Brasil/Debate/ "El gobierno de Bolsonaro se basa en la estética nazi" [Michel Gherman - Entrevista]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Lun Jun 29 01:04:32 UYT 2020
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Correspondencia de Prensa
29 de junio 2020
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Brasil/Debate
Entrevista al historiador Michel Gherman
“El gobierno de Bolsonaro se basa en la estética nazi”
Bruno Bimbi *
CTXT, 28-6-2020
https://ctxt.es/es/
Michel Gherman (Río de Janeiro, 1974) dice que el presidente de su país,
Jair Bolsonaro, es nazi. No lo dice apenas como un insulto, un adjetivo de
esos que alguien tira y sale corriendo. Lo desarrolla, lo explica, cita
bibliografía, varios hechos actuales, otros históricos. Dice que el gobierno
de Bolsonaro refleja la estética y la cultura nazis y que, si no ha podido
desarrollar aún más las políticas nazis con las que sueña, es sobre todo por
su incompetencia. Dice, también, que parte de la izquierda no lo entiende
porque es antisemita y no dialoga con la comunidad judía. Que, para
Bolsonaro, el coronavirus no es un problema, sino una solución: un virus que
purifica, que limpia a Brasil de los débiles. Que por eso el presidente no
se solidariza con las familias de los muertos, ni enfrenta la pandemia. Dice
que Bolsonaro va a pasar, y, cuando pase, Brasil tendrá que pensar cómo se
desbolsonariza, del mismo modo que Alemania precisó desnazificarse.
Dice esas cosas y lo hace con la tranquilidad de saber que puede. No por ser
judío, o al menos no solo por eso. Gherman es historiador, escribió su tesis
de máster en la Universidad Hebrea de Jerusalén, sobre la Iglesia Universal
del Reino de Dios, una de las denominaciones evangélicas más poderosas de
Brasil, aliada del presidente. Su tesis de doctorado, en la Universidad
Federal de Río de Janeiro, donde ahora codirige el Núcleo de Estudios
Judaicos, fue sobre las ambigüedades del sionismo periférico. Cursó una
especialización sobre las formas de enseñar la Shoá en el Museo del
Holocausto Yad Vashem, en Israel. Es director académico del Instituto
Brasil-Israel e investigador del Centro de Estudios sobre Sionismo e Israel
de la Universidad Ben-Gurión del Néguev. Pero, además de todo eso, es una
referencia para la izquierda de la comunidad judía brasileña y un dolor de
cabeza para esa otra izquierda que no dialoga con los judíos.
-Desde mucho antes de que llegara al gobierno, algunas personas en Brasil
comparábamos el movimiento político liderado por Jair Bolsonaro (y su propia
figura) con el fascismo y el nazismo. Muchos han criticado esas
comparaciones, afirmando que eran exageradas, inclusive irrespetuosas. Sin
tener en cuenta todo lo que sucedió desde su llegada al poder, ¿cree que
había, antes de la elección presidencial, motivos serios para hacerlas?
La historia de Bolsonaro es una historia de asociación personal con el
nazismo. Años atrás, hizo una campaña en defensa de la “libertad” de los
alumnos para elogiar a Adolf Hitler en su redacción de la prueba de acceso a
la universidad, tuvo declaraciones negacionistas en relación al Holocausto,
expresó su admiración por el propio Hitler en diferentes discursos, apoyó a
un candidato a concejal de su partido que se disfrazaba de Hitler... No veo
cuál es la duda. Además, su discurso de campaña, inclusive el que dio en la
sede del club Hebraica de Río de Janeiro, tenía asociaciones con el discurso
de Hitler.
-¿Qué significó para la comunidad judía ese discurso en la Hebraica?
Podríamos decir, tomando prestado un concepto con el que tú trabajas, que
ese día Bolsonaro salió del armario Fue muy explícito en sus palabras: atacó
a los negros, a los indígenas, se refirió a los japoneses como una raza
superior. No dejó dudas sobre su vinculación con el nazismo. Irónicamente,
había ido a la Hebraica para “humanizarse” frente a los judíos, para no ser
acusado de nazi, pero en la puerta hubo una primera reacción. La comunidad
judía se manifestó allí contra el nazismo de Bolsonaro.
