Argentina/ El dueño de la vacuna. Hugo Sigman: de la izquierda a la farmacéutica [Alejandro Galliano/Hernán Vanoli]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Ago 27 13:31:46 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

27 de agosto 2020

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Argentina



El dueño de la vacuna



Hugo Sigman: de la izquierda a la farmacéutica



¿Quién es el empresario argentino que producirá la vacuna contra el covid-19
para América Latina? Sus lazos históricos con el Partido Comunista, su
ingreso al mundo empresarial, su mirada de la política: el perfil de un
personaje peculiar.



Alejandro Galliano/Hernán Vanoli *

Nueva Sociedad, agosto 2010

https://nuso.org/



El pasado 12 de agosto, el gobierno argentino anunció la coproducción con
México de la vacuna contra el coronavirus AZD1222, diseñada por la
Universidad de Oxford. El acuerdo permitirá fabricar 250 millones de dosis
de esta vacuna (que se encuentra ahora en fase experimental) y abastecer a
toda América Latina (excepto a Brasil) con vacunas que costarán entre 3 y 4
dólares.



Se trata de un acuerdo de transferencia de tecnología entre el laboratorio
británico AstraZeneca, dueño de la fórmula, el argentino mAbxience, que
fabricará el principio activo, y el mexicano Liomont, que se encargará de la
estabilización, fabricación y envasado. La Fundación Slim financiará todo el
proyecto. Detrás de esta trama empresarial hay dos personas: Carlos Slim, el
quinto hombre más rico del mundo, y el mucho menos conocido Hugo Sigman, el
argentino dueño de un imperio farmacológico que se extiende desde Vietnam
hasta Barcelona, desde Marruecos hasta Paraguay, desde Rusia hasta la
Patagonia argentina.



El misterio de Sigman radica en su «exterioridad interna» al capitalismo
farmacéutico: formado como psiquiatra en Argentina, progresista de pasado
comunista, amante del arte y la intelectualidad, comenzó su carrera
empresarial en Europa y nunca deja de definirse como alguien ajeno a un
mundo de los negocios que, por otra parte, maneja con maestría: aprovechando
los vacíos legales de la industria farmacológica, tejiendo alianzas con el
Estado y rentabilizando de una u otra manera sus variados mecenazgos.



La acumulación originaria



La historia de Sigman es inseparable de la de su esposa y socia, Silvia
Gold. Doctora en Bioquímica, es hija de Roberto Gold, dueño de los
laboratorios Sintyal y miembro del «directorio» del Partido Comunista
Argentino (PCA), una comisión auxiliar creada en la década de 1940 para
financiar al partido (tal como lo indica Isidoro Gilbert en su libro El oro
de Moscú). Sus integrantes eran empresarios no afiliados como el propio
Gold, Samuel Sivak o José Ber Gelbard, quien llegaría a ser ministro de
Economía del tercer gobierno de Juan Perón en 1974.



A través del «directorio», el PCA, que fracasó como partido revolucionario,
tuvo un éxito notable como empresa capitalista: llegó a controlar
constructoras, agencias publicitarias, la embotelladora de Coca Cola y
ChemotécnicaSintyal, adquirida por Gold en 1959. Luego del golpe de Estado
de 1976, el grupo se desbandó y muchas de las empresas pasaron a estar bajo
control de sus propios miembros. Gold se asentó en Barcelona y se asoció con
capitales italianos en una nueva farmoquímica. Luego llegaron su hija y el
esposo, Hugo Sigman, un bohemio psiquiatra becado. «Aquella decepción
inicial con la que llegué a España después de haber tenido que dejar mi país
me facilitó el cambio de mentalidad. Fue decisiva la inteligencia de mi
suegro, que me llevó de la mano lentamente, sin que yo me diera cuenta. Yo
creo que él pensaba en su hija, en sus nietos y se diría: 'Este, como
psiquiatra, ¿qué futuro tiene?'. Con preocupación de padre me fue llevando
sin que yo me diera cuenta, tranquilamente, hacia la actividad empresarial»,
aseguró en el libro Los que dejan huella: 20 historias de éxito empresarial.



