Argentina/ Ante un instante de peligro: derrota de Macri, terrorismo financiero y lucha de clases [Martín Mosquera]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Ago 21 19:33:36 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

21 de agosto 2019

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Argentina



Ante un instante de peligro: derrota de Macri, terrorismo financiero y lucha
de clases



Martín Mosquera *

Revista Intersecciones, agosto 2019

https://www.intersecciones.com.ar/



1. La derrota electoral aplastante de Macri es un acontecimiento fundamental
que abre paso a una situación nueva. Las clases populares encontraron en la
candidatura peronista un canal para censurar políticamente a la derecha y
expresar un amplio rechazo a las políticas de ajuste de los últimos años.
Este resultado electoral tiene un fuerte alcance regional y constituye
también una derrota para Trump, Bolsonaro y la derecha latinoamericana, que
ahora ven desestabilizados parcialmente sus planes en la región. Es una
victoria popular en tanto refuerza la confianza de la clase trabajadora en
sus propias fuerzas, eleva las achatadas expectativas sociales y puede ser
un punto de apoyo para un ciclo de luchas que aspire a recuperar lo perdido
en el último periodo. En cierta forma, el resultado electoral es el reflejo
diferido del ciclo de luchas anti-macristas de los últimos años.



Este impacto evidencia que estas elecciones particularmente se habían
convertido en un momento clave para la redefinición de las relaciones de
fuerza a nivel social. Tanto un ultra-izquierdismo tradicional (que
considera que no se juega nada importante en las elecciones burguesas) como
las distintas formas de movimentismo basista (que rechaza de plano el
momento estatal de la lucha de clases) coinciden en subestimar el impacto en
la remodelación de las relaciones sociales de fuerza que se condensan a
menudo en la lucha electoral. Estos días son una obvia desmentida a
cualquier subestimación de este tipo.



Sin embargo, como no podía ser de otra manera en el actual contexto, se
trata de una victoria popular ambigua, contradictoria y que puede
desdibujarse si no irrumpe pronto una intervención social de amplitud. El
canal distorsivo que encontraron las clases populares para derrotar a la
derecha es la candidatura de un peronismo reunificado en torno a una figura
de confianza de las clases dominantes como es Alberto Fernández. Reflejo de
la resistencia anti-macrista, este resultado electoral es también un reflejo
de los límites de esas luchas. Ante la falta de victorias sociales
significativas, frente a la amplitud de la ofensiva neoliberal y en ausencia
de una alternativa política de masas que encarne un programa radical de
salida de la crisis, es probable que se haya extendido en la población un
realismo minimalista que se alinea con el horizonte gubernamental moderado
del peronismo. En todo caso, aparece en tensión en la conciencia popular una
expectativa en el retorno de políticas redistributivas del ciclo progresista
(más ideológica pero más progresiva en sus efectos) junto a un cierto
posibilismo (más realista en sus expectativas en el futuro gobierno pero más
desmovilizante) que se conforma con moderar un poco el ajuste en curso. La
victoria de Fernández es progresiva en buena medida precisamente por aquello
que quisiera atenuar: un recobrado sentimiento de confianza de amplias capas
populares en que es posible frenar la ofensiva neoliberal.



2. Las elecciones han mostrado la persistencia de una corriente a la
izquierda del peronismo (FIT-U). Aunque con un resultado modesto, tiene
condiciones para mejorar en las elecciones de octubre en un contexto de
distensión de la polarización por el derrumbe del macrismo. La sobrevivencia
para el ciclo que viene de un polo político que presione por izquierda al
peronismo es un hecho positivo. Sin embargo, esta izquierda ha sido
completamente exterior al movimiento de rechazo popular a la derecha,
ubicándose nuevamente a contracorriente de un movimiento de fondo de la
clase trabajadora que buscó en este caso un recurso efectivo para desalojar
a Macri.



