Brasil/ "País de privilegios". El 1% de los súper ricos concentra la renta global [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 1 06:11:11 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

1° de setiembre 2019

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Brasil



País de privilegios



Los súper ricos lideran la concentración de la renta global



Ningún otro país democrático tiene una mayor acumulación de ingresos en el
1% más rico; Los privilegios, el patrimonialismo y la esclavitud son
consideradas las causas.



Fernando Canzian/Fernanda Mena

Folha de Sâo Paulo, versión en español, 19-8-2019

Serie sobre la Desigual Global

https://temas.folha.uol.com.br/



El Cerro Vidigal en Río de Janeiro lleva el nombre en memoria del Mayor
Miguel Nunes Vidigal (1745-1843), jefe de la policía colonial a principios
del siglo XIX. Considerado cruel en su día, era el terror de los esclavos
fugitivos y temido por la población pobre de Río. Vidigal consiguió las
tierras en el cerro, en 1820, gracias a los monjes benedictinos, que las
habían recibido previamente como un regalo del vizconde Asseca, noble de
privilegios y protegido de la corona portuguesa.



Es desde lo alto de su pequeña casa, localizada en el barrio de Vidigal, que
Wallace Guimarães, de 28 años, contempla una vista panorámica de la
desigualdad social brasileña.



La vista comienza con tejas viejas sobre casas precarias, chapuzas
eléctricas y tanques de agua azul. Poco después se dibujan los edificios,
hoteles de lujo y al fondo, las playas blancas de Leblon e Ipanema preceden
al Pao de Açucar a mitad de camino del centro de Río.



Al observar este escenario, Guimarães intentó mejorar su posición relativa
hace dos años invirtiendo en Vidigal la máxima cuantía que pudo reunir: R$
12.000 para abrir el primer local de lo que esperaba ser una red de
barberías.



Ganando hasta R$ 2.000 (U$S 500) a la semana como una especie de "manitas"
en la producción de películas y anuncios de televisión, comenzó el negocio
en 2017. El plan era aumentar los ingresos y volverse independiente.



"Vimos a personas que salían de la clase D a la C y pensaba: 'Algún me
tocará a mí. Y ya a esas alturas estaba mejor. Comí y bebí mejor, tenía
planes de comprarme un coche", dice.



"De repente, llegó la crisis. El trabajo se detuvo, la barbería no se
mantenía y terminé peor que antes, casi sin trabajo y endeudado".



Guimarães recorrió un largo camino, ya que la mayoría de los brasileños,
especialmente los pobres, comenzaron a hundirse antes incluso de la última
recesión, que duró desde el segundo trimestre de 2014 hasta finales de 2016.
Pero al final, también sucumbió y finalmente se unió al grupo que más
sufrió: los jóvenes, que perdieron alrededor del 15% de sus ingresos durante
la crisis.



En la media general nacional, la caída de la renta acumulada desde 2014 es
menor, del 2,6%. Pero el país sigue estando negativo incluso después de la
recuperación en el último bienio.



"Fue una caída que llevó a la economía a perder aún más fuerza, porque son
los pobres quienes consumen gran parte de sus ingresos", dice Marcelo Neri,
director de FGV Social (Fundación Getulio Vargas) , que se dedica a analizar
estos datos.



Pero la crisis, agudizada en los estratos más pobres y en regiones como el
Norte y el Nordeste, no solo ha provocado la caída de los ingresos y la
desaceleración del crecimiento económico. También ha llevado a una mayor
desigualdad de ingresos durante cuatro años consecutivos. Ni siquiera se vio
en 1989, un año de desigualdad récord.



De otros datos de FGV Social se desprende la dimensión del empeoramiento de
la concentración: en la poscrisis, el ingreso laboral acumulado del 10% más
rico aumentó un 2,5% por encima de la inflación, y el del 1% más rico un
10,1%. Ya los ingresos del 50% más pobre cayeron un 17,1%.



Esto elevó el índice de Gini a 0,63, el nivel más alto del histórico desde
2012 (cuanto más cercano a 1, peor es la desigualdad).