-Sin embargo, hay una percepción en la sociedad brasileña –que tanto a la
extrema derecha como a parte de la izquierda parece gustarle– de que la
comunidad judía apoya a Bolsonaro.
En el caso de la extrema derecha, es lógico. Precisan mostrar a la comunidad
judía como una aliada imaginaria para higienizar o kosherizar la imagen de
Bolsonaro. Lo que me asusta es que la izquierda no se dé cuenta de que esa
es una construcción de la extrema derecha. Es una estupidez. La realidad es
que la clase media blanca, de la que forma parte la mayoría de la comunidad
judía brasileña, apoyó a un candidato de extrema derecha. Pero si comparamos
la votación de Bolsonaro en la comunidad judía con la que tuvo en la clase
media blanca en general, entre los judíos fue menor.
-De hecho, los datos de la última encuesta de Datafolha antes del balotaje
muestran que 61% de los judíos votarían a Bolsonaro y 39% al candidato de la
izquierda, Fernando Haddad. El apoyo en la clase media era mayor, entre el
64 y el 68%, dependiendo de los ingresos. Pero hay otro dato interesante. Si
uno toma los datos socioeconómicos de la muestra estadística y compara la
composición del total con la de los encuestados que se declaran judíos, con
las mismas proporciones de nivel de renta, la diferencia entre el voto de
los judíos y el del resto es menor al margen de error. En cambio, por
ejemplo, entre los evangélicos pentecostales, Bolsonaro tenía casi 18 puntos
más que entre los demás electores con el mismo nivel de renta. ¿Por qué esos
datos, que son públicos, no forman parte del análisis que la izquierda hace
del resultado electoral?
Es mucha incompetencia. Los judíos tienen una imagen positiva en la sociedad
brasileña y son vistos como garantía de preservación de la memoria del
Holocausto y de que un fascista no sea electo. Que la derecha esconda esos
números, lo entiendo. La pregunta es por qué la izquierda invisibiliza a ese
casi 40% de judíos que votó por Haddad (candidato presidencial del PT en la
pasadas elecciones, promovido por Lula). Podrían ser sus aliados y ayudar a
mostrar a la sociedad que Bolsonaro es peligroso. Al empujar a todos los
judíos para la extrema derecha, la izquierda fortalece en nuestra comunidad
la percepción de que es antisemita. Y una de las razones es que realmente
hay antisemitismo en la izquierda. No se puede negar. Es un antisemitismo
sofisticado, que ve a los judíos como bloque monolítico.
-En algunos artículos, ha hablado del “judío imaginario”.…
Exacto. Ese judío imaginario es exactamente igual para la extrema derecha y
para esa izquierda: militarista, racista, moralista, homofóbico, vinculado
con la imagen de un Israel excluyente. La diferencia es que, para la
izquierda, eso es negativo y, para la extrema derecha, positivo. La
incompetencia de la izquierda la lleva a comprar una narrativa de la extrema
derecha. Pero esa parte de la izquierda viene disminuyendo.
-Algunos años atrás, el exdiputado trotskista y actual concejal en Río de
Janeiro, Babá (1), quemó una bandera de Israel en un acto callejero y esa
imagen, que produjo indignación en la comunidad judía, es usada contra la
izquierda en cada campaña electoral. Ahora, vemos banderas de Israel como
símbolo del bolsonarismo, flameando en actos que piden, por ejemplo, el
cierre del Congreso, un golpe de Estado y la negación de los derechos de la
población LGBT. ¿Qué significa esa presencia de la bandera de Israel en la
política brasileña?
Babá funciona en relación a la bandera de Israel exactamente igual que la
extrema derecha nazi. Para él, hay un Israel imaginario que debe ser
quemado, porque no existe el Israel real, contradictorio, en disputa. En su
estupidez e incapacidad para analizar contradicciones, su vínculo con el
Israel imaginario justifica acciones bizarras como esa. Es exactamente lo
mismo que hace la extrema derecha, para la que tampoco existe el Israel
real. Para mí, son dos maneras distintas de quemar la bandera: uno la quema
con fuego; los otros, llevándola al lado de banderas neonazis de Ucrania a
actos contrarios a la democracia. La extrema derecha y esa izquierda, la de
Babá, están en el mismo lugar ideológico en relación con la comunidad judía
e Israel. Bolsonaro se beneficia de ambas.