Gold les propuso a su hija y a su yerno colocar en el mercado europeo los
principios activos que él desarrollaba. Un medicamento está compuesto por
dos tipos de sustancia: los excipientes, que ayudan a la absorción pero no
provocan efectos medicinales, y los principios activos o API (ingredientes
farmacéuticos activos), que son los que permiten prevenir, tratar o curar.
En 1977, Sigman y Silvia Gold fundaron Chemo, la empresa española dedicada a
la comercialización de API. En 1984 pasaron a la producción y adquirieron
Industriale Chimica, una pequeña fábrica en Italia.



El mercado farmacéutico no era amigable, pero Sigman confiaba en su mirada
no empresarial: «Nos diferenciamos de los demás porque los bróker
tradicionales eran comerciantes sin formación científica (…) me entusiasmaba
la idea de adelantarme a las prácticas estrictamente comerciales y tratar de
ver con años de anticipación los productos que podrían necesitarse en el
mercado».



Sin embargo, la suerte empresaria de Sigman conoce otras causas. Una es el
padrinazgo de Gold, quien les prestó su prestigio y contactos farmacéuticos
en Europa y Sudamérica. Algunos iban más allá de la cortina de hierro: los
lazos de Gold con el PCA le dieron a Sigman acceso a laboratorios de Cuba,
China y la Unión Soviética.



Otra causa la relata el propio Sigman: «Hasta 1978 Italia no tuvo una ley de
patentes. Italia era en esa época el gran suministrador mundial de materias
primas para la industria farmacéutica (…) Al implantar Italia la Ley de
Patentes en 1978, España, sin norma de patentes, pasa a ocupar el lugar que
Italia tenía hasta ese momento. Y nosotros estábamos en España…». Sigman
operaba sobre los vacíos legales de una Europa que se unificaba muy
lentamente, como más adelante hará con los laboratorios de China y el
ex-bloque oriental. Esa práctica lo vincula, pese a su «mirada no
empresarial», a una de las más arraigadas prácticas del capitalismo
farmacéutico argentino.



El capital que no teme al vacío



La industria farmacéutica argentina se desarrolló de manera casi salvaje,
antes que el resto de la industria local, en un estado de vacío legal casi
constante. A fines del siglo XIX se asentaron en el país distribuidores
europeos de medicamentos que pronto comenzaron a producir. Así empezaron
algunas de las dinastías que aún hoy controlan el mercado, como Bagó o
Roemmers. Bajo un marco legal mínimo, los laboratorios consolidaron una
posición de mercado dominante, que a lo largo de todo el siglo XX supieron
defender de cada intento gubernamental de regulación. Tan tarde como en
1992, y ante la epidemia de cólera, que afectó sobre todo al noroeste del
país, se creó un ente destinado a regular la producción y distribución de
medicamentos: la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y
Tecnología Médica (ANMAT).



Hoy el mercado farmacéutico argentino es un enclave asimétrico y
cartelizado, con fuerte presencia de capitales locales: 20 laboratorios (de
los cuales 13 son nacionales) que concentran 67% de la facturación total
pero participan modestamente del crecimiento económico (1% del PIB, 6% del
sector industrial), en parte debido a su carácter de punta (empleo
calificado, capital intensivo), que aísla al sector de su entorno
subdesarrollado; en parte, debido a su deficitaria dependencia de insumos
importados.



Uno de los vacíos legales que más duramente defendieron los laboratorios fue
su negativa a pagar patentes por el uso de fórmulas extranjeras, pese a los
reclamos de laboratorios e incluso gobiernos de otros países. Recién en 1995
fue aprobada una ley de patentes y aun así los laboratorios nacionales
pudieron prorrogarla por cinco años, mantener el control del mercado interno
y forzar a los laboratorios internacionales a importar directamente o a
dedicarse a vender patentes.