Según el Informe de Desigualdad Global del equipo del economista Thomas
Piketty de la Escuela de Economía de París, Brasil es el país democrático
que concentra la mayor cantidad de ingresos en el 1% superior de la
pirámide. Solo Qatar, un emirato árabe absoluto de 2,6 millones de
habitantes y gobernado por la misma dinastía desde mediados del siglo XIX,
supera por poco a Brasil.



A partir de los datos que cruzan encuestas de hogares, cuentas nacionales y
declaraciones de impuestos, el informe muestra que el 1% más rico del país
(aproximadamente 1,4 millones de adultos) acapara el 28,3% del ingreso total
y recibe individualmente, de media, R$ 106,3 mil al mes por el conjunto de
todos sus ingresos.



En comparación, el 50% más pobre (71,2 millones de adultos) mantiene el
13,9% de todos los ingresos, menos de la mitad de lo que recibe el 1%
superior. Incluso considerando el 10% más rico, Brasil empata con India y
solo pierde frente a Sudáfrica en el ranking de los países más desiguales.



Los aproximadamente 14,2 millones de adultos en este décimo más rico
acaparan el 55,5% de los ingresos totales.



Después de Brasil y Qatar, donde el 1% posee el 29% de los ingresos, los
países con la acumulación más significativa en la parte superior (alrededor
del 23%) son Chile, Líbano, Emiratos Árabes Unidos e Irak.



Según el economista Marc Morgan, quien analiza los datos de Brasil en el
Informe de Desigualdad Global, mientras que los ricos y los súper ricos
continuaron expandiendo sus ingresos en Brasil entre 2001 y 2015 y el 50%
más pobre también acumuló mayores ganancias, "la clase media" evolucionó
menos.



Así, Brasil siguió una tendencia similar a la de los otros países de
Occidente, donde las clases medias perdieron terreno, entre otras razones,
cuando Asia ascendió empleando mano de obra barata en la producción
industrial. En Brasil, la participación de la clase media en la renta caió
de 33,1% para 30,6%.



En general, los muy ricos en Brasil continuaron acumulando grandes
ganancias, especialmente capital. Y las franjas más pobres han aumentado con
una mayor actividad en sectores no industriales menos especializados y poco
cualificados, como la construcción y el comercio.



En medio, la clase media se ha visto presionada, entre otros factores, por
la reducción de la industria manufacturera, cuya participación en el PIB se
ha reducido a la mitad en las últimas dos décadas a alrededor del 12%. 



Desde 2001, según el informe, mientras que la mitad más pobre de Brasil ha
experimentado un aumento del 71,5% en sus ingresos y el 10% más rico del
60%, la clase media (el 40% del medio) ha visto aumentar menos sus ingresos:
44%.



Morgan reconoce que el mismo fenómeno de contracción de la clase media que
favoreció a Donald Trump en Estados Unidos, la derecha en Europa y llevó al
Reino Unido al Brexit, también ayudó a elegir a Jair Bolsonaro en Brasil en
2018, con la ayuda adicional del discurso anticorrupción y anti-PT que
empujó al electorado hacia la derecha.



"Brasil ha creado una línea que divide a los que más ganaron y votaron al
PT, y aquella clase media que perdió terreno en los niveles más altos de la
distribución de ingresos", dice Morgan.



Hélio Honório, de 60 años, de São Paulo, es un ejemplo radical de esta
precariedad de la clase media que, como en otros países, perdió terreno
cuando los asiáticos comenzaron a producir más barato al otro lado del
planeta.



Pobre en su juventud y después de mucha lucha, Honório logró crear una
pequeña fábrica de bolsos en São Paulo que dio trabajo a 22 empleados hasta
principios de la década de 2000.



"Pero entonces las importaciones comenzaron a llegar y las cosas se
desmoronaron. Su precio en las tiendas era mi coste", recuerda. "Lo de China
nos quebró a casi todos". Para adaptarse, él mismo vendió productos
importados de Asia en la calle 25 de Marzo, con los que podría ganar
alrededor de R$ 2.000 en días muy buenos.



"Me mudé a un apartamento de tres habitaciones y conseguí un financiamiento
para dos coches. Viví bien, viajé, comí fuera. Pero después llegó la crisis
y todo se perdió".