¿Cómo describiría a ese Israel imaginario y en qué se diferencia del real?
Cuando digo “Israel imaginario” o “judío imaginario”, me refiero a una
representación, desconectada de la realidad. Tanto para la extrema derecha
como para esa izquierda, Israel es un país blanco, militarizado,
ultracapitalista y con perspectivas islamofóbicas que lo colocan como
barrera entre el mundo islámico “bárbaro” y Occidente. Es la misma imagen
para ambas. El Israel real, en cambio, no existe en el sentido objetivo,
como algo homogéneo. No es que haya otro Israel. Es una sociedad
contradictoria, con quiebres radicales, como cualquier otra. La oposición es
entre realidad e imaginación, a partir de una representación basada en el
concepto de totalitarismo. Que es muy loco, porque la izquierda discute su
relevancia cuando habla de Hannah Arendt, pero cuando habla de Israel y del
sionismo, lo incorpora, como si Israel fuese una sociedad totalitaria y sin
contradicciones. El problema es que la idea de un judío o de un Israel sólo
puede producirse sobre la base de que todos los judíos y todos los israelíes
son iguales, que es la base para cualquier racismo, inclusive el
antisemitismo.
-¿Qué es lo que esa izquierda no está viendo cuando mira a Israel?
Creo que tiene poco que ver con Israel y más con la percepción de mundo. El
mundo es contradictorio. Lo que la izquierda debería hacer es conversar con
personas del mundo real. Podríamos contar muchas cosas sobre Israel, por
ejemplo sobre los derechos de la población LGBT, y sería pedagógico. Pero,
antes, precisamos entender que esa desconexión de la realidad en las
representaciones sobre Israel de la extrema derecha y parte de la izquierda
tiene menos que ver con los judíos y más con la idea de una realidad
absoluta, sin contradicciones. Por ejemplo, hay sectores de la sociedad
israelí que son homofóbicos, como en todos los países, y otros que no. Lo
mismo vale para cualquier otro tema. En las últimas semanas, escuchamos
hablar de George Floyd, el joven negro asesinado en Estados Unidos por un
policía. Inmediatamente, sectores de la izquierda comenzaron a decir que eso
pasa en Israel. Lo que yo quiero que me digan es dónde no pasa. ¿En qué país
no hay racismo estructural en las fuerzas de seguridad? ¿En Brasil? ¿En
España? Además, Estados Unidos no es apenas esos policías, sino también los
miles que se manifestaron en las calles contra el racismo. En Israel también
se manifestaron. La izquierda no miente; produce un imaginario desconectado
de la realidad a partir de la elección de grupos para representar a un grupo
mayor. Eso es racismo.
-Parte de la comunidad judía, por ese motivo, percibe a la izquierda como
antisemita, pero también hablamos de una parte. Recién decía: “esa
izquierda”.
Sí, una parte cada vez menor, pero que fortalece una percepción que favorece
a la extrema derecha. Así, la izquierda pierde eficiencia en la disputa
ideológica. La derecha brasileña entendió la importancia de Israel, por
ejemplo, para disputar a la comunidad evangélica, que no es toda de derecha.
No solo tiran por la ventana a los judíos, sino también a los evangélicos,
importantes en la disputa ideológica.
-Muchos piensan que quienes llevan la bandera de Israel a los actos de
Bolsonaro son judíos, pero en su mayoría son evangélicos de una corriente
que ve al Estado judío como importante para la vuelta del Mesías…
No son sólo evangélicos. Hay varios grupos que llevan la bandera a esos
actos: la extrema derecha racista, la económica, la militarista y cierto
grupo de evangélicos. A veces hay intersecciones, pero no siempre. En el
caso de los evangélicos, su Israel imaginario es diferente: es el Reino de
Salomón, el de Judá, un Israel que no pasó por la diáspora y que justifica
el concepto de civilización judeocristiana. En ese Israel, habita el judío
del reino, no el de la república. Está desvinculado de la modernidad. El
judío, en el sentido moderno de la palabra, no puede existir en ese Israel,
porque pasó por la diáspora y por un barniz civilizatorio que no es
cristiano, sino secular. No podría llevar la bandera de ese Israel, porque,
para que ese Israel exista, el judío moderno no puede existir.
-¿Y los otros grupos?
