Colombia/ Seis voces de la protesta. Lo que permanecía en silencio [Giovanny Jaramillo Rojas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Dic 6 19:07:29 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

6 de diciembre 2019

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Colombia

 

Seis voces de la protesta colombiana

 

Lo que permanecía en silencio

 

Para los sectores medios urbanos de Colombia, tradicionalmente alejados del
conflicto social en el campo, la revelación de que el ejército había
asesinado, en agosto, a 8 niños en un campamento guerrillero y la posterior
ejecución, a manos de la policía, del estudiante de 18 años Dilan Cruz, han
sido un recordatorio de que a tres años del acuerdo de paz con las Farc uno
de los firmantes continúa en guerra.

 

Giovanny Jaramillo Rojas, desde Bogotá

Brecha, 6-12-2019

https://brecha.com.uy/

 

I.

 

“La muerte violenta de cualquier ser humano, en la circunstancia que sea,
debería ser motivo de movilización y denuncia. No obstante, aquí, en
Colombia, todo eso lo pasamos por alto, digamos que porque tenemos una
altísima tolerancia al horror, pero ya hay cosas que realmente lo superan
todo: niños asesinados por el Estado y pasados por guerrilleros. No,
olvídense: si eso no nos une como sociedad, como país, ¿qué es esta mierda?
Ya es suficiente que nuestros abuelos y padres se estén muriendo mientras
esperan una autorización para un medicamento o una cirugía; no es posible
que la educación sea un privilegio y que les expriman todo a los jóvenes
para poder sacar una carrera adelante; es una porquería que nieguen que en
Colombia hubo y sigue habiendo un conflicto armado, y que la única paz que
quieren algunos, sobre todo los más poderosos, sea la paz de los sepulcros.
Aquí, más allá del problema de representatividad política que tenemos desde
hace años, el verdadero inconveniente es que nos están matando, en el campo,
en las ciudades, en los desiertos, en las montañas, en las veredas; nos
están matando de muchas maneras y nadie hace nada. Lo de los niños fue el
ingrediente que hizo estallar la olla a presión en la que estamos todos
anegados. Esta serie de paros es la muestra no de una simple indignación,
sino de un cansancio que nos tiene viviendo con mucho miedo y como
enemigos.” Catalina Fuenmayor, arquitecta de 32 años, mientras se maquilla
en el baño de su departamento para salir a una de las tantas marchas que se
convocan en Bogotá desde el 21 de noviembre.

 

II.

 

“La indignación es un problema, porque lo masifica todo y pone a la
población a quejarse, y no a actuar con bases de fondo. ¿Qué se debe hacer
frente al hecho violento estatal? No creo que precisamente sacar pañuelos
blancos. No digo que si nos están matando, como pasó con Dilan Cruz,
nosotros debamos ir a matar a todos los policías, pero sí hay que resistir
desde ahí, desde el enfrentamiento, porque sólo así ellos entenderán que
estamos dispuestos a todo lo que sea necesario para cambiar la realidad del
país. El paro ya se convirtió en un espacio de fiesta, en el que la gente
anda por ahí bailando, tomando y fumando, con carteles y conciertos por
todos lados, y cosas que no representan ningún inconveniente para lo
establecido. Así fuimos conducidos a no molestar a nadie, a las buenas
maneras de ellos y a permanecer aislados en plazas y parques, como si
fuéramos un evento cultural, y no un paro nacional que pide cosas concretas.
Hay que volver a salir y bloquear las avenidas, tomar estaciones de
Transmilenio, tachar edificios públicos, incomodar. Pero no. La corrección
política no lo permite, porque creen que una revolución se hace a punta de
redes sociales y camisetas blancas. Mataron a un muchacho de 18 años; eso en
muchos lugares del mundo ya es un motivo suficiente para incendiarlo todo,
en contra de la impunidad y el abuso de poder. Ahora, con ese discurso
marica del vandalismo, nos tienen asustados, inmovilizados y, de paso,
criminalizados a todos los que creemos que la línea de resistencia debe
mantenerse.” Rodrigo, estudiante del sexto semestre de Ingeniería Química de
la Universidad Nacional. Su rostro va encapuchado, y dice tener en la
mochila todos los implementos para fabricar rápidamente una bomba molotov.

 

III.

 

“La violencia no nos llevará a ningún lado. O, bueno, sí: la violencia nos
trajo a este punto de discordia e intolerancia. Nos arrastró sin clemencia y
nos sumergió en una noche que, en teoría, debió terminar con el acuerdo de
paz. La violencia no debe ser ni un medio para conseguir algo ni un fin, la
violencia debe ser erradicada y suplantada por la alegría. Si nos quedamos
pensando en el dolor, nos seguiremos llenando de rencor. No digo que debamos
olvidar las atrocidades que se cometen en este país, sólo tenemos que
repasarlas y tenerlas muy claras para mostrarlas y hacernos escuchar para
que nunca más vuelvan a suceder. Tantos años de guerra que vivimos, y a mí
me parece que mucha gente vive desmemoriada, metida en su cajita de
fósforos, ciega, sin ver las cosas tal como están sucediendo. Dilan era
colombiano, el policía que murió también era colombiano, los niños de la
Guajira que mueren de hambre son colombianos, los indígenas y los campesinos
que no dejan de ser desplazados de sus tierras son colombianos, la clase
media que trabaja todos los días y vive endeudada sin la posibilidad de
redención también es colombiana. Hay que ser muy indolente e insensible para
justificar algunas muertes y miserias, y, de paso, condenar otras. Yo salgo
a marchar porque creo que esta es la única vía de cambio posible: la
organización popular, la cohesión social, la unión nacional. Y grito: ¡sin
violencia! Una y otra vez, hasta quedarme sin voz.” Clemencia Vargas,
maestra de escuela de 46 años, mientras camina perdida en una multitud que
va sobre la Avenida Séptima en dirección al centro neurálgico de Bogotá.

