Cuba/ "Este país no es un país de mercenarios". [Julio César Guanche - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Dic 27 15:10:28 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

27 de diciembre 2020

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Cuba



Entrevista a Julio César Guanche, intelectual cubano



“Este país no es un país de mercenarios”



Faride Zerán *

Palabra Pública, 12-12-2020

http://palabrapublica.uchile.cl/



El 27 de noviembre último (27N), centenares de jóvenes protagonizaron en La
Habana una inédita manifestación frente al Ministerio de Cultura como
reacción ante el desalojo de un grupo de huelguistas de hambre del
Movimiento San Isidro (MSI), una organización cultural que agrupa a artistas
y creadores, algunos de los cuales se congregaban en su sede en protesta por
la detención del rapero Denis Solís.



El acto, que congregó a más de 300 personas que pedían dialogar con las
autoridades, exigiendo libertad de expresión y de creación, concitó el apoyo
de figuras como la del músico Silvio Rodríguez, la presencia de cineastas
como Fernando Pérez y Ernesto Daranas, y de actores como Jorge Perugorría,
entre otros artistas e intelectuales que son parte del proceso cubano y que
esa noche manifestaron públicamente su respaldo ya sea al movimiento o a la
necesidad de dialogar.



Así, en las redes de Ernesto Daranas se podían leer frases como “el gobierno
no es la Patria, pensar diferente al gobierno no es ser un traidor a Cuba y
ceder frente a la intimidación es someterse a los intransigentes que han
frenado los cambios que el socialismo cubano ha demandado”.



Entre estos artistas e intelectuales que se enfrentaban a la intolerancia de
los burócratas de turno —o de “los burros”, como les decía en su cara el
intelectual cubano ya fallecido, Alfredo Guevara, quien les enrostraba la
frase “la revolución es lucidez”—, estaba el jurista e historiador Julio
César Guanche, 46 años, doctor en Ciencias Sociales, profesor de la
Universidad de la Habana por una década y visiting scholar y visiting
professor en Harvard University, Northwestern University (Illinois) y Max
Planck Institute for European Legal History (Frankfurt).



Guanche, quien trabajó por años en la Casa del Festival Internacional del
Nuevo Cine Latinoamericano y ha publicado varios libros, no habla desde
Miami, o desde quienes quieren derrocar al régimen cubano. Él, como tantos,
asume que la crítica, el diálogo y la defensa de todas las libertades no
pueden limitar con Miami sino con la esencia de toda revolución si de verdad
-como decía Alfredo Guevara- “la revolución es lucidez”. Le entrevistó
Faride Zerán para Palabra Pública, de la Universidad de Chile.



—En un texto publicado en tus redes sociales titulado “La Cuba de anoche”,
donde narras la manifestación frente al Ministerio de Cultura, escribes:
“tenemos la obligación moral de entender la Cuba de anoche como algo que en
ningún caso se trata de ‘una pandilla de contrarrevolucionarios haciendo
causa común con terroristas’. El que sostenga y aliente esa narrativa tiene
que saber que es culpable de proponer el escenario de futuro más horrible
que podríamos tener por delante: el que asegura el espacio de ‘nosotros’
contra los demás”. Ese deseo no se está cumpliendo, pareciera que el
Gobierno estaría cerrando filas en contra de los manifestantes y quienes los
apoyan. Desde una óptica general, ¿qué está pasando en Cuba?



La situación tiene algo de inédita y su origen puede leerse en varias
claves. El actual escenario cubano expresa el cambio generacional, social y
cultural que experimenta Cuba desde hace años. Expresa cómo la sociedad
cubana comparte problemas y promueve agendas que están interconectadas con
el entorno internacional, como lo son temas de derechos políticos y civiles,
y demandas de clase, raza y género.



Ninguno de los que estuvo el 27N frente al MINCULT nació ese día a la vida
política en Cuba, como tampoco los que protagonizaron las protestas del
Movimiento San Isidro. Se trata de sujetos emergentes que no son iguales
entre sí, pero comparten demandas que, en varios casos, son transversales.
Estas, me parece, no se pueden reducir a una sola posición de izquierda o de
derecha, y menos a la de “revolucionarios versus contrarrevolucionarios”.



Muchos de los presentes en el MINCULT estuvieron también en mayo de 2019 en
la primera marcha independiente convocada en Cuba a favor del orgullo gay.
Otros habían participado por años de un largo y problemático proceso de
negociación con el Estado cubano en torno a la libertad creativa y el
reconocimiento del cine independiente. Otros tienen militancia en
organizaciones opositoras que niegan toda legitimidad al Estado cubano.



Unificar toda esa diversidad en una sola etiqueta no arroja luz sobre la
situación.