Este auto-aislamiento contrasta con las consecuencias que el mismo FIT-U
reconoce ahora en el resultado electoral. Escribe Fernando Rosso del PTS:
“En el contexto internacional y regional, los resultados implican un revés
para Donald Trump y el Fondo Monetario Internacional (...) El brusco cambio
de signo político en la Argentina también tendrá consecuencias decisivas
para el equilibrio del subcontinente. Es una mala noticia para el golpeado
Jair Bolsonaro y una demostración de que el tan mentado giro a la derecha de
la región es tan real, como no consolidado. (...) La votación masiva contra
un Gobierno de derecha, que desde la huida a pedir un auxilio desesperado al
FMI venía implementando un plan neoliberal ortodoxo, constituye -con todas
las deformaciones del caso- parte de una relación de fuerzas más general”.
En la misma dirección escribe Jorge Altamira (ahora de la minoría del PO):
“La derrota aplastante de Cambiemos constituye un revés para la política
yanqui en América Latina y también para la Unión Europea. Cambia el
escenario político inmediato en América Latina. Es un revés para la mentada
derechización, y esto en medio de golpes severos de la economía mundial a
América Latina. Con los resultados de ayer, crecen las posibilidades de que
el Frente Amplio no sea desplazado por la derecha uruguaya en octubre de
este año, o que Bolsonaro sea golpeado en las elecciones municipales en
Brasil. (...) Más que un resultado electoral, el domingo el régimen político
registró un sismo de magnitud, que expresa el nivel de la crisis del
sistema". Más optimista aún se expresó el MST, que definió al resultado
electoral como un “aluvional y concluyente rechazo al ajuste de Macri y el
FMI”, un “desplome del proyecto de normalización capitalista” y un “síntoma
político de alcance continental: los resultados, aun con la distorsión del
voto como procedimiento, cuestiona los planes de Trump y la bolsonarización
de América Latina”.



Curiosa concepción del combate político tienen estas corrientes que deciden
mantenerse escrupulosamente al margen de un hecho que tiene, en sus propios
términos, repercusiones tan significativas. Sin embargo, otra política era
posible y no implicaba necesariamente subordinarse al peronismo ni diluir
independencia política: bastaba con adelantar un pronunciamiento ante un
eventual balotaje, aclarando que no se ubica en el mismo plano a la derecha
y al populismo. Esto es lo que hizo el PSOL en Brasil en relación a la
previsible segunda vuelta entre Bolsonaro y el PT.



Vale la pena detenerse un momento en este auto-aislamiento, porque está
cargado de connotaciones estratégicas. La izquierda local ha generalizado la
idea de que la independencia de clase es sinónimo de neutralismo o
prescindencia ante ciertos grandes choques políticos nacionales. Se priva de
ver lo evidente: en primer lugar, que en enfrentamientos entre fuerzas
populistas o nacionalistas burguesas y la derecha o el imperialismo a menudo
se dirimen de forma distorsionada parte de los intereses populares. Y, a su
vez, que detrás de estas confrontaciones también se encuentra una vocación
de resistencia de las clases subalternas contra el capital con la que es
crucial construir vasos comunicantes. Sin embargo, esta identificación de
independencia de clase con auto-aislamiento nada tiene que ver con la mejor
historia del marxismo revolucionario. Para tomar solamente dos ejemplos
clásicos que presentan simetrías con nuestra situación actual: Lenin
intervino fervientemente a favor de que los comunistas votaran al candidato
laborista Henderson contra los liberales (mientras caracterizaba al
laborismo como un partido obrero/burgués, es decir, una formación
caracterizada por una dirección y un programa pro-capitalista pero una base
obrera que obligaba a ciertas concesiones). Afirmaba Lenin: “Si yo me
presento como comunista y, al mismo tiempo, invito a votar por Henderson
contra Lloyd George, seguramente se me escuchará. Y podré explicar en un
lenguaje sencillo por qué los Soviets son mejores que el Parlamento (…),
sino también que yo querría sostener a Henderson con mi voto del mismo modo
que la soga sostiene al ahorcado". Con esta táctica entonces se abre un
canal hacia las masas que permite acelerar la experiencia política de éstas
con el laborismo (la genial metáfora de la soga y el ahorcado). Lenin luego
agregaba, anticipándose a la típica respuesta sectaria: “Y si se me objeta
que esta táctica es demasiado astuta o complicada, que las masas no la
comprenderán, que dispersaría y disgregaría nuestras fuerzas impidiendo
concentrarlas en la revolución soviética, etc., responderé a mis
contradictores de izquierda: ¡no atribuyáis a las masas vuestro propio
doctrinarismo!”. La gente entiende perfectamente bien que se promueva un
voto defensivo contra la derecha, a la vez que se conserva una estricta
independencia organizativa y programática. A cambio, a las clases populares
les cuesta entender el neutralismo indiscriminado de la izquierda trotskista
local.