En 2011, ya se había mudado con su esposa a un estudio en un popular barrio
del centro. Objetivo fácil para prestamistas, su compañera de vida se
endeudó y terminó perdiendo todo: el poco capital que tenía y el negocio en
el mayor centro comercial popular de la ciudad.



Hoy, trabaja como vendedor ambulante en una esquina de Vila Olimpia, donde
suele obtener menos de R$ 2.000 limpios al mes. Separado de su esposa,
alquila una habitación en la favela de Funchal, un conjunto precario de
casas de madera apretadas entre los lujosos edificios de la región.



Como vendedor ambulante, Honório es parte del grupo activo que más rápido
creció durante la crisis: los denominados "por su cuenta" ya suman 24,1
millones de los 93,3 millones empleados.



Ellos son los que colaboran para que el índice actual de desempleo del 12%
no sea todavía mayor en un país con 12,8 millones de desempleados.



A pesar de su decadencia, Honório incluso logró mantener un ingreso
exclusivo cercano a la media de los brasileños, algo que no fue posible para
los millones que se hundieron durante la crisis.



Según los datos de FGV Social, el número de personas que han cruzado la
línea de la pobreza extrema desde 2014, es decir, viviendo con menos de R$
232 por mes, creció un 33%.



En total, hay 6,3 millones de personas, lo que eleva el total de miserables
del país a 23 millones, el equivalente de la población de Australia y el 11%
de la población brasileña.



Hélio Honório en São Paulo y Wallace Guimarães en Río son ejemplos de
personas que, según Fernando Burgos, profesor de la escuela de negocios de
FGV-SP, pasaron por la "puerta giratoria" de la desigualdad brasileña. "Es
como si hubieran entrado por esta puerta, visitado el vestíbulo del hotel y
sentido el aire acondicionado. No obstante, la puerta siguió girando y
volvieron a salir".



En su opinión, a pesar del aumento de los ingresos de los pobres en la
década de 2000 y la reducción de la pobreza en las últimas décadas, las
políticas sociales y las condiciones macroeconómicas del país no llegaron a
lo que llama "otras dimensiones de la pobreza", de carácter estructural. 



En este sentido, Brasil seguirá siendo un país con barreras históricas y
difíciles de superar para limitar las condiciones económicas de los más
pobres, y con una movilidad social muy baja.



"Si yo dijera: 'Dibujemos un país que tendrá una desigualdad extrema muy
grande, y que no se pueda cambiar esto fácilmente', no podría pensar en nada
mejor que Brasil", dice Naercio Menezes, coordinador del Centro de políticas
públicas de Insper.



Además de ser alta, la desigualdad en Brasil sería persistente y estaría
inmersa en un "círculo vicioso" que comienza en el nacimiento. "Los que
nacen pobres viven en un entorno desfavorable sin saneamiento, con muchos
niños en situación de pobreza y padres que no tienen educación como para
saber lo que es importante", dice Menezes.



"Luego termina en una escuela pública ineficiente con graves problemas de
gestión y violencia. Y cuando llegas a la escuela secundaria, vas
directamente al mercado laboral, lo que no siempre significa un trabajo
formal", dice.



Este fue el caso de Wilton da Cruz, de 24 años, entrevistado por Folha
durante un acto de apoyo al presidente Jair Bolsonaro convocado en la
avenida Paulista, en São Paulo. Desde que terminó la escuela secundaria en
2012, no ha tenido la oportunidad hasta ahora, "por razones financieras", de
entrar en la universidad.



Pero desde los 16 años, ha trabajado como vendedor, entregador de folletos a
cambio de R$ 20 al día y más recientemente en el área del telemarketing.
Actualmente, está en el paro desde hace un año, incluso después de haber
terminado un curso técnico en plásticos.



Al no haber acudido a la universidad, Cruz tendrá ingresos limitados en el
futuro, porque un título universitario generalmente ofrece el doble de
ingresos en comparación con aquellos que solo tienen una escuela secundaria
técnica.