En otros contextos, la diversidad de esas demandas ha encontrado
representación en movimientos sociales o articulaciones gremiales
autoorganizadas. Hasta el momento, todas esas formas son inexistentes en
Cuba, un país cuya política oficial se sigue manejando en términos de
partido único “de vanguardia” con el apoyo de “las organizaciones de masas”.
En ello, ese discurso entiende que “revolucionario” es primariamente el
hecho de participar de ese esquema.



Es muy peligroso unificar toda diversidad que pretenda expresarse fuera del
Estado —o en combinaciones de dentro y fuera del mismo— como contraria al
sistema político del país. Hacerlo es construir un arco “enemigo” que forme
un espectro de casi 180 grados (izquierdas, derechas y variantes de cada una
de ellas) a partir del hecho de recurrir a espacios de demanda y circulación
de discursos alternativos a los aprobados por el Estado cubano.



Por ello, entiendo que lo que está sucediendo en la isla expresa el
agotamiento, o al menos los gruesos límites, de los cauces de representación
ofrecidos por el sistema político cubano y sus instituciones. En ello,
aparece la pregunta por cuáles son las “mayorías” en Cuba, y sobre todo la
pregunta de mayorías para qué. Es un hecho que una abrumadora mayoría aprobó
la actual Constitución (2019) con el sistema socialista que consagra, pero
es difícilmente aceptable que mayorías defiendan, por ejemplo, la política
de construcción masiva de “enemigos” que, en nombre del “socialismo”, tiene
consecuencias nefastas en términos de difamación, privación de puestos de
trabajos por motivos ideológicos, recorte de derechos y exclusión política.



La actividad de la administración estadunidense para “capturar” la actual
coyuntura a su favor se inserta en la larga historia de agresiones de ese
régimen político contra Cuba y forma parte de la ecuación de análisis del
presente. De hecho, en medio de la crisis de San Isidro y del 27N, la
administración Trump ofreció grants por un valor de 1 millón de dólares para
apoyar iniciativas de la sociedad civil frente al régimen político cubano.
No es una cifra aislada: se suma a la de al menos 67 millones que en los
últimos cuatro o cinco años han sido destinados a programas orientados a
lograr la “libertad” de Cuba.



Ahora bien, el Estado y la sociedad cubanos, y todos los actores
comprometidos con la soberanía nacional, tienen el compromiso de denunciar
ese tipo de interferencia a la vez que el de reconocer la existencia de un
espacio legítimo de confrontación dentro de Cuba. Ello debe llevar a
identificar como manipulación política, de una moralidad inaceptable, el
hecho de reconducir toda crítica realizada en Cuba a la “dependencia de la
agenda imperialista”. No hacerlo forma también parte del agotamiento de los
cauces de representación ofrecidos por el sistema político cubano y sus
instituciones.



—Entonces, ¿no es una cuestión exclusivamente cultural lo que está en
discusión? ¿Qué más crees que forma parte de esta coyuntura?



La situación tiene un componente central de demandas de artistas e
intelectuales, vinculadas a exigencias de libertades de expresión y de
creación. Sin embargo, la “sentada” frente al MINCULT del 27N se comunica
también con otros problemas nacionales. Esa es una clave para entender por
qué la protesta de San Isidro, y luego la del MINCULT, se esparcieron del
modo en que lo hicieron, más allá de las diferencias entre ellas, hasta
llegar a convertirse en un tema de conversación nacional y de atención
internacional.



Entre esos problemas nacionales se encuentran las preocupaciones y las
contestaciones frente al rumbo económico tomado por el país, con el aumento
de la pobreza y la desigualdad, la enorme carestía de la vida cotidiana y la
abrumadora dificultad para resolver carencias de primeras necesidades. Esos
problemas enfrentan un amplio campo de críticas frente al ritmo de la toma
de decisiones económicas por parte del Estado y al perfil de varias de las
medidas que ha adoptado, como por ejemplo la inversión, muy
desproporcionada, en materia turística en detrimento de la inversión en
agricultura y de la producción nacional de alimentos.



Lo sucedido frente al MINCULT expresa también la toma de conciencia y la
elaboración propia de un lenguaje de derechos y de repertorios de
contestación hasta hace poco desconocidos en Cuba. Confirma el
desplazamiento de la oposición tradicional —que nunca estuvo en el centro
del escenario— y hace más visible una nueva zona crítica, parte importante
de la cual no se identifica como “disidente” —etiqueta que otorga un margen
de maniobra muy controlado por el Estado—, al tiempo que posee una visión
cuestionadora del desempeño estatal.



Esta es una zona que sí puede ganar enorme protagonismo en el debate y la
construcción política nacional, y es la razón por la cual la maquinaria
propagandística más conservadora de la ideología cubana la ha tratado de
reducir, de modo delirante, a la condición de “mercenarios” o personas al
servicio de la CIA.



