Chile/ El Frente Amplio y la Revuelta. Génesis de un callejón sin salida [Pablo Contreras Kallens]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 25 14:45:39 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

25 de octubre 2019

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Chile

 

El Frente Amplio y la Revuelta. Génesis de un callejón sin salida

 

Pablo Contreras Kallens *

Rosa, revista de izquierda, octubre 2019

http://www.revistarosa.cl/

 

Paradójicamente, mientras Chile vive la mayor revuelta desde la vuelta a la
democracia, el Frente Amplio es (probablemente inintencionalmente) arrojado
a un callejón sin salida por la invitación del gobierno a una reunión para
encontrar una salida a la crisis. El Frente Amplio se ve atrapado entre dos
malas opciones: restarse, arrojándose al mismo abismo que el resto de la
clase política incapaz de dar una solución al conflicto; o sumarse,
arriesgándose a legitimar un sangriento estado de emergencia y plegarse a la
inepta gestión del gobierno de Piñera. A más de dos años de su fundación
oficial, y a 8 años de la revuelta social que ayudó a su génesis, el Frente
Amplio está nuevamente atrapado entre la calle y el gobierno.

 

No es difícil ver la trayectoria que deja al Frente Amplio en esta posición
si se considera que, al menos en gran parte, la revuelta de hoy es llevada
por una versión ampliada y radicalizada de la alianza social que se moviliza
el 2006 y el 2011. Sin embargo –y acá está la paradoja— esta alianza se
encuentra en un estado más inorgánico que en sus anteriores manifestaciones.
Si el Frente Amplio pone como condición para participar en una mesa que
participen las organizaciones sociales, se encuentra con un muro deprimente:
no hay nadie a quién invitar. Fuera de las fantasías del gobierno, no hay
organizaciones claras (¿o, por lo menos, públicas?) que puedan arrogarse la
conducción, siquiera la convocatoria de las movilizaciones de los últimos
días. Pero, por eso mismo, tampoco es totalmente incorrecto que de asistir
el Frente Amplio estaría suplantando a las movilizaciones.

 

Ambas malas opciones son resultado del ya tradicional diagnóstico del abismo
entre sociedad y política de la transición. Lejos – de hecho, muy lejos – de
haber tendido un puente en ese abismo, el Frente Amplio ha sido justamente
lo que el peor pesimismo izquierdista vaticinaba: su aparición fue
parasitaria, en vez de fortalecedora, de la alianza social de la que
provenía.

 

Revisemos. En su debut electoral, el Frente Amplio no sólo logra los mejores
resultados para la izquierda en décadas, sino que además posiciona a
importantes voceros de su mayor base social –el movimiento estudiantil
universitario– en el parlamento. Aparte, el Frente Amplio logra retener la
mayoría de las vocerías en las universidades. Sin embargo, aún con una
fuerza cuyo objetivo declarado es fortalecer las organizaciones sociales
teniendo casi total control político de las organizaciones que lo componen,
el movimiento estudiantil universitario ha estado en su punto de mayor
debilidad desde el 2011, con una FECH sin quórum y una FEUC burocratizada y
en constante amenaza de ser controlada por la derecha. Más aún, incluso
cuando –probablemente— muchos de los que se manifiestan hoy son estudiantes
universitarios, su participación es inorgánica: la CONFECH, quien fuera el
vocero más legítimo del malestar social hace apenas unos años, parece no
existir en el momento de mayor algidez social de las últimas décadas.

 

Las otras grandes movilizaciones transversales de los últimos años dan
también razones para ser pesimistas. Lejos de tener incidencia en él, el
movimiento feminista pasó por el lado de las dirigencias del Frente Amplio,
a pesar de venir en gran parte desde las universidades y haber actuado en
ellas (peor aún, el movimiento llevó en parte a la renuncia de su
presidencia en la FECH que terminó de gatillar la crisis orgánica que vive
hoy la federación). Si bien algunas vocerías lograron acoplarse y ser parte
del movimiento después de avanzado el tiempo, la relación fue tensa sobre
todo en el espacio social del que proviene y que controla el Frente Amplio.
La relación no fue más estrecha tampoco durante el estallido del conflicto
de las AFP. Incluso en el presente conflicto, los secundarios actuaron en
gran parte por fuera de las orgánicas que hace no tantos años tenían.

 

Obviamente, lo que sea que haya hecho o dejado de hacer el Frente Amplio no
es la única razón para el declive de la organicidad de la movilización
social. El Frente Amplio no es el único culpable de ello. Sin embargo, sí es
el gran, si no el único responsable. Después de todo, al menos en un inicio
se reconocía como parte de movilización –la proyección política de la
organicidad del movimiento social—y, por lo tanto, está al menos interesado
en que esta organicidad exista. Tampoco quita esto que haya militantes del
Frente Amplio en estas movilizaciones – es bastante claro que siguen siendo
parte de asambleas, federaciones, colectivos, etcétera. Pero es evidente por
los resultados visibles que la existencia de la colectividad ni facilita ni
hace más efectivo su trabajo organizativo, a pesar de su trayectoria
electoral ascendente.

 

El historial reciente del Frente Amplio y la posición que ha construido al
otro lado del muro entre lo social y lo político hacen difícil imaginar que
su posición al comenzar la revuelta podría haber sido mucho mejor de lo que
fue. Sin embargo, su actuar durante las manifestaciones no ha hecho más que
profundizar ese problema. Las erráticas condenas a la violencia mostraron su
incapacidad de situarse fuera de los marcos de la transición al interpretar
la protesta social. La confusión respecto al voto de la suspensión del
pasaje en el Congreso reveló la ambivalencia de su conexión con la revuelta.
Haber votado y seguido participando en las sesiones parlamentarias, sumado a
–al momento del cierre de este texto—negativa a participar en la invitación
del gobierno, muestran lo naturalizado que está la división entre su actuar
político en el Congreso y fuera de él: las condiciones de ambas son las
mismas, pero las sesiones y votos parlamentarios parecen ser más naturales o
menos problemáticos que la incidencia política institucional
extraparlamentaria.

 

Caso aparte es la insistencia en priorizar la reducción de la dieta
parlamentaria en un contexto de revuelta desesperada por condiciones
materiales humillantes. Aparte de revelar el radical ensimismamiento en el
parlamento, para el Frente Amplio el “símbolo” de la reducción de la dieta
parece estar en el mismo nivel que el aumento del sueldo mínimo. Este es el
tipo de acciones que realiza un movimiento que ve la revuelta como un agente
externo que le regala una oportunidad para llevar a cabo su propia política,
y no como la proyección a la política de la revuelta, procurando que sus
embistes se vean reflejados en victorias materiales en la dirección que
reclaman. Termina, de nuevo y casi para su sorpresa, descubriéndose como
parte –la parte progresista, pero parte al fin y al cabo— de la clase
política.

 

Lejos de haber sido inevitable, lo que revela el actuar del Frente Amplio
durante las revueltas es que su posición actual de desconexión ha sido fruto
de decisiones tácticas y estratégicas durante los últimos años. Tal como lo
ha sido en estos últimos días, la relación del Frente Amplio con las
orgánicas de la alianza social de la que proviene pudo haber sido otra. Pero
esa posibilidad depende de plantearse seriamente de qué servirá el Frente
Amplio en este contexto de revuelta, a la vez de tener la evaluación de su
desempeño hasta ahora. Cuando la mayor revuelta en décadas es al mismo
tiempo la de menor organicidad, y los incipientes intentos de organizarla
pasan nuevamente por el lado del Frente Amplio, el balance no puede ser
positivo, aun cuando el futuro siga abierto. Hay tiempo para ponerse al
servicio, no sólo de su propio programa o posición de fuerza al interior de
los espacios institucionales, sino ser un actor en el fortalecimiento
orgánico y programático de esta y las futuras revueltas.

 

Los últimos días son una oportunidad como hay pocas para que el Frente
Amplio enmiende el rumbo que ha venido tomando respecto a la división entre
su la política y la sociedad. Pero seguir siendo espectador de las
revueltas, por más que se diferencie con los otros espectadores por su
afinidad con ellas, amenaza con terminar transformándolo en una herramienta
exclusivante para sus propios intereses al interior de la institucionalidad.


 

* Pablo Contreras Kallens es estudiante de doctorado en la Universidad de
Cornell y parte del Comité Editor de revista ROSA.

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