La buena noticia es que entre 2000 y 2018, el total de brasileños con
educación superior pasó del 7% a casi el 20%, muchos de ellos negros que
entraron en la universidad mediante el sistema de cupos. En una eventual
recuperación económica, tienden a mejorar y ganar más.



Pero a diferencia de los países europeos o EEUU, donde la desigualdad crece
con el cambio de las estructuras de producción, Brasil también tiene, según
los expertos, muchos privilegios para minorías pagados con dinero público y
altos índices de corrupción. Además de los problemas de "inicio".



Esto incluiría la herencia de esclavos, que aún mantiene a los negros en los
estratos socioeconómicos más bajos, abusos regionales, un patrimonialismo
que insiste en apoderarse de los recursos del Estado, políticas sociales
dirigidas a los menos necesitados y una estructura tributaria regresiva que
cobra proporcionalmente muchos más impuestos a quienes ganan menos.



Aún en la economía, hay poca apertura comercial y competencia entre las
empresas, muchas de ellas involucradas en esquemas de corrupción, solo los
delitos en el marco de la Operación Lava Jato sumaron R$ 6,4 mil millones en
sobornos.



Para la historiadora Lilia Schwarcz, autora de "Brasil: una biografía" (con
Heloisa Starling), además de haber sido el destino de casi la mitad de los
12 millones de negros que salieron de África en los tiempos de la esclavitud
entre los siglos XVI y XIX y de haber sido el último país en abolir la
esclavitud en las Américas en 1888, Brasil no ha tenido políticas de
integración para los libertos.



Este hecho ha contribuido hasta el día de hoy al mantenimiento de la
desigualdad. Representando a más de la mitad de la población del país, solo
el 40,3% de los negros y mestizos mayores de 25 completaron, por ejemplo, la
educación básica obligatoria.



"También éramos una colonia de explotación, con una lógica económica dada
por la realidad y la demanda externa. Por lo tanto, constituimos un país de
grandes propiedades y abusos presentes incluso hoy en día", dice Schwarcz.



Un ejemplo del peso de este pasado es Luiza de Marillac Ferreira, de 52
años, nieta de una mujer negra, hija de esclavos, y un portugués que vive en
el mismo lugar donde la pareja de abuelos se estableció durante décadas en
la comunidad de Poço da Draga, en Fortaleza, Ceará.



Antigua zona de pesca y atraque, el área es una isla de pobreza sin
instalaciones públicas y saneamiento, pero rodeada de negocios y bares cerca
de la famosa playa de Iracema, en Fortaleza. Aquí, Marillac es una de los
que atravesó la "puerta giratoria" de la desigualdad.



En 2002, hizo un curso de enfermería y consiguió dos trabajos. Junto al
esposo albañil, ganaban R$ 3.000 al mes. En ese momento, compró varios
electrodomésticos e invirtió en la educación de cuatro niños, tres de los
cuales se beneficiaron de programas federales.



En 2008, Marillac perdió uno de los trabajos. En 2014, el otro. En 2015, fue
el turno de su esposo de quedarse sin trabajo. "Comencé a vender bocadillos
en la industria de la construcción, pero no pude. Necesitaba la ayuda de mi
madre, que ganaba una pensión de jubilación", dice.



Hoy, dos de sus hijas han logrado salir del país y la familia vive con R$
1.072 que gana Marillac como articuladora comunitaria del Ayuntamiento de
Fortaleza. Debido a su herencia histórica, todavía son los estados pobres
del noreste los que concentran las mayores desigualdades, el mayor
porcentaje de negros, algunos de los mayores latifundistas y los peores
empleos del país



Ya el patrimonialismo centralizador tendría varios aspectos: entre otros,
altos salarios y pensiones de los funcionarios públicos; R$ 376 mil millones
en exenciones y subsidios fiscales a algunos sectores solo este año; fondos
de pensiones estatales que financian proyectos controvertidos; e incluso
recursos para universidades públicas a expensas de la educación primaria.



De media en Brasil, los salarios en el sector público son más altos que los
pagados en los puestos equivalentes en la empresa privada. En Brasilia, en
Distrito Federal, donde se concentra la mayor cantidad de funcionarios, la
media general gana casi un 90% más que en el resto del país.



