Ecuador/ "Retorno a la democracia". 40 años de un largo trayecto de idas y vueltas [Mario Unda]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Ago 21 19:34:46 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

21 de agosto 2019

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Ecuador



40 años de un largo trayecto de idas y vueltas



Mario Unda *

Quito, agosto 2019



El 10 de agosto de 1979 el Ecuador dejaba atrás 7 años de gobiernos
militares y retornaba a los regímenes constitucionales: el “retorno a la
democracia”, se dijo entonces (lo mismo que ocurriría hasta ya entrados los
años 80 en otros países de América Latina). En estos 40 años de “democracia”
el Ecuador ha sido una sucesión de momentos difíciles: crisis económica,
empobrecimiento, pérdida de la soberanía monetaria, inestabilidad política,
masivas protestas sociales, caída estrepitosa de tres presidentes, rol
dirimente de las fuerzas armadas, escándalos de corrupción, exgobernantes
presos o enjuiciados, neoliberalismo y populismo. Si buscamos una constante,
la encontraremos en la palabra “crisis”, que ha marcado todo este trayecto.
Crisis, y ciclos neoliberales y populistas que entran en crisis y se relevan
mutuamente.



La experiencia trunca de un populismo modernizante



En el inicio, tras el fin de los gobiernos militares, advino un populismo
modernizante, con Jaime Roldós. Era el tiempo de la expectativa en el
cambio, en la presencia de la juventud, en el mejoramiento de las
condiciones de vida, en la participación. Pero la experiencia fue corta y
comenzó a mostrar claroscuros con los primeros ajustes y las primeras
muestras de descontento. Y final-mente quedó trunca por una muerte
sospechosa , el ascenso del vicepresidente, la crisis de la deuda y las
cartas de intención firmadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI).



25 años de neoliberalismo y de resistencia popular



Ese fue el inicio de un cuarto de siglo de neoliberalismo, el sometimiento a
los dictados del “consenso de Washington”, las políticas económicas
impuestas por el FMI, el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial de
Comercio (OMC), las políticas sociales dependientes del Banco Interamericano
de Desarrollo (BID) y del BM, la reforma del Estado a cargo del BM y del
BID. Re-cetarios que se imponían en todas partes igual. Reformas laborales
para, a través de la “flexibilización”, someter a la clase trabajadora a la
tiranía del capital; consecuencias: desempleo, precarización, impedimentos a
la organización sindical y caída de los salarios. Reformas del Estado para,
privatizaciones mediante, entregar las empresas públicas a la voracidad de
los grandes monopolios, nacionales y transnacionales; “reducción” del
Estado, “desregulaciones”, “liberalizaciones” y “desinversiones” para poner
las empresas públicas al borde de la quiebra y malbaratarlas, para despedir
trabajadores públicos, para reducir el “gasto público” y afectar gravemente
la educación y la salud del pueblo; para dejar libres las manos a la
ambición del capital, al incremento de los precios, a la subida de las tasas
de interés, a los “préstamos vinculados” , a la fuga de capitales al
exterior. Y a la crisis bancaria. Preocupación obsesiva por mantener el
“equilibrio de las variables macroeconómicas” a costa del empobrecimiento de
las mayorías, del ensanchamiento de las diferencias sociales, de la ruptura
de los lazos y las redes sociales, de la incertidumbre respecto a la vida y
de las migraciones masivas.



Pero fueron también 25 años de resistencias, de luchas, a veces dispersas y
aisladas, muchas veces conjuntas y masivas. La primera oleada de resistencia
al neoliberalismo  se aglutinó alrededor del Frente Unitario de los
Trabajado-res (FUT), apenas Hurtado lanzó los primeros paquetazos; la lucha
atravesó el febrescorderato y su reino del miedo y se mantuvo hasta inicios
del gobierno de Borja. En seguida, la movilización fue asumida por los
trabajadores públicos, especialmente los energéticos, los maestros y los de
la salud. Estas dos primeras oleadas volvieron más lenta y modesta la
implementación del pro-grama neoliberal, en comparación con lo que ocurrió
en el resto de América Latina. A esta segunda oleada le sucedió la
movilización indígena, encabezada por la Confederación de Nacionalidades
Indígenas del Ecuador (CONAIE) que a partir de 1993-94 se convirtió en el
nuevo eje de las luchas populares. Por último entraron en acción sectores
cuya presencia había sido leve o inexistente hasta entonces: los taxistas y
las clases medias urbanas. Los escarceos de la firma del TLC con Estados
Unidos sirvieron para mostrar que incluso en la propia burguesía existían
disensos.