En una misma dirección se desarrolló la actitud de Trotsky ante Cárdenas en
México, el único de los marxistas del periodo clásico que asistió y teorizó
las primeras experiencias del populismo latinoamericano. A propósito de
políticas como la expropiación de las petroleras, Trotsky promovía el apoyo
a las medidas progresivas del cardenismo en su lucha con el imperialismo,
defendiendo a la vez la independencia política de la clase trabajadora y de
los marxistas revolucionarios. Indicaciones similares formuló frente al APRA
peruano.



Si algo fortalece al reformismo burgués es que la izquierda revolucionaria
se coloque a su derecha o que actúe como un factor divisionista que debilita
la lucha contra el enemigo común  1/. En cambio, si algo prepara mejor para
enfrentar a la derecha y al reformismo burgués al mismo tiempo es que la
izquierda se muestre no solo como el ala más radical del movimiento de
lucha, sino como la más unitaria, no dividiendo un combate común en función
de diferenciaciones ideológicas a priori. Las delimitaciones deben brotar al
calor de la experiencia, donde aparecen las limitaciones de los reformistas
para llevar las luchas hasta el final. Lo sabemos desde 1848 cuando Marx
reflexionó en torno a que “los comunistas no formamos un partido aparte” y
más aún con el desarrollo de Lenin y Trotsky de la táctica del Frente Único.
Es necesario recuperar el debate estratégico en la izquierda radical si
queremos salir de las vías muertas, que se engendran y alimentan mutuamente,
de la adaptación al peronismo y el sectarismo ultra-izquierdista.



3. Volviendo sobre la situación general. La derrota de Macri agudizó una
crisis económica que estaba contenida. El día después del acto electoral, el
dólar aumentó más del 25% y los precios de los bonos y acciones argentinas
se derrumbaron en proporciones históricas. Bien entendido, es adecuada la
definición generalizada de terrorismo financiero para describir esta
reacción: en el comportamiento de los mercados queda en evidencia el
autoritarismo impersonal del capital, que siempre puso límites muy estrechos
a la democracia política. A los grandes grupos capitalistas les disgustó el
resultado electoral y se dispusieron a condicionar la transición en curso y
al próximo gobierno con sus métodos característicos (corridas bursátiles,
fuga de capitales). Pero también sucedió algo más simple: con la derrota
macrista quedó desnuda la inviabilidad de la deuda y de la arquitectura
financiera argentina, que se sostenía artificialmente por el apoyo político
y económico de Trump y el FMI a la reelección de la derecha. Esto no
significa que se trate de una acción concertada por el gobierno y el capital
financiero. Macri, hundido en una notable debilidad, en todo caso dejó pasar
los hechos y trató de prolongar políticamente este autoritarismo impersonal
mercantil con su chantaje a la población: votar así tiene estas
consecuencias. Las disculpas que ofreció dos días después muestra el
aislamiento de su gobierno, que perdió el apoyo de los círculos
capitalistas, los medios de comunicación e incluso de los aliados
partidarios, todos los cuales reclaman iniciar una transición ordenada en
diálogo con el peronismo. El carácter inédito del sistema electoral
argentino, con un sistema de primarias obligatorias que no funcionan como
tales, alimenta una crisis política de desenlace incierto: el gobierno está
completamente derrotado y sin embargo todavía no invistió una nueva
autoridad formal y ni siquiera tiene electo a uno solo de sus
parlamentarios. La agudización de la crisis puede llevar a un colapso mayor
de la coalición macrista.



