Bolivia/ ¿Por qué Evo Morales puede ganar (pero también perder)? [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 11 11:33:07 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

11 de octubre 2019

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Bolivia

 

¿Por qué Evo Morales puede ganar (pero también perder)?

Tras catorce años de holgados triunfos, el aura del presidente boliviano
parece erosionada. El próximo 20 de octubre enfrentará a una oposición
dividida, que podría fortalecerse si las protestas que han estallado en
algunas provincias sirven de acicate al voto en contra del mandatario. 

 

Pablo Stefanoni *

Letras Libres, 10-10-2019

https://www.letraslibres.com/

 

En los inicios de la campaña electoral argentina rumbo a las elecciones del
27 de octubre, un programa de televisión dedicó una de sus emisiones a
responder a la pregunta: ¿Argentina podría mirar a Bolivia en busca de
inspiración económica? La interrogante, aunque algo exagerada, no deja de
ser sugerente, especialmente al observar que Evo Morales forma parte del
mismo club ideológico regional que Venezuela, un país con resultados
económicos catastróficos. Pero lo cierto es que los buenos guarismos
macroeconómicos de Bolivia han sido ampliamente reflejados por la prensa
internacional. 

 

Crecimiento sostenido, reducción de la pobreza, inflación y endeudamiento
bajos contrastan, en efecto, con los malos resultados de Mauricio Macri,
llamado a enmendar “la pesada herencia del populismo” argentino. En un spot
reciente de Morales se advertía a la audiencia: “¿quieres eso para
Bolivia?”, mientras se mostraban imágenes de la crisis en Argentina y se
sugería que algo parecido podría ocurrir en el país andino si el
expresidente Carlos Mesa, principal contendiente de Morales, llegara a la
presidencia.

 

La oposición boliviana se encuentra dividida entre Mesa, de perfil moderado,
y el exsenador conservador Óscar Ortiz, un referente de la región
agroindustrial de Santa Cruz. A ellos se suman postulantes sin chances, como
el pintoresco Chi Hyun Chung, candidato por el Partido Demócrata Cristiano
(PDC), quien busca trasplantar a Bolivia un discurso bolsonarista lleno de
extravagancia y excesos retóricos.

 

Aunque Mesa encabeza la intención de voto en el campo opositor, según la
mayoría de las encuestas unos diez puntos abajo de Morales, el expresidente
es recordado por haber renunciado en medio de los conflictos sociales en
demanda de la nacionalización del gas de 2005 y presenta un equipo de
colaboradores demasiado “blanco” y casi sin vínculos con el denso mundo
popular boliviano, una dimensión en la que Morales muestra una fuerza aún
muy efectiva. Además, Mesa fue vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada,
quien debió huir del país en 2003 en medio de la “guerra del gas”, que marcó
un antes y un después en la política boliviana.

 

Aunque la oposición considera inconstitucional la candidatura de Morales
–avalada por un Tribunal Constitucional cercano al poder Ejecutivo– sus
principales referentes decidieron postularse para evitar que un presidente
sin contrincantes termine haciéndose con todo el poder, como ocurriera en
Venezuela en las elecciones parlamentarias 2005, cuando la oposición decidió
no participar de la contienda electoral y la Asamblea Nacional quedó casi
totalmente en manos del chavismo. 

 

Al mismo tiempo, la oposición no logró el apoyo del secretario general de la
Organización de Estados Americanos (OEA) Luis Almagro, quien visitó La Paz
en junio pasado y, además de mostrar buen entendimiento con Morales, lo que
sorprendió por su enfrentamiento con Maduro, señaló que no hay ningún
instrumento ni antecedente en la OEA que permita intervenir de manera
institucional en la reelección en Bolivia, de la misma manera que no se
intervino en Costa Rica o Honduras. En esos países también se habilitó la
reelección indefinida apelando de manera polémica a la Convención Americana
sobre Derechos Humanos, que consagra el derecho de todo ciudadano a "elegir
y ser reelegido", como forma de esquivar las limitaciones constitucionales.

