Brasil/ Vidas que no se registran. Los días de Iriana en las calles de Recife [Joana Suarez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 21 00:16:07 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

21 de setiembre 2019

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Brasil

 

Reportaje

 

Los días de Iriana en la calles de Recife: con un bebé y sin documentos 

 

Su hijo nació con el gobierno de Bolsonaro. Por seis días vistió la bata
verde del hospital, pues no tenía ropa ni toalla. Fue criada por la tía y
relató haber sido violada por el tío a los 10 años de edad. Huyó de esa
violencia, se fue a las calles y dejó de estudiar. El primer baño de Gabriel
fuera del hospital fue en una lanchonete (pequeño restaurante) de calle. Vi
a Iriana durmiendo en el colchón, junto a su hijo. 

 

Aquel precioso bebé en la calle señalaba, una vez más, que todas las
políticas fallaron. Existen 11 millones de mujeres en el Brasil, como
Iriana, que tienen a sus hijos en las calles y los crían ellas solas, sin
ninguna red social de apoyo. Casi 60% de esas madres viven en situación de
pobreza.

 

Joana Suarez

Agência Pública, 9-9-2019

https://apublica.org/

Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa 

 

Magra, casi no daba para percibir que Iriana Elísio do Nascimento, de 31
años, estaba en el séptimo mes de embarazo. Cerca del parto, en diciembre
del año pasado, la barriga creció y comenzó a ser vista, Iriana también.
Gabriel pateaba dentro de ella y las personas pasaban preguntando para
cuando era el parto, si era niño o niña, donaban ropas y pañales. Ella hizo
el canasto completo en la calle Siete de Setiembre, en el centro de Recife,
donde instaló su colchón y su vida hace más de una década. El hijo ya tenía
conjunto nuevo para salir de la maternidad. Por un bebé que va a nacer,
muchos se sensibilizan.

 

La cama de ella en la calle quedaba, de día, entre un mostrador de bolsas de
un vendedor ambulante y una mesita con jugadores de barajas. “Es mucho
dinero que circula aquí”, comento Iriana, que recibía monedas de quien
pasaba. Conocía a todo el mundo, lo que le garantizaba el almuerzo y la cena
todos los días. En una lanchonete de la calle, ella usaba el baño y tomaba
ducha..

 

El primer viernes del año, Iriana comenzó a sentir un fuerte doler en la
barriga y fue caminando al hospital público más próximo, que estaba a 1 km
de la calle Siete de Setiembre. ¡“Grabriel, ayúdame!”, gritaba el nombre del
sexto hijo que llevaba en la barriga, poco antes de partir. “El dolor
aumentaba, la gente creía que yo estaba llamando al ángel Grabriel”. Alguna
funcionaria del hospital aparecía, de vez en cuando, abría las piernas de
ella y miraba la dilatación”. “Yo no aguantaba el toque, Ahí la mujer vino
con la paleta y estalló la bolsa”, contó Iriana. 

 

El día 4 de enero de 2019, a las 20h15, Gabriel nació en Recife, capital
pernambucana. En Brasilia se iniciaba el gobierno Bolsonaro, Iriana comenzó
a tener fiebre, sentía más dolor y frío. “Sufrí demás, parecía que toda la
placenta había quedado. Estuvo el resto del parto dentro de mí, ellos van a
hacer la curación para sacarla”, narró ella, que aguardaba el procedimiento
cinco días solita en el hospital. Iriana pasa el día en ayuno, amamantando,
pero una cesárea urgente surgía a la noche y aplazaba la curación. “Nunca
pensé que iría a tener que estar tanto tiempo en el hospital. Solo me
aseguraba a él”, señalando al bebé recién nacido. 

 

Una de cada cuatro mujeres en el Brasil sufrió algún tipo de violencia
obstétrica, de acuerdo con el estudio “Mujeres brasileras y género en los
espacios público y privado” de 2010. La mortalidad materna afecta a 830
mujeres en el mundo todos los días y ocurre más en las áreas rurales y
comunidades pobres, según la Organización Panamericana de la Salud. 

 

Soledad

 

Parir sería doloroso y solitario, pensaba Iriana, “Josimar no aguanta ver”.
El padre del niño, Josimar Gregório da Silva, de 32 años, tuvo una crisis
convulsiva en la maternidad el primer día y fue llevado afuera, se ausentó
por los diez días siguientes. Él es el padre de los últimos cuatro hijos de
ella, la pareja se conoció en la calle. 