Hay una derecha ultraliberal que parte de la perspectiva sombartiana [de
Werner Sombart] de que los judíos crearon el capitalismo. Son ultraliberales
que se oponen a cualquier participación del Estado en la economía, lo que no
tiene sentido en Israel. Por otro lado, hay una extrema derecha militarista,
que imagina a Israel como un país en el que todo se resuelve mediante el
conflicto armado, la militarización y la libertad de los ciudadanos para
portar armas, lo que tampoco es real. Hay un cuarto grupo formado por
racistas, que imaginan a Israel como el símbolo blanco del combate a Asia,
África y el Islam. Tú has estado en Israel y sabes cuán absurda es esa
perspectiva. Y hay intersecciones: evangélicos que son armamentistas o
ultraliberales, pero cada uno de esos grupos tiene su especificidad y lo
único en común es que no necesitan a los judíos para llevar la bandera de
Israel, inclusive porque prefieren que el judío no exista.
-Al principio, hablábamos del Bolsonaro anterior a la presidencia y su
historia de asociación con el discurso nazi. Ahora que ya es presidente hace
más de un año, ¿ya podemos confirmar esa asociación?
Mi percepción sobre el nazismo, que viene de teóricos como Jeffrey Herf,
supone que el nazismo es más estética y cultura que doctrina. Una cultura de
frustraciones, resentimiento de las clases medias, odio a minorías,
militarismo, moralismo religioso, rechazo a la secularización,
“purificación”, guerras constantes contra “traidores”, etc. En todo eso,
Bolsonaro da check-list completo. Hay varios fascismos –el nazismo es uno de
ellos–, pero la relación estética del bolsonarismo es específicamente con el
nazismo. No conozco otro caso de un ministro de Cultura que se haya
disfrazado de Goebbels. No fue “influenciado”, sino que se transformó en
Goebbels. El canciller Araújo relativizó el nazismo, dijo que el comunismo
era peor. A más de un año de Bolsonaro presidente, lo que tenemos no es
apenas un gobierno fascista, sino uno basado en la estética nazi y cuyas
políticas soñadas son esas. Si no consigue implementarlas es por ineptitud y
porque no todo el gobierno las comparte, pero su núcleo duro sí. Vamos a
equivocarnos si miramos apenas el Estado o la economía. No es así como el
fascismo y el nazismo se producen. Precisamos ver que el gobierno de
Bolsonaro tiene la cultura política nazi.
-¿Cómo se refleja eso en tiempos de pandemia?
La covid-19, en el caso de Brasil, es vista como “aliada” por el
bolsonarismo, no como adversaria. Bolsonaro cree que el virus está limpiando
a Brasil de “débiles”, lo dijo algunas veces. Estamos hablando de un
gobierno nazi, o al menos con fuerte influencia de la cultura y la estética
nazis.
-Habla de estética y me pregunto si no hay una intención deliberada de
mostrarla: el discurso de Goebbels, el uso en la publicidad oficial de la
frase “El trabajo libera”, que estaba en la entrada de Auschwitz, las
banderas del partido neonazi ucraniano en sus actos, la marcha de antorchas
con la estética del Ku Klux Klan, el apoyo al candidato a concejal
disfrazado de Hitler…
No podemos olvidar que el eslogan de su campaña presidencial fue: “Brasil
por encima de todo”, una réplica exacta de Deutschland über alles.
-¿Es la estupidez de Bolsonaro, que exhibe lo que debería esconder, o es a
propósito, porque se dirige al núcleo duro de sus seguidores más fanáticos?
Sería imposible esconderlo, porque es la parte hegemónica del bolsonarismo.
Por otro lado, sería un error pensar que los más de cincuenta millones de
personas que votaron a Bolsonaro son nazis. Pero él supo accionar ciertas
relaciones mal resueltas en la sociedad brasileña: por ejemplo, la relación
con el racismo, con el pasado esclavista y con un imaginario conspirativo
que sirvió para la producción en gran escala, tal vez la mayor de la
historia, de una industria de las fake news.
-Ahí aparece Goebbels en la práctica.
Exacto. Y eso puede haber determinado la elección de Bolsonaro. Pero entre
acusar a todos sus electores de nazis y decir que ninguno sabía lo que
estaba diciendo, yo me quedo a mitad de camino.
