Brasil/ "Nuestra existencia es nuestra resistencia" [Sônia Guajajara - Entrevista]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Abr 24 08:17:25 UYT 2020
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Correspondencia de Prensa
24 de abril 2020
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Brasil
Con Sônia Guajajara
“Nuestra existencia es nuestra resistencia”
La coordinadora de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil
dialogó con Brecha sobre el escenario político actual en su país y la crisis
global del coronavirus. Además, reivindicó la historia de resistencia de su
pueblo, una resistencia que pretende llevar a la política institucional.
Marcelo Aguilar, desde San Pablo
Brecha, 24-4-2020
https://brecha.com.uy/
Cara visible de la lucha de los pueblos originarios a nivel mundial, Sônia
Guajajara fue, en 2018, la primera candidata indígena de la historia a la
vicepresidencia de Brasil, como parte de la fórmula del Partido Socialismo y
Libertad (Psol). En la semana del 19 de abril, Día de Lucha de los Pueblos
Indígenas en ese país, habló con este semanario sobre la realidad de los
indígenas brasileños en tiempos de pandemia, sus desafíos frente al gobierno
de Bolsonaro, su vínculo con la izquierda partidaria y las expectativas de
un sector de la población que está en la línea de frente en la lucha contra
el extractivismo y el desarrollismo en América Latina.
—¿Cuáles son los riesgos que plantea el covid-19 a los pueblos indígenas?
—El principal riesgo es un nuevo genocidio. Los pueblos indígenas tienen una
resistencia inmunológica diferente, no resisten tanto a las enfermedades. Ya
tenemos una experiencia histórica desastrosa con otras epidemias, que
mataron a mucha gente. Por eso en las comunidades todo el mundo está
asustado con esta enfermedad que nadie conoce, que no tiene cura ni
conseguimos contener. Ya sabemos los efectos que enfermedades como esta han
tenido en nuestros territorios y por eso estamos en alerta. La malaria, el
sarampión, la fiebre amarilla han sido enfermedades que diezmaron pueblos
enteros, y no hace tanto tiempo de eso. Es algo que sucedió incluso durante
la dictadura militar.
—Históricamente la población indígena ha sufrido un genocidio sanitario, con
enfermedades traídas por el colonizador. ¿Cómo pueden esas pérdidas
ayudarnos a reflexionar sobre la actual crisis del coronavirus?
—Este es un momento muy importante para la autorreflexión y para la
reflexión colectiva, para tratar de entender que el mundo en el que
estábamos y aún estamos es muy acelerado y deja a todo el mundo corriendo
para atender las demandas del capitalismo. Acelera el caos, las formas de
consumo, la destrucción en masa y la producción basada en la explotación
devastadora del medioambiente.
Quizás esto haya sido una providencia de la madre tierra en un momento en el
que no aguantaba más tanta destrucción y tanto dolor. Una forma de que las
personas paren y miren alrededor, vean lo que está ocurriendo y comiencen a
dar valor a las cosas que parecen pequeñas. La mayor lección de este momento
es ese despertar para la solidaridad: todo el mundo necesita del otro y
precisa tener empatía. Es momento de mirar a los ancianos y percibir cuán
vulnerables son. En nuestro caso es un cuidado redoblado, porque nuestros
ancianos son nuestra historia viva, nuestra raíz, es lo que sustenta nuestra
identidad.
Este es el momento de pensar en un nuevo modelo de sociedad, en qué futuro
queremos ¿Vamos a preocuparnos por los demás o por el consumo y el lucro?
Este virus es peligroso, y es una preocupación muy grande, porque ya mató a
mucha gente y causó mucho dolor. Alguna lección para el futuro tenemos que
sacar de toda esta tragedia.
—¿Qué evidencia esta crisis respecto a cómo es gobernado Brasil?
—El coronavirus vino a confirmar que somos un país enormemente desigual. Un
país que no tiene ninguna preparación para lidiar con los más pobres. Este
es un momento en el que se revela cuán ausente está el poder público de las
periferias, de las aldeas, de los quilombos [comunidades formadas por
esclavos forajidos que hasta hoy son espacios de resistencia negra]. Un
momento en que se hace evidente que los gobiernos trabajan sólo para las
elites, sin ninguna responsabilidad con respecto a la salud pública.
Como ahora todo está muy enfocado en la pandemia, puede que no veamos que al
mismo tiempo se acentúan otros problemas graves como el femicidio, que
aumentó mucho, el hambre entre las familias, la falta de atención en la
salud. Este virus agravó todas las miserias que ya existían y no veíamos,
pero estaban ahí y ahora sobresalen. Justo en un momento en el que el país
no tiene comando, con un presidente que no tiene responsabilidad con su
pueblo y que, en vez de protegerlo, lo expone.
—¿Cómo te sentís como mujer indígena, fuera de tu aldea, recorriendo el
mundo con la causa y lidiando al mismo tiempo con la situación actual de
Brasil?
