Uruguay/ Ansiosos por ejercer legítimamente la autoridad [Gabriel Delacoste]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 29 15:44:14 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

29 de noviembre 2019

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Uruguay

 

Ansiosos por ejercer legítimamente la autoridad

 

Luis Alberto Lacalle Pou es el presidente electo. El Partido Nacional ganó
una elección presidencial por primera vez desde 1989, y se prepara para
gobernar junto a una coalición a la que se suman el Partido Colorado,
Cabildo Abierto, el Partido Independiente y el Partido de la Gente. La
victoria blanca se dio en la segunda vuelta más reñida de la historia, en
medio de una intensa discusión sobre la democracia en el país, y de su
crisis en la región.

 

Gabriel Delacoste

Brecha, 29-11-2019 

https://brecha.com.uy/

 

La filosofía política griega pensaba la diferencia entre las formas de
gobierno como un problema estrechamente vinculado a la lucha de clases.
Según Aristóteles, la diferencia entre aristocracia y democracia es,
simplemente, qué clase gobierna: si los aristoi (los pocos, los ricos, los
excelentes) o el demos (los muchos, los pobres, los comunes y corrientes).
En cada caso, para nombrar la forma de gobierno se agrega la palabra cratos
(que nombra al poder, y específicamente al poder que surge de la fuerza) a
la clase social predominante.

 

Pero la cuestión no es sólo quiénes gobiernan, sino cómo. Para este
pensamiento clásico (que tiene mucho de elitista y conservador) el riesgo de
la democracia es que la multitud, vengativa e imprudente, persiga a los
ricos y lleve el país a la ruina, terminando, a través de la demagogia, en
una tiranía. Las aristocracias, en cambio, corren el riesgo de que si los
aristoi se corrompen, y en lugar de gobernar para todos lo hacen para sus
propios intereses, pueden convertirse en oligarquías (el gobierno de los
pocos contra los muchos), enfureciendo al pueblo y causando una revolución.
Por eso la república (forma de gobierno que combina el principio democrático
con el aristocrático) sería, según este pensamiento, lo preferible. Y en las
diferentes repúblicas, según sus constituciones, su historia y el resultado
de sus luchas, predominan, en diferentes grados, el demos o los aristoi.

 

Si bien en el discurso uruguayo la cuestión parece ser tabú, en este momento
también la disputa política tiene un fuerte componente de clase.

 

Aristoi

 

Ganó el mejor. Lacalle Pou llevó a cabo una campaña excelente. Fue
disciplinado en su discurso, rápido de reflejos, siempre con la palabra
justa, acompañado de músicas pegadizas, retratado en bellas fotos y adornado
de eslóganes y logotipos cuidados. Ganó con comodidad la interna de su
partido y construyó una coalición que lo llevó a la victoria.

 

Las performances de Lacalle en discursos y debates suelen ser prolijas y
compactas. Se lo nota preparado, pero no tanto como para que las frases
ensayadas suenen forzadas. Los momentos de afecto y de dureza, de unión y
disputa se alternan armónicamente, y Lacalle emerge como alguien al mismo
tiempo firme y emocional. Su voz, siempre a punto de quebrarse, repunta
justo a tiempo con un remate a corazón abierto. El coaching y la
espontaneidad juegan de memoria.

 

Pero hay algo más. Si el coaching es el proceso industrial que fabrica al
candidato, para lograr un buen producto se necesita también una buena
materia prima. Y Lacalle es un político de raza, en el sentido más estricto
de la palabra, como si habláramos del pedigrí de un mastín.

 

Es sabido que el presidente electo es hijo de Luis Alberto Lacalle, el
anterior presidente blanco, que a su vez es nieto de Luis Alberto de
Herrera, líder del partido en la primera mitad del siglo XX, que peleó bajo
el mando de Aparicio Saravia y construyó el Partido Nacional como el partido
conservador de masas que hoy conocemos. Herrera, a su vez, tuvo como abuelo
a Luis de Herrera, que peleó en Ituzaingó y en la campaña de Misiones, y fue
además ministro y senador. Luis Lacalle Pou es el heredero de un linaje que
desde hace seis generaciones tiene un rol protagónico en la política
nacional. Y que además desciende de una estirpe guerrera que forjó con las
armas la patria y su partido.

