Covid-19/ Las potencias mundiales acaparan las vacunas en detrimento de los países periféricos [Philippe Alcoy]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Dic 28 12:03:36 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

28 de diciembre 2020

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Covid-19



Las potencias mundiales acaparan las vacunas en detrimento de los países
periféricos



Philippe Alcoy

NPA, 16-12-2020

http://www.revolutionpermanente.fr/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



Estas últimas semanas, varias empresas farmacéuticas occidentales han
anunciado que han desarrollado vacunas contra la covid-19. Es el caso, en
particular, de la asociación de empresas Pfizer-BioNTech, de la farmacéutica
estadounidense Moderna y de AstraZeneca en colaboración con la Universidad
de Oxford. Los Estados imperialistas de uno y otro hemisferio se han
apresurado a cursar pedidos y comprar a toda prisa el mayor número posible
de dosis, en algunos casos incluso antes de la certificación de las vacunas
por los organismos competentes. Esta auténtica rapiña imperialista de las
vacunas está aniquilando de hecho las posibilidades de los países de la
periferia capitalista de procurarse dosis para hacer frente a la pandemia.



Una actitud de predadores irracionales



Así, según el New York Times, “mientras que numerosos países pobres podrían
estar en condiciones de vacunar como máximo al 20 % de su población en 2021,
algunos de los países más ricos del mundo han reservado suficientes dosis
para vacunar varias veces a sus propias poblaciones […]. Si les suministran
todas las dosis que declaran haber pedido, la Unión Europea podría vacunar a
sus habitantes dos veces, el Reino Unido y Estados Unidos cuatro veces y
Canadá seis veces.” El mismo diario calcula que el número total de dosis que
podría llegar a comprar EE UU a las diferentes empresas farmacéuticas
asciende a 1.500 millones de unidades. Por su parte, las autoridades
europeas afirman que han comprado más dosis de la vacuna “que las que hacen
falta para todo el mundo en Europa”.



Además del poder financiero de estas potencias imperialistas, el principal
argumento político que plantean para justificar esta prioridad de los
poderosos es que estos Estados han invertido miles de millones de euros y
dólares en apoyo a las investigaciones de las farmacéuticas privadas. Por su
parte, países como India y Sudáfrica, a la cabeza de un grupo de países de
renta baja o mediana, han solicitado a la Organización Mundial de la Salud
(OMS) una suspensión de los derechos de propiedad intelectual, como las
patentes, sobre los productos asociados a la lucha contra la pandemia,
informa The Lancet. No obstante, la industria farmacéutica y numerosos
países de renta alta, “entre ellos el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá,
Noruega y la UE, lo han rechazado categóricamente, afirmando que el sistema
de propiedad intelectual es necesario para estimular nuevas invenciones de
vacunas, pruebas de diagnóstico y tratamientos, que podrían estancarse en su
ausencia.”



De este modo, en una situación que impone una urgencia al conjunto de la
humanidad, estos gobernantes y multinacionales farmacéuticas consideran que
únicamente el cebo de la ganancia y el afán de lucro pueden estimular la
investigación y la innovación. Una lógica que revela la clase de mundo que
defienden, pero que mucha gente combate, inclusive en el sector de la
investigación y la innovación tecnológica. Sobre todo, al mostrarse
incapaces de renunciar a la carrera por el beneficio en una situación de
emergencia sanitaria mundial, los capitalistas obstaculizan la lucha contra
la pandemia, demostrando una vez más el carácter absurdo del sistema que
defienden.



El problema de la producción: el bluf de la industria farmacéutica



En efecto, la lógica del beneficio y de la propiedad privada está agravando
un problema que podría afectar también a los países imperialistas: los
límites de capacidad de producción de las empresas. El hecho de no compartir
las patentes con los Estados periféricos y semicoloniales reduce la
capacidad de producción de dosis de las vacunas, incluidas las demandadas
por los países ricos. Así, el artículo del New York Times que ya hemos
citado comenta a este respecto:



Ciertas empresas ya han revisado sus proyecciones en función de los
problemas de producción. Pfizer declaró primero que produciría 100 millones
de dosis de aquí al final del año, para reducir posteriormente esta cifra a
la mitad. Novavax ha tenido que aplazar los ensayos clínicos en parte porque
no podía producir un número suficiente de dosis. En otros casos, los
fabricantes de vacunas o sus socios tal vez han prometido más dosis que las
que pueden producir: se anunciaron 3.210 millones de dosis de la vacuna de
AstraZeneca, pero los contratos de fabricación suscritos solo suman 2.860
millones, según Airfinity. Johnson &amp; Johnson prometió 1.300 millones,
pero solo ha garantizado la producción de 1.100 millones.



