Líbano/ La explosión en Beirut no ha hecho temblar a la clase política libanesa [Gilbert Achcar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Ago 27 13:29:34 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

27 de agosto 2020

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Líbano



La explosión en Beirut no ha hecho temblar a la clase política libanesa



Gilbert Achcar *

Liberation, 25-8-202

https://www.liberation.fr/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

https://vientosur.info/



La tremenda explosión que sacudió el Líbano y mucho más allá el 4 de agosto,
provocando cerca de 200 muertes, hiriendo a más de 6.000 personas y dejando
a unas 300.000 sin hogar, es sin duda un importante punto de inflexión en la
historia del país, ciertamente tan importante, si no más, como la explosión
mucho más débil (una tonelada de TNT contra 1.200 toneladas) que mató al ex
primer ministro Rafic Hariri y otras 21 personas el 14 de febrero de 2005.



Ha habido que esperar quince años para que el Tribunal Especial de las
Naciones Unidas para el Líbano dictara un veredicto sobre este espantoso
ataque al que muchos comentaristas han comparado con la montaña de Esopo que
dio a luz a un ratón. Con este antecedente, no podemos esperar que en un
futuro previsible se arroje luz sobre las causas y circunstancias de la
impresionante explosión en el puerto de Beirut. Sin embargo, ya se pueden
sacar algunas conclusiones sobre esta tan traumática tragedia.



Toda la clase dirigente libanesa es culpable



La primera es que, independientemente de las circunstancias particulares de
la explosión, ya sea accidental o deliberada, provocada por una primera
explosión en un depósito de armas adyacente o simplemente de fuegos
artificiales, la responsabilidad de abandonar 2.750 toneladas de nitrato de
amonio altamente explosivo almacenado en el corazón de una ciudad durante
seis años incumbe a toda la clase dirigente libanesa. Las y los más
responsables son sin duda quienes encabezaban el ejecutivo y se suponía que
debían velar por la seguridad del país, incluida la del puerto. Presidentes
de la república, primeros ministros, ministros de transporte, jefes de los
principales aparatos de seguridad y administradores de puertos también son
culpables. La lista incluye tanto a las y los responsables del Estado
libanés oficial como a los del Estado paralelo que constituye en Líbano
Hezbolá, del que se sabe que vigila de cerca el aeropuerto y el puerto de
Beirut y los utiliza según le conviene.



Esta misma lógica se aplica aún más obviamente al hundimiento de la economía
libanesa, cuyo período de corresponsabilidad es mucho más largo que seis
años. Han pasado treinta años desde que el país se embarcó en el camino de
la “reconstrucción” después de quince años de guerra civil e internacional y
en un contexto mundial dominado por el neoliberalismo.



Antes de 1975, año en que comenzó la guerra, Líbano ya tenía fama de ser uno
de los paraísos fiscales del planeta: un país de capitalismo salvaje, cuyo
secreto bancario y ventajas fiscales lo hacían ideal para el blanqueo de
dinero sucio, fuga de capitales y todo tipo de tráficos en un entorno
regional de estados dictatoriales, comenzando por la vecina Siria. La guerra
terminó tras un acuerdo político y constitucional alcanzado en 1989 entre
las facciones libanesas bajo los auspicios conjuntos de la monarquía saudí,
apoyada por Washington, y el régimen sirio. Lo confirmó al año siguiente la
participación de este último en la coalición liderada por Estados Unidos en
la primera guerra internacional contra Irak.



La entente sirio-saudí



Durante una docena de años, el Líbano se gobernó bajo la égida de esta
entente sirio-saudí: representante oficioso del poder saudí, Rafic Hariri
actuó en estrecha colaboración con Ghazi Kanaan, el todopoderoso jefe de los
servicios de inteligencia sirios en el Líbano. La entente expiró con la
segunda guerra librada por Washington contra Irak y la ocupación de este
país en 2003. Mientras que el régimen baasista en Siria pudo participar en
una guerra destinada a expulsar de Kuwait a las tropas de su hermano
enemigo, el régimen baasista de Irak, que había invadido el emirato en
agosto de 1990, no podía aprobar una guerra que tuviera como objetivo la
ocupación de Irak y el derrocamiento de su régimen. Esto provocó el final de
la entente sirio-saudí y llevó a Washington a ejercer presión para la
retirada de las tropas sirias del Líbano, en particular mediante la
resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU adoptada en 2004 (con la
abstención de Rusia y de China).