 

Lacalle es un aristoi, un noble, si los hay en este país. Al principio de la
campaña “desenfatizó” su apellido para desmarcarse del gobierno de su padre,
recordado como represivo y corrupto, pero gradualmente comenzó a reivindicar
el legado familiar, primero diciendo que “la fruta no cae lejos del árbol”,
y finalmente, en la noche de la cuasi victoria, diciendo a su padre,
emocionado, a través de la televisión, que “las nubes pasan, el azul queda”.
El legado había sido redimido. Un mes antes, la noche del 27 de octubre,
había destacado cómo en su actividad política pone en juego “mi nombre, mi
prestigio, el apellido de mis hijos, de mi padre, y el futuro”. La herencia,
la familia, en fin, el patriarcado en el sentido más acotado de la palabra,
están en el núcleo de este personaje.

 

Hay en Lacalle un delicado balance entre tres fuentes de legitimidad: las
ideas de mérito y excelencia, la aristocracia hereditaria y la democracia.
Esta última se logra con una buena campaña, pero teniendo como base la
adhesión popular a un linaje que es convocado en cada generación a liderar
el país. Podemos llamar a esto caudillismo, y profundizar en esa dirección
seguramente nos llevaría a terrenos que, a pesar de la apariencia moderna
del país, siguen siendo definitorios: alianzas clánicas, vínculos
personales, continuidades largas de identidades y “partidos” que nada tienen
que ver con cosas como congresos o programas.

 

El domingo, buena parte de las banderas blanquicelestes tenían impresa la
cara de Aparicio. En algunas de ellas aparecía la famosa frase “Dignidad
arriba, regocijo abajo”. El arriba se refiere a los dirigentes y los
gobernantes, que tienen que ser dignos, virtuosos, magnánimos; el abajo al
pueblo, que podrá regocijarse si sus superiores lo dirigen y actúan con
dignidad. Lacalle, en su discurso, busca encarnar esto, mostrándose sobrio y
humilde, pero justamente de esa manera, participando de esta vieja forma
aristocrática y paternalista de hacer política. “Estamos ansiosos por
ejercer legítimamente la autoridad para proteger a la gente”, fue una de las
frases del presidente electo.

 

Las mejores técnicas modernas de comunicación, entonces, conviven
virtuosamente con el caudillismo nobiliario, guerrero y premoderno, y esta
ha sido la marca de fábrica de las grandes derechas populares desde el siglo
XX. ¿Cómo se puede ser aristocrático y defender los intereses de los ricos
al mismo tiempo que se gana adhesión popular? Esa es la difícil pregunta que
toda derecha debe hacerse.

 

El demos, esta vez, eligió a uno de los aristoi, pero por un margen
demasiado pequeño para habilitar festejos el domingo. El acto en el que se
esperaron los resultados fue en Bulevar Artigas y Chaná. Frente al gran
escenario había algo menos de una cuadra de gente, es decir, no la gran
multitud que uno esperaría ante un triunfo electoral largamente esperado. El
público era variado, pero predominaban las camisas blancas y marcas de la
clase alta uruguaya. En el acto del Frente Amplio, en 18 de Julio, se vio a
más gente, y más clase trabajadora.

 

Si la aristocracia es el poder de los mejores y la oligarquía el gobierno de
los pocos, la diferencia entre una y otra radica en si creemos que los pocos
en el poder son efectivamente mejores. ¿Qué hace que alguien sea considerado
mejor en nuestra sociedad? Antes que nada la plata, que en la ideología
capitalista se asume como merecida por quien la posee. Pero ser una persona
de bien no es sólo una cuestión de plata. Los Herrera, por cierto, tienen un
buen pasar, y es sabido que el presidente electo vive en un barrio privado.
Pero no son de las familias más ricas del país. Son, más bien, una familia
de guerreros y políticos, eso sí, aliados a los dueños de la tierra y de la
plata.