Para el economista Claudio Hamilton dos Santos, la diferencia revela la
"desconexión" entre Brasilia y el resto de Brasil. Según dos Santos, la
proximidad de los empleados federales a la administración pública en
Brasilia aumenta el poder de negociación de este grupo para obtener
aumentos, beneficios y jubilaciones casi siempre por encima de los R$
5.839,45 del sector privado.



Se pagan principalmente a través de la transferencia anual de R$ 14 mil
millones de la Unión al gobierno de Distrito Federal. El equivalente a casi
la mitad del presupuesto anual del programa asistencial Bolsa Familia y más
que el ingreso neto individual de 14 estados, el 90% de este dinero se gasta
solo en personal.



Por lo tanto, el barrio Sol Nascente en Ceilândia, a menos de 30 km de la
Plaza de los Tres Poderes, podría considerarse un ícono de la desigualdad
brasileña, con sus 120.000 habitantes muy cerca de la zona de mayor
remuneración media del país, el Gobierno del Distrito Federal.



Casi no hay infraestructuras públicas allí, la mayoría de las casas no
cuentan con alcantarillado ni agua corriente y muchas de las calles son de
tierra, con basura esparcida por todas partes debido a la precariedad del
sistema de recogida de residuos.



Sin otra opción de vivienda, Marcílio Sales, de 49 años, se estableció en
Sol Naciente cuando llegó a Brasilia en 1997, huyendo de la actividad rural
de Piauí. Trabajando con artesanía al principio, terminó siendo empleado en
una empresa de mantenimiento y limpieza subcontratada por la Universidad de
Brasilia, donde pudo aprender a leer y escribir gracias a un programa de
alfabetización. Con un salario de R$ 900 y otros ingresos extra, compró un
terreno en la comunidad donde construyó su casa. Primero de madera; luego de
ladrillo.



Pero en 2017, Sales fue despedido tras 20 años de trabajo en la universidad.
"Desde entonces, nada más ha aparecido". Sin sueldo, suspendió parte de las
actividades de un proyecto que había emprendido para dar clases de refuerzo
a los niños de la vecindad y enseñar a las madres a coser, lo que hizo
empeorar la situación en la comunidad. "Sin mis ingresos, todo acabó: yo, el
proyecto, todo. Estamos pasando por un maldito estrangulamiento", dice
Sales, que actualmente no recibe ningún beneficio social del Estado.



Para el economista jefe del Instituto Ayrton Senna, Ricardo Paes de Barros,
no es poco lo que gasta Brasil en sus diversas políticas sociales. El
problema, argumenta, es cómo se gasta el dinero.



"Brasil ha construido una red gigante de seguridad social. Pero gastamos
demasiado dinero en transferencias en diferentes programas y menos en
igualdad de oportunidades para que todos comiencen desde el mismo punto",
dice. "Lo más inteligente sería reunir todo en una única red de seguridad
social en lugar de tener un montón de programas".



Según datos del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), Brasil actualmente
gasta alrededor del 25% de su PIB en el área social. En América Latina, el
país solo está por detrás de Argentina en este aspecto. Sin embargo, el
gasto brasileño es de peor calidad, principalmente debido a los gastos de
seguridad social que benefician a las personas mayores. Según la agencia,
Brasil gasta siete veces más en sus ancianos que en sus jóvenes.



El BID considera que no menos del 75% de las transferencias públicas en
Brasil pueden clasificarse como "pro-ricas", lejos del objetivo ideal de
igualar las oportunidades de "salida" de niños y jóvenes. Para el organismo
internacional, el programa Bolsa Familia es hoy el mejor y más efectivo
programa para combatir la pobreza y la llevar a cabo la distribución de
renta del país.



De los 70 millones de hogares brasileños, el programa atiende a 9,5
millones, que cuenta con un presupuesto anual de R$ 31 mil millones, el
equivalente a menos de una décima parte de los incentivos fiscales otorgados
a diversos sectores.