Y así los últimos 10 años del ciclo neoliberal estuvieron marcados por una
profunda crisis política: a partir de 1996, ninguno de los presidentes
elegidos logró terminar su mandato , los partidos políticos perdieron
credibilidad y legitimidad, y lo mismo ocurrió con las instituciones
estatales: el gobierno, el parlamento, el sistema judicial, la policía, las
fuerzas armadas; incluso la Iglesia y la prensa se encontraban en los puntos
más bajos de aceptación. En fin, crisis de hegemonía, crisis de la
democracia liberal.



El descalabro neoliberal, sin embargo, se combinó con un cierto agota-miento
de las luchas sociales y, sobre todo, de su capacidad de confluencia. La
“rebelión de los forajidos”  fue el último acto de esos 25 años de lucha,
pero fue también la ruptura del bloque popular. Se produjo un vacío
político, y ese vacío fue llenado por el correísmo, que dominaría el
escenario político ecuatoriano a partir de 2007.



La nueva hora populista



El correísmo se presentó como el árbitro vindicador de todos los conflictos,
se situó por sobre ellos y de ellos adquirió su fuerza. No representa, en
principio, a ninguna de las facciones de las clases dominantes, negocia con
ellas, presiona y concede; y justo por eso puede representar sus intereses
estratégicos: oferta de condiciones generales de la producción (carreteras,
puertos, aeropuertos, energía, dinero barato), expansión de las relaciones
mercantiles, inserción en la globalización en las condiciones de disputa
entre los centros, paz social, sometimiento del trabajo, normalización de la
competencia capitalista, igualación de las condiciones de explotación. Pero,
a cambio, le exigió compartir el excedente: cierta regularización en el pago
de los impuestos, los pagos silenciosos de la corrupción y aquiescencia –así
sea a regañadientes– de su dominio. Para poder negociar con ventaja, se hizo
de dos herramientas: el fortalecimiento del Estado, incluida la
concentración del poder en el Ejecutivo y en la persona del presidente, y el
control político de las masas subalternas.



Las políticas sociales, la mejora en el acceso a la educación y a la salud,
el mejoramiento de sueldos y de ingresos remediaban al inicio las demandas
desatendidas y las necesidades insatisfechas de la mayoría de la población
sin afectar las grandes ganancias. Sin embargo, eso no es suficiente para
obtener la “lealtad” de las masas: el populismo necesita que los sectores
populares no sean capaces de representarse por sí mismos: así se verán
movidos a encomendarse al caudillo, entregarle su confianza y depositar en
él sus esperanzas. Pero como en el Ecuador los 25 años de resistencia al
neoliberalismo habían producido elementos de representación autónoma en el
FUT y en la CONAIE, el correísmo necesitaba destruirlos o, cuando menos,
desactivarlos: ese es el origen de la criminalización de la protesta, las
persecuciones, los juicios por terrorismo y sabotaje, la creación de
organizaciones paralelas, la corrupción de dirigentes. El populismo es ambas
caras, no sólo una de ellas.



Mientras todo esto ocurría, los negocios de las grandes empresas iban viento
en popa: se profundizó la concentración del capital, el desbordamiento
transnacional de los grandes grupos monopólicos locales y la
transnacionalización de la economía y del mercado interno. La burguesía
comenzó a recomponer su representación política y a traer de vuelta a su
redil a sectores importantes de las inestables clases medias. La mentalidad
social se tornó conservadora. La crisis de los precios de las materias
primas en el mercado mundial mostró los límites de un proyecto que no
transformó la estructura productiva ni el modelo de acumulación ni las
relaciones de poder, más que poniéndose como intermediario de las
contradicciones sociales. Debilitado, y ya hacia el fin de su último
mandato, el correísmo tomó prestadas armas del arsenal neoliberal: la
relación con el FMI, el endeudamiento, los tratados de libre comercio, las
alianzas público-privadas, las privatizaciones, la flexibilización del
trabajo.