 

Por seis días vistió la bata verde del hospital, “los que no me conocen
vienen a ver a mi hijo, y mi familia, que es mi sangre, no viene”. Hacía
poco más de dos meses que yo la acompañaba toda la semana, estuve con ella
desde el fin del embarazo a los primeros siete meses de Gabriel. 

 

Retorné para verla en la mañana del séptimo día en el hospital y fui
informada por la recepcionista de que Iriana se había “evadido” sin hacer la
curación. Las otras pacientes dijeron que ella no soportaba más un día sola,
sin comer y muriendo del dolor de cabeza. En una sala con aire acondicionado
helado, la doctora informó que Iriana no obedecía el ayuno y que era normal
que tuviera  coágulos en el útero, pero la paciente no debía parar el
antibiótico.

 

Volví a la calle y encontré a Iriana sentada en una silla en la Siete de
Setiembre, donde estaba su colchón, con Gabriel recién nacido en los brazos.
“Sufrí y escapé de allá”. Con aquel bebé de 47 cm y 2,9 kg en los brazos,
comenzó a llorar. 

 

Dependiendo de la calle “independencia”

 

“¿Dios mío, que hice para sufrir desde pequeña?...¿Cómo hubiera sido si yo
tuviese a mi madre?”, se preguntaba. Iriana creció sin madre, sin padre y
sin casa. Fue criada por la tía luego de haber sido violada a los 10 años de
edad, lo que la hizo huir de la violencia, irse a la calles y dejar de
estudiar, cursó hasta la  5ª serie. En la época, Iriana contó sobre a las
tías, que creían que era una mentira de la niña. Una encuesta del Ministerio
de la Salud reveló que los casos de violencia sexual contra los niños y
adolescentes en el país, sumaron más de 141 mil entre 2011 e 2017. En cerca
de 70% de los casos, la violencia ocurre dentro de la casa de las víctimas. 

 

Iriana se tornó mujer en la calle, embarazándose seis veces, la primera a
los 15 años. Estudios muestran que el embarazo indeseado en la adolescencia
ocurre más en situaciones de vulnerabilidad, y los casos son más frecuentes
en las regiones Norte y Nordeste del Brasil.

 

En la Siete de Setiembre, donde pasó a morar, es conocida por los apellidos
de Gallega (por tener la piel clara) y Maga (por ser bien magra), pero su
nombre casi nadie acierta, los más “próximos” la llaman, casi siempre, de
Liliana. Se trata de una de las calles más tumultuosas del centro. En la
esquina, sin salida para los autos, está la avenida Conde da Boa Vista, con
tránsito de casi 10 mil vehículos, más de 300 mil personas circulando entre
establecimientos comerciales y 1.500 unidades habitacionales. Iriana no
tiene recursos para morar en ninguna de ellas, habitaba los pasillos de las
Lojas Americanas (ndt: una gran cadena de tiendas que se encuentra por todo
el país), oyendo a un empleado anunciar promociones en un altoparlante en
día entero. 

 

En frente, está la tienda Marisa, con el slogan “de mujer para mujer”, pero
Iriana nunca entra allí. De una lado, zapatería, lotería, de otro farmacia.
En el medio, decenas de vendedores ambulantes, que también pasan el día
gritando para atraer clientes. Y mucha suciedad y un barullo que ningún
tímpano merece oír todo el tiempo, mucho menos los de un recién nacido. 

 

El primer baño de Gabriel fuera del hospital, con siete días de vida, fue en
la lanchonete de la calle. Irtiana había guardado ahí una bañera de plástico
que obtuvo y consiguió hervir un poco de agua. Allí mismo, ella rasgó el
embalaje de la ropita que el bebé usaría luego del alta en la maternidad y
vistió al hijo. Volvió para la calle y presentó a Gabriel a sus conocidos.
“¡Mira, nació su hijo, que bendición!”. “¿Es el niño que estaba en tu
barriga, nació cuándo?”. “¿Qué bonito, cómo se llama?”; “Jesús tiene un plan
de vida para ustedes”, decían las personas. 

 

La soledad del hospital había terminado. No importaban más el dolor, la
infección, las consecuencias. No pensaba en las horas siguientes: el socorro
de alguien vendría y ella sabía. “Ellos van a venir a buscarme para llevarme
al albergue”. Yo intentaba no intervenir en los acontecimientos para
comprender como funcionaría la red de protección, pero tuve que llamar
entonces al coordinador de la Pastoral de la Calle, fraile Marcos Carvalho,
que moraba cerca. Él tomó contacto con el Centro de Referencia Especializado
para Población en Situación de Calle (Centro POP) y la persona del otro lado
de la línea respondió que ya estaban acostumbrados con Iriana, que ese no
era el primer hijo de ella, que ella siempre huye de los lugares, que irían,
después, a verificar la situación. 