En total, 14 millones de mujeres (la mitad en el noreste) reciben, de media,
R$ 186 al mes para mantener a sus hijos en la escuela y llevarlos al médico
regularmente, dos de los factores considerados esenciales para combatir la
desigualdad "en la línea de salida".



Para el economista y expresidente del Banco Central, Armínio Fraga, Bolsa
Familia es un programa "fantástico". No obstante, dice, además de ser
insuficiente para sacar a la gente de un nivel de ingresos muy bajo, el
Bolsa Familia acaba concentrándose en manos de líderes de Brasilia que
pueden hacer uso político de los beneficios en los ciclos electorales.



Sin embargo, para la mayoría de los expertos, la clave para combatir la
desigualdad es que Brasil vuelva a crecer, incluso para poder continuar
financiando o expandir programas de distribución de ingresos como Bolsa
Familia.



Como en la década de 2000, el crecimiento también volvería a hacer viable el
crecimiento social a través del trabajo. Entre 2004 y 2014, según datos de
FGV Social e IBGE, casi el 80% del aumento de los ingresos de los brasileños
fue producto de más y mejores empleos.



Al final de este largo ciclo, desde el bienio 2015-2016, cuando aumentó el
paro, 4,1 millones de familias bajaron a las clases D y E, recibiendo un
máximo de ingresos de R$ 2.370, según la consultora Tendencias. Esto anuló
rápidamente casi toda la mejora social adquirida entre 2005 y 2012, cuando
el aumento de los ingresos sacó a 3,3 millones de personas de la base de la
pirámide.



Con el retorno del crecimiento económico, aunque moderado, casi 4 millones
de hogares podrían subir nuevamente a las clases C, B y A de cara a 2022. Y
volver a representar a casi la mitad de la población.

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“Sin centrarnos en los más pobres con programas específicos como Bolsa
Familia, a Brasil pueden llevarle 15 años volver al mismo nivel de pobreza
que antes de la crisis”



Entrevista a Marcelo Neri, doctor en Economía de la Universidad de Princeton
y experto en este área por la PUC-Río, es director de FGV Social y fundador
del Centro de Política Social de FGV



Fernando Canzian, Rio de Janeiro

Folha de Sâo Paulo, 19-8-2019



-¿Cómo analiza la evolución de la renta y la desigualdad en Brasil?



Brasil vivió un proceso de crecimiento inclusivo hasta 2014. Desde entonces,
vivimos el otro lado de la moneda. Los ingresos han disminuido y la
desigualdad de la renta laboral aumentó durante más de cuatro años
consecutivos, ni siquiera ocurrió en 1989, nuestro récord de desigualdad.



Como resultado, la economía se ha desacelerado aún más, ya que los pobres
tienden a consumir gran parte de sus ingresos.



La pobreza también ha aumentado mucho. Había caído, de 1990 a 2014,
alrededor del 75%. Ahora solo la pobreza extrema ya ha aumentado un 40%. Una
combinación de caída de ingresos, paro y aumento de la desigualdad condujo a
la reversión.



Afortunadamente, no estamos volviendo al mismo nivel de pobreza que teníamos
antes de que cayera. Pero la proyección es que si no reducimos la
desigualdad, incluso creciendo un 2.5% anual hasta 2030, volveremos a donde
estábamos en 2014.



Es decir, necesitamos luchar no solo contra la desigualdad, sino contra el
peor panorama, que afecta a los más pobres. Eso es lo que pueden hacer
programas como Bolsa Familia o educación pública.



-¿Quién ganó más y perdió más?



A diferencia del período anterior, cuando la desigualdad disminuyó y los
grupos excluidos lograron mayores ganancias, hubo una cierta mezcla. Los más
afectados fueron los más jóvenes, que perdieron el 15% de sus ingresos
durante la crisis, mientras que la media perdió el 2,6%, porque hubo una
caída y luego una recuperación del ingreso medio.



Los negros y las personas poco educadas perdieron más. En el noreste y
norte, la pérdida también fue mayor. Las mujeres lograron ganar algo
mientras que los hombres perdieron, reduciendo la brecha de género.