 

Con todo, el próximo 20 de octubre Morales enfrentará las elecciones más
inciertas desde que a fines de 2005 ganara con un 54% de los votos, asumiera
con una doble entronización –en el Parlamento y en las ruinas de Tiwanaku– y
venciera en todas las elecciones presidenciales posteriores con más del 60%
de los votos. Con la investidura simbólica de ser el primer presidente
indígena de Bolivia, Morales puso en marcha el proceso político más intenso
desde la Revolución Nacional de 1952. Pero tras catorce años de holgados
triunfos frente a la oposición política y regional (radicada en la región
oriental de Santa Cruz) el aura de Morales parece erosionada, sobre todo en
las grandes ciudades, por su decisión de avanzar en una nueva reelección
contra lo escrito en la Constitución de 2009 y contra los resultados
adversos, por escaso margen, del referéndum de 2016. Aun así, el presidente
boliviano puede presumir de niveles macroeconómicos que le permiten
presentarse como el candidato de la estabilidad y prometer un “futuro
seguro”. 

 

El modelo económico implementado por el ministro Luis Arce Catacora
consiste, en sus palabras, en “socialismo con estabilidad macroeconómica”.
Arce Catacora ingresó al gabinete en enero de 2006 y se mantiene hasta hoy,
con excepción de algunos meses en los que se alejó de la gestión por
problemas de salud. Es un izquierdista pragmático, atento a los equilibrios
de las cuentas públicas. Pero hay un elemento más en estas precauciones
macroeconómicas: la izquierda que gobernó antes de Evo Morales, en los años
80, terminó con hiperinflación y el presidente boliviano se propuso no
repetir la experiencia. Lo ayudó, sin duda, el viento de cola del aumento de
las materias primas, pero es cierto también que se dedicó a acumular
reservas internacionales para cuando vinieran las vacas flacas, lo que
efectivamente ocurrió con la baja de los precios internacionales de las
materias primas. 

 

El modelo boliviano, como explica el periodista y escritor Fernando Molina,
consiste en la combinación de estatismo en las “áreas estratégicas” de la
economía, como el gas y la electricidad; una alianza con el sector privado a
cargo de las grandes (agro)industrias nacionales –muchas de ellas con sede
en Santa Cruz–, el comercio de gran escala y los bancos, que ganaron mucho
dinero en estos años; y, finalmente, un “pacto de coexistencia pacífica” con
la economía informal, que en Bolivia tiene un peso económico y simbólico muy
importante. Esta da sustento a la denominada, con escasa precisión
sociológica, “burguesía chola”, que escenifica su poder económico en las
grandes entradas folklóricas y los llamados cholets, y forma parte de
amplias redes comerciales –una suerte de “globalización desde abajo”– que
llegan hasta China.

 

El caso de la agroindustria es un poco más complejo porque se liga a la
cuestión del regionalismo, de larga data en Bolivia. En 2006, la élite
política y económica de Santa Cruz, embarcada en la lucha por la autonomía
regional, buscó resistir, incluso con violencia, el modelo
nacionalista-popular-indígena de Morales. Pero dos años más tarde, el
movimiento sufrió duros golpes –económicos, policiales y electorales–
mientras Morales se fortalecía en el poder. Por eso, gran parte de la élite
–sobre todo la agroindustrial– decidió pactar con el gobierno, a cambio de
subsidios y apoyo estatal, y aprovechar el boom económico. Eso debilitó al
ala política del regionalismo que siguió controlando la gobernación. “El
gobierno de Evo Morales quiere convertir a Santa Cruz en Paraguay, un
bastión agroexportador, de mayores dimensiones que el actual, capaz de
capturar dólares para la economía nacional”, explica el periodista cruceño
Pablo Ortiz. 