No podemos descartar que el caos actual se dirija hacia una crisis de
mayores proporciones. La devaluación del 25% de la moneda en un solo día
significa un enorme golpe a los ingresos populares. Esta modificación
violenta del tipo de cambio estuvo anticipada y estimulada por el mismo
Alberto Fernández, en un maniobra que recordó a Cavallo y Menem cuando
anunciaban, luego de ganar las elecciones de 1989, querer un dólar recontra
alto para recrudecer la crisis hiperinflacionaria que atormentaría los
últimos meses de Alfonsín. El objetivo de Fernández es previsible: que el
macrismo realice el trabajo sucio de depreciar el salario de manera de que
la mayor parte del ajuste ya esté concretado para el momento de su asunción.
Más aun, un gran hundimiento del macrismo y un colapso económico le
permitirá también en términos políticos una mayor autoridad presidencial y
mayor pasividad frente a políticas antipopulares. Sin embargo, las recientes
medidas populistas de Macri (eliminación del IVA a algunos productos
básicos, bonos salariales, congelamiento de tarifas, etc.) amenazaron con
liquidar las pocas reservas del Banco Central, lo que obligo a Fernández a
salir de su cómoda prescindencia y a iniciar negociaciones hacia una
transición pactada con el macrismo. El peronismo necesita evitar que el
actual gobierno liquide la caja en estos últimos meses (y por eso cuestiona
las medidas de Macri que significan una nueva erogación fiscal) y a la vez
no parece querer una crisis descontrolada que pueda comprometer también al
inicio de su gobierno.



Mucho se ha discutido durante estos años macristas sobre la inexistencia de
una gran explosión del modelo kirchnerista en una crisis que justificara el
posterior ajuste. El actual desarrollo incierto de los acontecimientos
obliga a preguntarse si no podría precipitarse la crisis catastrófica que el
macrismo hubiese querido que lo antecediera. En este caso, el proyecto
macrista podría tener una victoria en la derrota, aunque dejaría la vida en
el proceso. Si se desata un espiral inflacionario descontrolado o si se
llegara a una crisis hiperinflacionaria (donde se destruye la moneda como
tal) las consecuencias se vuelven impredecibles. Como afirmara Perry
Anderson: “existe un equivalente funcional al trauma de la dictadura militar
como mecanismo para inducir democrática y no coercitivamente a un pueblo a
aceptar las más drásticas políticas neoliberales: la hiperinflación”.
Anderson pensaba en la experiencia boliviana y brasilera, pero la hiper
argentina de 1989 (y el consenso pasivo posterior frente a la apertura
económica y la reestructuración neoliberal) es un caso que se ajusta
nítidamente a esa descripción.