 

El FA, por cierto, también desplegó en esta campaña un discurso
aristocrático. Daniel Martínez no sólo celebró su éxito económico personal,
sino también el hecho de que fue fruto de su propio mérito, y también de sus
conocimientos y su experiencia. Ni que hablar, además, de que si bien el FA
llevó adelante políticas que mejoraron la posición del demos, eso se logró
pactando con los aristoi. Cuando la disputa entre pueblo y oligarquía
apareció en el discurso de Graciela Villar, la cuestión fue rápidamente
silenciada.

 

Demos

 

¿Qué dijo, entonces, el demos con sus votos? Esa pregunta suele ser la
obsesión de los análisis electorales, pero la verdad es que el pueblo no da
mensajes a través de las elecciones. Apenas elige los ocupantes de ciertos
cargos a través de los mecanismos institucionales dados.

 

El domingo se conocieron los resultados del escrutinio primario, que
contabilizó 1.139.353 votos para Martínez y 1.168.019 votos para Lacalle
Pou. La diferencia de 28.666 votos fue menor que la cantidad de votos
observados, que fueron 35.229. Por eso Martínez decidió no darse por
derrotado y esperar al segundo escrutinio, que en la tarde del jueves avanzó
hasta el punto de que el candidato frenteamplista decidió felicitar, a
través de su cuenta de Twitter, al ganador.

 

La noche del domingo fue de emociones fuertes. Las encuestas habían
proyectado en la última semana una ventaja de entre 5 y 8 por ciento para
Lacalle Pou. Poco antes de las 20.30, Opción anunció en Canal 4 a Lacalle
Pou como ganador con una ventaja de más de 3 por ciento. En la sede blanca,
donde se veía ese canal en la pantalla gigante, estallaron los festejos.
Pero poco después Oscar Bottinelli, de Factum, anunció en Canal 10 un empate
técnico, y la proyección de La Diaria en TV Ciudad daba a Martínez adelante.
La alegría se transformó en frustración, y se supo que la noche iba a ser
larga.

 

Cuando las encuestas se equivocan pueden proponerse cuatro hipótesis: 1)
que, por alguna razón –quizás motivada políticamente– hayan dado resultados
que no eran; 2) que se hayan equivocado en la ponderación de los datos; 3)
que el margen de error y el rango de confiabilidad les hayan jugado una mala
pasada estadística; o 4) que algo haya pasado entre el momento en el que se
tomó la muestra y el día de la elección. Que el problema haya sido una
casualidad estadística relacionada con el margen de error o con el rango de
confiabilidad es muy improbable, ya que si así fuera sería casi imposible
que todas las encuestadoras se hayan equivocado en la misma dirección. Para
salvar su prestigio, las empresas encuestadoras prefieren la hipótesis de
que algo cambió entre la última semana de campaña y el domingo (quizás por
el “voto a voto” del FA, quizás por el miedo al amenazante video de Manini)
(1), e incluso afirmaron que vieron el movimiento, pero no pudieron
publicarlo por la veda. Creer o reventar.

 

En cualquier caso, al igual que después de la elección de octubre de 2014
(en la que se había predicho una mala elección para el FA, que finalmente
obtuvo la mayoría parlamentaria), la diferencia entre las predicciones, e
incluso de las proyecciones en la noche de la elección, y el resultado final
advierte sobre la necesidad de revisar el rol que se les da a las empresas
de encuestas en nuestro proceso electoral.

 

El FA perdió, pero por poco. Conquistó entre octubre y noviembre
aproximadamente 200 mil votos, y el domingo creció en todos los
departamentos del país con respecto a la elección nacional. La coalición de
cinco partidos que lo enfrentó, en cambio, perdió aproximadamente 120 mil
votos y decreció en todos los departamentos. Sin embargo, si en lugar de
comparar con octubre se compara con la segunda vuelta de 2014, el panorama
es muy distinto. El FA perdió aproximadamente 80 mil votos, y mientras en
aquella segunda vuelta había vencido en todos los departamentos salvo
Tacuarembó, Durazno, Flores, Treinta y Tres y Lavalleja, en esta salió
adelante únicamente en Montevideo y Canelones. El FA perdió la elección en
el Interior.

