Chile/ La resistencia en tierras mapuches [Raúl Zibechi - Ange Valderrama Cayuman]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Feb 8 14:06:09 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

8 de febrero 2019

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Chile

 

En tierras mapuches

 

Globos negros 

 

El epicentro de la cultura y la resistencia mapuches está situado en una
amplia franja entre la cordillera y el océano, las provincias Malleco y
Arauco, regiones donde los conquistadores fueron rechazados, donde se
conservaron las tradiciones y las comunidades que ahora están recuperando
una mínima pero decisiva porción de las tierras usurpadas siglo y medio
atrás.

 

Raúl Zibechi, desde Temuco

Brecha, 8-2-2019

https://brecha.com.uy/

 

El interminable tapiz verde se mece al compás del viento, como un oleaje
amenazante a punto de engullir poblados, carreteras y gentes. Un paisaje
monótono pero sedoso, salpicado aquí y allá por praderas y colinas coronadas
siempre por el verde oscuro de las plantaciones de pinos. A un lado se
adivina la cordillera. Al otro, la llanura deambula hacia un mar que nunca
termina de decir presente.

 

La ciudad amanece cansina, como un pueblo grande de provincias, a medio
camino entre la metrópoli histérica y la apacible aldea agraria. En el
mercado Pinto, las familias se arremolinan en torno a los centenares de
puestos que ofrecen verduras y frutas, carnes, mariscos y una impresionante
variedad de especias, entre las que sobresale el merkén ahumado, ají molido
fino, suavemente picante, que es la estrella de la cocina mapuche.

 

Cuando aparece una carreta tirada por bueyes con un enorme cargamento de
casi cuatro metros de altura, Andrés explica que son familias vendedoras de
cochayuyo, un alga de la costa del Pacífico, de gran valor alimenticio, que
puede alcanzar los 15 metros. Andrés Cuyul es el presidente de la Comunidad
de Historia Mapuche, un colectivo de académicos que siguen aferrados a sus
territorios, que viven en terrenos en los alrededores de Temuco y continúan
vinculados al movimiento mapuche.

 

Exclusión por ordenanza 

 

Callejeando por el mercado a través de infinidad de puestos informales y
alternando diálogos con las vendedoras se explica el conflicto con el
municipio. A principios de diciembre, una ordenanza del alcalde decidió
prohibir la actividad comercial ambulante en un perímetro de exclusión en
torno al mercado. La particularidad es que la ordenanza impone multas tanto
a quienes venden como a quienes compran sus productos.

 

Entre los castigados hay dos sectores: por un lado, un colectivo de 750
pequeños horticultores artesanales de áreas cercanas a Temuco y, por otro,
los vendedores de cochayuyo, uno de los alimentos más apreciados por los
citadinos. Cuando los agentes municipales quisieron quitarles la mercadería
a familias que viajaron a pie durante diez días desde Tirúa, en la costa,
los transeúntes defendieron a los vendedores y forzaron a los agentes a
retirarse. Tanto las familias vendedoras de cochayuyo como las horticultoras
son en general mapuches.

 

“Los días posteriores al asesinato de Camilo Catrillanca, toda esta zona
amaneció repleta de globos negros, colgados por las vendedoras en señal de
luto”, comenta Andrés en tono triunfal. Un golpe de efecto de gentes que
apechugan cinco siglos de nones y mentón al viento.

 

De Matías a Camilo 

 

Conocí a la mamá de Matías Catrileo por casualidad, en el penal de Temuco,
cuando visitaba a los hermanos Benito y Pablo Trangol y al machi Celestino
Córdova. Los hermanos fueron acusados de quemar una iglesia evangélica, pero
fueron incriminados por “testigos sin rostro” y acusados de delitos de
carácter “terrorista” –lo que permitió prolongar su detención preventiva–,
aunque la justicia luego desestimara esta calificación. Celestino fue
condenado por el delito de “incendio con resultado de muerte” que cobró la
vida del matrimonio de hacendados Luchsinger-Mackay, en 2013, una hacienda
que desde hace siglos quieren recuperar sus propietarias: las comunidades de
la zona.

 

Un grupo de mujeres con atuendos tradicionales habla en voz baja en torno a
los presos, en la pequeña capilla que nos cobija. Mónica Quezada, madre de
Matías, asesinado por la espalda en 2008 mientras recuperaba tierras, tiene
el rostro endurecido por el dolor. “Si comparo la situación actual con 11
años atrás, veo un cambio notable en nuestro pueblo”, comenta. Se refiera a
la masiva y maciza movilización social que provocó en Chile el asesinato de
Catrillanca, también por la espalda, el 14 de noviembre (véase “Una bala en
la nuca que movió a todo un pueblo”, Brecha, 23-XI-18).

