Memoria y Antirracismo/ Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verla con más claridad [Enzo Traverso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jun 28 17:32:45 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

28 de junio 2020

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Memoria y Antirracismo



Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verla con más claridad



Enzo Traverso *

Jacobin, 24-6-2020

https://jacobinmag.com/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



Los manifestantes que derriban monumentos dedicados a esclavistas y
genocidas son a menudo acusados de "borrar el pasado". Sin embargo, sus
acciones están obligando a analizar con más detalle a las personas que
honran estos monumentos, permitiendo así que la historia se vuelva a contar
desde el punto de vista de sus víctimas.



El antirracismo es una batalla por la memoria. Esa es una de las
características más notables de la oleada de protestas que ha surgido en
todo el mundo tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis. En todas
partes los movimientos antirracistas han cuestionado el pasado al atacar
monumentos que simbolizaban el legado de la esclavitud y el colonialismo: el
general Robert E. Lee de los confederados en Virginia; Theodore Roosevelt en
la ciudad de Nueva York; Cristóbal Colón en muchas ciudades de Estados
Unidos; el rey belga Leopoldo II en Bruselas; el traficante de esclavos
Edward Colston en Bristol; Jean-Baptiste Colbert, ministro de Finanzas de
Louis XIV y autor del infame Code Noir en Francia; el padre del periodismo
italiano moderno, y ex propagandista del colonialismo fascista, Indro
Montanelli, etc. Ya sean derribadas, destruidas, pintadas o grafiteadas,
estas estatuas personifican una nueva dimensión de lucha: la conexión entre
los derechos y la memoria. Ponen de relieve el contraste entre el estatus de
los negros y los sujetos poscoloniales como minorías estigmatizadas y
embrutecidas, y el lugar simbólico dado en el espacio público a sus
opresores, un espacio que también conforma el entorno urbano de nuestra vida
cotidiana.



Estallidos de iconoclastia



Es bien sabido que las revoluciones poseen una furia iconoclasta. Ya sea
espontánea, como la destrucción de iglesias, cruces y reliquias católicas
durante los primeros meses de la Guerra Civil española, o algo más
cuidadosamente planeado como la demolición de la columna Vendôme durante la
Comuna de París, este estallido de iconoclastia da forma a cualquier
subversión del orden establecido.



El director de cine Sergei Eisenstein presentó Octubre, su obra maestra
sobre la Revolución rusa, con imágenes de una multitud derribando una
estatua del zar Alejandro III, y en 1956 los sublevados de Budapest
destruyeron la estatua de Stalin. En 2003, como una confirmación
involuntariamente irónica de esta regla histórica, las tropas
estadounidenses organizaron el derribo de una estatua de Saddam Hussein en
Bagdad, con la complicidad de muchas estaciones de televisión afines, para
disfrazar así su ocupación como un levantamiento popular.



A diferencia de ese caso, dondequiera que la iconoclastia de los movimientos
de protesta sea auténtica ésta siempre provoca reacciones indignadas. Los
comuneros fueron tachados de "vándalos" y Gustave Courbet, uno de los
responsables por derribar la columna, fue encarcelado. En cuanto a los
anarquistas españoles, éstos fueron condenados como feroces bárbaros. Una
indignación similar ha estallado en las últimas semanas.



Boris Johnson se escandalizó cuando una estatua de Churchill recibió la
pintada de “racista”, algo sobre lo que existe un consenso académico,
vinculado a los debates actuales sobre su caracterización de los africanos y
su responsabilidad por la hambruna de Bengala en 1943.



Emmanuel Macron se quejó amargamente de una iconoclastia similar en un
mensaje dirigido a la nación francesa que curiosamente nunca mencionó a las
víctimas del racismo: “Esta noche les digo muy claramente, queridos
conciudadanos, que la República no borrará ninguna huella o cualquier figura
de su historia. No olvidará ninguno de sus logros. No derribará ninguna
estatua”.



En Italia, el lanzamiento de pintura roja sobre una estatua de Indro
Montanelli en un parque público de Milán fue denunciado unánimemente como un
acto "fascista" y "bárbaro" por todos los periódicos y medios de
comunicación, con la excepción de Il Manifesto. Herido en la década de 1970
por terroristas de izquierda, Montanelli fue canonizado como un heroico
defensor de la democracia y la libertad.



Después de esta "ofensa cobarde" infligida a su estatua por los lanzadores
de pintura, un editorialista del Corriere della Sera insistía en que ese
héroe debía ser recordado como una figura "sagrada". Sin embargo, este acto
"bárbaro" resultó fructífero al revelar a muchos italianos los "sagrados"
logros de Montanelli: en la década de 1930, como joven periodista, ensalzó
el Imperio fascista y sus jerarquías raciales; enviado a Etiopía como
corresponsal de guerra de inmediato compró a una niña eritrea de catorce
años para satisfacer sus necesidades sexuales y de servicio doméstico. Para
muchos comentaristas esas eran las "costumbres de la época" y, por lo tanto,
cualquier acusación de apoyo al colonialismo, el racismo y el sexismo eran
injustas y estaban injustificadas. Sin embargo, todavía en la década de los
años 60, Montanelli condenó el mestizaje como fuente de decadencia
civilizatoria, con argumentos tomados directamente del Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas de Arthur Gobineau de 1853-55.