En ese mercado salvaje desembarcó Sigman a la vuelta de su exilio, durante
las reformas neoliberales de los años 90. Asociado con la familia Sielecki
(de laboratorios Phoenix) y al resto de la familia Gold (de Sintyal),
adquirió Elea, una empresa especializada en productos hormonales de alta
complejidad, que desde entonces provee a compañías como Merck, Pfizer y
AstraZeneca.



La campaña antiaftosa de 1994 fue la siguiente oportunidad de Sigman para
formar un consorcio. La fiebre aftosa asolaba al ganado de la región desde
principios del siglo XX, con grandes epidemias locales en 1942 y 1966. A
fines de los años 70 se optó por reemplazar las vacunas tradicionales por
otras de tipo oleoso, que fueron obligatorias a partir de 1994. Para
fabricar la nueva vacuna, los laboratorios debieron encarar una costosa
reconversión. Chemotécnica Sintyal se fusionó con Biogénesis y dio a luz
Biogénesis Sintyal, que pronto exportó la vacuna a toda la región.



En 1998 murió Roberto Gold. La empresa de Hugo y Silvia había alcanzado la
mayoría de edad. Era hora de saltar al mundo.



La metástasis de un imperio



«Siempre tuve la convicción de querer tener una empresa internacional. No
tenía el dinero para que lo sea», aseguró Sigman en su día. En 1986 Chemo
adquirió Química Sintética de España, su primera planta aprobada por la Food
and Drug Administration de Estados Unidos, que les daba acceso al mercado de
ese país. Al año siguiente, el grupo empezó a operar en China, que
atravesaba un momento crítico de sus reformas económicas. Pero fue recién en
el nuevo milenio cuando Sigman se globalizó.



Entre 2003 y 2015 Chemo se lanzó a un raid de adquisiciones en Brasil,
México, Rusia, Estados Unidos, Marruecos y Turquía, además de la formación
de consorcios regionales como Altian (América Central), Ladee Pharma (Europa
Central), Gold Pharma (China) y Exeltis (India), la marca que desde entonces
engloba a toda la red de empresas y su centro de investigación, el Ladee
Pharma Research Institute, centrado en la salud femenina.



En medio de ese despliegue, Biogénesis Sintyal se fusionó con Bagó y nació
Biogénesis Bagó, un ciclópeo trust de biotecnología y sanidad animal,
habilitado para exportar a Europa y Estados Unidos, a los que provee de
antígenos. En 2009 la planta de Biogénesis Bagó, con un predio de 10.000
metros cuadrados en Garín, al norte de la provincia de Buenos Aires, fue
incluida entre los 300 lugares del mundo que el Departamento de Estado de
Estados Unidos debía proteger de un ataque terrorista. En 2013 Biogénesis se
asoció a la china Hile Biotechnology en una joint-venture que provee al
gobierno chino de 90% de las vacunas antiaftosa.



Hoy Chemo tiene 5.000 profesionales en más de 12 centros de alto rendimiento
en Investigación y Desarrollo que proveen a una red de fabricación propia
con puntos de contacto comercial en más de 95 países. «Siempre quise que mis
hijos conocieran otras culturas. A casa venían hindúes, chinos, asiáticos…».
La periferia es el espacio vital de Chemo: América Latina, Oriente Medio,
Sudeste asiático y la ex-Unión Soviética. La marginalidad que Sigman se
atribuye en el mundo de los negocios se tradujo en su predilección por hacer
negocios en los márgenes del mundo.



mAbxience: el reseteo biotecnológico



«Si me voy ahora, me voy, porque si me quedo, no vamos a trabajar bien,
tendremos conflictos, porque vos tenés tu estilo y yo el mío, vos tenés una
formación y yo la mía... ¡Así que me voy!». El que habla es Hugo Sigman. El
que escucha es Leandro, su hijo. Había empezado a trabajar para su padre
durante la adolescencia, como visitador médico, usando otro apellido. Se
formó como economista y llegó a CEO de Chemo Group España. El choque
generacional fue inevitable.«A pesar de mi voluntad, los primeros años no
fui capaz de retirarme totalmente –admitió Hugo más tarde– y, consciente o
inconscientemente, no llegué a renunciar del todo. Se produjeron algunos
cortocircuitos con Leandro por culpa mía».