 

Así como el asesinato de Matías forjó una nueva camada de militantes, el de
Camilo está ampliando el horizonte de todo un pueblo. Lo realmente nuevo en
el Chile actual no es la centenaria lucha mapuche, sino el involucramiento
de nuevas camadas de jóvenes (y no tan jóvenes) en una pelea de larga
duración contra un Estado genocida y terrorista.

 

Simona Mayo y Ange Valderrama encarnan a la nueva generación mapuche, de
mujeres jóvenes, profesionales, feministas (véase nota de Valderrama en esta
cobertura). Una es miembro del Colectivo de Historia Mapuche y vive en
Santiago. La otra es periodista e integra Mapuexpress, quizá la web más
importante de comunicación mapuche. Participan en espacios pluriculturales,
porque se están construyendo “sujetos heterogéneos”, como destaca el
historiador Claudio Alvarado Lincopi, algo que no está pudiendo aceptar la
izquierda, porque “en su endogamia sólo le valen sus propias tradiciones”
basadas en concepciones propias de la modernidad.

 

Ambas aseguran que el mundo mapuche está en plena expansión, con la
recuperación de tierras y de la lengua, y un apoyo que no para de crecer a
lo largo del país. Simona registró la masiva reacción de la población
chilena ante el asesinato de Catrillanca, con movilizaciones en por lo menos
30 ciudades, incluyendo las del lejano norte. En Santiago se contaron 100
cortes de calle, con barricadas y hogueras, durante horas, con cientos de
vecinos. Muchos de los que no salieron golpearon cacerolas asomados a las
ventanas, sobre todo en la periferia. En algunas zonas las movilizaciones se
prolongaron durante 15 días.

 

Lengua y territorio 

 

La expansión del mapudungún merecería un estudio específico. Miles de
jóvenes lo aprenden, tanto en barrios populares como de clase media urbana.
En la Villa Olímpica, en la comuna de Ñuñoa, barrio de clase media de
Santiago, la hija de mi anfitriona estudia mapudungún en su escuela, por
propia elección. Lo mismo sucede en otras tres escuelas del distrito.

 

La recuperación de tierras es el aspecto más evidente, y el más reprimido,
de este crecimiento mapuche. La provincia Malleco es el epicentro. Es una
amplia faja al norte de Temuco, desde la cordillera hasta la costa, que
involucra nombres históricos y emblemáticos: Angol, Collipulli, Traiguén,
Lumaco, Ercilla, Renaico. Sitios que integran la “zona roja” que concentra
los conflictos desde la colonia. Allí nacieron, en la década del 90, la
Coordinadora Arauco Malleco y, hace una década, la Alianza Territorial
Mapuche, y funciona el parlamento Koz Koz, una organización joven y
horizontal que recupera tradiciones y espacios donde se reproducen la vida y
la cultura.

 

En esta región, y en la costera de Cañete y Tirúa, se concentró la
resistencia al español, por comunidades que les propinaron las mayores
derrotas que conocieron los conquistadores en las Américas. La memoria larga
de los mapuches se completa con la usurpación de sus tierras en la segunda
mitad del siglo XIX, en la mal llamada Pacificación de la Araucanía.

 

Ahora, esa memoria ha sido revitalizada por una oleada irrefrenable de
recuperaciones, pero también por entregas de tierras del Estado desde los
años de la reforma agraria de Salvador Allende para aplacar la bronca
centenaria. La demanda de tierras corre pareja con la exigencia de
autonomía, que trasmuta los terrenos en territorio mapuche autogestionado.

 

En algunas áreas, como el triángulo entre Ercilla, la costa de Tirúa y
Loncoche (al sur), las recuperaciones de tierras van conformando una mancha
de poder comunitario mapuche. En las 1.200 hectáreas del ex fundo Alaska,
recuperado en 2002, viven hoy dos comunidades –Temucuicui Tradicional y
Autónoma–, en tierras que fueron de la Forestal Mininco, del grupo Matte,
que posee 700 mil hectáreas usurpadas a las comunidades.