Estos fueron de hecho los mismos argumentos defendidos vigorosamente por el
KKK en ese mismo periodo con ocasión de su oposición al movimiento de
derechos civiles en Estados Unidos. Y, contra toda evidencia, el padre
espiritual de dos generaciones de periodismo italiano negó ferozmente que el
ejército fascista hubiera llevado a cabo bombardeos con gas durante la
guerra de Etiopía. Los "bárbaros" de Milán sólo querían recordarnos estos
simples hechos.



Es ciertamente interesante observar que la mayoría de los líderes políticos,
intelectuales y periodistas indignados por la actual ola de "vandalismo"
nunca expresaron una indignación similar por los repetidos episodios de
violencia policial, racismo, injusticia y desigualdad sistémica contra la
que se emprende la protesta. Se han debido sentir bastante cómodos en esa
posición.



Muchos de ellos incluso elogiaron la tormenta iconoclasta de signo contrario
hace treinta años cuando las estatuas de Marx, Engels y Lenin fueron
derribadas en Europa Central. Mientras que la posibilidad imaginaria de
vivir entre este tipo de monumentos es intolerable y agobiante, ellos están
muy orgullosos de que las estatuas de generales confederados, comerciantes
de esclavos, reyes genocidas, diseñadores legales de la supremacía blanca y
propagandistas del colonialismo fascista constituyan el patrimonio histórico
de las sociedades occidentales. Tal como insisten al señalar que "no
borraremos ningún rastro o figura de nuestra historia".



En Francia, demoler los vestigios monumentales del colonialismo y la
esclavitud generalmente se caracteriza como una forma de comunitarismo, una
palabra que actualmente tiene un sentido peyorativo, ya que implícitamente
significa que tales vestigios molestan exclusivamente a los descendientes de
esclavos y pueblos colonizados, no a la mayoría blanca que es la que fija
las normas estéticas, históricas y conmemorativas que enmarcan el espacio
público. De hecho, muy a menudo el supuesto universalismo de Francia tiene
un sabor desagradable en forma de comunitarismo blanco.



La furia iconoclasta, que actualmente se extiende por las ciudades a escala
mundial, reclama al igual que lo demandaran sus antepasados, nuevas reglas
de tolerancia y coexistencia. Lejos de borrar el pasado, la iconoclastia
antirracista entraña una nueva conciencia histórica que inevitablemente
afecta el paisaje urbano. Las estatuas en disputa celebran el pasado y a sus
actores, un simple hecho que legitima su retirada. Las ciudades son cuerpos
vivos que cambian de acuerdo con las necesidades, valores y deseos de sus
habitantes, y estas transformaciones son siempre el resultado de conflictos
políticos y culturales.



Derribar monumentos que conmemoran a los gobernantes del pasado da una
dimensión histórica a las luchas del presente contra el racismo y la
opresión. Quizás signifique incluso algo más que eso. Es otra forma de
oponerse a la gentrificación de nuestras ciudades que supone la metamorfosis
de sus distritos históricos en lugares cosificados y fetichizados.



Una vez que una ciudad es clasificada por la UNESCO como "patrimonio de la
humanidad" está condenada a morir. Los "bárbaros" que derriban estatuas
protestan implícitamente contra las políticas neoliberales actuales que al
tiempo que expulsan a las clases bajas de los centros urbanos transforman a
éstos en vestigios congelados. Los símbolos de la antigua esclavitud y el
colonialismo se combinan con el rostro deslumbrante del capitalismo
inmobiliario, y éstos son los objetivos de los manifestantes.



La mirada de los vencidos



La iconoclastia antirracista, según un argumento más sofisticado y perverso,
expresa un deseo inconsciente de negar el pasado. Según este argumento, a
pesar de lo opresivo y desagradable que fuera el pasado, éste no se puede
cambiar. Esto es desde luego cierto. Pero transitar el pasado,
particularmente si se trata de un pasado repleto de racismo, esclavitud,
colonialismo y genocidios, no implica celebrarlo, como vienen a hacer la
mayoría de las estatuas derribadas.



En Alemania el pasado nazi está abrumadoramente presente en las plazas y
calles de la ciudad a través de monumentos conmemorativos que celebran a sus
víctimas y no a sus perseguidores. En Berlín, el Memorial del Holocausto se
erige como una advertencia a las generaciones futuras (das Mahnmal). Los
crímenes de las SS no se recuerdan con una estatua que rememore a Heinrich
Himmler, sino a través de una exposición al aire libre y bajo techo llamada
"Topografía del terror" que se encuentra en la sede de una antigua oficina
de las SS.