 

“Pero ella está aquí con un bebé recién nacido en medio de la calle, y la
demanda es urgente. Ella quiere ir para un albergue municipal, para el
hospital no vuelve. Ustedes precisan venir”, el fraile insistía. Hasta que
decidimos llevar a Iriana y Gabriel, de taxi, a la unidad del POP, a 1 km de
allí. La condujeron a otra maternidad, el Hospital Barros Lima. Amparada por
funcionarios de la alcaldía, esa misma noche, Iriana hizo la curación y
quedó en observación por cuatro días, mientras tomaba el antibiótico. 

 

“Aquí es otra cosa, ellos, ellos me tratan mejor. Yo le dije “gracias” a la
mujer y ella me respondió “disponga”, comentó Iriana. En principio, las
internadas vecinas de su lecho se extrañaron. Había siempre el recelo de ser
juzgada por desconocidos y maltratada, y eso la mostraba como un personaje
con cara de pocos amigos. Pero una mujer en la cama de al lado la apoyó,
ofreciéndole cuidados básicos. Hizo amistad. 

 

Seis hijos, sin dirección fija

 

Antes de conocer a Josimar, Iriana ya tenía dos hijos. Afirma que embarazó
del primero, Bernardo, hace más de 15 años. Pero sólo sabe el nombre de él,
pues al bebé se lo llevó el Consejo Tutelar y ella nunca más tuvo noticias.
“Ellos lo tomaron para “adopción”. Yo no entendía de esas cosas. Quería
encontrarlo”. 

 

Después vino Ana Clara, cuyo nombre está tatuado en el brazo de Iriana.
Según ella, la niña tiene 13 años y mora con la abuela paterna, madre del
compañero de la época, que fue asesinado. Iriana llegó a vivir con él en la
favela de los Conejos, en Recife, y sufrió violencia. Él le pegaba. 

 

Una vez más, la historia de Iriana se agrega a la estadística: una encuesta
del Datafolha, publicada en febrero de este año, indica que 1,6 millón de
mujeres fueron golpeadas o sufrieron tentativa de estrangulamiento en el
Brasil, solamente en 2018. Del número total, 76,4% de las mujeres afirman
conocer a su agresor. 

 

Su actual compañero (Josimar), es padre de Gabriel, Leonardo, de 8 años,
Vitória, de 7 años, una niña que murió en el parto, según Iriana por falta
de atención médica. La madre de Josimar, Ana Maria da Silva, de 52 años, 

cría sola a los dos nietos mayores, Vitória y Leonardo. El niño quedó con la
madre por dos meses en un albergue, después pasó seis meses en la calle
hasta que la abuela paterna buscó respaldo de la policía y del Consejo
Tutelar. Ella quiso ayudar al bebé en su momento, pero estaba en situación
de riesgo, y hasta hoy es quien cuida de Ana. 

 

La abuela también cuida de Maria Vitória, que llegó con ella a los 4 años,
cuando Iriana aceptó hacerse un tratamiento por la dependencia química. “De
Vitória y Léo, yo siempre voy a ser la madre. Los quiero tomar de vuelta,
ella (Ana) tiene un derrame. Esos niños son todo para ella”, dice Iriana. 

 

El discurso de ella era que Gabriel sería el último hijo, pero explicaba que
no era fácil conseguir la ligadura de trompas en el SUS (Sistema Único de
Salud). En el Brasil, el procedimiento puede ser hecho sin costo en mujeres
y hombres mayores de 25 años o por lo menos con dos hijos vivos, pero muchas
veces las mujeres precisan recurrir a la Justicia para ejercer ese derecho.
Ella hablaba también en otros métodos contraceptivos, que en la situación de
calle no funcionan bien. 

 

Las personas que conocían un poco de su historia, decían que Iriana debería
“parar de traer hijo al mundo”. ¿Pero cómo exigir que ella, solísima y
vulnerable, pensase en planeamiento familiar, si con un bebé en la barriga
ella pasa a ser vista por las personas y el gobierno? 