La hiperinflación funciona como un trauma colectivo en la medida en que se
experimenta como una disolución de la relación social como tal y tiende a
promover un anhelo de orden a cualquier precio (alguien tiene que parar
esto) y un gran miedo paralizante. “En una sociedad en la que las relaciones
entre los individuos son mediadas por el intercambio dinerario –dice Adrián
Piva-, la crisis del dinero es, al mismo tiempo, un proceso de disolución de
los lazos sociales”. A diferencia de un recorte salarial (como el ajuste del
13% al sector público del gobierno de De La Rua, por caso), el espiral
inflacionario no se atribuye necesariamente al gobierno (el cual por
momentos aparece como víctima de una dinámica que lo desborda), y tiende a
percibirse como un proceso espontáneo sin responsable directo (de hecho el
automatismo impersonal del mercado es en buena medida un proceso sin
sujeto), lo que dificulta identificar un responsable político que unifique
un proceso de luchas. En estos casos, el capital apunta a doblegar a la
clase obrera amenazando con una espiral de subas de precios y del tipo de
cambio que destruya súbitamente los ingresos populares y genere un
disolución general de las relaciones sociales. Guillermo Calvo, el
reconocido economista neoliberal que se destacó por discutir el pavor que
las clases dominantes le tienen al kirchnerismo (“Cristina (…) va a realizar
el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo") también dijo
otra cosa importante que pasó más desapercibida: “hay que hacer cosas que
son políticamente muy impopulares, que sólo se van a poder hacer si se rompe
la economía” (el subrayado es mío). No podemos descartar estar adentrándonos
en una situación de este tipo.



Sin embargo, un espiral inflacionario también puede fracasar en sus
objetivos disciplinantes si la clase trabajadora logra sucesivamente
desafiar los techos salariales (como en 1975 y en 1981-1982 por ejemplo),
frente a lo cual las clases dominantes a veces deciden intentar encarrilar
un plan de estabilización antes que seguir estimulando una lucha salarial
desbordada. En estos casos, el impacto salarial se reduce y la clase
trabajadora puede compensar en conciencia, combatividad y autonomía lo que
pierde en términos materiales. Todas las grandes crisis de la economía
argentina de las últimas décadas (1975, 1981-1982, 1989, 2001-2002)
repitieron las características a las que ahora asistimos, con diferente
articulación y peso relativo de sus diferentes componentes: violentas
devaluaciones, alta inflación, fuerte caída de los salarios y deterioro de
las condiciones laborales. Pero la clase trabajadora no salió igual de todas
ellas desde el punto de vista de la correlación de fuerzas sociales: en 1975
el movimiento obrero derrotó el rodrigazo en el marco de un alza de la lucha
de clases que solo fue interrumpido de manera coercitiva por la dictadura
militar; el 2001 fue un punto de inflexión que abrió un largo ciclo, en
cierto modo todavía abierto, donde las clases dominantes no pueden avanzar
en toda la línea. La crisis de 1989-1991, en cambio, inauguró la década
menemista. La crisis es un momento de incertidumbre radical, que puede
redelimitar de forma radical la relación entre las clases sociales.



La izquierda social, sindical y partidaria debe apostar a que la victoria
electoral que significó el derrumbe de Macri y la confianza popular
recobrada se prolongue en un ciclo de luchas que evite un deterioro abrupto
del salario y una gran derrota social. Esto nos lleva al siguiente punto: el
papel del nuevo peronismo en esta transición, no solo como futuro gobierno
sino también como conducción de las más amplias capas del movimiento de
masas, por intermedio de los dirigentes sindicales y sociales.



4. Recapitulemos someramente la historia de este enigma teórico que es el
peronismo. Como explican los clásicos del marxismo, la burocracia sindical
tiene una doble función. Por un lado es un factor de contención,
pasivización e integración del movimiento obrero al Estado. Por otro, para
cumplir este papel debe tener inevitablemente una cierta presencia real en
la clase, movilizar ciertas luchas y satisfacer ciertas demandas. Esta doble
naturaleza define también el carácter contradictorio de los privilegios de
la burocracia sindical, no solo en el sentido de que provienen de una
ubicación estratégica que se nutre de esta doble función, sino también en
que el ataque al movimiento obrero, en cierto punto, se transforma también
en un ataque a sus propios privilegios (lo que suele resumirse en el poder
de los sindicatos). La burocracia sindical es profundamente conservadora,
pero la conservación de sus privilegios a menudo guarda una relación con la
defensa de ciertas conquistas del movimiento obrero. En un momento en que
las clases populares son más heterogéneas y fragmentadas que el viejo
movimiento obrero fordista, esta característica de la burocracia sindical
puede extenderse hasta cierto punto a las direcciones de los nuevos
movimientos sociales (con excepción del movimiento feminista, que muestra
bajos niveles de institucionalización y burocratización, lo que explica, en
parte, el nivel de su dinamismo y combatividad). Las experiencias populistas
latinoamericanas, así como el clásico reformismo obrero europeo, reproduce
este carácter contradictorio de la burocracia sindical. Es más, hasta cierto
punto y en cierta forma, estas expresiones políticas funcionan como la
representación estatal de la burocracia sindical.



