Brasil/ ¿El tiempo está a nuestro favor? [Valerio Arcary]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jul 18 01:48:15 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

19 de julio 2020

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Brasil



¿El tiempo está a nuestro favor?



Valerio Arcary *

Revista Forun, 16-7-2020

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Traducción de Ernesto Herrera - Correspondencia de Prensa



El tiempo nunca es una variable indiferente en la lucha de clases. Depende
del contexto de la relación social y política de las fuerzas. Es cruel, pero
en este momento y a corto plazo, la pandemia por en cuanto protege al
gobierno. Nos dirigimos a los cien mil muertos en agosto, y la devastación
económica continúa con la creciente precariedad de las condiciones de
trabajo. Pero, paradójicamente, la imposibilidad para la izquierda de contar
con movilizaciones callejeras, sin que sea una aventura de contagio
irreparable, permite al gobierno ganar tiempo. No podemos arriesgarnos
ahora. Todavía tenemos que mantener la máxima prevención ante la pandemia.
Llegará el momento de salir a la calle.



Pero Bolsonaro no gana tiempo indefinidamente. El actual impasse tiene una
"fecha de caducidad". Hay una crisis política de gobierno. La tendencia es
que se vuelva más grave a mediano plazo. El durísimo ataque de Gilmar Mendes
(juez del Supremo Tribunal Federal: NDT) al Ejército, bajo la acusación de
complicidad con una política genocida del Ministerio de Sanidad, es una
expresión aguda de esta tendencia. Los enfrentamientos entre el gobierno y
las diferentes fracciones de la clase dirigente y las instituciones han
disminuido en las últimas tres semanas. Pero este intervalo es inestable.



No es inusual confundir una crisis política con una crisis de régimen. Se
abre una crisis política cuando ante conflictos más importantes, como el
impacto de la pandemia, el bloque de partidos que apoyan al gobierno se
divide, expresando las presiones contradictorias de las diferentes clases y
fracciones de clase que lo apoyan. La burguesía y sus aliados sociales se
fragmentan en el mejor camino para la preservación de sus privilegios, y las
parcelas más conscientes entre los trabajadores y la juventud ven esta
división como una oportunidad.



Bolsonaro acabó contagiándose del virus, y fue mordido por un emú en el
palacio de Alvorada. Un momento de justicia poética en tiempos siniestros.
La repercusión de la infección de Bolsonaro fue inmensa en la izquierda
brasileña. Una profunda corriente de indignación y aversión se ha ido
acumulando contra el fascista, lo cual es positivo, hasta el punto de
desearle la muerte. Pero, seamos lúcidos. La ilusión de que su muerte física
sería un atajo en la lucha contra el bolsonarismo es peligrosa. De hecho,
sería más bien una dificultad, una complicación, un estorbo. Una hipotética
muerte de Bolsonaro por covid-19 no disminuiría su autoridad. Al contrario,
aumentaría. La muerte de Bolsonaro en medio de una pandemia lo convertiría
en víctima del destino, favoreciendo las idealizaciones de un mandato
interrumpido y el fortalecimiento de los neofascistas. Sólo una derrota
política a través del derrocamiento de su gobierno podría debilitar al
bolsonarismo



El gobierno Bolsonaro es un gobierno en crisis política. Pero eso no
significa que ya estén dadas las condiciones para derrotarlo. Ningún
gobierno es derrocado a sangre fría si la mayoría de la clase dirigente no
lo quiere. La burguesía brasileña apuesta, por el momento, por la presión de
las instituciones del régimen para contener a Bolsonaro y sus impulsos
golpistas. Prefiere a Bolsonaro bajo tutela que un impeachment, y ni
siquiera considera anular el resultado de las elecciones de 2018 en el
Supremo Tribunal Electoral.



El Estado contemporáneo, es un complejo aparato de preservación del orden
que existe en la forma de diferentes regímenes políticos. El régimen es la
arquitectura que resulta del papel de cada una de las instituciones. O la
forma concreta en que se establece el ejercicio del poder: qué espacio se
prevé para el ejecutivo, el legislativo y el judicial, además del lugar de
las Fuerzas Armadas, y muchos otros, etc.



Hay muchos tipos de régimen: monárquico o republicano, federal o unitario,
presidencial o parlamentario y, en la mayoría de las naciones, varias formas
híbridas. Híbridos porque mezclan aspectos de diferentes regímenes, mezclan
elementos diversos.



Por lo tanto, para el marxismo es muy importante distinguir entre las crisis
de gobierno y las crisis de régimen. Esta distinción se refiere a la
cuestión de medir lo que es, en cada coyuntura, la relación de fuerzas entre
clases. Se abre una crisis de gobierno cuando una de las instituciones del
régimen (en general, las más vulnerables: la presidencia, en los regímenes
presidenciales; el primer ministro en los regímenes parlamentarios) se
enfrenta a la hostilidad de la mayoría del pueblo, aunque no se haya abierto
una situación de movilizaciones generalizadas.