—¿Qué tiene de diferente lo que ocurrió el 27 de noviembre con otros
momentos o situaciones donde el Gobierno ha sido interpelado a través de
manifestaciones populares ¿Qué hace tan singular esto? ¿Cómo proyectas este
momento político en Cuba hoy?



En concreto, lo que ha pasado después del 27 de noviembre tiene de “más de
lo mismo”, a la vez que posee también novedades.



Por un lado, la situación actual viene de un contexto en que ya se estaban
usando prácticas difícilmente legales de detenciones exprés, interrogatorios
por parte de la Seguridad del Estado e imposición de multas sobre la base de
muy dudosos fundamentos legales contra personas no sólo “disidentes”, sino
también contra aquellos con perfil crítico pero sin causa jurídica alguna
contra sí. Ahora, además, se han reiterado prácticas abiertamente ilegales
de control de movimientos (arrestos domiciliarios a personas sobre las que
no pesa causa pendiente) y de privación de comunicaciones (retirada
selectiva de los datos móviles a personas específicas del servicio de
telefonía y acceso a internet). Lo antes dicho ha ocurrido lo mismo con
personas relacionadas con el Movimiento San Isidro como relacionadas con el
27N.



También ha existido, en parte, cooptación estatal de iniciativas autónomas
de izquierdas, básicamente juveniles, como lo ocurrido con la cobertura
mediática realizada sobre la “Tángana” del Parque Trillo. Asimismo, se han
realizado reuniones con público selectivo —con invitaciones de “a dedo”—
para tener encuentros con las autoridades culturales del país y afirmar que
así se continúa el diálogo prometido el 27N. (Mientras tanto, no es raro que
varias de las intervenciones producidas en ese tipo de encuentros hayan
mostrado agendas en común con el 27N). Además, han ocurrido intentos de
“asesinatos de reputación” en los medios estatales contra personas con
perfil crítico, a las que se acusa sin prueba alguna ni derecho a réplica de
estar subordinados a agendas externas de subversión contra Cuba.



Todo esto es “más de lo mismo”.



Sin embargo, también hay novedades. Instituciones oficiales, como las
secciones de la UNEAC y de la AHS de la Isla de la Juventud, intervinieron
en el debate con una imaginación muy diferente a la que usaron los medios
estatales para impugnar todo lo relacionado con el 27N. Iniciativas de
izquierda, como el proyecto La Tizza se opusieron a permitir “que la
espontánea iniciativa de un grupo de compañeros sea secuestrada por los
temerosos custodios de una fe que consideran feudo…” y convocaron espacios
de reflexión sobre la democracia socialista en instituciones oficiales —como
el Instituto Juan Marinello, un viejo bastión del pensamiento crítico dentro
del país. Organizaciones de la sociedad civil cubana reconocida por el
Estado, como el Centro Martin Luther King Jr., declararona favor de la
necesidad del “diálogo enfocado en el bienestar colectivo, en la inclusión,
en la cooperación, para recrear un proyecto de justicia, equidad, paz,
dignidad y libertad.” A la vez, están naciendo nuevos proyectos de
articulación ciudadana, como “Articulación Plebeya”, comprometidos con la
soberanía nacional a la vez que con la democracia política, social y
cultural para Cuba, al tiempo que se multiplican cartas y declaraciones
sobre la actual situación, que con diversos perfiles ideológicos, movilizan
opinión y alianzas (entre ellas, cartas de residentes en el exterior, cartas
de académicos, declaraciones de feministas, etcétera). En todo esto, hay
novedades.



Para mí, lo más nuevo que estamos viviendo es que la política —entendida
como demanda por crear el orden y no sólo como el hecho de participar del
existente— ha irrumpido en Cuba de modos que resultan para muchos no
acostumbrados. Esos modos también “han llegado para quedarse”.



--En esa línea, ¿por qué valores esenciales como los que contiene la
libertad de expresión pueden estar reñidos con la revolución? ¿Acaso las
izquierdas no deben ser esencial e irreductiblemente libertarias?



Permíteme repetir algo que escribí al día siguiente de esa noche frente al
MINCULT: “Este país, y el país de anoche, no es un país de mercenarios. Lo
que sucedió ayer fue todo lo contrario. Viví miedo y alegría, viví
solidaridad, viví ayuda mutua concreta, vi a gente conversando normal en
medio de todo. Esos son valores revolucionarios. Cuando salieron los que
estaban en la reunión, y se dijeron palabras que nunca se habían dicho así
en público, en un recinto público, vi respeto y vi esperanza. Esa esperanza
es sobre Cuba, sobre el mejor futuro del que somos capaces. El futuro que
nos merecemos. El que quiera pensar que es solo sobre San Isidro, puede
hacerlo, pero se equivoca. El que sienta que debe defender “la revolución”
contra lo que sucedió ayer, que lo haga, pero también se equivoca. La
Revolución no está en un lugar, en un parque, en un acto. Está donde quiera
que haya convicción moral por la justicia y pasión política por la
libertad”.