En nuestro país, fue el peronismo quien cumplió el papel que la
socialdemocracia desarrolló en Europa occidental en la etapa de capitalismo
de bienestar. Los aumentos de productividad del fordismo y el crecimiento de
la posguerra permitieron la transacción que fue característica de esa etapa
del capitalismo: la clase trabajadora tendió a aceptar disciplinadamente la
monotonía y la explotación laboral a cambio de un acceso creciente al
consumo. En términos más generales, la clase trabajadora accedió a la
subordinación política al régimen capitalista a cambio de su integración
social subalterna. Esto implicó un proceso de institucionalización de la
lucha de clases, que se expresó en la integración de los sindicatos a la
vida estatal y en la edad de oro de las diferentes formas políticas de
conciliación de clase (socialdemocracia, populismo latinoamericano,
laborismo, etc.) como representación gubernamental de este contrato
(fordista) entre el capital y el trabajo.



Sin embargo, el peronismo es un fenómeno opaco y complejo, no enteramente
análogo a los reformismos obreros europeos, lo que explica su mayor
elasticidad política. Propio de un país dependiente, en sus inicios el
peronismo se dispuso a ciertos niveles de enfrentamiento con el imperialismo
y se dotó de una ideología nacionalista. Sin ningún origen en un partido
marxista de masas o una cultura obrera democrática, estuvo sometido desde su
origen al arbitraje personal del caudillo carismático. Sus fuentes
ideológicas son heterogéneas, mayoritariamente anti-comunistas: cristianismo
social, nacionalismo militar, conservadorismo popular. Verticalismo
político, conservadorismo cultural y gestión de un fuerte poder económico de
la clase trabajadora se combinaron en el peronismo histórico. Como sabemos,
esta historia no acaba a mediados de los años 50: esta primer etapa mutó en
una experiencia de lucha de la clase obrera peronista contra los golpes
militares y la proscripción política y luego, en los años 60/70, se produjo
un proceso simultáneo de radicalización y peronización de la juventud de la
cual surgen las corrientes del peronismo revolucionario; proceso que se
interrumpió con la última dictadura militar. No intento hacer teoría general
sobre un fenómeno complejo que ha llenado bibliotecas, sino marcar algunas
características de los acontecimientos fundacionales de este problema
teórico y político que es el peronismo.



La adaptación del peronismo a la etapa posterior a la del pacto keynesiano
en la que emergió tiene otros hitos. En la memoria nacional está grabado el
recuerdo que fue el populista Menem, y no la UCR, el partido de las clases
medias, o alguna formación política derechista, quien impuso la agresiva
reestructuración capitalista que acabó definitivamente con el patrón de
acumulación que el mismo peronismo había desarrollado en los años 40. El
menemismo, por si solo, funciona como un alerta decisivo contra cualquier
mal-menorismo vulgar. Una de las peculiaridades del plan de estabilización
de la convertibilidad es que permitía combinar una violenta apertura
económica con un fuerte acceso al consumo de la clase trabajadora ocupada
(que era la que tenía representación en los sindicatos, los cuales
acompañaron mayoritariamente este proceso), mientras se desarticulaba la
industria nacional heredada y crecía exponencialmente el desempleo. Este
breve acceso al consumo de las clases trabajadoras peronistas allanó el
terreno para que prestaran un consentimiento, activo o pasivo, a la
reestructuración neoliberal de los 90.