 

Sin estar embarazada, la red de asistencia social de la capital pernambucana
no tiene mucho que ofrecer a la población que hace de la calle su vivienda.
No tiene restaurantes para alimentación popular gratuita, ni refugios
nocturnos para dormir. Existen dos unidades del Centro POP, con atención
durante el día, además de servicio especial de abordaje y el Consultorio en
la Calle, que hizo el pre-natal de Iriana. 

 

Ser bien tratada en el (segundo) hospital ya hacía que Iriana comenzara a
planear el futuro con más ánimo. Pensaba en ir al dentista a colocarse una
prótesis en lugar de los dientes quebrados por causa del vicio en crack. “En
el albergue va a estar bien, Gabriel va a ser muy halagado. Vamos a poder ir
a la playa, que es cerca. Yo voy a salir de la calle sólo cuando tenga mi
casa”, 

 

Pero quería noticias de Josimar. Así que tuvo el alta hospitalario y fue
para el primer refugio municipal en la Casa de Pasaje Diagnóstico. Iriana
volvió a la ciudad para procurar al compañero. Estaba toda arreglada, como
yo nunca la había visto: vestido negro justo, lápiz labial rojo, cabellos
recogidos. “Fue la Gallega que me prestó todo”, se refería a Graziele, nueva
colega de cuarto en el albergue. Gabriel también estaba de ropa nueva y
perfumado. No encontró al padre de él. 

 

En la semana siguiente, Iriana dejó la Casa de Pasaje para ser recibida en
la Casa Recomienzo, albergue municipal donde podía quedarse de seis meses a
un año con otras 40 mujeres y niños. “Quiero ser gente ahora, cosa que nunca
fui”, dice. Entró en un curso de peluquería, se tiño el pelo de rojo, se
maquilló las cejas. Las ojeras hondas disminuyeron, engordó un poco. Mis
visitas frecuentes también sirvieron para mantenerla con el propósito de
mejorar, pues yo demostraba interés en la evolución. “Si no fuese por ti, yo
estaba desbaratada en las calles”, afirmó, y me llamaba para contarme
novedades o preguntar cuando iría a verla. 

 

Yo era la periodista que escribiría sobre Iriana, pero la “entrevista” nunca
finalizaba, entonces ella pasó a presentarme como colega y, por fin, como la
“madrina de Gabriel”. Muchos desconfiaban que yo fuese asistente social o
alguien interesada en quedarme con el bebé, pues las ayudas que ella
acostumbraba recibir eran apenas inmediatas, para la sobrevivencia, no había
una presencia continua como la mía. “Por qué tu no le das el niño a ella?,
preguntó un hombre en la calle. “Da los tuyos, que tu no crías”, respondió
Iriana. No era mujer de aceptar deshonras. 

 

Salíamos a conversar en la playa, en la plaza cerca del albergue, pasear en
el centro. Fuimos a visitar a la suegra y a la hermana de ella. Cuando el
asunto era la familia, el pasado o los hijos, Iriana se emocionaba. “Nadie
nunca me dio tanta atención”, comentó una vez con los ojos mojados. 

 

La gerencia de la Casa Recomienzo percibió que Iriana estaba más determinada
de que en las otras estadías por ahí, con los hijos anteriores. “Tal vez por
la cantidad de sufrimiento en relación a los otros hijos; ella estaba mucho
más activa y participativa, en el sentido de “este hijo yo no lo pierdo”,
apuntó Hugo Melo, jefe del sector de acogida. Ella jugaba con Gabriel, que
retribuía con risas y ojos brillando. Lo amamantaba a demanda libre. “Guinho
está atento, extrayendo la mayor onda. El negocio de él es ese: comer y
dormir”, dice Iriana. 

 

En la casa de la suegra

 

Al llegar a la casa de Ana María, la abuela no quiso mirar al bebé de 15
días en los brazos de la nuera. Dejó claro que no tenía condiciones para
quedarse con el tercer nieto. “Ella (Iriana) tiene que darlo para quien
pueda criarlo, yo con esos dos”, dice. Mientras, Léo y Vitória disputaban
para cargar y acariciar al nuevo hermano. “Madre, yo quiero quedarme con él
(Gabriel)”, habló Léo para la abuela. .

 

Ellos viven en una choza de dos ambientes en Dois Unidos, periferia de
Recife. Los nietos duermen en la cama de casal con ella, que todavía tiene
cinco hijos hombres, Josimar es el mayor. Cuando él se cansa de la calle,
duerme en el sofá. 