 

IV.

 

“Creo que la última vez que hubo manifestaciones tan masivas en Colombia fue
en 1977, cuando literalmente toda la sociedad se unió para pedirle al
presidente de entonces que cumpliera con lo que había prometido. Tengo
entendido que ese paro fue obrero, pero el caso es que hasta hoy nunca más
se vieron movilizaciones tan grandes e inclusivas. Esto es importante, no
hay que dudarlo: nos metieron toque de queda, militarizaron zonas de la
ciudad, nos pusieron helicópteros a volar sobre nuestras concentraciones,
algunas empresas modificaron sus horarios, el transporte público no funcionó
normalmente. Logramos que sintieran miedo. Quizás son pequeñas cosas, pero
lo cierto es que esto es del pueblo. Y el pueblo, este pueblo que marcha,
parece no reconocer clases sociales ni clasismos de ningún tipo: estudiantes
de universidades privadas marchan con estudiantes de universidades públicas,
personas ricas al lado de personas pobres, la comunidad Lgbtiq al lado de
familias heteronormadas; la gente de la rama judicial, los comerciantes, los
profesores, los obreros, los indígenas, los campesinos y, sobre todo, la
gran clase media, a la que pertenezco, que siempre mira hacia otro lado
cuando de luchar por sus derechos se trata, se ha unido al coro del
agotamiento. Todos pedimos acciones concretas, en salud, pensión, educación,
empleo y otras cosas aun más urgentes: que no nos ignoren, ni nos repriman,
ni nos maten; que nos respeten y seamos tenidos en cuenta para la
consolidación del país que nos merecemos. Seguiremos en contra de este
gobierno inepto, en contra del neoliberalismo, en contra del asesinato de
líderes sociales, niños y estudiantes; en favor de la implementación del
acuerdo de paz, en favor de la liberación de las mujeres y en favor de la
unión latinoamericana.” Diego Velázquez, estudiante del tercer semestre de
Comunicación, en una de las concentraciones más grandes en la Plaza de
Bolívar.

 

V.

 

“La cultura es lo único que nos puede liberar de la opresión política y
social. Este cacerolazo sinfónico es una muestra de eso: músicos de todos
los estratos, de conservatorio, empíricos, callejeros, profesionales,
jóvenes, viejos… No nos amilanamos ante el miedo que quieren infundirnos. El
pánico tiene que ser de ellos y nosotros lo seguiremos reproduciendo con lo
que más les duele: con música, con baile, con arte. Las acciones violentas
del Esmad los dejan mal posicionados sólo a ellos. Si pretenden legitimar el
uso indiscriminado de la fuerza, nosotros legitimaremos la fiesta como
modelo de lucha social. Este gran nosotros que hemos construido en los
últimos días no sólo se está volviendo invencible, sino que también está
mutando en una sonrisa colectiva que sueña y lucha por ese sueño.” Cindy
Peña, madre de tres hijos, ama de casa y vecina del Parque de los Hippies,
lugar de confluencia de diferentes manifestaciones que apoyan el paro desde
el arte y la cultura.

 

VI.

 

“Aquí nadie grita en nombre de partidos políticos. Esa clase dirigente,
rancia, es la que tiene este país vendido y a la gente empobrecida. Si te
vas al lugar donde mataron a Dilan, ya no encuentras ninguna ofrenda, porque
los asesinos han vuelto a aparecer para quitarlo todo. A mí no me meten los
dedos en la boca. La violencia en Colombia es violencia de Estado. O
vayámonos al Caquetá, al lugar donde los buenos oficiales del ejército
nacional asesinaron a ocho niños, a ver qué encontramos. ¡Encontramos miedo
y desazón! Que la gente de las ciudades se esté dando cuenta de lo que pasa
en las inmensidades de la Colombia rural ya es un paso enorme. Yo he
discutido con toda mi familia: mi madre, mis hermanos, mis hijos, mi esposo.
Esto es lo que ha logrado el paro: politizarnos, que nos pongamos a hablar
sobre todo lo que antes permanecía en silencio y que en verdad empecemos a
visibilizar un porvenir alejado de la muerte. Aquí nadie quiere un
plebiscito, no queremos cambiar la Constitución, sólo queremos gestiones
específicas que empiezan con un diálogo incluyente, democrático y eficaz.”
Isabel Torres, abogada de 58 años, frente al hospital San Ignacio, donde
murió Dilan Cruz.

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