El único grupo que ganó fue el grupo de cónyuges como estrategia de
mantenimiento de ingresos familiares. Los últimos años también han mejorado
para aquellos que han estudiado más y como las mujeres tienen más educación,
han logrado destacarse. Pero fue un período de creciente desigualdad en el
mercado laboral, que también había sido, en el período anterior, la
principal causa de la reducción de la desigualdad.



-¿Cómo impacta la desigualdad brasileña en el PIB?



La desigualdad y su aumento tienden a empeorar el crecimiento a través de
diversos canales, como el consumo de la población, la violencia que
interrumpe la actividad productiva y la polarización política que conduce a
la inestabilidad. Todo esto es malo.



Si se retoma la media de ingresos, por tímido que sea, si observamos el
bienestar de la nación, que también tiene en cuenta la distribución de
ingresos, casi no hay recuperación. Esta es muy sutil. Es una década perdida
en términos de bienestar social.



-En el auge de las commodities de la década de 2000, los ingresos aumentaron
y la desigualdad disminuyó. Si hay un nuevo ciclo favorable, ¿es posible
reanudarlo o han cambiado las cosas, como el hecho de que la población ha
envejecido?



Creo que será necesario tomar medidas muy claras sobre la desigualdad y el
tipo de desigualdad que queremos reducir. Si se trata de reducir la
desigualdad en medio de la distribución de renta, no hay más recursos. 



Si se trata de concentrarse en los más pobres entre los pobres, podemos
hacerlo. Pero si dependemos únicamente del crecimiento, tendremos que
caminar 15 años para volver al comienzo de la crisis. Tiene que haber una
lucha directa contra la desigualdad. Pero el problema principal es que
podemos haber perdido esta dirección, este norte.



Más allá de los efectos de la crisis, teníamos una dirección para combatir
la desigualdad. Pero nos salimos de este camino del medio y estamos
polarizados. Es solo atajar el crecimiento o, como la izquierda tradicional
quiere, solo la desigualdad.



Necesitamos conciliar estos puntos de vista, porque si observamos el
progreso social de Brasil, no fue solo el aumento de los ingresos y la
pobreza disminuyendo tras 1990.



La esperanza de vida ha aumentado, la escolarización, que siempre ha estado
estancada, también ha crecido. Pero estos cambios no han tenido impacto en
la economía. La gente vive más, pero no reformamos el sistema de pensiones.
La escolaridad aumentó pero la productividad de los trabajadores no.



Ha habido una mejora en la vida de las personas, pero no una responsabilidad
económica que lo respalde. Y ahora vemos una involución social. La esperanza
de vida y la mortalidad infantil están empezando a empeorar. La falta de
contrapartida macroeconómica está comenzando a afectar al lado social. 



-El aumento de los ingresos y la disminución de la desigualdad se produjo en
un momento en que el salario mínimo aumentó un 74 por ciento por encima de
la inflación en 15 años. ¿Fue una buena política?



Teníamos una política fuerte, pero tal vez se exageró no solo de cara al
alto desempleo actual sino también por las transferencias públicas.



Lo que aparece en la imaginación es que el salario mínimo es la gran fuente
de lucha contra la pobreza. Pero la verdad es que cuesta mucho porque todas
las políticas sociales, la Seguridad Social, el seguro de desempleo y la
asignación salarial, por ejemplo, están indexadas al salario mínimo. 



Aumentamos el gasto público y, con el envejecimiento de la población, es un
proceso que no puede sostenerse.



En la década de 1990, cuando el gobierno de la FHC consiguió un gran aumento
del salario mínimo, se percibió el impacto en la pobreza. Y no había nada
más que hacer, porque no había Bolsa Familia. Hoy tenemos otros instrumentos
y, sin embargo, parece que arrojamos dinero desde un helicóptero. Gastó con
pensiones, con pobres y no pobres, con campeones nacionales.



Brasil ha adoptado una estrategia económica sin sostenibilidad. Esto terminó
comprometiendo el recurso de la lucha contra la pobreza. Hoy, si queremos
hacer eso, tendrá que ser muy decidido y centrado.



-El instrumento que hemos consolidado hoy es Bolsa Familia. ¿Comenzamos por
ahí?



Por ahí y a desmontar cosas que no son tan buenas. Porque en Brasil, tenemos
la tradición de adoptar más y más programas e incluso mantener programas que
no son muy buenos. Los puntos unión también deben crearse entre programas.
¿A dónde va el tipo que deja Bolsa Familia? ¿Emprendimiento, empleo formal?
Hay que pensar en la integración.



La política social brasileña está muy compartimentada. Es por eso que Bolsa
Familia es un buen ejemplo de una base desde la cual se puede conectar a
otros programas y a otros grupos.



Después de 13 años de PT, tenemos la destitución, el gobierno de Temer y la
victoria de la derecha de Jair Bolsonaro. ¿Tiene esto que ver con el retorno
de la creciente desigualdad? Los indicadores sociales de Brasil estaban algo
separados de los económicos. El PIB comenzó a andar de lado desde comienzos
de la década, y el mercado laboral y la distribución del ingreso continuaron
prosperando hasta 2014.



Pero desde un punto de vista psicosocial, la confianza de la sociedad en el
gobierno federal, las instituciones y la evaluación de las políticas
públicas se ha deteriorado desde 2010.



Creo que actualmente es muy difícil tratar de entender a Brasil sin escuchar
a los brasileños, más allá de los indicadores objetivos.



Intentamos encontrar algo de consuelo en el escenario global. Tenemos a
[Donald] Trump, brexit en el Reino Unido, y lo que sucedió en Brasil es
parte del mismo contexto. Sucedió, pero el grado de desconfianza brasileño
en las instituciones es mucho mayor.



Con respecto a la aprobación de los líderes políticos antes de las
elecciones de 2018, no es que Brasil tenga la peor calificación del mundo.
Es la peor del histórico de diez años. No hay ningún país, en todo el
histórico que analizamos, con un nivel tan alto de desaprobación.



Esto se reflejó en las elecciones. Tiene razones sociales y objetivas como
el desempleo y la desigualdad, pero tiene una raíz psicológica más profunda.




-¿Cuál es su evaluación de la desigualdad desde una perspectiva global?



La reducción de las clases medias tradicionales de las naciones
desarrolladas son un dato simbólico importante que puede explicar fenómenos
como Trump y brexit. Pero si observamos la desigualdad global y la
distribución de ingresos, ha mejorado en los últimos años debido a los
milagros económicos chino e indio, dos países que albergaron a la mitad de
los pobres del mundo.



Y todo ello a pesar de la desigualdad haber crecido dentro de estos países y
de los países ricos.



La clase media tradicional es el grupo perdedor de los países ricos, y estas
personas terminan votando en función de lo que consiguen ver, que es su
país. Y eso ha empeorado en el mundo.



Y la polarización económica también ha llevado a una polarización de ideas,
con sociedades cada vez más divididas. "Nosotros contra ellos", y viceversa.




Esto eventualmente lleva a las personas a agruparse en extremos, en causas
que se refuerzan entre sí, ampliando los conflictos.



-¿Cuáles son las razones de nuestra fuerte concentración en el 1%?



Como fue el último país del mundo occidental en abolir la esclavitud, existe
mucha desigualdad en nuestras relaciones laborales. La medida de ingresos
del 1% más rico se ha mantenido alta no solo por la renta del capital sino
también por el trabajo.



Destacamos la importancia de la empresa donde trabajamos, del acceso al
capital productivo para determinar la desigualdad, incluso más que la
educación de padres a hijos.



Los datos del Impuesto sobre la Renta que procesé junto a Marcos Hecksher
del Ipea también muestran los privilegios de una casta de funcionarios
públicos activos. Sin mencionar su bienestar, que exacerba la desigualdad en
la parte superior.



Pero debe tenerse en cuenta que si los datos del Informe de Desigualdad
Global muestran una concentración muy alta de ingresos en la parte superior,
también indican un país mucho más próspero, no solo en la fotografía actual
sino también e a lo largo del tiempo.



El índice de crecimiento del ingreso medio de Brasil en los últimos ocho
años del histórico es seis veces más rápido que el del PIB. Es decir, si los
nuevos datos traen malas noticias, también traen buenas.

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