 

Antes de irnos, Ana tomó el niño en sus brazos y percibió que él se parecía
más a ella de que los otros. “Quedo con la cabeza perturbada, cuidando de
uno y de otro. Pero mi apego mayor aquí son ellos (Iriana y Josimar). Los
nietos están bien conmigo”, dice Ana, olvidando a Gabriel.

 

Salió de Recomienzo y no volvió

 

El bebé fue creciendo y la condición de Iriana en el albergue cambiaba muy
poco. Ella abandonó el curso de peluquería porque Gabriel lloraba mucho.
Pasó a hablar mal de la Casa Recomienzo. “Aquí está muy mal, no tengo nada
que hacer, duermo temprano. La diferencia es que tengo un techo”. Se sentía
aislada. “Da una tristeza en mí, soy sólo yo y Gabriel, no tengo familia”.

 

La soledad se manifestaba nuevamente en la rutina de Iriana. Quería la
atención que experimentaba en la calle. “No tengo abrigo, la persona sólo
vale lo que tiene. En la ciudad, yo voy andando, hablo con uno y con otro.
Mi hijo tendría todo”. En el albergue había reglas, horarios y obligaciones
a cumplir, ella no soportaba eso por mucho tiempo. Si volviese a la calle no
precisaría hacer el tratamiento para interrumpir la adicción al uso de
crack, que consistía en terapias grupales y medicación, limitada, en el caso
de ella, por causa de amamantar. “El psiquiatra dice que estoy así porque me
siento sola”. 

 

Las historia de vida semejantes entre las mujeres del albergue servían para
unirlas, pero también eran motivo de conflictos. El vicio en drogas de una
entorpecía el tratamiento de la otra, ellas vivían entre recaídas y lazos
con los traficantes. Luego, surgían malos entendidos y hasta peleas, lo que
hizo a Iriana salir “huida” una vez más, cinco meses después de haber
entrado en la Casa Recomienzo. 

 

Fue a pedir refugio a la suegra, lejos de allí. Se quedaría hasta recibir el
auxilio del gobierno de R$ 200 (50 dólares). Alquilaría un cuarto con ese
dinero más el Bolsa Familia de R$ 131 (35 dólares). Iriana ya conocía bien
el camino ofrecido por la gestión pública: salir del albergue y recibir el
alquiler social con un kit para “recomenzar” la vida (horno de dos bocas,
ollas, platos, colchón y una cesta básica de alimentos).

 

Pero las opciones que son dadas para que Iriana y a mujeres como ella salgan
de la calle, fallan. Uno de los obstáculos está en la falta de comunicación
entre las áreas de asistencia de la salud, de la educación, de la vivienda y
del empleo, como evalúa el jefe de la Casa Recomienzo, Hugo Melo. “La
política (pública) es muy rica, pero cada uno actúa en sus cajitas, la gente
precisa hacer valer la palabra red para tratamiento del usuario”. 

 

De vuelta al colchón en la Siete de Setiembre

 

Pasados seis meses buscando otra salidas, Iriana retornó a la Siete de
Setiembre. El cuarto que planeaba alquilar no dio cierto, el dinero del
auxilio alquiler todavía no llegó. No consiguió quedarse ni un mes en el
sofá de la suegra. “Yo no la eché para afuera, recibí a ella y Josimar,
incluso no teniendo espacio. Todo lo que podía lo hice”, explicó la suegra
Ana María. ¿Y Gabriel? “El niño lloraba mucho, sólo está en el pecho”.
Iriana dice que no le gustaba de ver a Vitória y Léo criados junto dos tíos
en casa de la suegra. “Estaba viendo la hora de volar encima de uno”.
Prefirió quedarse lejos.

 

Yo me encontré con Iriana durmiendo en el colchón y el hijo acostado al
lado. Aquel bebé precioso en la calle, señalaba que todas las políticas
fallaron una vez más. Era la mañana de un miércoles, la ciudad estaba
movida. Intenté tomar a Gabriel sin que ella lo percibiese. “¿Tú piensas que
estoy dormida, eh?”, se despertó asustada antes de que yo consiguiese tomar
al niño del colchón. Tuve la idea de amarrar el pie de él en el cordón del
vestido. Gabriel se revolcaba en el colchón, reaccionaba a los juegos,
mantenía el brillo de su mirar. 