El equilibrio de poder no es sólo una cuantificación de hacia dónde se
dirigen las expectativas y opiniones de una mayoría del 50% más uno de los
ciudadanos en un momento dado. El equilibrio de poder depende, en primer
lugar, del grado de unión o actividad política de las masas populares. 



Las demás instituciones también pueden verse sacudidas y, en ese sentido,
una crisis de gobierno siempre va acompañada de elementos de una crisis de
régimen. Pero aunque las movilizaciones de masas no están unificadas a
escala de millones, todavía no hay una crisis de régimen.



Cuando las otras instituciones del régimen permanecen relativamente
intactas, pueden tratar de aprovechar el crédito político que aún tienen
para presentar alternativas a la crisis del gobierno, y encontrar una salida
al marco del régimen. La situación puede retroceder, si la solución política
burguesa tiene éxito dentro del régimen, puede evolucionar. Es inconsistente
imaginar que cada crisis de gobierno llevará a una crisis de régimen. Este
tipo de cálculo, aunque no es inusual a la izquierda, es un pensamiento
mágico. Proyecta el deseo como realidad. Como el proyecto socialista tiene
prisa, porque la iniquidad del mundo en el que vivimos es inmensa, no es
raro. Pero es peligroso, porque las falsas expectativas son la antesala de
la desmoralización.



Cuando se abren procesos de crisis política, las diferentes fracciones de la
clase burguesa buscan acuerdos y alianzas para fortalecer sus posiciones y
debilitar las de sus enemigos, siempre con el cuidado de preservar el
régimen. Tendrán mayores o menores dificultades si la crisis política
coincide o no con una crisis social.



Sin una crisis social gravísima, las crisis de los gobiernos no se
convierten en crisis de los regímenes. Porque sin crisis sociales graves es
poco probable que una crisis política sea suficiente para despertar a la
lucha abierta a millones de trabajadores y jóvenes, hasta entonces
políticamente inactivos o desesperanzados. Las masas sólo se levantan con la
perspectiva de que pueden ganar y cambiar sus destinos.



En estas circunstancias de crisis social, que pueden ser las que se
vislumbran en el horizonte en los próximos meses, la mayoría de los
trabajadores y el pueblo comprenderán, a partir de cada enfrentamiento, a un
ritmo acelerado, qué intereses están en conflicto, qué fines se persiguen y
qué medios están dispuestos a utilizar. Entenderán más o menos rápidamente
si encuentran en las organizaciones que reconocen como propias un punto de
apoyo para avanzar. Este proceso es el de la construcción de la conciencia
de clase. Sólo es posible, a gran escala, ante el choque de grandes
tragedias.



En una palabra, la pregunta es quién está acumulando fuerzas, y quién se
está aislando más. En este momento el gobierno bolsonarista se está
debilitando. Mientras ninguna derrota decisiva interrumpa el proceso de
radicalización, la sociedad se inclinará hacia la izquierda. ¿Qué significa
esta inclinación a la izquierda? Significa el creciente aislamiento del
gobierno, incapaz de seguir presentando sus intereses, o su poder, como lo
que corresponde a los intereses generales de la nación. En este proceso de
cambios en las relaciones de fuerzas hay pasajes que son cuantitativos, y
otros cualitativos.



Una de las principales virtudes del régimen democrático para la dominación
burguesa es que le permite absorber, sin mayores secuelas, las disputas
interburguesas como parte de una rutina administrativa del ejercicio del
poder. La crisis puede cerrarse si el gobierno es capaz de reorganizar
nuevas alianzas que amplíen su base social, o puede profundizarse y
convertirse en un proceso crónico.



En las situaciones reaccionarias, en las que los trabajadores están a la
defensiva y sus luchas son, por lo tanto, de resistencia, se alternan
situaciones de mayor o menor crisis política, que se abren y cierran como
resultado de realineamientos partidarios y parlamentarios. Pueden producirse
estallidos de furia desorganizados y acéfalos en sectores populares, pero
serán infértiles. La tempestad en el piso de arriba es sólo eso, mientras
las masas populares no se ponen en movimiento con un programa propio.



Una crisis de régimen es siempre algo incomparablemente más serio. Sólo se
abre cuando ya hay varias instituciones, además del gobierno, en juego: los
tribunales, o la policía, los parlamentos, las asambleas o  cámaras, y las
masas pierden la esperanza de que los cambios, a los que aspiran, se puedan
hacer desde el interior del régimen. Cuando ya no creen en la espera de
poner el voto en las urnas para llevar al poder a la oposición electoral.
Cuando ya no creen que la solución es pedir a los tribunales que los
protejan. Pero, sobre todo, cuando sectores organizados de la clase
trabajadora  deciden luchar por ello. Esa debe ser nuestra apuesta
estratégica.



* Miembro de la Coordinación Nacional de Resistencia/PSOL.

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