En ciertos casos, son justamente las direcciones políticas que las masas
sienten como propias las que están en condiciones de imponer políticas
lesivas para sus intereses, sobre todo por medio del control de los
sindicatos. De esto se trata los procesos de transformismo que analizó
Gramsci. En estos casos, no suele ser el consentimiento abierto sino la
desmoralización y la sensación de falta de alternativa lo que convierte a
estas formaciones políticas en instrumentos adecuados de la ofensiva
capitalista. Quien instala que no hay alternativa (TINA) no es Margaret
Thatcher con su brutal ofensiva anti-obrera, sino su rival histórico
laborista, representante político de la clase trabajadora, cuando asume más
o menos mansamente sus políticas. Por eso, aquella lúcida conservadora dijo
certeramente que su verdadero triunfo político no fue otro que el laborismo
neoliberal de Tony Blair.



En general, cuando los procesos de reestructuración se instrumentan por
medio de fenómenos políticos de conciliación de clase ameritan, por su
propia naturaleza, de ciertos compromisos atenuantes para utilizar la
expresión de Gramsci (aunque hay casos límites excepcionales, como el ya
mencionado menemismo o la claudicación de Syriza en Grecia para dar un
ejemplo reciente). Por ejemplo, quien introdujo el neoliberalismo en Francia
no fue el conservadurismo gaullista, sino el Partido Socialista de
Mitterrand (que había sido encumbrado al poder en medio de una dinámica
izquierdista, en torno al Programa Común con el Partido Comunista, y que
durante dos años aplicó medidas progresivas). Esta fue una de las razones
que explica que el neoliberalismo francés nunca llegara al nivel de terapia
de shock anti-popular que aplicó Thatcher en Inglaterra, en lo que dio lugar
a la llamada excepcionalidad francesa consistente en la supervivencia de
conquistas obreras del periodo keynesiano y ralentización de la ofensiva
neoliberal.



Todo esto debe estar presente en una aproximación al tipo de fenómeno
político que va a significar este tercer justicialismo post-83, en palabras
de Julio Burdman, diferente al menemismo y al kirchnerismo, que está a las
puertas del poder. En un texto reciente caracterizamos que: “el PJ vuelve a
aparecer como árbitro y figura de relevo en un contexto de crisis, como en
1989 y 2001. Si el último kirchnerismo, con sus tensiones con las clases
dominantes y su sectarismo político, había lesionado el papel del PJ como
partido del orden (sin el cual hubiese sido impensable la emergencia de una
nueva derecha política), la auto-licuación del kirchnerismo en una nueva
reorganización conservadora del peronismo intenta retrotraer el camino
recorrido". El peronismo en el gobierno va a apuntar a “estabilizar
(atenuando) el ajuste en curso, para lo que necesita blindarse políticamente
y consolidar la pasivización social” (...) El propio peronismo necesita a la
vez ganar las elecciones y moderar las expectativas sociales que su eventual
victoria puede estimular: no hay pacto social que estabilice el retroceso
salarial sin control de la conflictividad social y, por lo tanto, de las
expectativas populares.”



Esta caracterización se confirma aceleradamente en estos días, cuando
Alberto Fernández aparece como nuevo presidente electo. Estimuló la
inflación, consintió el nuevo tipo de cambio y bajó órdenes de no movilizar
para no entrar en provocaciones, mientras se concreta un enorme golpe a los
ingresos populares. La mayor parte de las conducciones sindicales (empezando
por la dirección de la CGT) se alineó por el momento con este mandato
desmovilizador. La sinceridad de Juan Grabois vuelve a desnudar la
gobernabilidad que ofrece voluntariamente el peronismo, cuando declara al
diario británico The Guardian: “Si el gobierno de Macri sobrevive, será con
el apoyo de nosotros, su oposición social y política. Lo apoyaremos para
evitar una crisis institucional”. Hasta ahora el llamado desmovilizador del
kirchnerismo se excusaba en la necesidad no poner en riesgo la victoria
electoral; ahora, más forzadamente, para cuidar el triunfo (luego será, con
total seguridad, para no afectar la gobernabilidad del gobierno popular).
Con el macrismo noqueado, Fernández muestra nítidamente la relación entre su
proyecto y la pasivización social. ¿De qué sirve derrotar al macrismo si no
podemos movilizarnos contra el deterioro de los ingresos populares por el
que quisimos derrotar al macrismo?