En 2007, el patriarca por fin se retiró de Chemo y concentró su energía en
otro rincón del capitalismo farmacéutico: la compra y capitalización de
pequeños emprendimiento biotecnológicos, un nuevo vacío legal en donde
innovar: «Las agencias de regulación todavía están confundidas respecto a
los productos biotecnológicos».



Los fármacos biológicos son sustancias medicinales producidas a partir de
seres vivos: una hormona, una enzima o un anticuerpo monoclonal. Se emplean
para tratar enfermedades complejas y su costo es muy elevado. «Los productos
biotecnológicos son pocas unidades a altísimo precio y son de uso perentorio
para enfermedades donde el paciente se juega la vida», dice Sigman. Un
biosimilar en un clon de un fármaco biológico. Su costo es sensiblemente
menor y su mercado, prometedor: hoy representan 15% del mercado mundial de
medicamentos, más de 600.000 millones de dólares, y se prevé que lleguen a
ser 25% en los próximos diez años, especialmente por la expiración de
patentes.



En 2009 Sigman creó mAbxience, una división de Chemo especializada en
anticuerpos monoclonales, o mAbs, biosimilares empleados para neutralizar
objetos extraños como tumores. En 2012 inauguró la planta piloto en Munro,
viejo polo industrial semiabandonado al norte de la provincia de Buenos
Aires. La empresa pronto hizo acuerdos con laboratorios de Rusia, Irán,
Turquía y el Sudeste asiático.



Las aventuras biotecnológicas de Sigman en América conocen dos hitos. El
primero es el desarrollo de una vacuna para tratar el cáncer de pulmón. Un
proyecto que Sigman comenzó a mediados de la década de 1990 en Cuba, con el
desarrollo del antígeno NgcCM3, y culminó en 2013 con la presentación de
Racotumomab, la primera vacuna que logra cronificar el cáncer pulmonar,
transformando un mal mortífero en una enfermedad tratable, como la diabetes
o la hipertensión. Los 18 años de investigación y desarrollo involucraron a
las empresas de Sigman, universidades nacionales, centros de investigación
cubanos y argentinos (incluyendo al Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas de Argentina) y el respaldo de dos ministerios.



El segundo hito fue la creación de Sinergium Biotech. Durante la pandemia de
gripe A H1N1 de 2009, Sigman le propuso al gobierno argentino, a través del
entonces ministro de Salud Juan Manzur, un proyecto de transferencia de
tecnologías farmacéuticas a cambio de la concesión de un monopolio
provisorio, inspirado en un proyecto similar del gobierno brasileño. La
licitación se presentó privilegiando a Sigman como «autor de la iniciativa»,
con el compromiso de adquirir todas las vacunas producidas. El acuerdo se
hizo con la multinacional Novartis, que tendría un monopolio de tres años
sobre la vacuna antigripal, mientras transfería la tecnología a Elea y
Biogénesis Bagó, a través de una empresa creada a tal fin: Sinergium
Biotech. Pasados los tres años, Sinergium sería la fabricante exclusiva.



En 2012, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desconoció a la gripe A,
como pandemia pero el negocio mundial ya estaba hecho. Sinergium siguió
operando acuerdos de transferencia de tecnología con Pfizer para la vacuna
neumocócica y con Merck & Co para la vacuna contra el papiloma, ambas
incluidas por el gobierno argentino en el calendario de vacunación
obligatorio. El mismo tipo de acuerdo que hoy alcanzó con AstraZeneca para
la producción de la vacuna contra el covid-19.



Coleccionista y mecenas



En oposición a buena parte de la alta burguesía argentina, más proclive al
fútbol, el turismo de alta gama y la evasión fiscal, Hugo Sigman profesa una
devoción por el mundo de la cultura que lo posiciona como mecenas. Quizás
por su pasado comunista, quizás por el volumen que representan las
industrias de contenidos a escala mundial, una serie de proyectos e
iniciativas se encadenan como gemas incrustadas en su corona.