 

Andrés y su compañero de la Comunidad de Historia Pablo Marimán reflexionan
sobre los caminos que adivinan para un movimiento del que se sienten parte.
Les gustaría que la identidad mapuche fuera más abierta, y no tan escorada
hacia la comunidad agraria, cargada de todas sus tradiciones, incluidas
pesadas herencias patriarcales y caudillistas que reproducen opresiones. Por
eso tienen un ojo puesto en las ciudades, donde proliferan mapuches
feministas, lesbianas y gays, profesionales y artistas, abriendo la
identidad hacia la diversidad. “Pero debemos reconocer que las que sacuden
al Estado chileno son las comunidades tradicionales cuando recuperan
tierras”, confiesan.

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Feminismo mapuche o una crónica sobre los procesos coloniales hoy

 

Para comenzar una conversación

 

Ange Valderrama Cayuman, desde el territorio Cancura

Brecha, 8-2-2019

 

El Ngulumapu, lado oeste del territorio mapuche, que comprende la parte
“chilena” del Wallmapu, ya ha visto sucederse una serie de encuentros en los
que el tema de la existencia, pertinencia, necesidad o no de un feminismo
mapuche bulle y se esparce generando conversaciones necesarias, inmersas en
las luchas anticoloniales que el pueblo mapuche mantiene junto a otros
pueblos.

 

Hace unos meses, en el contexto de una fiesta social con muchos hermanos y
hermanas mapuches en una gran ciudad de Chile, un lamngen (hermano)
antropólogo me comentó que algunos de sus cercanos le habían dicho que el
feminismo en el mundo mapuche “no juntaba ni pegaba”, pues este sería una
ideología foránea, occidental y que no tiene nada que ver con lo mapuche,
con su cosmovisión y tradiciones ancestrales. El lamngen me dijo, con gestos
de manos incluidos: “¡Y me lo decían en perfecto castellano!”, aludiendo a
que se cuestiona al feminismo como lugar de colonización y no así la lengua
que usamos.

 

Revisando publicaciones de diverso tipo, desde las más académicas, de prensa
e informales, como lo que se escribe en las redes sociales, sostengo que es
posible observar un aumento consistente de discursos sobre el feminismo
mapuche. Este concepto se presenta en discusión, en revisión, en
reivindicación y en lucha, todo al mismo tiempo. No significa que el
feminismo dentro de los pueblos originarios no tenga ya unas décadas, o que
no haya hermanas mapuches que se reivindican como feministas desde hace casi
el mismo tiempo. Más bien lo que parece constituir un fenómeno de reciente
data es la denominación “feminismo mapuche”, así, este sustantivo y este
adjetivo unidos.

 

Quienes han estudiado los llamados feminismos indígenas, como la feminista
Francesca Gargallo, hacen una entrada desde el feminismo comunitario para
referirse a los feminismos indígenas. Estos últimos, surgidos desde el mundo
maya y aimara, sostienen, entre otras cosas, que existió un patriarcado
ancestral que luego se fundió con el patriarcado que habrían traído los
conquistadores. Luego se ha vuelto común y cotidiano en el mundo feminista
hablar de patriarcado originario o patriarcado ancestral. Este feminismo
comunitario desde hace ya bastante tiempo ha echado raíces en diversos
países, incluido Chile y el Wallmapu, donde se han realizado algunos
encuentros de mujeres mapuches feministas comunitarias.

 

El caso del feminismo mapuche tiene otra raigambre. No posee el largo
recorrido del feminismo comunitario, y más bien ha sido, hasta hace algunos
años, la experiencia de mujeres mapuches que se definen feministas, siendo,
por tanto, feministas mapuches.

 

Si queremos recorrer una genealogía, un primer antecedente podría ser la
conformación del Colectivo Lesbofeminista Segundo Patio, en el año 2011 en
la ciudad de Temuco, que si bien no se definía como feminista mapuche, sí
contaba entre sus integrantes a mujeres mapuches feministas y se asentó en
la ciudad de Temuco. Posterior a esto, los principales esfuerzos por
visibilizar la existencia de un feminismo mapuche han venido desde el arte.
En el año 2014, en ocasión de la 32ª Bienal de San Pablo, la artista chilena
Katia Sepúlveda invitó a dos activistas mapuches, Margarita Calfío y quien
escribe estas líneas, a un diálogo performático sobre feminismo mapuche. En
el año 2016 el artista visual Sebastián Calfuqueo convocó a cinco lamngen
(hermanas) para producir el video Zomo, el cual recogía relatos de mujeres
mapuches de la diáspora que, viviendo en la ciudad de Santiago, interpelaban
la mirada tradicional sobre la mujer mapuche, y algunos de esos relatos
incluían discusiones feministas.