-En el apéndice de la edición de 1976 de Si esto es un hombre, Primo Levi
incluyó respuestas a las preguntas más comunes de los estudiantes. Una de
ellas era: “¿Los alemanes sabían?”. Levi responde que, por un lado, la gran
masa de alemanes ignoraba los detalles más atroces de lo que sucedía en los
campos, y Hitler no quería que los conocieran. Pero dice también que no
había un solo alemán que no supiese que los campos existían y para qué
servían, y Hitler quería que lo supieran. ¿Cómo nos enfrentamos al hecho de
que hay millones de brasileños que saben lo que está haciendo Bolsonaro y
sin embargo lo apoyan?
Una cuestión fundamental en Primo Levi es la idea de que lo que hizo el
nazismo fue una forma de deshumanización. Todos sabían que los judíos
estaban desapareciendo, pero, como ya no eran exactamente humanos y
desaparecían para algún lugar que no se veía, nadie preguntaba adónde los
estaban llevando. La idea era que “el judío no es igual a mí”. Bolsonaro fue
electo algunos meses después de decir que las minorías tienen que someterse
o “desaparecer”. Usó esa palabra en un discurso de campaña. ¿Qué es una
minoría? Básicamente, personas como tú y yo. Se construyó, recurriendo a
teorías conspirativas, la posibilidad de no ver a las minorías como humanos,
sino como parte de alguna cosa que “degenera”. Se deshumanizó, inclusive, al
petista (simpatizante del Partido de los Trabajadores). El petista no era
humano. Si pudieron anular la humanidad de un grupo tan mayoritario –la
gente que votó alguna vez a Lula y continúa diciendo fue un buen
presidente–, anular la humanidad de las minorías era más fácil. Ahí tenemos
un modelo para entender por qué mi vecino votó a Bolsonaro y, al día
siguiente, me saluda y me pregunta por mi familia. Esa voluntad de matar al
otro que se mezcla con la voluntad de abrazar al vecino es muy importante
para entender el fenómeno: el otro es un otro absoluto, deshumanizado.
-¿Qué podemos aprender de eso?
Lo primero es que este modelo puede ser usado en cualquier lugar del mundo.
Tú conoces la sociabilidad brasileña –los abrazos, las preguntas, la cerveza
al final de la tarde– y sabes lo que pasó con eso después de Bolsonaro, cómo
se produjo una alteridad enfermiza en tan poco tiempo. Vamos a tener que
discutir el bolsonarismo como antes se discutió el nazismo. Cuando esto
pase, porque va a pasar, tendremos que producir una desbolsonarización, como
hubo en la Alemania una desnazificación después de Hitler. Hay diferentes
niveles: no es lo mismo los que participaron del proyecto hasta el final o
hasta la mitad –que van a tener que responder, inclusive jurídicamente– que
los electores. Pero tenemos que entender que con el nazismo no se juega.
-¿En qué nivel pondría al exministro Sérgio Moro?
Moro está entre los que, después de producir lo peor del bolsonarismo más
puro y perpetrar injusticias desde el poder, decide salir. Va a tener que
hacerse cargo de sus responsabilidades. Ahora hace denuncias y vamos a
escucharlas, pero en algún momento va a tener que explicar, en un debate
público, cómo fue que percibió esa gramática nazi y permaneció. Necesitamos
ese proceso de desnazificación, y creo que está comenzando.
-Justamente iba a preguntarle qué hacer con el bolsonarismo después de
Bolsonaro. Mañana puede venir un gobierno democrático, tal vez progresista,
pero deberá convivir con un porcentaje importante de la población brasileña
que apoyó todo esto inclusive después de los cincuenta mil muertos…
Como no soy de derecha, cuando me preguntan algo así, mi tendencia natural
es pensar en la izquierda. Creo que la izquierda tiene que hacer una
autocrítica de varias camadas: preguntarse qué pasó para que pase esto, cómo
se produjo un divorcio absoluto con ella de ciertos sectores de la sociedad,
cómo va a dialogar de nuevo con esa gente sin acusar a todos de traidores,
inclusive a algunos que al principio apoyaron a Bolsonaro. Del mismo modo,
debería preguntarse por qué no fue capaz de producir una relación con los
judíos que estaban frente a la Hebraica. Lo que sucedió ese día en la
comunidad judía fue la primera ruptura radical contra Bolsonaro en un
segmento de la sociedad brasileña. ¿Por qué esa izquierda demoró tanto para
abrazarla, o fue incapaz de hacerlo hasta ahora?