 

Según los datos de la empresa Opción, además de una asimetría geográfica hay
una fuerte variación del resultado por edad. Los votantes más jóvenes
votaron mayoritariamente a Martínez, y entre los más viejos arrasó Lacalle.
El voto tuvo, además, un fuerte componente de clase, cruzado por la
geografía. En Montevideo, viendo los resultados por barrio compilados por El
Observador, es claro que cuanto más rico el barrio más votos obtuvo Lacalle
Pou. La clase trabajadora y los pobres montevideanos votaron masivamente por
el candidato del FA. La cuestión no parece tan clara en el Interior.

 

El sistema de segunda vuelta está diseñado para asegurarle al presidente
electo un respaldo mayoritario de la población que apuntale su legitimidad.
Pero en esta oportunidad, por primera vez desde que existe este sistema, el
ganador no alcanzó el 50 por ciento de los votos, y en la noche de la
elección no fue posible anunciar un resultado. Sumado a esto, en la primera
vuelta el Partido Nacional consiguió su peor resultado desde el que obtuvo
Lacalle (padre) en 1999, y para gobernar necesitará una coalición de cinco
partidos. Se tratará además de un gobierno que intentará una política de
ajuste sobre los servicios públicos, el gasto estatal y los sueldos, lo que
provocará descontento y protestas sociales. Van a ser unos cinco años
intensos y disputados.

 

Para la forma conservadora de ver el mundo, el demos sólo se expresa el día
de las elecciones. Si se escuchan los yingles y los discursos blancos surge
cierta idea de cómo debe ser un pueblo: unido. Pero esta no es la unidad de
las clases populares, sino la unidad de éstas con las elites. Si hay
conflicto, desde esta forma de ver, es porque alguien “divide a los
uruguayos”, y no porque el demos tenga el derecho y la capacidad de
expresarse autónomamente más allá de las instituciones que dicen
representarlo. La derecha ganó las elecciones prometiendo no retroceder en
el salario y los derechos, pero un mínimo de análisis de los programas, los
actores y los intereses de la coalición y sus apoyos sociales muestra que es
muy improbable que no se den retrocesos en estas áreas. ¿Se sentirán, en ese
momento, representados quienes votaron pensando que iba a suceder algo
distinto?

 

Para la derecha el demos al que se refiere la democracia es la totalidad de
la población, mientras que para la izquierda tiene una naturaleza
antagónica: es contrario a los esfuerzos de los aristoi por gobernarlo y
capaz de soñar en organizarse sin reconocer que haya “mejores” a los que
corresponda subordinarse. El demos no da mensajes a través de las urnas,
pero sí puede hacerlo organizándose, movilizándose y produciendo discurso y
acción. Y si tenemos ciertos arreglos republicanos en los que a las mayorías
y a los pobres se les reconocen ciertos derechos, es justamente porque el
demos es capaz, de vez en cuando, de imponer su cratos.

 

Cratos

 

Malacostumbrados por unos lustros de aparente estabilidad, los sudamericanos
nos estamos dando por enterados de que los militares son un factor
definitorio en la política. Hoy los gobiernos de –por lo menos– Brasil,
Colombia, Venezuela, Ecuador y Chile cuentan con los militares y su
capacidad de ejercer la violencia como principal sustento. A partir de marzo
en Uruguay tendremos un partido militar con senadores y ministros, y
cumpliendo un rol clave para la estabilidad del oficialismo.

 

Durante la última semana tuvimos una muestra gratis de lo que esto
significa. El viernes antes de las elecciones Guido Manini Ríos difundió un
video llamando a los militares que él comandaba hasta hace unos meses a no
votar al FA (véase la nota de Samuel Blixen). Quizás fue un acto de
desesperación porque intuía que la elección podía ser más pareja de lo que
parecía, pero seguramente fue una demostración de poder, para mostrarle al
futuro gobierno quién manda entre la tropa. Ese mismo día circuló un
editorial de la revista Nación, difundido por el Centro Militar, pletórico
de lenguaje ultraderechista, que hacía acordar a la dictadura, llamando a
votar en el mismo sentido. Circularon también audios de frenteamplistas que
habían recibido amenazas de votantes de Cabildo Abierto y videos de
militares con armas y profiriendo amenazas. Los militares intentaron mostrar
que, más allá de lo que decidiera el demos, el cratos lo tienen ellos.