En doblegar las tendencias a la pasivización social se libra la batalla
central del momento político. Hay inquietud por abajo y las organizaciones
vinculadas al peronismo no escapan a la presión. Aunque tímidos y
balbuceantes, ya aparecieron los primeros anuncios de medidas de sectores
del peronismo sindical y social. Por su parte, el movimiento piquetero puede
volver a funcionar como eslabón débil de la política de pasivización social
si se entra en un espiral inflacionario, lo cual puede ayudar a bloquear una
salida a la 1989. La experiencia piquetera ha mostrado tendencia a la
adaptación en la medida en que hubiera flujos significativos de asistencia
social, pero también capacidad semi-insurreccional cuando no hay nada que
perder. La izquierda sindical debe propugnar por amplios espacios de frente
único que hagan eje en reclamar medidas para combatir el deterioro de los
ingresos populares, presionando por abrir puentes reales con franjas del
sindicalismo peronista y no reduciéndose a una actitud anticipada de
denuncia. La aplastante derrota electoral de la derecha y el sentimiento de
confianza recobrada de amplias capas populares es un punto de apoyo para un
nuevo ciclo de luchas. Se empieza a poner en movimiento la contradicción
entre las expectativas sociales que desata la derrota del macrismo y la
política de contención social del peronismo. La sociedad argentina puede
volver a mostrar que las clases dominantes se enfrentan aquí, como en pocos
países, a un problema histórico de insubordinación de la clase trabajadora
frente a las necesidades del capital.



* Martín Mosquera es militante de la organización política argentina
Democracia Socialista.



Nota



1/  Las fuerzas que integran el FIT-U han cometido una larga serie de
errores tácticos durante los últimos años, que evidencian una dificultad
teórica y estratégica para comprender y actuar frente a una experiencia de
compromiso de clase como la que significó el kirchnerismo. Durante el
conflicto de 2008 entre el gobierno y las patronales agrarias por las
retenciones a los productos agrícolas, IS y el MST se ubicaron en el campo
anti-gubernamental encabezado por la oligárquica Sociedad Rural, mientras
que el PO y el PTS se pronunciaron por una tercera posición equidistante.
Todas las fuerzas del FIT-U se opusieron a medidas progresivas como la Ley
de Medios, mientras que ante a expropiación de las AFJP o la estatización
parcial de YPF mostró posiciones divididas o ambiguas. Luego del ascenso de
Macri al poder, la dificultad no se atenuó: el FIT llegó al paroxismo de
votar contra la ley que estableció el salario social complementario,
excusándose en la paz social que ofrecían los movimientos sociales. También
acompañaron en el parlamento el desafuero a De Vido, cuando no tenía condena
firme, sentando un precedente peligroso que podría servir el día de mañana
para perseguir a un diputado de izquierda que participe en una movilización.
Tuvieron muchas vacilaciones, cuanto menos, para defender a perseguidos
políticos del kirchnerismo, como en el caso de la prisión preventiva a
Milagro Sala o las persecuciones a Hebe de Bonafini. Esta orientación
estratégica es la que explica, fundamentalmente, la dificultad del FIT-U
para penetrar en la base electoral del kirchnerismo, como quedó en evidencia
especialmente en las últimas elecciones provinciales en Córdoba, donde el
kirchnerismo bajó su lista y el FIT igualmente retrocedió en votos (!).

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