 

Ella aprovechó que yo había llegado para quedarme con el niño y fue a
bañarse en la lanchonete vecina. No confiaba en dejarlo con casi nadie.
Después llevó a Gabriel para también bañarlo y le roció un perfume prestado.
Lo mejor que ella podía ofrecerle al hijo estaba ahí, en la calle, viendo
sonreír a las personas que pasan, juegan con él y donan (casi) todo. 

 

Josimar aparecía de vez en cuando, borracho. Los otros hombres de la calle
ayudaban a Iriana a cargar el colchón en la noche para otra calzada, donde
era más alto y protegido de la lluvia. Era período de invierno, en Recife no
hace tanto frío, pero llueve prácticamente todos los días. Durante ese
tiempo que acompañe la vida de Iriana, imagine que ella estaría en un lugar
protegido con Gabriel. No supe como despedirme de ellos en la calle. No tuve
más ningún día de lluvia sin dejar de pensar en ellos.  

 

Una vida sin registro en el nuevo gobierno 

 

Gabriel completó 8 meses apenas con la declaración de nacido vivo del
hospital, no tenía partida de nacimiento porque su madre había perdido la
cédula de identidad y, por tanto, no podía registrar al hijo legalmente.
Funcionarias del albergue municipal informaron que no es fácil conseguir
gratis el documento de Iriana y, en otra ocasión, dijeron que no tenían
papel para emitirlo. En setiembre, el niño todavía no se había convertido en
ciudadano brasilero, por ser hijo de una moradora de calle. 

 

Distante de los nuevos planes que era hechos en Brasilia, un niño nordestino
crece desconocido, sin futuro definido. Iriana no votó en las últimas
elecciones porque no tenía identidad, no eligió al nuevo presidente ni al
gobernador. Pero la vida de ella y la de su hijo dependían, principalmente,
de la política de asistencia social, que se muestra cada vez más
desvalorizada en el país, con cortes presupuestales desde 2014 (ndt: primera
presidencia de Dilma Rousseff). 

 

En el retorno de ella a la calle con Gabriel, algunas personas que me veían
cerca comentaban que “no hay caso”, que ella “prefería” quedarse en la calle
viviendo de donaciones, sin hacer nada. “El pueblo piensa que es fácil. Dame
sólo un día de tu vida y toma uno de la mías para que tú veas. La persona no
sabe si va a acordarse”, dice Iriana. Un día, estaba en el colchón y una
mujer pasó por la calzada diciendo: “mira ahí que vida buena”. “Yo me
levanté y la mandé a acostarse”, respondió. 

 

Muchas mujeres como Iriana no son vistas, ni son contadas. ¿Cuántas existen
en Recife, en Pernambuco, en el Nordeste o en el Brasil? No sabemos
ciertamente porque no hay un diagnóstico amplio, con transparencia y
regularidad. Lo que hay disponible es el dato de 125 mil familias en
situación de calle inscriptas en el Catastro brasilero, hasta junio, según
el Ministerio de la Ciudadanía. Estimaciones no oficiales evalúan en 1,8
millón el número de personas viviendo en locales improvisados desde 2005
(ndt: primera presidencia de Lula). 

 

Recife hizo un censo en 2016 que identificó más de mil personas en las
calles, número cuestionado por los movimientos sociales. La propia alcaldía
admitió una sub-notificación. En 2018, entre los que fueron atendidos en los
Centros POP, 642 eran mujeres, 39 de ellas gestantes, entre ellas Iriana. Yo
me aproximé de la historia de ella para contar, no en número, sino en la
dimensión, la narrativa de una mujer embarazad en la calle.  

 

Un recorte

 

“ Yo quisiera que la historia que usted escribiese tuviera un final feliz.
Sería lindo colocar: ella consiguió una casa, con el esposo, para cuidar de
los hijos”, me dijo la monja Luana, que también acompañó a Iriana por un
tiempo. 

 

Recordé lo que Iriana me dijo, todavía en el mes de marzo, cuando acababa de
entrar en el albergue: “Mi sueño no terminó, ¿viste?” ¿Cuál sueño? “El de
tener mi casa, para poder cuidar de mis hijos y encontrar al otro (Bernardo,
cuyo paradero ella desconoce)”. Al final de junio, ese escenario se
desmoronaba, pero ella buscaba alguna forma de resistir. Resolví pasar por
la calle Siete de Setiembre de noche, en el peor horario del centro.
Encontré a Iriana con cara de asustada. Tomé a Gabriel, él lloró. Volvió a
los brazos y al pecho de la madre. Se durmió acunado por Iriana. “Yo voy a
salir de esta situación”. . 

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