 

Ese mismo año nació en Santiago de Chile el Kolectivo Mapuche Feminista
(Rangiñtulewfü, en mapudungún, la lengua mapuche), que desde entonces viene
trabajando temáticas que se enarbolan desde lo que el colectivo llama “una
pregunta por un feminismo mapuche”. Al año siguiente, en 2015, el colectivo
de jóvenes universitarios mapuches Mocen convocó al Primer Encuentro de
Feminismo y Pueblos Originarios, en la ciudad de Chillán. En palabras de
Nicolás Garrido, uno de sus organizadores, este encuentro fue organizado
“para abrir un espacio de diálogo de lo que considerábamos feminismo desde
los pueblos originarios”.

 

Lo problemático de una enunciación

 

Frente a las posibilidades de la conformación de un feminismo mapuche han
surgido voces críticas que cuestionan la pertinencia de un proyecto de esta
naturaleza. El 2 de febrero de 2018 se publicó un artículo en el sitio
informativo Mapuexpress, escrito por Millaray Painemal e Isabel Cañet, dos
mujeres de larga trayectoria política mapuche. “Para la mayoría de las
mujeres mapuches que hemos nacido, vivido y transitamos entre nuestras
comunidades rurales, el concepto de feminismo que se escucha en el último
tiempo nos parece ajeno y aún no logra encajar con nuestra realidad”,
señalaron en ese texto. “Abrazar este feminismo sin cuestionarlo nos parece
peligroso; la colonialidad y el patriarcado no desaparecen por trabajar
‘entre mujeres’ (…). Por lo tanto, es necesario que los movimientos
feministas den un paso mayor y que primero hablen y se hagan cargo de sus
privilegios (en muchos casos participan de un movimiento emancipador, pero
en sus casas las que siguen limpiando son mujeres indígenas) y aborden el
racismo que se encuentra presente en sus acciones cotidianas y, por sobre
todo, que dejen de pensar por nosotras e imponernos su agenda política e
ideológica en nuestro territorio, Wallmapu”, agregaron. Este artículo generó
numerosos comentarios en las redes sociales, y según comentaron sus autoras,
fueron muy cuestionadas desde el movimiento feminista por haberlo escrito.

 

No son las únicas voces que han planteado lo problemático de la enunciación
mapuche feminista o se han posicionado fuera de ese marco interpretativo. En
enero pasado se desarrolló el X Congreso Nacional de Antropología de Chile
en la ciudad de Temuco. Ingrid Conejeros, una lamngen mapuche que ha sido
vocera de presos políticos (en particular de la machi Francisca Linconao),
participó de la mesa “Mujeres y movimientos sociales e indígenas en el
Ngulumapu: experiencias de lucha contra el capitalismo extractivista,
neocolonialismo y patriarcado”, y declaró: “Nunca me he reconocido como
mujer feminista. Hay gente que me ha dicho ‘tú eres feminista’, pero no (lo
soy). Eso no quiere decir que desprecie o no valore las otras luchas. Yo
enmarco estas luchas (de las mujeres mapuches) como luchas anticapitalistas,
entonces, sí, me veo cercana a mucha gente desde ahí… Mi camino es el camino
de retorno a lo mapuche”.

 

Finalmente, algunas de las integrantes de la Coordinadora de Organizaciones
de Estudiantes Mapuches de Santiago de Chile (Coem) han señalado que, luego
de conversaciones internas, han decidido no nombrarse como feministas, pero
sí como antipatriarcales.

 

Una mirada feminista que trata de imponerse 

 

Siguiendo el planteamiento del feminismo descolonial, “que se proclama
revisionista de la teoría y la propuesta política del feminismo, dado lo que
considera su sesgo occidental, blanco y burgués”, según lo señala Yuderkys
Espinosa, teórica feminista decolonial antirracista en Una crítica
descolonial a la epistemología feminista crítica (2014), sugiero detenernos
en lo problemático de mirar desde un lugar feminista tradicional hacia la
vida de las mujeres y los pueblos que no representan el Occidente blanco, en
términos de un pensamiento euro y norcentrado, nacido de la modernidad y que
desde sus feminismos ancla en la noción de patriarcado un articulador de la
lucha de las mujeres. ¿Acaso podemos las mujeres constituir una categoría
que nos vehicule hacia luchas políticas conjuntas?

