supuesto, esos relatos pueden
descartarse como propios de la tradicional retórica conservadora que busca
desprestigiar a los gobiernos populares. Pero eso significaría desconocer
que Venezuela es el único país que se proclamó “socialista” con
posterioridad a la caída del Muro de Berlín y que hoy replica imágenes
clásicas de la decadencia del socialismo real: desabastecimiento, colas,
hiperinflación, migraciones masivas y un Estado crecientemente pretoriano. 

 

Las derivas del Foro de San Pablo

 

El giro a la derecha en la región no alentó una revisión crítica de la
“década ganada” sino actitudes reactivas y retroutopías sobre las
“primaveras populares” perdidas. Esto puedo verse en la 24ª Asamblea del
Foro de San Pablo, celebrada en julio de 2018 en La Habana. La presencia en
su seno de las figuras del ala más conservadora de Cuba, como el
vicesecretario del Partido Comunista de Cuba (PCCh), José Ramón Machado
Ventura, contribuyó al repliegue ideológico y a la retórica contra el cerco
imperial. Pero el imperio requiere un análisis más fino, al menos para
reconocer que los halcones de la era Bush que hoy buscan derrocar a Maduro
–y le ofrecen una playa paradisíaca si se va del país o la de Guantánamo si
se queda– conviven con un Trump que llegó a la Casa Blanca supuestamente
apoyado por Vladimir Putin, en el marco de la emergencia de la “derecha
alternativa”. 

 

Problemas como la corrupción fueron englobados en el encuentro del Foro en
el gran relato de la conspiración política-judicial. Y aunque sería ingenuo
negar las operaciones y el rol de la política y los jueces celebrities, lo
cierto es que la ética pública constituye una demanda popular generalizada.
De hecho, en los países gobernados por la derecha las izquierdas ganan
también con discursos “honestistas”, como ocurrió en México con Andrés
Manuel López Obrador. Pero incluso más allá de esta cuestión –que hoy tiñe
todas las campañas electorales– la solidaridad acrítica del Foro con el
gobierno de Venezuela y con Daniel Ortega en Nicaragua –que logró mantenerse
en el poder sin escatimar represión a sangre y fuego– deja ver una
subestimación de las izquierdas regionales de la crisis política y moral de
gran parte de sus fuerzas y del problema democrático. Una subestimación que
recuerda reacciones frente a la crisis del socialismo real poco antes del
derrumbe de la Unión Soviética, en 1991. 

 

“Empate catastrófico”

 

Habrá que ver cómo termina el “empate catastrófico” iniciado con la guerra
de poderes lanzada en 2015, cuando la oposición ganó dos tercios de la
Asamblea Nacional. Juan Guaidó, en una especie de acto “leninista”, se hizo
proclamar “presidente encargado”, tratando de aprovechar los “instantes
huidizos” de la política. E hizo de la “ayuda humanitaria” –con apoyo de
Estados Unidos– su caballito de batalla para mostrar que tiene algún poder
material y tratar de quebrar a las Fuerzas Armadas. Es claro que la caída de
Maduro sería un golpe inevitable para las izquierdas de la región
(maduristas y no maduristas). 

 

Sin embargo, la experiencia del socialismo real advierte sobre los riesgos
de atar la suerte de la izquierda a proyectos políticos cuyo único mérito es
“resistir al imperio”, aunque resulten opresivos para quienes viven en
ellos, y de reclamar Estado de Derecho, libertades democráticas y justicia
independiente sólo cuando gobierna la derecha. No puede ignorarse que la
persistencia de Maduro en el poder, en las condiciones actuales, tiene
también un efecto disuasivo sobre cualquier proyecto de transformación
social que se identifique como socialista. Lo entendió Bernie Sanders, que
hoy lidera uno de los movimientos más dinámicos de la izquierda global,
quien hizo una crítica democrática radical al gobierno venezolano al tiempo
que rechazaba el injerencismo de los halcones de la Casa Blanca (8). 

 

* Periodista e historiador, jefe de redacción de Nueva Sociedad.

 

Notas

 

1. En parte este éxito fue posibilitado, de manera involuntaria, por el
indulto otorgado por el presidente Rafael Caldera.

2. Pablo Stefanoni, “¿A dónde va Venezuela? (si es que va a alguna parte)”,
entrevista a Manuel Sutherland, Nueva Sociedad, ed. digital, Nueva Sociedad,
Buenos Aires, enero de 2019.

3. Marc Saint-Upéry y Pablo Stefanoni, “Le cauchemar de Bolívar: crise et
fragmentation des gouvernements de l’Alba”, Hérodote, París, 2019.

4. Marc Saint-Upéry, El sueño de Bolívar. Los desafíos de las izquierdas
latinoamericanas, Paidós, Barcelona, 2008.

5. Pranes son los jefes del hampa. Ver “El Arco Minero del Orinoco.
Diversificación del extractivismo y nuevos regímenes biopolíticos”, Nueva
Sociedad, Nº 274, marzo-abril de 2018.

6. “Las FAES. Reflexiones sobre la (in)seguridad en Venezuela”, entrevista a
Keymer Ávila, Aporrea, 3-1-2019; Rebecca Hanson y Verónica Zubillaga, “Los
operativos militarizados en la era post-Chávez. Del punitivismo carcelario a
la matanza sistemática”, Nueva Sociedad, Nº 278, noviembre-diciembre de
2018.

7. Rafael Uzcátegui, La Revolución como espectáculo. Una crítica anarquista
al gobierno bolivariano, Libros de Anarres, Buenos Aires, 2010.

8. Tuit, 24 de enero de 2019.

  _____  

 



---
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20190410/6236fcd7/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa