Chile/ La caída de los héroes. El movimiento social cuestiona los símbolos nacionales [Consuelo Ferrer]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Ago 5 00:17:12 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

5 de agosto 2020

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Chile



La caída de los héroes



El movimiento social chileno cuestiona los símbolos de la nación.



Consuelo Ferrer *

La Diaria, 4-8-2020

https://ladiaria.com.uy/



Desde el comienzo del estallido, los manifestantes chilenos fijaron como un
objetivo los monumentos a militares y conquistadores. En cambio, erigieron
sus propias figuras, entre ellas la de un perro negro que en las marchas de
2011 le ladraba a la policía. La periodista chilena Consuelo Ferrer aborda
en este artículo las reescrituras de la historia puestas de manifiesto en
las movilizaciones, la crisis como oportunidad para la búsqueda de un sentir
colectivo perdido, y la necesidad de imágenes que representen el desamparo.



En medio de la plaza que solía llevar su nombre, sentado arriba de su
caballo Diamante, se erige el comandante Manuel Baquedano. Allí está,
inmóvil, desde que en 1928 el presidente Carlos Ibáñez inaugurara su
estatua. Hoy, esa explanada fundamental de Santiago de Chile, que ha sido
desde hace décadas el centro de protestas y celebraciones, lleva otro
nombre. Al menos así la reconocen los chilenos desde el estallido social: el
espacio donde está Baquedano —rayado, pintado, intervenido— es ahora la
Plaza de la Dignidad.



Otras estatuas, como algunas de las que custodian el frontis de la
Universidad Católica a pocas cuadras de allí, ya no están. La institución
decidió retirarlas para protegerlas, y así lo hizo también la Municipalidad
de Providencia, comuna que comienza en el límite de la plaza. Lo que temen
las autoridades es que les pase lo que le ocurrió a otras estatuas en
diferentes rincones del país, de forma simultánea.



Fue el caso de Pedro de Valdivia, el militar español que lideró la Conquista
y fundó un puñado de ciudades, entre ellas Santiago, además de encabezar la
guerra contra los mapuche, el pueblo originario que estaba allí antes de su
llegada. El pasado 29 de octubre, 11 días después del inicio de la crisis,
su estatua fue derribada en la ciudad de Temuco, capital de La Araucanía, la
región que todavía concentra la mayor cantidad de habitantes mapuche.



A pocos metros, los manifestantes le arrancaron la cabeza al busto del
militar Dagoberto Godoy para colgarla de las manos del monumento a
Caupolicán, el toqui mapuche que dirigió la resistencia durante el mismo
periodo y que fue asesinado por los españoles por empalamiento. En su otro
brazo se alzaba la Wenufoye, bandera que el Consejo de Todas las Tierras
confeccionó para representar a la nación mapuche.



También sufrió Cornelio Saavedra, el que ideó el proceso de sometimiento de
los araucanos, una sangrienta campaña que quedó en la historia con el nombre
de “pacificación”. En Collipulli, un pueblo que en mapudungún significa
“Tierras Coloradas”, su busto recibió un combo de acero.



“No fue destruir por mero vandalismo: fue una destrucción un poco
revolucionaria, simbólica, muy parecida a cuando le cortan la cabeza a un
rey”, explica la historiadora María José Cumplido. Los ataques, dice, no
eran “porque sí”. “Había una conciencia de lo que significaba y de las
implicancias que tenía. Son figuras que han sido parte de la élite, que ha
pactado, destruido y financiado la historia de todos los mestizos chilenos”.

El fenómeno se dio con fuerza al inicio de la crisis social que atraviesa el
país desde el pasado 18 de octubre, y que ha sido descrito como el estallido
de una olla de desigualdad que acumuló presión por años. Las acciones
dejaron en evidencia una distancia entre la ciudadanía y las figuras que le
fueron designadas para decorar sus espacios, para rendirles honor.

“Hay una reflexión sobre quiénes son héroes y dignos de estar en este país
que estamos repensando”, agrega Cumplido. “Cuando le cambian el nombre a la
plaza por Dignidad, le dan otro sentido. En ese espacio, Baquedano ya no
tiene cabida. Se ha dicho que fue vandalismo, pero el patrimonio no es solo
valioso porque sea antiguo, sino porque explica cómo se constituye el
presente y qué es lo que valoramos hoy. Esas figuras, al final, son
hostiles”, dice. También asegura que “la historia, a veces, se reescribe”.