Esto significa que es muy probable que en 2021 no se puedan cumplimentar en
su totalidad los pedidos cursados, mientras que, en lo que respecta a los
países de la periferia capitalista, ciertas fuentes calculan que muchos de
ellos tendrán que esperar hasta 2024 para conseguir vacunar e inmunizar al
conjunto de su población. Otros expertos consideran que para entonces mucha
gente podrá haberse contagiado y haber adquirido una forma de inmunidad
natural, reduciendo la demanda de vacunas. Aunque esta posibilidad fuera
real, se trata de un cálculo cínico, en el que se espera que la gente pobre
se inmunice naturalmente, eso sí, arriesgando su vida, mientras que la
ciudadanía de los países desarrollados esté protegida a base de vacunas cuyo
desarrollo y producción han sido posibles en buena parte gracias al expolio
de los países semicoloniales por parte de las potencias imperialistas.



Imperialismo y subdesarrollo



Claro que los recursos financieros no explican todo. Hay otros factores, que
por mucho que estén vinculados con la cuestión económica, determinan esta
desigualdad entre países. En efecto, las vacunas desarrolladas por
Pfizer-BioNTech y Moderna tienen una eficacia de más del 90 %, pero estas
vacunas tienen que conservarse a temperaturas muy bajas: –70 ºC. Esto
implica que los países que adquieren dosis de estas vacunas han de disponer
de la infraestructura necesaria para mantenerlas a estas temperaturas, pero
normalmente solo los laboratorios de investigación disponen de esta clase de
congeladores. Ni los hospitales, ni las farmacias los tienen, ni siquiera en
los países capitalistas desarrollados.



En este sentido, Alex Berezow, especialista en ciencias, tecnología y
sanidad pública, afirma que “los desafíos logísticos que supone la cadena de
frío imposibilitan prácticamente que una vacuna llegue a las regiones cuyas
infraestructuras son mediocres y el suministro eléctrico poco fiable”. Dicho
de otro modo, para muchos países de África, Asia y América Latina, y otras
regiones del planeta (incluidas ciertas zonas de los países imperialistas),
el almacenamiento de las dosis de vacunas resulta casi imposible, y por
tanto también la vacunación de la población.



Desde este punto de vista, la vacuna desarrollada por AstraZeneca presenta
una ventaja, ya que puede almacenarse en congeladores como los que suelen
emplearse en los hospitales y farmacias, a temperaturas no tan bajas. Sin
embargo, la eficacia de esta vacuna es de apenas el 62 %. Por consiguiente,
es más que probable que, en el caso de que se resuelva el problema de la
producción, será este tipo de vacuna menos eficaz la que llegue primero a
los países periféricos y semicoloniales.



Evidentemente, esta situación está lejos de ser una fatalidad, fruto de la
suerte de unos países y la desgracia de otros. En realidad, el subdesarrollo
de la gran mayoría de países del mundo es el resultado del funcionamiento
del propio capitalismo, en que un puñado de potencias se reparten las
riquezas producidas en el conjunto del planeta. Su desarrollo depende del
subdesarrollo de otros países. Es el imperialismo el que impide el
desarrollo de las infraestructuras mínimas que permitan a la población gozar
de unas condiciones de vida mínimamente dignas.



Todos contra todos



Pero nos equivocaríamos si pensáramos que existe una especie de
entendimiento armonioso entre las diferentes potencias imperialistas contra
los países de la periferia capitalista. En realidad, como vimos en las
primeras semanas de la pandemia y a lo largo de todos estos meses, las
potencias capitalistas compiten encarnizadamente entre ellas, incluso para
procurarse productos elementales para hacer frente a la pandemia, como
mascarillas, gel antiséptico o respiradores.



Ahora, con la vacuna, un producto mucho más complejo y sofisticado, esta
lucha encarnizada prosigue, si cabe con más brutalidad. En efecto, puesto
que todo parece indicar que las empresas farmacéuticas no podrán cumplir sus
promesas de suministro para el año 2021, es más que probable que las
potencias imperialistas se libren a una competencia feroz para hacerse con
las dosis de vacunas. No está descartados que asistamos a escenas de
piratería moderna, a formas de saqueo a gran escala. Porque más allá del
aspecto sanitario, la inmunización de la población constituye una gran baza
económica: el país que reciba más dosis de vacunas podrá tratar de relanzar
su economía antes y de este modo obtener una ventaja con respecto a los
capitalistas de los demás países.



El ejemplo de las vacunas muestra una vez más el carácter devastador y
reaccionario del capitalismo. Es esta lógica, guiada por el beneficio, la
que alimenta la desconfianza de gran parte de la población con respecto a
las vacunas y sirve de caldo de cultivo para las teorías conspiranoicas más
absurdas. El hecho es que, de momento, la única solución a esta pandemia
parece ser la vacuna. Y en esta situación, los capitalistas actúan como de
costumbre: tratando de beneficiarse. Si la clase obrera puede extraer aunque
solo sea una lección de toda esta pandemia, es que habría que nacionalizar
la industria farmacéutica y la investigación científica, bajo el control de
sus trabajadoras y trabajadores, financiadas por elevados impuestos sobre
las grandes fortunas. Es así como la lucha contra pandemias como la
covid-19, que no será la última, podrá guiarse únicamente por la urgencia
sanitaria y no por imperativos económicos.

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