 

Traigo a María Lugones, feminista decolonial, para reflexionar sobre la
categoría mujer. La teórica cuestiona que se pueda tratar esta categoría
“como si el significado de ‘mujer’ fuera el mismo que el de ‘mujer ama de
casa’ y ‘mujer que limpia la casa de otras mujeres’. Como si no hubiera
diferencia entre la ‘mujer’ madre que amamanta a su hija y la mujer que deja
de hacerlo para amamantar a los hijos de mujeres blancas burguesas o
burguesas mestizas eurocentradas” (Hacia metodologías de la descolonialidad,
2015). Claramente, hay un “mundo” de diferencias entre las experiencias de
estas categorías de mujeres, diferencias en las experiencias que emanan de
las diferencias en términos de pertenencia de raza y clase.

 

Si analizamos cómo el feminismo hegemónico, blanco, mira hacia los mundos
indígenas y hacia las mujeres indígenas nos damos cuenta de que desde la
noción de patriarcado y género se constituye una realidad sobre los y las
otras. Las políticas feministas que se desprenden de estas nociones son
globales y homogéneas, principalmente hablamos de dos temas: la violencia de
género y el derecho al aborto. Hagamos el ejercicio de colocar “feminismo
mapuche” en la barra de Google y veremos como se intenta dialogar desde un
marco establecido, con temáticas globales.

 

Una de estas temáticas es la violencia de género, que se presenta como la
única violencia ante la que hay que articularse. En diversos conversatorios
esto ha quedado de manifiesto: la pregunta recurrente que se les hace a
mujeres mapuches que hablan en los ámbitos públicos es cómo es la violencia
que viven en las comunidades. Cabe preguntarse qué es exactamente lo que se
pregunta. Lo que se busca saber es cuán machista es el pueblo mapuche, cuán
extendida es la violencia de pareja en el pueblo mapuche.

 

Por cierto, estas violencias no deben ser aceptadas nunca. Lo que quiero
develar es ¿acaso la violencia de los procesos extractivos no afecta y
violenta a las mujeres en los territorios?, ¿no es violencia contra las
mujeres que en un territorio fértil en bienes comunes –como ha sido el
Wallmapu– pasen camiones aljibes repartiendo agua a las comunidades porque
se han secado las fuentes de agua, principalmente como consecuencia de la
política de saqueo de las forestales? Existen otras violencias hacia las
mujeres que se entienden desde el orden colonial imperante, pero a estas
pareciera que el feminismo hegemónico no les presta atención.

 

Mapuche feminismo como propuesta de descolonización 

 

El Kolectivo Mapuche Feminista (Rangiñtulewfü) surge de la experiencia de la
diáspora del pueblo mapuche, la migración forzada luego de la ocupación del
Wallmapu y el despojo de las tierras, la lengua, la economía y la
cosmovisión mapuches. Desde la ciudad de Santiago, este grupo de mujeres y
varones mapuches viene construyendo una reflexión desde las experiencias
compartidas; pertenecer a un pueblo en lucha, ser parte de la diáspora que
piensa en el retorno al “país mapuche”, buscar en los procesos de
descolonización una forma de hacerle frente a las formas con que la
colonización mantiene un orden desigual y violento hacia los pueblos
racializados.

 

No es el patriarcado lo que articula la vida social, pues no sólo nos
relacionamos en tanto somos hombres, mujeres o sexo-géneros intermedios. Si
no hacemos una política que considere el racismo, el colonialismo continuará
su maquinaria de violencia y muerte para los pueblos.

 

Como señala la teórica maya Gladys Tzul, la lucha de los pueblos indígenas
hoy es contra el extractivismo, y desde lo mapuche nos hacemos parte de esta
lucha, desde territorios sitiados, donde la falta de agua, la amenaza de la
industria minera y de las forestales no para. Desde un feminismo mapuche nos
pensamos imbricados, no fragmentados. Volviendo al inicio de esta reflexión,
el pueblo mapuche ha incorporado muchos otros saberes siempre que le han
servido para sobrevivir. Y entre ellos hay saberes feministas. Pero, por
todo lo expuesto, argumento que el feminismo hegemónico es un occidentalismo
que no se puede simplemente incorporar, más bien debe ser develado
críticamente.

 

Con Yuderkys Espinoza nos encausamos a “pasar de una vez por todas a
producir y visibilizar de forma amplia nuestra propia interpretación del
mundo, como tarea prioritaria para los procesos de descolonización. Una
tarea que debe estar acompañada de procesos de recuperación de las
tradiciones del saber que en Abya Yala han resistido al embate de la
colonialidad, así como aquellas que desde otras geografías y desde
posiciones críticas han contribuido a la producción de fracturas
epistemológicas”.

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