-¿Esa incapacidad para dialogar con la comunidad judía puede haberle
impedido entender que el bolsonarismo tenía una cultura nazi?
Sí, a nivel micro. Hay sectores de la izquierda que creen que “el sionismo
es nazismo” y, al mismo tiempo, ven a Bolsonaro como alguien cercano a la
comunidad judía. Todo eso es una estupidez. Esa izquierda no ve la realidad
que le pasa delante de sus ojos: vieron a todos esos judíos en la puerta de
la Hebraica y no entendieron que ahí había una actitud de resistencia
radical de la comunidad judía contra un candidato nazi. En vez de aprovechar
esa actitud y transformar a esa gente en aliada de primera hora, el
antisemitismo de la izquierda –de esa izquierda– no la dejó producir ese
vínculo. Así, impidió que tuviesen más voz esas personas que, desde el
principio, decían que Bolsonaro era un nazi. La izquierda brasileña sabe muy
poco, en términos teóricos, sobre qué es el nazismo. Cuando acusa a todo el
mundo de nazi, termina no acusando a Bolsonaro; porque si todo el mundo es
nazi, nadie es nazi. Esto es importante. La relación de la comunidad judía
con la izquierda es un micro-caso para pensar cómo evitar que el
bolsonarismo vuelva a existir después de Bolsonaro.
-Cada vez que aparece esa discusión sobre la relación de la izquierda con la
comunidad judía, escucho a muchos militantes que dicen: “Yo no soy
antisemita, sino antisionista”. ¿Qué les dirías?
Que no tienen idea de lo que están hablando. ¿Qué significa ser
antisionista? ¿Qué es el sionismo para ellos? Es una ignorancia de conceptos
que acaba fortaleciendo a la extrema derecha. ¿Qué es, entonces, ser
antisemita? Cuando alguien precisa decir “no soy racista, pero…”, es
racista. ¿Qué antisionismo es ese? ¿Contra cuál sionismo? ¿El sionismo de
izquierda? ¿El de derecha? ¿El sionismo anti-ocupación? ¿Cuál? “Ah, no… Yo
estoy hablando de todo el sionismo”. Entonces, ya tienes un pie en el
totalitarismo, la homogenización… que antisemita.
-Al final, ¿qué es el sionismo?
El sionismo, primero, existe en plural: hay sionismos. Como todo movimiento
nacionalista, tiene varias corrientes que disputan la hegemonía de su modelo
de nación. Leonel Brizola [histórico dirigente de la izquierda brasileña,
fallecido en 2004] era nacionalista y Bolsonaro también lo es, pero claro
que no son lo mismo. Sus modelos de nación son muy diferentes, como el de
Tito y el de Mussolini, por dar ejemplos. El sionismo no es una conspiración
judía para dominar el mundo, sino un movimiento nacionalista, como cualquier
otro. ¿Los antisionistas se oponen a cualquier nacionalismo? ¿Qué dicen del
nacionalismo catalán? ¿O piensan que los judíos son los únicos que no tienen
derecho a querer construir un Estado-nación? Hay que entrar en las
filigranas, preguntar qué están diciendo cuando dicen lo que dicen, porque
ese discurso también ayudó a producir el bolsonarismo y el ascenso de
Bolsonaro al poder.
-Semanas atrás, en una live con el exdiputado Jean Wyllys (del Partido
Socialismo y Libertad-PSOL), criticado por sectores de la izquierda por
visitar Israel, Lula habló del conflicto israelí-palestino, dijo que siempre
apoyó la solución de los dos Estados, recordó que como presidente visitó
Israel y los territorios palestinos y dijo que, entonces, había una parte de
la izquierda que “no quería que yo dialogara con el pueblo judío”. ¿Qué le
produjo esa declaración?
Lula ya dijo eso otras veces. Me gustaría saber más, porque, en este momento
que estamos viviendo, podría ser el inicio de un proceso. ¿Quiénes no
querían que dialogara con el pueblo judío? ¿Qué significaba no dialogar?
Para recuperar la relación entre la izquierda y la comunidad judía,
precisamos pasar por ahí.