No hay contradicción entre defender la libertad de expresión y la
revolución. Más bien, es lo contrario. Sin defensa de los derechos
universales, sin compromiso con su carácter interdependiente, sin lucha para
hacerlos social y políticamente accesibles para todos, no hay revolución
posible ni deseable. Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia
—entendida como capacidad de producir libertad y justicia en lo político, lo
social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el manejo
de lo político— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un
pésimo “favor” a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a
ella.



—¿Es optimista Julio César Guanche con el futuro de su país?



—Déjame, por favor, volver un poco al principio. Te decía que el cambio
generacional, social y cultural experimentado por la sociedad cubana no
encuentra espacio en la forma de hacer política en el país. No se trata sólo
de la edad de los actores institucionales, sino de cuáles son los códigos
que manejan.



Esos códigos mezclan nuevas y viejas ideas en un todo que se parece más a la
necesidad de acomodar entre sí las distintas imaginaciones de los sectores
con más poder en Cuba. Entre ellos, algunos son muy conservadores y otros
más “modernizantes”, pero conviven entre sí sin dar muestras públicas de sus
divergencias y sin hacer visible frente a la ciudadanía que sus conflictos
son una clave de la toma de decisiones actuales, que pasa por “los peligros
que enfrenta el país” pero también por la lucha interna por controlar poder.



En lugar de ese complejo de ideas y prácticas contradictorias entre sí —en
la que algunos han visto una manera de traducir a la cubana la idea de “un
paso adelante y dos atrás”—, debería poder visibilizarse un esfuerzo
consciente de elaborar un renovado horizonte de futuro para el país que
ofrezca esperanza y confianza. Sin ambos —esperanza y confianza— es muy
difícil producir optimismo.



En concreto, algunos contenidos del discurso oficial apuntan hacia adelante.
La consagración del Estado socialista de Derecho y la provisión de nuevos
derechos y garantías en la recientemente aprobada nueva Constitución (2019),
es parte de ello. Ese hecho toma conciencia de que la clave de renovar la
hegemonía en Cuba no pasa por la legitimidad del liderazgo histórico —que en
2021 abandonará el escenario definitivamente tras el próximo Congreso del
Partido Comunista, contando ya con más de noventa años de edad —, sino en la
calidad de su desempeño institucional y en su capacidad para producir
justicia social y generar inclusión política.



En sentido contrario, otros contenidos del discurso oficial apuntan hacia
atrás. Se mantienen formas discursivas y organizativas hace mucho tiempo
agotadas, que poco o nada tienen que decir a muchos actores de la renovada
sociedad cubana. Por ejemplo, la pretensión de reconducir toda la agenda de
demandas hacia el cauce de las instituciones existentes, sin reconocer la
trayectoria de desgaste que poseen, junto a la gran dificultad existente
para crear nuevas formas asociativas, la recuperación de “actos de repudio”
para contener la protesta —entre otros recursos que muchos consideran desde
hace tiempo inaceptables—, y la pervivencia de discursos sobre el “derecho
de la revolución a defenderse” que desconocen el marco constitucional que el
propio Estado califica de revolucionario y al cual está obligado como
requisito primero de su legitimidad.



Soy, en verdad, poco optimista sobre nuestro futuro. El optimista puede ser
un pesimista bien informado, dice una vieja frase. Gramsci hablaba del
pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad. Desde la razón,
hay muchos motivos para el pesimismo en y sobre Cuba. Desde la voluntad, el
optimismo en el que puedo creer es el que provenga de la sabiduría
patriótica colectiva cubana.



De poder abrirse paso ella en esta situación —lo que significa la apertura y
el desarrollo de espacios para su organización y su expresión tanto como la
extensión de los diálogos que pueda establecer con el Estado y consigo
misma—, es de donde puede provenir el optimismo deseable, el que es sinónimo
de lucidez, el que entiende que la revolución es el camino abierto a la
esperanza de que una Cuba mejor, también, es posible.



* Faride Zerán, periodista de larga trayectoria. Premio Nacional de
Periodismo y Vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de
Chile. Fue fundadora y directora de la revista cultural Rocinante. Ha
publicado "La guerrilla literaria. Huidobro, De Rokha, Neruda" (1992),
"Desacatos al desencanto" (1997), "Las cartas sobre la mesa" (2009) y
"Carmen Waugh. La vida por el arte" (2012), entre otros libros.

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