Una crisis de representación



“Efectivamente, el estallido social puso en juego mucho más que solamente un
reclamo económico por la distribución de la riqueza: también se hizo con la
representación de quiénes somos, cuál es nuestra identidad”, afirma Carolina
Aguilera, investigadora adjunta del Centro de Estudios de Conflicto y
Cohesión Social (COES). La socióloga, que tiene un doctorado en Estudios
Urbanos, se especializa en los espacios de memoria.

“Efectivamente, el estallido social puso en juego mucho más que solamente un
reclamo económico por la distribución de la riqueza: también se hizo con la
representación de quiénes somos, cuál es nuestra identidad”, afirma Carolina
Aguilera, investigadora adjunta del Centro de Estudios de Conflicto y
Cohesión Social.



Lo que está pasando, asegura, es el restablecimiento de un vínculo social
que se había esfumado. “El modelo neoliberal no solamente habla de cómo se
realiza la economía, sino que también de cómo el modelo de mercado termina
reemplazando los vínculos sociales. La crisis también es una búsqueda de un
nosotros, de un sentir colectivo que se perdió en estos años”, explica.



Para alcanzar esa identidad colectiva, dice, es imprescindible tener una
“historia compartida”. “Ahí es donde aparece la historia de este pueblo que
ha sido una y otra vez mancillado y abusado, un legítimo nosotros. Esta
historia corta que nos cuentan de la dictadura y la transición, es más bien
una historia larga, donde siempre se ha construido una dominación social a
partir de la desigualdad. Ahí es donde reemerge este sentir colectivo”,
argumenta.



Una de las cosas que le llama la atención es que la destrucción más
emblemática de monumentos ocurrió fuera de Santiago, lo que asocia a un
“reclamo regionalista” de larga data. “Una vez más se pone sobre la palestra
que Santiago no es Chile, porque uno de los problemas graves del país es la
centralización. En regiones es donde surge con mayor fuerza esta
recuperación de la historia local de un nosotros”, menciona.



Aunque las protestas comenzaron por un aumento en la tarifa del Metro de
Santiago, terminaron convertidas en un movimiento nacional. Las marchas
surgieron en Valparaíso cuando cayó sobre la capital el toque de queda, y
cuando se implementó ahí empezaron a replicarse de forma masiva en
Concepción, Antofagasta, en distintas ciudades de un país que dejó de
protestar por lo que pasaba en Santiago.



“En la base del estallido social hay una crisis de representación”, explica
Aguilera. La historiadora María José Cumplido agrega que el fenómeno “no es
nuevo”. “Es el gran problema que ha tenido la democracia en Chile desde que
existe: no hay procesos vinculantes donde las personas comunes y corrientes
podamos dar nuestra opinión sobre distintos temas. Nuestra participación en
la democracia es solamente votar cada cuatro años”, dice.

Por eso, asegura, al mirar la historia de Chile se pueden identificar
protestas similares. “Las hubo antes por el alza del transporte —la
revolución de la 'chaucha' en 1949— o por el aumento del precio de la carne.
Uno se pregunta por qué, cada cierto tiempo, volvemos a lo mismo. Es un
problema que tiene que ser revisado, porque llevamos más de cien años con
él”, afirma.



Eso que describe lo ve también en el espacio público: “Nunca ha existido una
discusión media donde se pueda decidir qué queremos celebrar, reconocer o
qué nos hace sentido. Tampoco qué estatuas queremos. Es muy autoritaria la
forma en que la ciudad nos cuenta cierta historia”.



El perro negro



El 15 de noviembre se convirtió en una fecha clave en el proceso chileno. En
la madrugada, todos los partidos del espectro político acordaron habilitar
un proceso constituyente que abriera la opción a la ciudadanía de reemplazar
la actual Constitución, escrita en dictadura y reformada en sucesivos
gobiernos, por una redactada por representantes de su preferencia.



Ese día, la estatua de Baquedano amaneció en medio de un manto blanco. Un
grupo de personas se organizaron para comprar metros y metros de tela blanca
y la pusieron sobre la explanada. Encima se leía “paz”. Cuando vio las
fotos, el artista visual y museólogo Marcel Solá lo sintió como una
bofetada.



“Habían pisoteado a muchas personas, había muertos en batalla, heridos,
mutilados, torturados”, relata Solá. En febrero, el Instituto Nacional de
Derechos Humanos contabilizó más de 10 mil detenciones, 951 querellas por
torturas y tratos crueles, 195 por violencia sexual y 445 traumas oculares,
un triste récord mundial. “No era el momento de llamar a la paz, porque no
había justicia”, dice.



Por eso decidió que ese mismo viernes entregaría a las calles su proyecto
más reciente: una estatua-homenaje de 3,3 metros de altura, fabricada en
fierro, plástico y papel, que tiene la forma de un perro negro con un
pañuelo rojo al cuello. La imagen del animal, conocido como Negro Matapacos
—“pacos” es una manera informal de referirse a la fuerza policial en Chile—,
se había convertido ya en un ícono del movimiento: aparecía en pancartas,
gritos y rayados en las paredes.



Solá no sabe si conoció al Negro. “No tengo la certeza de que fuera alguno
de los perros que yo vi en las marchas del 2011, a las que asistí muchas
veces para acompañar a mi hijo. Ahí se escuchaba que gritaban 'mira, ahí va
el Matapacos', pero ya a esas alturas había varios perros con pañuelos y no
era fácil de identificar”, recuerda.



Era lo que en Chile se conoce como “quiltro” —que en mapudungún significa
“perro”—: un animal sin dueño, sin una raza determinada, acostumbrado a
vivir en la calle. El Negro, eso sí, tenía un techo cerca del barrio
universitario, y solía salir de su casa los jueves, cuando sentía el ruido
de las marchas.



“Ya estoy resignada a lo que le pase. Sé que va a morir en su ley, porque a
él le gusta pelear contra el guanaco (carro lanza agua) y todos sabemos que
ellos (la policía), si tienen que pasar por encima de él, lo van hacer.
Además que le deben tener un odio que te lo encargo”, decía al semanal The
Clinic María Campos en 2012. Había conocido al perro en un paseo peatonal y
con el tiempo lo llevó a vivir a su casa.



El Negro fue un participante recurrente de las movilizaciones universitarias
y existen registros de él ladrándole a la policía, mostrándole los dientes,
atacando. Por eso se ganó su nombre, y por eso se convirtió, de a poco, en
un signo de resistencia. Entonces lo conocían principalmente los
estudiantes, pero su figura empezó a trascender. A partir del estallido, dos
años después de su muerte, se hizo protagonista.



Resistir desde el abandono



Solá empezó a construir al Negro en junio, meses antes del comienzo de la
crisis. Ya desde 2013 recopilaba material referente a su figura y tenía
planeado hacer una exposición. “Una vez iniciado el estallido, con mayor
razón sentí que tenía que sacar la figura, pero ya en otro sentido: pensando
en lo que simboliza para el movimiento, para las demandas sociales”, dice.



Hoy, el perro simboliza muchas cosas. “Es la expresión del afecto y el
compromiso desinteresado, de la lealtad sin interés económico ni en favor
del bienestar personal. Él responde a un acto natural e instintivo de
proteger a quien le expresa afecto, y el quiltro de la calle tiene esa
analogía con el que ha sido abandonado”, explica.



“El quiltro nos representa justamente a partir del abandono: son maltratados
permanentemente, están sumidos en la indiferencia, son discriminados. Todos
nosotros somos quiltros, unos más que otros, pero nos representa desde
antes. Es un tema identitario muy arraigado en Chile”, profundiza.



Los quiltros han sido utilizados en campañas publicitarias e incluso una
marca de alimento para perros tiene un producto especializado para ellos. Su
figura tiene una dualidad positiva: “El quiltro tiene esa viveza, tiene
calle y cancha, experiencia. El quiltro es 'pillo' —en Chile, astuto— y sabe
cómo comportarse en contextos urbanos para resistir y sobrevivir”.



El Negro de Solá apareció ese 15 de noviembre en una plaza que está al
costado de la estación de metro Salvador, en Providencia, muy cerca de la
rebautizada Plaza de la Dignidad. “Es lo que el perrito está llamado a ser”,
dice. Cada viernes a partir de ese día, cuando los manifestantes se
congregaban en el centro y avanzaban por la Alameda, lo llevaban en andas,
casi en procesión. Era parte de las postales de la protesta.



Pero así como hay quienes lo visitan y le sacan fotos, también están los
detractores. Casi dos semanas después de su aparición, la estatua amaneció
pintada de verde. Antes de que Solá llegara a arreglarlo, un graffitero se
encargó de devolverle su color original. Después la situación empeoró. Solá
no estaba en Santiago la mañana en que recibió las fotos de su obra quemada,
reducida a la estructura de fierro. Le pidió a alguien que lo rescatara,
pero le dijeron que no se podía. “No vas a creer lo que está pasando: la
gente lo está vistiendo con vida”, le contaron.