—En realidad eso es una necesidad. Estamos en toda esta correría para
garantizar que nuestros pueblos no sean diezmados por la avalancha que se
nos viene encima y que nos impone todos los días una nueva lucha. Contra el
avance del agronegocio, contra la minería, contra la explotación ilegal de
madera. Para evitar un nuevo exterminio precisamos salir, construir
relaciones y alianzas externas que garanticen la permanencia de los
indígenas en sus territorios y de sus modos de vida.
Es muy desafiante, y mi condición de mujer e indígena lo hace más difícil
todavía, porque el liderazgo no era un espacio común para la mujer indígena.
Eso nos coloca en la mira de varias amenazas, de varias prácticas de racismo
y hasta de desconfianza. Pero no es algo que nos intimide, porque con cada
nuevo ataque nos renovamos y nos preparamos para enfrentarlos.
—Siempre insistís con que en Brasil hay un gran desconocimiento sobre la
realidad indígena. Desde tu punto de vista, ¿cómo son vistos los pueblos
originarios en el país?
Lamentablemente, los indígenas en Brasil son totalmente invisibilizados. Por
los medios y por el gobierno. No aparecen en ningún plan de gobierno, y si
lo hacen, siempre es en un papel secundario. Los planes de desarrollo
nacional y de crecimiento económico siempre tuvieron como base sacar del
medio lo que molesta. Y lo que molesta somos nosotros. Todos esos planes se
dieron a través del exterminio de los pueblos indígenas.
Es impresionante cómo hasta hoy la mayoría de la sociedad brasileña no
conoce a los pueblos indígenas, no sabe quiénes ni de dónde son, y a veces
ni siquiera sabe que existen indígenas en Brasil. Ese desconocimiento genera
un distanciamiento muy grande de la sociedad y la negligencia del gobierno.
El país no está preparado para lidiar con la cuestión indígena, para lidiar
con la diversidad. Y tampoco quiere prepararse ni aprender. Mucho menos con
el gobierno de Bolsonaro. Somos ignorados, porque el gobierno nos ve como
animales de caverna. La forma en la que el presidente nos trata es muy
racista y eso incita el racismo de la sociedad contra nosotros.
—¿La identidad indígena es también una reafirmación política?
Sin duda. Nuestra propia existencia como indígenas es el marco de nuestra
resistencia. Con certeza, todo lo que vivimos y hacemos hoy es conquista de
esa lucha política que siempre hemos dado para garantizar y reafirmar
nuestras identidades. Una lucha que ya nos mató mucha gente y que ha sido
muy violenta.
Precisamente todo lo que el gobierno quiere hacer hoy es acabar con nuestros
modos de vida. Con esa intención de acabar con los territorios indígenas se
va camino a cometer un gran etnocidio: arrancarnos el derecho a vivir de
acuerdo a nuestra cultura, nuestra identidad y nuestras costumbres. Además
del genocidio autorizado, hoy vivimos un etnocidio que está siendo
legalizado.
—Ponés mucho énfasis en lo injusta que es la lucha en los territorios
indígenas. ¿Contra quiénes es esa pelea?
Contra todos los invasores. Tenemos una lucha muy grande contra el poder
económico y político, conformado por las grandes empresas y sus cómplices,
que llevan a los invasores para dentro de los territorios. Mineras,
madereras, garimpeiros [buscadores ilegales de minerales], estancieros,
especuladores inmobiliarios. Esos son los principales enemigos, que tienen
una alianza muy poderosa con el poder político. Muchos miembros de esos
sectores están hoy en el poder.
Por eso la lucha en defensa de los territorios acaba siendo muy peligrosa.
Nos coloca siempre en la mira: somos amenazados, criminalizados y asesinados
porque lo que hacemos incomoda a esa estructura de Estado e incomoda a las
estructuras que colocan a la tierra como principal objeto de disputa. A
pesar de que nos respaldan los derechos constitucionales, acabamos siendo
vistos como un estorbo. Es una lucha muy injusta también: ellos tienen
dinero y poder. Nosotros sólo tenemos la fuerza de nuestra ancestralidad y
nuestra resistencia secular para defender a la madre tierra.
—Con Bolsonaro se ha registrado un grave aumento de la deforestación y un
cambio radical del discurso oficial hacia los indígenas. ¿Cuáles han sido
los impactos de su política?
—Con Bolsonaro toda la situación que ya venía de antes empeora. Ningún
gobierno tuvo nunca a los indígenas como prioridad, pero Bolsonaro sí nos
tiene en sus planes. El problema es para qué, porque de las autorizaciones
para explotación de nuestras tierras pasó directamente a institucionalizar
el genocidio y la destrucción ambiental. Y eso sí diferencia a este gobierno
del resto: es un enemigo declarado. Desde su primer día en el cargo vimos
cómo su discurso antiindígena se materializaba en ataques e invasiones
incentivadas por él mismo. Además de connivencia hay incitación a la
invasión y a la explotación.
