Uruguay/ Mitos y realidades sobre la historia y el impacto de la pasta base de cocaína [Denisse Legrand]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 20 22:25:52 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

20 de junio 2020

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Uruguay



Mitos y realidades sobre la historia y el impacto de la pasta base



Se estima que en 2018 había entre 7.500 y 9.000 personas con uso
problemático de pasta base en Montevideo y el área metropolitana.



Denisse Legrand *

La Diaria, 20-6-2020

https://ladiaria.com.uy/



“Personas, calle, consumos: dos estudios sobre pasta base en Uruguay” es una
publicación de la Junta Nacional de Drogas y el Observatorio Uruguayo de
Drogas, que contiene dos investigaciones. La primera, “Aproximaciones
cuantitativas al fenómeno del consumo de pasta base de cocaína”, fue
producida por Leticia Keuroglian, Jessica Ramírez y Héctor Suárez. La
segunda es sobre las aproximaciones cualitativas al respecto.



Las autoras y el autor señalan que el uso de drogas ha acompañado de
diferentes modos a las personas a lo largo de la historia, “es inherente a
la condición humana”. En sus inicios, eran tomadas como “facilitadoras del
vínculo social” o como vehículo para la conexión con lo sagrado, pero esto
fue cambiando a lo largo del tiempo.



La prohibición de las drogas hace más difícil investigarlas, lo que redunda,
además, en una dificultad para la construcción de políticas acordes para
abordar sus problemáticas asociadas. Las estrategias se definen, entonces, a
partir de datos “de limitada calidad”. Los autores afirman que “esta visión
fantasmal del fenómeno es lo que lo convierte, en muchos casos, en el chivo
expiatorio de males que poco tienen que ver con el consumo de drogas”. Así
es que muchas veces se generan representaciones sociales que no coinciden
con la realidad.



“Por lo tanto, actualmente uno de los desafíos más importantes para el
conocimiento científico (y, por ende, para el Observatorio Uruguayo de
Drogas) es encontrar diseños metodológicos adecuados para obtener de forma
rápida y fiable información rigurosa, pero fundamentalmente oportuna, de
este fenómeno que permanece en constante cambio y que resulta imposible de
abordar si no es desde una perspectiva interdisciplinaria y alejada de
preconceptos”, afirman.



Esta dificultad se incrementa en el caso del estudio de la pasta base.
Resulta más complicado obtener datos sobre este fenómeno, entre otras cosas,
por la estigmatización de quienes la consumen. “Esto se produce en mayor
medida, por el perfil social de sus consumidores, por los efectos
conductuales que se manifiestan y las representaciones sociales que lo
relacionan con la conflictividad y la delincuencia”.



La primera edición de la investigación Fisuras. Dos estudios sobre pasta
base de cocaína en el Uruguay se publicó en 2014. Seis años después se
repite el estudio para visualizar la evolución de este fenómeno. En esta
edición se incluye la perspectiva de género, con una profundización sobre
las masculinidades y su asociación con el consumo, y la diferencia del uso
entre varones y mujeres.



Un poco de historia



A fines de los años 90 se registran los primeros consumos de cocaína
mezclada con bicarbonato y calentada en latas para ser inhalada. “El crack
había llegado a Uruguay y comenzaba a instalarse sigilosamente en los
sectores más vulnerables de la sociedad”. Esto desplazó a los inhalantes que
había en la época. Luego se supo que no era el crack que se conocía, sino
otra forma de la cocaína, que tomaría el nombre de “pasta base” y que se
hizo popular en 2002. Hasta ese año no se registran incautaciones de esta
droga, que todavía era catalogada como cocaína.



La salud fue el primer sector en encontrarse con esta problemática. Los
usuarios llegaban a atenderse por las consecuencias de este consumo y el
sistema tenía poca información para dar una respuesta acorde. “La pasta base
te mata en tres meses” fue uno de los tantos mitos que se montaron en la
época.



No es posible analizar la llegada de la pasta base a Uruguay sin
contextualizarla en el marco de una de las crisis socioeconómicas más
importantes del país. Por su bajo precio unitario y su poder adictivo tuvo
una rápida expansión entre los sectores más vulnerados. Por eso se la conoce
como “la droga de los pobres” o “la cocaína de los pobres”. Esto fortaleció
“los procesos de estigmatización y exclusión social que ya recaían sobre
esta población” y aumentó la desconfianza hacia estos sectores.



El “pastabasero” o “latero” se configura como uno de los enemigos públicos
preferidos por la sociedad. “La persona con uso problemático de pasta base
(o incluso aquel que usa esta droga pero que no alcanzó dicho patrón de
consumo) se presenta como el ‘otro enemigo’ por excelencia reuniendo un
conjunto de caracteres que lo hacen el primer sospechoso”.



Para 2004 el uso de pasta base ya era un fenómeno consolidado y había una
necesidad de construir estrategias para encararlo. “La particularidad es que
en este período el empuje recurrente que tuvo este fenómeno fue básicamente
mediático, ya que los datos epidemiológicos no denunciaban un crecimiento
del consumo”, afirman los autores. Este empuje vino de la mano de una
“imputación de un supuesto carácter criminógeno intrínseco a la pasta base”.



La amplificación de algunos delitos de características espectaculares
generaron una “paranoia social” frente a los consumidores de pasta base. “La
captación de eventos reales acontecidos de forma puntual o aislada,
diseminados por los medios de comunicación como eventos ‘paradigmáticos’ o
con intenciones generalizadoras que los posicionan como regularidades,
propició la consolidación de representaciones sociales sobre la sustancia y
sus usuarios basadas en la más salvaje de las perspectivas reduccionistas y
estigmatizadoras del tema”, afirma la investigación.



Alrededor de 2009, las noticias sobre tráfico de pasta base toman un rol
protagónico en los informativos. “No es casualidad” que ese año los
candidatos a la presidencia incorporaran en sus propuestas electorales el
fenómeno de la pasta base asociado a la seguridad ciudadana. Las campañas en
este sentido tenían dos ejes: medidas para combatir el mercado de pasta base
–en un contexto de aumento de los procesamientos por esta causa– y la
internación compulsiva de los usuarios como medida de tratamiento.



Entre 2012 y 2013, en particular en Montevideo, “se vivía uno de los picos
más altos de percepción de inseguridad pública en lo que iba del siglo, y
una de las causas atribuidas a esto era la presencia de la pasta base”. En
aquel entonces, 58% de la población creía que el principal problema del país
era la “inseguridad” y 10% señalaba que eran las drogas. Se construyó así la
idea de un “flagelo” cuyas principales consecuencias eran, en teoría, el
delito y la muerte prematura.



La respuesta política



En 2012, y como reacción ante el deterioro de la seguridad, el Poder
Ejecutivo lanzó una “Estrategia por la vida y la convivencia” que incluía un
conjunto de 15 medidas. Cuatro estaban asociadas a las drogas. Una consistía
en el “agravamiento de las penas en caso de corrupción policial y tráfico de
pasta base”. Otra se presentaba como un “abordaje integral de la
problemática de las personas afectadas por el consumo problemático de drogas
y su entorno, generando una estrategia integral para actuar sobre las
principales consecuencias del consumo de drogas, en particular de la pasta
base de cocaína”. La tercera era la “creación de dispositivos judiciales
especializados en el narcomenudeo”, y la cuarta, la “legalización regulada y
controlada de la marihuana”, con un fuerte rol del Estado en toda la cadena
productiva.



También hubo actividad legislativa al respecto. En 2012 ingresó al
Parlamento un proyecto de ley sobre internación compulsiva para usuarios
problemáticos de drogas que no fue aprobado. Sí se agravaron las penas para
el tráfico de la cocaína en todas sus formas (incluida la pasta base).



Hay indicios de que el consumo de pasta base cayó desde 2012 a 2018 en
Uruguay.



En un sentido totalmente contrario al prohibicionismo reinante, se aprobó la
regulación del mercado de cannabis, a fin de que el Estado tuviera un
control sobre la importación, exportación, plantación, cultivo, cosecha,
producción, adquisición, almacenamiento, comercialización y distribución del
cannabis y sus derivados. “Buscó ser un mecanismo que contribuyera a
combatir la inseguridad ciudadana, en este caso quitándole al mercado ilegal
de drogas su principal sustancia, el cannabis, con el objetivo último de
reducir la violencia asociada al narcotráfico. También se propuso como una
herramienta que sirviera para la promoción de la salud de los usuarios de
drogas a través de la implementación de políticas de educación, tratamiento
y reinserción de las personas con uso problemático. En particular, el
control de la calidad y potencia del producto, así como la regulación
general de su consumo, son ejes fundamentales para ello”, señala el informe.



¿Cuántas personas consumen pasta base en Uruguay?



Se estima que en 2018 había entre 7.500 y 9.000 personas con uso
problemático de pasta base en Montevideo y la zona metropolitana. La
prevalencia de consumo para la población de entre 18 y 64 años se ubica
entre 0,9% y 1,2%.



En una investigación anterior, de 2012, se daba cuenta de la existencia de
14.000 personas con uso problemático de esta sustancia. Se puede inferir,
por lo tanto, que se redujo 35% esa población entre 2012 y 2018. Las razones
pueden ser varias: sustitución de uso de pasta base por cocaína,
desaceleración por no iniciación de nuevos consumidores, extensión de la red
de atención y tratamiento. Hay un dato que es clave para sostener la
hipótesis de que hubo una caída en la cantidad de consumidores y que los
usuarios son los mismos: la actual población que tiene uso problemático de
pasta base presenta características “que dan cuenta de un consumo extendido
en el tiempo y con una cronificación importante”.



¿Quiénes usan pasta base?



El uso de pasta base es un fenómeno masculinizado: 86,3% de los usuarios son
varones y 13,7% son mujeres. La edad promedio se encuentra entre 33 y 34
años. De acuerdo con esta investigación, la mayor concentración de
consumidores, 38,2%, tiene entre 26 y 35 años; 28,1% tiene entre 36 y 45;
23,3% se ubica entre 18 y 25 años, y 10,5% tiene entre 46 y 64. La mayoría,
70%, tiene un “extenso historial de consumo”, de más de cinco años.
“Conforman un ‘núcleo duro’ de usuarios de esta sustancia que ha permanecido
a lo largo del tiempo”.



Cuando apareció la pasta base, siete de cada diez usuarios tenían menos de
22 años. Dada la época (2002), la crisis socioeconómica los encontró
transitando la niñez, la adolescencia o la temprana juventud. El comercio de
la pasta base se dio en un “caldo de cultivo social” asociado a la “miseria,
desesperanza y anomia”, con un mercado de transacción que termina
“fagocitando a sus propios miembros” y “naturalizando la violencia”.



Desvinculaciones



Una característica de esta población es que ha abandonado el sistema
educativo. Para 40% de los usuarios de pasta base, la educación primaria es
el máximo nivel educativo alcanzado; 10% no terminó la escuela; 30% tiene
algún pasaje por la enseñanza secundaria; y 1,3% de los usuarios tienen
estudios universitarios incompletos. No se registran usuarios de pasta base
que hayan completado su educación universitaria.



Otra característica de esta población es el déficit en cuanto a los vínculos
con otras personas: 80,6% son solteros y 89% de la población declara no
tener una pareja estable. Gran parte de estas personas viven en
configuraciones “no tan habituales para la población general”. De ellas, 16%
viven en pareja, 11% con sus madres o padres, y 4,7% con sus hijos, pero la
mayoría, cuatro de cada diez, dijeron que viven solas, y tres de cada diez,
con desconocidos, amigos o personas circunstanciales, muchas de ellas en
refugios o en la calle. Esto denota una falta de redes primarias de apoyo.



Muchos enfrentan una situación habitacional precaria: 25% ha vivido en la
calle en los últimos 12 meses y otro 25% ha pernoctado en refugios. La mitad
de los usuarios de pasta base viven en los barrios Centro, Cordón, Ciudad
Vieja y La Comercial. Esto se debe a que la mayoría de los refugios del
Ministerio de Desarrollo Social se encuentran en estos barrios, y también a
que allí la circulación, la accesibilidad y el acceso a centros comerciales
permiten la subsistencia de esta población en el día a día.



Salud y parejas sexuales



La prevalencia de VIH es mucho más alta entre los usuarios de pasta base
(9,4%) que en la población en general (0,5%). Además, aparecen otras
infecciones de transmisión sexual: 1,3% tiene hepatitis C, 0,4% tiene
hepatitis B y 0,3% tiene sífilis.



Durante la investigación se aplicaron testeos de VIH a los encuestados. De
quienes recibieron resultados positivos, ocho de cada diez ya conocían su
situación, mientras que dos de cada diez se enteraron a raíz de esta
investigación. Entre quienes ya sabían que vivían con VIH, dos de cada tres
recibían o habían recibido tratamiento antirretroviral.



La mayoría de quienes usan pasta base son varones, mayores de 26 años y
consumen desde hace más de cinco.



Casi 80% de los usuarios encuestados tuvo algún tipo de relación sexual en
los últimos 12 meses. En el caso de las mujeres la cifra llega a 90%. Tres
de cada cuatro personas dicen haber recibido condones y nueve de cada diez
entienden que reduce los riesgos de contraer infecciones de transmisión
sexual, pero 32,2% dijo que nunca usa condón, y sólo 44,8% declara que lo
usa siempre.



Un tercio dice haber mantenido relaciones sexuales con una sola persona
(34,8%) en el último año, y casi un tercio con dos o tres personas (29%). Si
se desagrega por género, 46,8% de las mujeres tuvo una sola pareja en el
último año y 36% de los varones tuvo más de cuatro parejas.



Estrategias económicas de supervivencia



Según la investigación, “casi la totalidad de los encuestados ha recurrido a
vías legítimas (trabajo formal, changas, venta ambulante, jubilación, seguro
de desempleo)” para comprar pasta base. De hecho, para más de 70% las vías
legítimas son su principal fuente de recursos, pero los trabajos son
sumamente precarizados. El restante 30% obtiene los recursos “de forma
ilegítima (venta de drogas, robo, hurto) y por relaciones sexuales por
dinero”.



De los varones, 98,6% obtuvo ingresos a través de algún tipo de trabajo. En
las mujeres este porcentaje se reduce a 58,2%. Las principales actividades
son la recolección de latas y cartones (59,7%), las relaciones sexuales por
dinero (44,5%) y la limosna o mendicidad (43,6%).



Para una de cada cuatro mujeres las relaciones sexuales a cambio de dinero
son su principal fuente de ingresos. A su vez, 44,8% de las mujeres recibe
ingresos de su pareja, familia o amigos, “lo que las sitúa en relaciones de
dependencia con respecto a su entorno”.



“Esta población no cuenta prácticamente con ingresos por programas de
atención social por parte del Estado”. Sólo 5,9% recibió estos recursos en
los últimos 12 meses, y para apenas 0,6% son la principal fuente de
ingresos. La proporción de mujeres (20,5%) que accede a ingresos
provenientes de programas de transferencia estatal es mayor que la de
varones (3,6%). También son las mujeres (22,8%) las que reciben más
jubilaciones y pensiones frente a los varones (10%).



De consumos



La edad promedio de experimentación en el consumo es 22 años, 10% comenzó a
consumir pasta base antes de los 15 años. Nueve de cada diez personas tienen
una frecuencia alta de consumo: 35% fuma todos los días y 51% lo hace
semanalmente. Este patrón lo mantienen, en promedio, desde hace cinco años,
por lo que se presume un alto deterioro si se considera además la
vulnerabilidad social de esta población.



Son policonsumidores tanto de drogas legales como ilegales. En cuanto a las
drogas legales, la mitad usa tranquilizantes y 70% dice que se los
recetaron. El uso de psicofármacos está feminizado: se registra en 80% de
las mujeres.



No hay mayor prevalencia en el consumo de alcohol. Pero mientras que en la
población en general 8% de los consumidores habituales llegan a ingestas
sobre el nivel de intoxicación, 70% de los usuarios de pasta base ha
sobrepasado este nivel.



La demanda de tratamientos



Es un mito que las personas con uso problemático no buscan tratamiento. Al
contrario, lo buscan, y muchas veces no obtienen demasiadas respuestas
viables. La mitad de los usuarios declaró haber recibido tratamiento para
abordar el consumo problemático en algún momento de su vida, y 73% concurre
a tratamiento en forma voluntaria. “Esto demuestra, por un lado, el
potencial adictivo y tóxico de esta sustancia, también indica que en algún
momento existe conciencia de este daño por parte de los usuarios”.



La mitad de las personas que “nunca demandaron tratamiento pensó en algún
momento en iniciar uno”. No lo hicieron por las exigencias de los centros
que los brindan, por desconfianza o porque sienten que muchos tratan de
“cambiar una droga por otra”.



A su vez, 30% de los usuarios dice “no creer necesitar tratamiento” o “no
desear la suspensión del consumo”. Considerando que el consumo por parte de
esta población no va a cesar, es preciso generar estrategias de reducción de
riesgos y gestión de daños, señalan los investigadores.



La respuesta para los tratamientos es mayoritariamente pública. Casi 70%
pasaron por una institución pública, entre las cuales el Portal Amarillo es
la principal referencia. Una de cada tres personas hizo tratamientos en
iglesias, comunidades religiosas y Narcóticos Anónimos, y 15% recibió
tratamiento en su prestador de salud, en comunidades terapéuticas, centros
privados o clínicas particulares.



Los “tratamientos tradicionales de corte abstencionista”, que apuntan a la
suspensión total del consumo como requisito para la asistencia, son una
barrera para el acceso al tratamiento. Son muy pocos los usuarios que
quieren –y pueden– suspender el consumo en el corto plazo. Los tratamientos
que se basan en espacios de acogida, con una atención menos exigente, tienen
una mejor percepción en la población.



La institucionalización como parte de la vida



Si bien la internación de niñas, niños y adolescentes es una práctica
extendida “para la protección”, es también una medida cuestionada por los
daños que genera y la violencia a la que se expone a quienes en teoría se
debe cuidar. Hay un planteo similar respecto de lo que genera la privación
de libertad en adolescentes, que redunda en un daño irreversible para ellos
y para la sociedad. La cárcel genera la “socialización en la violencia, la
adopción de los códigos carcelarios, la anulación de la identidad y el
aumento del desarraigo”. Uno de cada tres usuarios de pasta base pasaron por
centros de protección o por cárceles de adolescentes.



En la adultez, “la precariedad extrema parece consolidarse producto de un
proceso de desafiliación social, que sumado al consumo de pasta base y la
necesidad de acceder a recursos que permitan su costeo”, favorece el delito
y, por ende, la cárcel como respuesta. De los usuarios de pasta base, 44%
pasó por la cárcel luego de los 18 años, sin diferencias significativas
entre varones y mujeres.



* Licenciada en Gestión Cultural, tiene estudios en pedagogía en contexto de
encierro y en penalidad juvenil. Es coordinadora del programa cárceles del
colectivo Nada Crece a la Sombra.

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