El populismo en crisis y de nuevo al neoliberalismo



El gobierno de Lenín Moreno es el populismo en crisis. Triunfó, pero
debilitado, y fue la debilidad de sus contendientes lo que le permitió gozar
de una cierta estabilidad al inicio. Debilitado por la fuga de votos y de
credibilidad, se debilitó aún más por la pugna entre Correa y Moreno, la
ruptura de Alianza País y el estallido del campo político que lo sustentaba.
Trató de re-componerse en el juego de equilibrios, gobernando al mismo
tiempo con la “centroizquierda” y con la “centroderecha” . Pero sus
equilibrios son imposibles: profundizó la ruta abierta por el último
correísmo, se deslizó por la pen-diente neoliberal, hizo propio el programa
de los gremios empresariales, cuyo único horizonte es el retorno inmediato
al neoliberalismo. El equilibrista pro-cura mantener su posición yendo más
lento, evitando entregar todas las vituallas o, al menos, tratando de
enmascarar la capitulación; pero la mezcla de con-cesiones y vacilaciones no
hace más que alimentar las ansias de la derecha, que preferiría que la
transición al neoliberalismo sea realizada por su aliado advenedizo, para
poder gobernar en seguida con las cuentas “saneadas”. Esto se traduce en
recesión, en incremento de la precariedad laboral (desempleo, subempleo,
“empleos inadecuados”), en ensanchamiento de las brechas socia-les, en
empobrecimiento. Así que las políticas sociales no pueden ser más que un
leve barniz que no alcanza a cubrir la impudicia de las ambiciones del
capital.



Recién comienza la nueva ofensiva neoliberal, y los resultados ya son los
mismos que antes: han comenzado a agudizarse las carencias y las penurias, y
seguirán haciéndolo. El extractivismo y la sobreexplotación del trabajo se
encuentran en el ojo de la tormenta. Cierto que las organizaciones sociales
quedaron debilitadas tras la década correísta; cierto que la mentalidad
social se ha conservadurizado y desmovilizado; cierto que los movimientos y
los pequeños círculos activistas se encuentran marcados por el solipsismo;
cierto que algunos sectores despistados o intencionados se han dedicado a
buscar el enemigo en las propias organizaciones sociales. Sin embargo, la
experiencia pasada nos muestra que, pese a todo, las reservas morales pueden
abrirse brechas y encontrar caminos de reactivación. Las condiciones son
ahora más difíciles, pero la lucha habrá de darse.



* Sociólogo, profesor en la Universidad Central del Ecuador, activista en el
movimiento urbano-popular.  . .



Notas



1) El 24 de mayo de 1981, el presidente Jaime Roldós, su esposa y su
comitiva fallecieron en un accidente de aviación en Celica, provincia de
Loja, un hecho que siempre dejó la sospecha de haber sido un atentado. Lo
sucedió en el gobierno su vicepresidente, Oswaldo Hurtado, que dio vía libre
a la implementación del modelo neoliberal.

2) Se llamaron “créditos vinculados” a los préstamos otorgados por la banca
a empresas propiedad de los mismos banqueros, sus familiares y allegados.
Estuvieron en el origen de la crisis bancaria y al “feriado bancario” de los
años 1999 y 2000. Esta crisis fue el pretexto para la dolarización de la
economía ecuatoriana; el tipo de cambio, que rondaba los 5.000 sucres por
dólar, fue establecido en 25.000 sucres por dólar.

3) Tras la crisis bancaria se desató una masiva oleada migratoria,
fundamentalmente a España y otros países europeos. Se calcula que más de un
millón de personas abandonó entonces el Ecuador, algo menos del 10% de la
población en ese momento.

4) Abdalá Bucaram (1996-1997), Jamil Mahuad (1998-2000) y Lucio Gutiérrez
(2002-2005), que cayeron en medio de grandes movilizaciones populares.. Pero
la inestabilidad había comenzado antes: en 1995, Alberto Dahik,
vicepresidente de Sixto Durán Ballén (1992-1996), huyó a Costa Rica para
eludir una acción de la justicia, en medio de fuertes disputas entre los
partidos del orden.

5) Se conoce como “rebelión de los forajidos” (2005) a las movilizaciones
llevadas adelante mayoritariamente por las clases medias urbanas en contra
del gobierno de Lucio Gutiérrez.

6) La expresión es del propio Lenín Moreno, quien dijo que gobernaba la
economía con la “centro-derecha” y las políticas sociales con la
“centroizquierda”. Por “centroderecha” entendía los gre-mios empresariales,
los partidos de derecha y los grandes medios de comunicación; por
“centroizquierda”, los restos del correísmo que plegaron a su gobierno y
ciertos sectores de izquierda que buscan aproximarse en pro de beneficios
puntuales.

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