Bolsonaro, en lugar de ser un representante del pueblo, es portavoz directo
del agronegocio y la minería, de todos los enemigos de los pueblos
indígenas. Esto tiene como resultado el aumento de la deforestación, de las
queimadas [quemas de vegetación para preparar terrenos de cultivo y
pastoreo], de los asesinatos de defensores de los territorios. Con
Bolsonaro, todas esas llagas vienen en aumento de forma gigantesca. El
desmonte y las queimadas nunca fueron tantos en los últimos diez años.
Durante la pandemia del covid-19 en Brasil, solamente en un mes, la
deforestación en la Amazonia aumentó 29,9 por ciento.
—El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro dijo a la revista Piauí que “el
PT y la izquierda en general tienen una incapacidad congénita para entender
a las poblaciones que se niegan a entrar en el juego capitalista”. Para vos,
¿qué cambios hubo en relación con los indígenas durante los gobiernos
progresistas?
—No hubo grandes cambios con respecto a la situación histórica, porque todos
los gobiernos tienen un plan desarrollista que contrasta crecimiento con
preservación y sustentabilidad. Ningún gobierno, ninguno, tuvo a los pueblos
indígenas y tradicionales como pauta principal de su gobierno. Los trataron
como un problema porque su objetivo es explotar los territorios para la
producción en gran escala. Las áreas indígenas, que están preservadas, son
vistas como improductivas.
—Los partidos políticos brasileños siempre han tenido poca representación
indígena. ¿Eso responde a su incapacidad para incorporar a los indígenas o
es que los indígenas no ven a los partidos como una herramienta de lucha?
—Es un poco de las dos cosas. Los indígenas nunca se apropiaron de la
herramienta partidaria para trabar una lucha sistematizada y orgánica. Pero,
al mismo tiempo, nosotros no conseguimos tener muchos espacios en los
partidos. Y muchas veces cuando llegamos ahí nos absorben para contemplar o
ayudar a otras personas. La verdad es que los partidos no contienen, no
abarcan nuestra lucha. Ni siquiera el Psol, que es un partido de izquierda y
combativo. Todavía falta una profundización muy grande de esta pelea y que
los partidos tomen la causa indígena como suya.
—En 2018 fuiste la primera candidata indígena de la historia de Brasil a la
vicepresidencia de la república ¿Qué esperás de la institucionalidad?
—Nunca tuve dudas de aceptar esa candidatura, porque es un lugar importante
para ocupar. Se trataba de tener la posibilidad de llevar el debate indígena
y ambiental al centro de la discusión política, donde siempre fueron temas
secundarios. Llegar a ese lugar después de cinco siglos es muy
significativo. Por mucho tiempo, el movimiento indígena no quiso participar
de la política partidaria, siempre nos colocamos como movimiento de
resistencia. Pero cuando empezamos a acompañar las discusiones en el
Congreso Nacional entendimos que ahí es donde se toman todas las decisiones,
donde se aprueban o se rechazan todas las políticas. Por eso consideramos
que es un espacio importante para ocupar como una voz legítima, electa.
En las elecciones de 2018 organizamos 130 candidaturas indígenas y como
resultado tuvimos la elección de Joênia Wapichana (del partido Rede
Sustentabilidade, de Marina Silva) que fue la primera mujer indígena en
convertirse en diputada federal. Tenerla a ella en el Parlamento es una
victoria, porque es una representación legítima de los pueblos. Es
importante que seamos nosotros mismos los que estemos allí, porque por más
que tengamos aliados –que son pocos– cada uno tiene sus prioridades, y
cuando las prioridades de ellos son mayores, acaban dejando de lado las
nuestras. Continuaremos articulando para que los indígenas puedan llegar al
Senado y, por qué no, a la Presidencia. Ahora estamos articulando para las
elecciones municipales, porque son espacios donde se necesita esa
representación.
—¿Cómo serán construidas esas candidaturas? ¿Serán a través del Psol?
—No necesariamente. Cada una se va organizando de acuerdo a sus
articulaciones locales. Nuestra orientación es que lo importante es estar
cerca de partidos que recojan nuestros temas y se aproximen a nuestras
banderas. No solamente el Psol, sino también otros partidos que puedan estar
en esa ala más progresista de la política. Pero ni siquiera eso es siempre
posible en las regiones.
—El domingo 22 de abril se cumplen 520 años del “descubrimiento” de Brasil.
¿Dónde está la esperanza?
—La esperanza está en la historia de resistencia que adquirimos y acumulamos
durante estos más de quinientos años. Está en los niños, en los jóvenes y en
nuestra lucha. La esperanza está en nosotros mismos y en las articulaciones
que venimos construyendo con otros movimientos, entendiendo que ninguna
lucha se puede dar aislada. Es momento de unificar las luchas
marginalizadas. Esa es la lucha colectiva que tendrán que dar las nuevas
generaciones.
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