Uruguay/ Jugando con fuego. La izquierda, los civiles y el factor militar [Rosario Touriño]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 29 15:45:58 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

29 de noviembre 2019

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Uruguay

 

La izquierda, los civiles y el factor militar

 

Jugando con fuego

 

Rosario Touriño

Brecha, 29-11-2019

https://brecha.com.uy/

 

El caldo de cultivo que hizo posible la irrupción del fenómeno de Cabildo
Abierto (CA) seguramente esté compuesto por ingredientes variados. La figura
de Guido Manini Ríos emerge como un catalizador de descontentos diversos que
prosperan en medio de desconfianzas sobre la clase política establecida y
del deterioro de la economía en periferias urbanas y rurales, a partir de un
liderazgo conservador y desafiante de los buenos modales democráticos. Es
probable que, si el militar no hubiera llegado a ser comandante en jefe del
Ejército gracias a la decisión de un gobierno de izquierda, ese malestar
político multiforme hubiese cristalizado de todas formas en otra expresión
similar, probablemente dentro de algún otro partido. Pero más allá de toda
esa argamasa todavía en estado de observación, el video con tono castrense
de Manini le quitó el velo a un fenómeno que el propio ex presidente Julio
María Sanguinetti reconoció al otro día del balotaje (es decir, con todo el
pescado ya vendido): la aparición de un partido militar corporativo. Por
tanto, con esta confesión de uno de los principales ideólogos de la
coalición multicolor, es posible pensar que Cabildo Abierto hará todo lo
posible para defender el statu quo del aparato uniformado desde sus 14
bancas parlamentarias.

 

La mención explícita del general retirado de dos tardías –pero igualmente
molestas— reformas ensayadas por el oficialismo (la nueva ley orgánica de
las Fuerzas Armadas y algunos retoques de la deficitaria caja militar) en la
pieza audiovisual no hace más que confirmar la trazabilidad de la carrera
política de Manini Ríos, y revela nuevamente el objetivo de utilizar la
coacción del factor militar con fines políticos. Esto, además, prospera en
un terreno geopolítico regional fértil, en el que las Fuerzas Armadas (Ffaa)
–como han analizado los periodistas Max Fisher y José Natanson en medios tan
diversos como el New York Times y Página 12– han vuelto al primer plano,
convirtiéndose en la llave para precipitar golpes de Estado, blindar a
gobiernos desprestigiados o abrir el paso a restauraciones conservadoras.
Una de las especializaciones de los militares es la estrategia y, a la luz
de todo lo visto, el líder de CA no es un improvisado (aunque tampoco todo
le sale bien).

 

En este sentido, el desembarco de esta corporación en el Parlamento es un
desafío para todo el sistema político: ya no se trata sólo de un poderoso
lobby, sino que ahora es esta la que tiene los votos claves para presionar a
favor de determinadas reivindicaciones o para desarticular los cambios que
la izquierda procuró imprimir en los últimos años. Probablemente, ni
siquiera los generales retirados que estaban pensando en hacer política
dentro de los partidos tradicionales vieron esta película. La coalición
multicolor deberá ahora convivir con su impredecible aliado, que no tiene
problemas en comunicar lo que le apetece. Pero también el Frente Amplio
(FA), en el contexto de discusión política y de autocrítica que vuelve a
prometer para los próximos meses, tendría que tomar nota de todo el proceso
vivido en estos 15 años en su relacionamiento con las Ffaa. Ante este
panorama, podría ser oportuno reseñar algunos apuntes.

 

Cuestión política 

 

El cambio de las anacrónicas reglas de juego de funcionamiento de las
Fuerzas Armadas figura desde hace bastante tiempo en los programas del FA.
Posiblemente, la existencia de otras prioridades, pero sobre todo las
dificultades para conocer las características del estamento armado,
expliquen el abandono político en el que quedó sumida el área de la defensa.
El oficialismo tuvo un buen comienzo con la dupla de Azucena Berrutti
(socialista) y José Bayardi (Vertiente Artiguista) –no exento de alguna
crisis que, con el diario del lunes, parece menor–, pero luego se introdujo
en larguísimos períodos pantanosos. En primer lugar, aunque ahora el
gabinete que está bajo la mira es otro, el partido de izquierdas debería
evaluar la decisión de haber asignado este ministerio –o por lo menos
haberlo hecho durante tanto tiempo– a ex guerrilleros, en vista de su raíz
histórica y su visión ideológica de la defensa.

 

“Yo soy nacionalista. Tenía un movimiento que se llamaba Movimiento de
Liberación Nacional”, respondía Eleuterio Fernández Huidobro a quien firma
este artículo, con tono enfático y casi que separando en sílabas la última
palabra de la frase, en 2011. Lo hacía en la misma semana en que renunciaba
al Senado en oposición al proyecto de anulación de la ley de caducidad
promovido por el FA. En ese franco diálogo,(1) el que poco después sería
ministro de Defensa, reconocía que nunca había dejado de “hacer trabajo
político en el seno de las Fuerzas Armadas” y no negaba conversaciones con
militares identificados con la dichosa logia ultranacionalista de los
Tenientes de Artigas. No refutaba a quienes lo catalogaban como
“combatiente”, se despachaba contra la justicia internacional que juzgaba
crímenes de lesa humanidad cometidos en América Latina (en especial contra
Baltasar Garzón) y confesaba que milicos y tupas habían acordado no volver a
andar a los tiros por “púas ajenas” (las introducidas por la oligarquía y
las fuerzas foráneas).