No necesitamos estatuas de Hitler, Mussolini y Franco para recordar sus
fechorías. Precisamente porque los españoles no han olvidado el franquismo
es la razón por la que el gobierno de Pedro Sánchez decidió retirar los
restos del Caudillo de su monumental tumba. Es solo desacralizando el Valle
de los Caídos como este monumento fascista podía consignarse en el reino de
la memoria de una sociedad democrática que no olvida.



Por esta razón es profundamente engañoso equiparar nuestra actual
iconoclastia antirracista a la intencionalidad de la antigua damnatio
memoriae (condena de la memoria). En la antigua Roma, esta práctica tenía
como objetivo eliminar las conmemoraciones públicas de emperadores u otras
personalidades cuya presencia chocaba con los nuevos gobernantes. Tenían que
ser olvidados.



Borrar a León Trotsky de las imágenes oficiales soviéticas bajo el
estalinismo fue otra forma de damnatio memoriae, e inspiración para la obra
1984 de George Orwell. Escribió que en el Estado ficticio de Oceanía el
pasado se había reescrito por completo: "Estatuas, inscripciones, piedras
conmemorativas, los nombres de las calles, cualquier cosa que pudiera
arrojar luz sobre el pasado había sido sistemáticamente alterada".



Estos ejemplos son comparaciones engañosas porque se refieren a la
eliminación del pasado por los poderosos. En cambio, la iconoclastia
antirracista busca provocativamente liberar el pasado de su control,
"cepillar el pasado a contrapelo", al repensarlo desde el punto de vista de
los dominados y los vencidos, y no con la mirada de los vencedores.



Sabemos que nuestro patrimonio arquitectónico y artístico está cargado con
el legado de la opresión. Como dijera un famoso aforismo de Walter Benjamin:
"No hay ningún documento civilizatorio que no sea al mismo tiempo un
documento de barbarie". Quienes derriban estatuas no son nihilistas ciegos:
no desean destruir el Coliseo o las pirámides.



Más bien, preferirían no olvidar que, como señalara Bertolt Brecht, estos
monumentos admirables fueron construidos por esclavos. Edward Colston y
Leopold II no serían olvidados: sus estatuas deberían conservarse en museos
y preservarse de manera que no se explicara solo quiénes fueron y sus logros
extraordinarios, sino también por qué y cómo sus personas se convirtieron en
ejemplos de virtud y filantropía, objetos a venerar - en resumen, la
encarnación de su civilización.



Ola global



Esta oleada de iconoclastia antirracista es global y no admite excepciones.
Los italianos (incluidos los italoamericanos) y los españoles están
orgullosos de Colón, pero las estatuas del hombre que descubrió las Américas
no tienen el mismo significado simbólico para los pueblos indígenas.



Tal iconoclastia reclama legítimamente un reconocimiento público y la
transcripción de su propia memoria y perspectiva: un descubrimiento que
inauguró cuatro siglos de genocidio. En Fort-de-France, la capital de
Martinica, dos estatuas de Victor Schœlcher, tradicionalmente celebradas por
la República Francesa como un símbolo de la abolición de la esclavitud en
1848, fueron derribadas el 22 de mayo. Como nos dice el diario derechista Le
Figaro "Los nuevos censores creen poseer la verdad y ser los guardianes de
la virtud".



De hecho, los "nuevos censores" (es decir, jóvenes activistas antirracistas)
desean pasar página a una tradición paternalista y sutilmente racista del
universalismo francés. Siempre describió la abolición de la esclavitud como
un regalo para los esclavos por parte de la República ilustrada, una
tradición que Macron resumía bien en el mensaje citado anteriormente.



Los "nuevos censores" comparten el juicio de Frantz Fanon al abordar este
cliché en su libro Piel negra, máscaras blancas de 1952: "El hombre negro se
contentó agradeciéndole al hombre blanco, y la prueba más palmaria de este
hecho es la impresionante cantidad de estatuas que se erigieron por toda
Francia y colonias para mostrar a la Francia blanca acariciando el cabello
rizado de este bonito negro cuyas cadenas acababan de romperse”.



Trabajar con el pasado no es una tarea abstracta o un ejercicio puramente
intelectual. Requiere más bien un esfuerzo colectivo que no puede disociarse
de la acción política. Este es el significado de la iconoclastia de estos
últimos días. De hecho, si bien ha estallado en el seno de una movilización
antirracista global, el terreno ya había sido labrado por años de compromiso
contra-memorial y una investigación histórica desarrollada por multitud de
asociaciones y activistas.



La iconoclastia, como toda acción colectiva, merece atención y crítica
constructiva. Estigmatizar despectivamente es simplemente exonerar una
historia de opresión.



* Enzo Traverso es historiador y profesor en la Universidad de Cornell,
Ithaca, Nueva York. Su libro más reciente es Melancolía de izquierda
(Galaixia Gutenberg, 2019).

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