 

Mientras que el Pit-Cnt y otros actores rechazaron esas expresiones, la
derecha mantuvo silencio. Ernesto Talvi adelantó que se expresaría el lunes,
y llegado el día lo hizo con gran timidez. Julio María Sanguinetti rechazó
las expresiones corporativas, incluyendo las militares, pero también las del
Pit-Cnt, olvidando que los primeros están armados y tienen
constitucionalmente prohibido hacer política, y que a pesar de que la
derecha uruguaya tiene como hobby acusar a la izquierda de antidemocrática,
cuando en Uruguay hubo tiranía, fue por una alianza entre los aristoi y el
cratos de las Fuerzas Armadas.

 

Reaparecía, como siempre que hay una amenaza militar, la teoría de los dos
demonios: la ultraderecha militar será mala, pero peores son los
trabajadores organizados y los radicales de izquierda. Este es el
pensamiento que permitió a tantos liberales y centristas autodenominados
demócratas dormir tranquilos después de votar a una coalición que incluía a
la ultraderecha. La protesta será tratada como desestabilización
antidemocrática, y las amenazas y la violencia ultraderechista como casos
aislados.

 

Si los liberales son el doctor Jekyll, amable y tolerante, los
ultraderechistas son míster Hyde. El secreto, por supuesto, es que se trata
de la misma persona. Mientras Lacalle daba su discurso dolido e irónico pero
también republicano y elegante, las consignas y comentarios del público eran
menos moderados. Se gritó: “¡Viva la derecha!” y “¡Se acabó el recreo!”; se
cantó: “Se va a acabar el socialismo en Uruguay”, y circuló un ataúd con el
logo del FA dibujado. Dignidad arriba, regocijo abajo.

 

No sabemos en qué medida el video de Manini tuvo un efecto sobre el
resultado de las elecciones. Sabemos, sí, que enrareció el clima y dio el
claro mensaje de que la intimidación y el simulacro van a ser intensamente
utilizados contra la izquierda en el próximo período de gobierno. No es
menor que (muy a pesar de los dirigentes) el cántico de los frenteamplistas
la noche del domingo fuera: “Nunca más, milicos nunca más”.

 

Si los militares mostraron su cratos, el resto de los uruguayos tenemos que
tener claro que el poder no viene sólo de las armas y las maniobras
militares. Cuando, en tiempos más inocentes, Dilma Rousseff fue reelecta
presidenta de Brasil, los capitales reaccionaron rápidamente. Organizaron
una tremenda corrida contra la economía brasileña, preocupados por quién
sería el ministro de Economía. Fue nombrado finalmente Joaquim Levy, un
hombre que venía del riñón del capital financiero. Si Rousseff había hecho
campaña con un programa desarrollista de izquierda, después de esa
demostración de cratos financiero llevó a cabo el programa de ajuste
reclamado por los mercados, para luego ser abandonada por sus aliados
derechistas, que promovieron su destitución. Después vino un gobierno de
ultraderecha militar con el principal candidato de izquierda preso y
proscrito.

 

Al igual que el capital, la gente, en sus organizaciones y en la calle,
tiene el derecho y la capacidad de responder para torcer el rumbo de la
situación. Los oligarcas, sabiéndose minoría, están siempre a la defensiva.
Cuando el FA ganó las elecciones en 2004, hizo una enorme demostración de
fuerza con el tamaño de las multitudes que celebraron su triunfo. Cuando
esta semana triunfó la coalición de derecha, su demostración del poder fue
un desfile de impunidad militar. El cratos puede manar de diferentes
fuentes. 

 

Nota 

 

1) Se refiere a un video de Manini Ríos difundido dos días antes del
balotaje, donde arenga a los militares a votar contra el Frente Amplio.
(Redacción Correspondencia de Prensa]

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