El perro no estaba solo. Hasta la plaza habían llegado decenas de personas
que le llevaron flores y construyeron a su alrededor una especie de animita.
Pronto notaron que el soporte de fierro podía servir como sostén para las
ofrendas. A las pocas horas, circulaba por redes sociales una nueva versión
del Negro, esta vez verde y lleno de pétalos. Un mensaje se repitió junto a
la imagen: “Las ideas son a prueba de fuego”.



Los nuevos héroes



En su figura, Carolina Garrido ve un significado más profundo. “Se refleja
la crisis de representación. Las personas no confían en los políticos, ni en
el Congreso, ni en los parlamentarios, ni en los partidos”, dice. En la
medición más reciente del Centro de Estudios Públicos, se reveló que el
Gobierno tiene un respaldo de 6%, el Congreso Nacional registra 3% y los
partidos políticos apenas 2%.



“Una de las características de esta movilización y que la hace diferente a
todas las anteriores es que aquí ya no hay líderes que la representen”,
explica. Cumplido concuerda con el diagnóstico. “Hay una deslegitimación tal
que ya no hay héroes. En 2011, para el movimiento estudiantil, había cierta
esperanza en los dirigentes como Giorgio Jackson, Camila Vallejo o Gabriel
Boric. Ahora que son diputados, pareciera que o se han demorado mucho o
entraron en el juego de la política”, comenta.



Una década después, los analistas coinciden en que la confianza en los seres
humanos parece perdida. “La esperanza ahora está dada por lo que emerge
popularmente, que es justamente la figura del quiltro, o la historia del
Pikachu —una madre que se disfraza del personaje de Pokémon en las marchas—
o la del Spiderman —un reconocido bailarín callejero—, que tienen una épica
distinta, más comunitaria, menos personalista”, afirma la historiadora.
“Ante esta traición o lentitud de los héroes en los que confiaste en tiempos
pasados, hay una esperanza en el anonimato y en elegir a tus propios
héroes”.



La última vez que la Plaza de la Dignidad estuvo repleta fue el 8 de marzo,
cuando dos millones de personas se juntaron alrededor del monumento. Ese
día, una mujer encapuchada con el torso descubierto se sentó a horcajadas en
la estatua de Baquedano, tapándolo, y desde ahí ondeó, durante toda la
jornada, una bandera negra. La llamaron “la diosa de la Dignidad”. Ese día,
había en Chile ocho casos de covid-19 y faltaban todavía diez días para que
el presidente Piñera decretara estado de catástrofe por la pandemia.



Al mismo tiempo en que empezaba el estado de excepción constitucional, ese
19 de marzo, una cuadrilla gubernamental comenzaba a trabajar en la
“recuperación y limpieza” de la estatua de Baquedano. La base del monumento
fue pintada de ocre, pero al día siguiente volvió a amanecer rayada. Ese
viernes 20 de marzo, justo antes de que comenzaran las primeras cuarentenas,
fue el último día en que manifestantes llegaron hasta la plaza: fueron 30
personas y 12 quedaron detenidas.



Tres semanas después, la estatua de Baquedano recibió la visita del
presidente, quien se detuvo en la plaza un domingo para tomarse una foto
frente al monumento mientras para los habitantes de Santiago regía la
prohibición de salir de sus casas. Las imágenes generaron molestia y rabia,
y Piñera tuvo que pedir disculpas. “Si pudiera volver atrás, no me habría
bajado”, dijo, aunque también agregó que “nadie es dueño” de la plaza. “Hay
algunos que creen que ellos pueden decir quién puede y quién no puede
estar”, acusó.



En medio de la pandemia, el Negro Matapacos aparece solo en redes sociales.
Ahí, Solá sube fotos del perro tras su último atentado y aclara que está
respetando la cuarentena. “Caerá mil veces y se levantará mil y una vez, al
igual que el pueblo”, le escriben. “Es nuestro símbolo de lucha, y aunque lo
quemen y destruyan lo tenemos en nuestro corazón, ropa, pañuelos,
bicicletas, en el auto y en cada perro callejero que nos acompaña en la
lucha”, le dicen también.



Desde los apartamentos donde los ciudadanos hacen sonar sus cacerolas en
medio del confinamiento, a veces suena también “El baile de los que sobran”,
la canción de Los Prisioneros que data de la dictadura pero que se volvió a
convertir en un himno. En el tema, al comienzo de los acordes, se escuchan
los ladridos de un perro. A los chilenos les gusta decir que es él.



* Consuelo Ferrer es una periodista chilena nacida en la comuna de Chillán,
con interés en temas de feminismo, política y sociedad. Cofundadora de
Patriarcado News, plataforma que denuncia el machismo en la prensa.

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