El asesinato de Hariri desató una enorme ola de ira popular que obligó a
Damasco a retirar sus tropas del Líbano. No obstante, el régimen sirio
siguió moviendo los hilos en el país a través de una triple alianza formada
por su antiguo cliente Amal, el movimiento confesional chií liderado por
Nabih Berri, presidente vitalicio del Parlamento libanés (ocupa este cargo
desde 1992), Hezbolá, el agente libanés de su aliado regional, el régimen
iraní, y Michel Aoun, su ex enemigo jurado que había proclamado una “guerra
de liberación” contra las tropas sirias en 1989 y luego encontró refugio en
Francia, de donde regresó en 2005 antes de su espectacular giro político al
año siguiente.



Durante los últimos quince años, Líbano ha experimentado fundamentalmente
una renovación de su gobierno conjunto sirio-saudí, reemplazando Saad Hariri
a su padre y colaborando con la triple alianza, y la continuación de la
misma política económica con consecuencias desastrosas. La guerra en Siria
desde la Primavera Árabe de 2011 ha provocado un debilitamiento considerable
de Damasco y un aumento considerable del papel de Teherán y de su
representante libanés, mientras que la influencia de Irán ha crecido
considerablemente en toda la región y en la propia Siria. Una consecuencia
de este cambio en el equilibrio de poder fue la elección de Michel Aoun como
presidente de la República en 2016. La lamentable tentativa del príncipe
heredero saudí de forzar a Hariri a poner fin a su colaboración con los
partidarios de Irán era una reacción torpe a este cariz de los
acontecimientos.



Los bancos y sus acuerdos dudosos



No obstante, de todo lo anterior se desprende que la responsabilidad del
hundimiento de la economía libanesa que comenzó el año pasado recae en toda
la gama de miembros de la clase dirigente libanesa que han ocupado cargos
gubernamentales desde el final de la guerra, hace treinta años, tanto como
le corresponde al sector bancario con el que estaban íntimamente
involucrados y con el que se han empapado en todo tipo de arreglos dudosos.



No hay mejor encarnación de esta connivencia que Riad Salamé, gobernador del
Banco Central desde 1992 hasta el día de hoy. Esta responsabilidad
evidentemente compartida se refleja en la famosa consigna central del
levantamiento popular que comenzó el 17 de octubre del año pasado: “¡Todos
quiere decir todos!” Esta consigna no fue solo un desafío al tradicional
sofocamiento de la protesta social por parte de la clase dominante mediante
el avivamiento de las divisiones político-confesionales; también expresaba
una aguda conciencia de que la clase dominante en su conjunto está
irremediablemente podrida.



Con la ira popular en su paroxismo por la reciente explosión en Beirut,
mucha gente en el Líbano ha esperado que de algo malo pudiera resultar algo
bueno. Mucha gente creía que la tragedia impondría a la clase dominante dos
demandas principales del levantamiento de octubre: un gobierno de expertos
genuinamente independiente de la clase política libanesa y nuevas elecciones
sobre la base de una nueva ley electoral. La esperanza era que una fuerte
presión internacional impondría la realización de estas demandas y
proporcionara un contrapeso suficiente para permitir que un nuevo gobierno
se liberara de la influencia de la clase dirigente tradicional.



El mantenimiento de la coalición Hariri-Hezbolá



La visita de Emmanuel Macron a Beirut dos días después de la explosión llevó
esta expectativa a su punto álgido. El que un líder extranjero se hubiera
atrevido a visitar una ciudad y a mezclarse con su gente poco después del
desastre, dio que pensar a mucha gente, olvidando que el presidente francés
en problemas en su propio país se estaba permitiendo así una buena sesión de
fotos. Sin embargo, el asunto se aclaró pronto: la política de Emmanuel
Macron en Oriente Medio ha consistido en plantearse constantemente como
mediador entre Estados Unidos e Irán (donde los círculos empresariales
franceses tienen importantes proyectos). Un momento crucial en esta política
fue el fallido intento en 2019, en la cumbre del G7 en Biarritz, de
organizar una reunión entre Donald Trump y el ministro de Relaciones
Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif.



La lógica de esta posición con respecto al Líbano es que Emmanuel Macron ha
actuado sistemáticamente para mantener en pie el gobierno de coalición
Hariri-Hezbolá. Por eso intervino con decisión para permitir el regreso a
Beirut de un Saad Hariri secuestrado en Riad en 2017. Y por eso se apresuró
a defraudar la expectativa de la gente en Líbano de un gobierno
independiente y nuevas elecciones, exigiendo la reconstitución de un
gobierno de coalición. En lugar de permitir a la explosión en Beirut
convertirse en un big bang de la renovación política libanesa, Macron está
actuando para convertirla en una fuerza de vuelta hacia atrás. Ésta es una
receta segura para un mayor descontento y dificultades.



* Gilbert Achcar es profesor en la Escuela de Estudios Orientales y
Africanos (SOAS) de Londres.

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