La cadena de producción de valor cultural de Sigman como mecenas empieza por
la «sustentabilidad». Más allá de poseer miles de hectáreas utilizadas por
sus empresas de ganadería bovina y ovina, agricultura y producción de madera
–su cabaña Garruchos tiene 75.000 hectáreas dedicadas a la siembra directa y
al pastoreo en San Luis, y Sigman posee más de 200.000 hectáreas dedicadas a
estos mismos fines en la Patagonia, rankeando apenas detrás de Lázaro Báez y
Luciano Benetton–, al mecenas le gusta mostrar sus emprendimientos
sustentables con valor agregado a base de diseño.



Solantu, por ejemplo, diseña, produce y exporta las materias primas tanto de
sus estancias australes como los cueros y la carne de los yacarés que se
crían en la provincia de Corrientes. Cuencos, floreros, cajas y tablas de
maderas nobles son comercializados tanto en internet como en locales
europeos de diseño. La sustentabilidad de Solantu tiene un tercer vértice:
el hotel boutique Puerto Valle, instalado sobre una estancia construida en
1868, localizado en los Esteros del Iberá, en la provincia de Corrientes.
Una construcción de tan solo 13 habitaciones, también orientada al mercado
del lujo. Galerías, pequeños livings, proximidad a las playas y oferta de
turismo ecológico, que incluye avistaje de especies en los esteros y visitas
al criadero de Yacaré Porá, una granja modelo donde se trabajan el yacaré
overo y el yacaré negro, especies locales en peligro de extinción.



En una época en que la sociedad occidental no ve con buenos ojos la matanza
de animales salvajes para producir objetos de lujo, ni la deforestación para
confeccionar habaneras que cotizan en euros, este impacto negativo es
licuado por las estrategias de sustentabilidad y el desarrollo
socioeconómico de las regiones donde intervienen. Como si esto fuera poco,
Solantu posee en su plantel a una empleada de lujo: Lucía González, hijastra
de Felipe, ex-presidente del gobierno y hombre influyente en el Partido
Socialista Obrero Español (PSOE), se encarga del marketing y la
comercialización de la firma.



El particular mecenazgo de Sigman se completa con la creación de empresas
culturales y de la producción de películas. Es dueño de la franquicia
argentina de Le Monde diplomatique y de la editorial Capital Intelectual (en
España, Clave Intelectual). En la producción audiovisual, a través de Kramer
& Sigman, produjo desde 2005 films como El perro, El último Elvis, El
pasado, Relatos salvajes y El clan, entre otras. Fue pionero en el mundo de
las revistas periodísticas progresistas con Tres Puntos y TXT. Circulan
diversos rumores sobre los motivos del cierre. El primero y el más fuerte es
que se trataba de publicaciones que iban a pérdida. Y como los
emprendimientos culturales dependen exclusivamente de su voluntad, un día
Sigman se cansó. Al cansancio habrían contribuido los frecuentes llamados de
políticos, muchos de ellos socios, amigos o conocidos suyos a lo largo de su
ajetreada historia empresaria.



Esto no logró que Sigman dejase de disfrutar de rodearse de figuras del
mundo de la cultura, un puñado de elegidos para frecuentar su cuartel del
palacio Díaz Vélez, sede corporativa de Insud, el grupo que engloba sus
empresas argentinas. Una construcción de estilo francés ubicada en el Barrio
Norte porteño, forjada en 1900, con más de 1.000 metros cuadrados cubiertos
restaurados. Cerca de la entrada, el palacio posee una monumental escultura
del alemán Anselm Kiefer, uno de los artistas europeos más cotizados en la
actualidad. La colección de Sigman posee también obras de Guillermo Kuitca,
Jorge de la Vega, Juan Carlos Distéfano; esculturas del británico Tony Cragg
y pinturas de los españoles Pablo Palazuelo, Jaume Plenza y Sevilla. Apoyó
también los envíos de Jorge Macchi y del mismo Kuitca a bienales de Venecia,
e integra el comité del Museo Nacional de Bellas Artes.