 

Esta estrategia “desarrollista” generó una década de paz política. Incluso
en 2014, Evo Morales logró ganar en esta región tradicionalmente esquiva.
Pero la sentencia del Tribunal Constitucional a fines de 2017, que
habilitaba a Evo Morales para una nueva postulación, sirvió como acicate
para un nuevo ciclo de movilizaciones, esta vez sin las autoridades
políticas locales a la cabeza. Más recientemente, los incendios en la región
de la Chiquitanía contribuyeron también al descontento, ya que dejan en
evidencia las tensiones internas en el discurso oficial sobre la defensa de
la Madre tierra y la tolerancia, e incluso la legitimación, de los
“incendios controlados” para los chaqueos (desmonte de terreno para
cultivos). Pero, al mismo tiempo, los incendios alimentan discursos racistas
contra los inmigrantes “collas” en Santa Cruz: la consigna “fuego cero”
puede virar fácilmente a “inmigrantes cero”, al responsabilizar
exclusivamente a los pequeños campesinos colonizadores provenientes del
occidente por los chaqueos.

 

Esta reactivación del regionalismo operó desde las calles e incluso contra
parte de las élites locales. Las divisiones y reproches cruzados abundan en
la política cruceña, y muchos acusan a empresarios de haberse “vendido al
MAS” (por el Movimiento al Socialismo de Evo Morales) y de traicionar a la
región. “Este es un cruceñismo de jóvenes, sobre todo de 17 a 35 años, pero
con ideas viejas, las mismas que generaron la lucha autonómica en la primera
década del 2000: menos control del Estado central sobre la región, mayor
capacidad de autodeterminación y control sobre la tierra, principal elemento
del ideario político cruceño”, explica Ortiz. El reciente Cabildo convocado
por el Comité Cívico regional concentró a decenas de miles de personas el
pasado 4 de octubre y convocó a luchar por el federalismo –una consigna que
no estaba en la agenda pero fue coreada por la multitud– y a votar contra
Evo Morales el 20 de octubre. 

 

No es casual que el evento más masivo de la campaña boliviana fuera “un acto
de campaña sin candidatos en los escenarios”, como fue el Cabildo cruceño.
La oposición, de hecho, va dividida y eso alimenta las posibilidades de un
triunfo de Evo Morales en primera vuelta. Por ello, este formato “ciudadano”
ilusiona a algunos que buscan trascender las fronteras partidarias y las
fuertes peleas al interior de la oposición. La Constitución boliviana
establece que un candidato gana en primera vuelta si obtiene el 50% más uno
de los votos o el 40% con diez puntos de diferencia sobre el segundo.
Morales apuesta a esta fórmula mágica para permanecer en el gobierno durante
un cuarto mandato.

 

Por eso, el Cabildo cruceño –una forma histórica de expresión de las
demandas de la región casi inexistente en otras partes del país– quiere ser
ahora imitado por la oposición en el resto de Bolivia, e incluso en La Paz.
A falta de actos proselitistas numerosos, esta forma de movilización sin
banderas partidarias podría ser una forma de generar ánimo y adhesión a un
voto útil opositor, que de aplicarse debería ir hacia Carlos Mesa, quien
tiene mayores posibilidades de triunfo entre los opositores, y nunca tuvo
predicamento en Santa Cruz.

 

Pese a su desgaste, Morales tiene a su favor, además de la economía, el
control del Estado, la movilización de los sectores sociales y empleados
públicos, y niveles de popularidad que, aunque más bajos que antaño, no hay
que subestimar. Por ahora, el presidente boliviano lidera todas las
encuestas con porcentajes que lo ubican cerca del 40% y a diez puntos de
diferencia del segundo –en medio de una verdadera guerra de cifras en los
medios y redes sociales–. Pero todas ellas muestran un alto porcentaje de
indecisos que, según algunos especialistas, puede encubrir una parte de voto
oculto. Lo que no se sabe todavía es en favor de quién, y posiblemente en
esa caja negra se juegue el resultado electoral. Si los indecisos de dividen
de manera más o menos proporcional, Evo Morales podría ganar en primera
vuelta. Por eso, toda su artillería se centra en evitar un balotaje en el
que la concentración del voto opositor podría poner fin a su gobierno, el
más largo de la historia boliviana. 

 

* Periodista e historiador. Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.

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