 

Poco tiempo después, operadores de la comisión de Defensa del Mpp divulgaban
un documento con aroma “nacional-popular”, en el que se instaba a involucrar
a los uniformados en el desarrollo de Uruguay y se admitía el fin
estratégico de lograr Ffaa consustanciadas con las causas populares. (2)
Esta concepción de que los ejércitos (“carne con ojos”) deben ser ganados
políticamente porque tienen la “llave” para apoyar o no determinados
procesos, también sería luego manejada públicamente por el propio presidente
José Mujica y la entonces senadora Lucía Topolansky. Mucha agua se estancó
bajo el puente hasta que, casi en los descuentos, el FA se decidió a
impulsar, sin demasiada masa crítica ni interés ciudadano, reformas para
aggiornarla estructura militar. Con la administración de Fernández Huidobro
no había existido demasiado desvelo (Manini Ríos trabajó muy cómodo con ese
ministro –que, entre otras cosas, defendió a Miguel Dalmao o fustigó la
detención, en Chile, de los asesinos de Eugenio Berríos– y le dedicó,
incluso, un sentido homenaje en su entierro), pero otro fue el cantar cuando
se empezaron a mover algunas fichas durante la gestión del socialista Jorge
Menéndez. Una primera conclusión sería que el criterio de la sintonía
política entre los cuadros militares y un sector con la concepción
estratégica de los ejércitos mencionada antes no fue el adecuado si en
verdad se quería una reforma profesional de las Ffaa, como las que sí fueron
posibles en otros países.

 

Cuestión técnica 

 

Uruguay no tuvo en su transición democrática a un Martín Balza, un militar
que pidió perdón institucional por los crímenes del pasado en nombre de las
Ffaa (desprestigiadas y con una capacidad corporativa más debilitada que en
este lado del río como producto de la guerra de las Malvinas). Fue un actor
clave para abonar varios cambios en Argentina. Hoy, el país vecino está en
el candelero por muchas cosas, pero –toquemos madera– no tiene al factor
militar como uno de sus principales problemas, a pesar de su crispada escena
pública.

 

El antropólogo argentino Germán Soprano sugería que para intentar
“democratizar” (3) a las Ffaa sería deseable la participación de militares
afines a un proceso de modernización o profesionalización. Particularmente,
en la rama del Ejército el terreno es árido, pero quizás habría que
calibrar, por ejemplo, las diferencias entre designar a Jorge Rosales (que
acató una sanción y convivió con cuatro ministros entre 2006 y 2011) o a
Guido Manini Ríos (que sólo pudo convivir con Fernández Huidobro). Para este
objetivo, hay que conocer a los militares, y, para conocerlos, no basta con
incluirlos y trabajar políticamente hacia adentro, sino que hay que
incorporar civiles con saberes técnicos específicos en defensa que
contribuyan a transparentar y decodificar. Hasta el día de hoy, el
Ministerio de Defensa tiene problemas hasta para acceder a datos mínimos
sobre el funcionamiento de los cuarteles, en parte, por la endogamia
corporativa.

 

Esto es un problema para la izquierda, pero es, sobre todo, un problema para
el país. Un mojón importante ocurrió en 2009 (y allí hay que decir que el
ministro era el ex tupamaro Luis Rosadilla) cuando, por ejemplo, se detectó
que no había control sobre las cuentas en las que se depositaban los fondos
de las misiones de paz, y se podría rescatar del olvido la sucesión de ex
comandantes de la Armada procesados por corrupción. O sea, el poder civil
tiene enormes dificultades para conocer el funcionamiento de las actividades
militares por su proverbial autonomía. Los nombres que se manejan en la
prensa para conducir el ramo en el gobierno de Lacalle Pou han sido
funcionales o, directamente, representan al lobby militar, por lo cual habrá
que ver si se promueve la tan manida “política de Estado” consensuada entre
todo el sistema político, como siempre reclamó la oposición.

 

El FA, como partido, ha formado, con intermitencias, comisiones de defensa
con dirigentes y militantes voluntariosos, pero faltó musculatura y apoyo
real. La izquierda trabajará para volver al gobierno desde el día uno y, si
tiene éxito, los militares seguirán estando allí. Las inseguridades civiles
son el mejor sustrato para el feudalismo militar: el mensaje del poder
político tiene que ser claro. Hasta ahora los países que parecen haberles
tomado los puntos son aquellos que han evolucionado hacia fuerzas más
pequeñas, equipadas y profesionalizadas, donde la carrera militar es
concebida como educación terciaria acreditada por el Ministerio de
Educación, donde los oficiales ganan créditos académicos también en
universidades civiles y cursan materias humanísticas. En Uruguay, parece que
se está muy lejos, y, como volvió a recordar Julián González Guyer (Radio
Uruguay, martes 26), no han habido avances en la reformulación de los planes
de estudio. Entonces, las oscilaciones conceptuales sobre para qué se quiere
a las Fuerzas Armadas se pagan caro. Si no se empieza a pensar en estos
asuntos con profundidad, la familia militar seguirá marcando el pulso y
aprovechará cualquier vericueto para seguir siendo protagonista.

 

Notas 

 

1) Véase “Yo nunca abandoné el trabajo político en el seno de las Fuerzas
Armadas”, Brecha, 15-IV-11.

2) Entre otras cosas, se abogaba por fraguar una institución militar “al
servicio de los cambios sociales, la eliminación de la pobreza y las
injusticias, en función de los intereses populares, de los trabajadores y
del bienestar de la mayoría de los uruguayos”. Para ello, proponían una
estrategia de “zurcido” y de “incidencia hacia adentro”. Véase “La llave
militar”, Brecha, 6-V-11.

3) Soprano advertía sobre lo relativo del término “democratización”, porque
la institución militar es “conservadora” y constituida en sí misma sobre una
noción de jerarquía. Véase “El mensaje del poder político al ciudadano
militar tiene que ser claro”, Brecha, 17-IV-19.

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