Uno de los proyectos que más entusiasmó a Sigman fue el documental sobre el
ex-presidente uruguayo José «Pepe» Mujica. Porque, cerca de los 75 años, el
mecenas aún navega en busca de su identidad. «Tratamos de armar una compañía
universal, globalizada y coherente en todas sus ramas, desde la ciencia a la
cultura. Todo se integra, no tengo contradicciones al respecto. Pero tampoco
soy un ser súper especialista en todas las ramas que tengo, sino que trabajo
con grupos humanos que me revitalizan y me permiten conocer cosas distintas.
Todavía tengo el sueño de ir armando mi propio personaje, es lo que busco en
este momento de mi vida», supo declarar.



Sigman, el pharmakon



Amigo personal de Felipe González, Sigman no pierde oportunidad de ponderar
el modelo europeo de cooperación público-privada como tercera vía entre un
socialismo que ya dejó atrás y un neoliberalismo en el que nunca confió del
todo. No se trata de una idea abstracta: el rubro farmacéutico
necesariamente se articula con las políticas sanitarias de cada Estado y
Sigman se maneja allí con la misma exterioridad interna que en todos lados,
como un antígeno extraño pero influyente en los cuerpos que habita.



Durante el conflicto por la Ley de Patentes, Sigman hizo causa común con el
proteccionismo de los laboratorios locales a pesar de ser dueño de un
laboratorio multinacional e importar los principios activos para sus
medicamentos. Sigman también fue parte de la resistencia de los laboratorios
a la Ley de Genéricos, sancionada durante la crisis de 2002, que obliga a
los médicos a recetar el medicamento genérico y no la marca, para permitirle
al paciente elegir. Para 2014, solo 25% de las recetas cumplía con la ley.



Ese mismo año, ante un aumento generalizado de los precios de los
medicamentos, la entonces presidenta argentina Cristina Fernández, quien
nunca dejó de beneficiar a Sigman con contratos y licitaciones, denunció
desde su cuenta de Twitter a Elea y Biogénesis como dos de las farmacéuticas
de mayor facturación, sin olvidar consignar el nombre de sus titulares: Hugo
Sigman, Luis Alberto Gold y la familia Sielecki (parientes políticos de su
propio canciller de entonces, Héctor Timerman).



La crisis económica obligó a Elea a pedir un procedimiento preventivo de
crisis en 2019, pese a las estrechas relaciones de Silvia Gold con el
gobierno de Mauricio Macri. Con el retorno del peronismo, Sigman inauguró
una nueva planta de mAbxience junto a la plana mayor del nuevo gobierno y
reclamó menos impuestos para los laboratorios locales.



Hasta que llegó el covid-19. Paracelso, un alquimista del siglo XV, llamaba
pharmakon a la enfermedad entendida como posible cura. El elemento externo
que el cuerpo debe incorporar. En el otoño de su vida y al frente del que
seguramente será su último consorcio farmacéutico, Sigman busca la
oportunidad para salvarnos de la peste y reivindicarse como un ser exterior
e interior al sistema, un pharmakon que invade el cuerpo social para
inmunizarlo.



* Alejandro Galliano, es docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y
colaborador habitual de las revistas Crisis, La Vanguardia y Panamá. Publicó
Los dueños del futuro. Vida y obra, secretos y mentiras de los empresarios
del siglo XXI (con Hernán Vanoli, Planeta, Buenos Aires, 2017) y ¿Por qué el
capitalismo puede soñar y nosotros no? Breve manual de las ideas de
izquierda para pensar el futuro (Siglo XXI, Buenos Aires, 2020). Hernán
Vanoli, es investigador, editor y guionista. Escribe sobre literatura,
política y tendencias culturales en la revista Crisis y coordina un espacio
de escritura creativa. Publicó ensayo, novelas, traducciones y volúmenes de
relatos. Sus últimos libros son El amor por la literatura en tiempos de
algoritmos (Siglo XXI, 2019), Los dueños del futuro (en colaboración con
Alejandro Galliano, Planeta, 2017) y Pyongyang (Random House, 2017).

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