-Volvamos a Bolsonaro. Luego de comenzar su carrera como “el diputado de los
militares”, hace diez años cambió su perfil. Los derechos LGBT avanzaban y
él comenzó a disputarle al pastor Marco Feliciano el rol de “diputado
antigay”. En el discurso de ambos, había dos elementos que desde entonces
creo que se asocian al antisemitismo clásico: las teorías conspirativas
sobre el “lobby gay” y la “dictadura gay”, que recuerdan a los Protocolos, y
la idea de que los gays amenazan a los niños (“kit gay”, “ideología de
género”, etc.), que recuerda los libelos de sangre de la época de los
pogromos, muy anterior a Hitler. ¿Existen esos paralelos?
Yo tendría cuidado con los libelos de sangre, porque ahí es necesaria una
perspectiva histórica muy cuidadosa, pero sí hay un paralelo en la
percepción que esta nueva ultraderecha tiene sobre las teorías
conspirativas. Lo más importante es que el gay, el judío o el negro no
existen. Son producto de una mirada que se relaciona con quienes ven, no con
quienes son vistos, porque son vistos sin subjetividad, incapaces de
producir contradicciones. La única subjetividad es la del que ve a esas
personas como culpables o inocentes. Esto podemos rastrearlo en el
imaginario del colonialismo del siglo XIX, cuando surgen las categorías de
negro, judío, gitano, homosexual. Del mismo modo que no se puede entender el
Holocausto sin el nazismo, no se puede entender el nazismo sin el ascenso de
una perspectiva eugenista en el siglo XIX, que tampoco puede entenderse sin
la expansión del colonialismo. Cuando se borra la subjetividad y se cree que
el colectivo piensa en sí y por sí, sin contradicciones internas, se da
lugar a la idea de conspiraciones de grupos que pueden provocar la
“degeneración” de otros. En esta perspectiva, no hay historia, sino apenas
“plan”. El Holocausto fue el final de un proceso que comenzó con la
destrucción de la subjetividad del otro y con la ausencia de historicidad.
La alteridad dejó de ser una realidad social para ser un delito.
-Cuando se hacen este tipo de comparaciones, siempre alguien dice que se
está banalizando el nazismo, el Holocausto. En un debate reciente, habló de
la “banalización de la banalización”. ¿Podemos comparar?
Las categorías históricas son relevantes por ser objetos de comparación. Si
algo no es comparable, no es una categoría histórica, sino otra cosa. Cuando
alguien dice que Bolsonaro es nazi, no significa que produjo o va a producir
algo igual al Holocausto –las comparaciones siempre se hacen entre cosas
diferentes–, sino que es posible comparar a Bolsonaro con el nazismo y, a
partir de sus semejanzas y diferencias, analizar la realidad. Si aceptamos
una interdicción que prohíba cualquier comparación que incluya, por ejemplo,
al Holocausto, lo que se está haciendo es sacralizarlo y, así, retirarlo del
campo de la relevancia. Si el concepto de Holocausto sólo puede ser
mencionado a partir de la perspectiva específica de la Segunda Guerra
Mundial, se vuelve irrelevante como instrumento de análisis del mundo.
-Durante la pandemia, en vez de solidarizarse con las familias de las
personas fallecidas, como los demás presidentes, Bolsonaro se burló, negó la
gravedad de la situación y hasta respondió “¿Y qué?” cuando los periodistas
lo cuestionaron por la cantidad de muertos. ¿Hay en su discurso una
banalización de la muerte?
No, no es una banalización. Ahí en España, durante la Guerra Civil, había un
concepto fascista, falangista, que se expresaba en la frase: “¡Viva la
muerte!”. Es una valorización. Para Bolsonaro, la muerte vale como símbolo
de purificación. En la Alemania nazi, antes del Holocausto, Heidegger
hablaba sobre la importancia de la muerte. La del otro, claro. Cuando
Bolsonaro dice: “Yo no soy sepulturero”, eso daría para una conferencia
entera. El sepulturero es un símbolo de la civilización: nosotros enterramos
a nuestros muertos y les damos sepultura. A lo que se refiere este hombre es
a su sueño de que arrojemos a esas personas en fosas comunes y las tapemos.
No está banalizando la muerte, sino calificándola como limpieza. Está
diciendo, básicamente, que esas decenas de miles de muertos sirven a su
proyecto, porque no deberían estar vivos. Por eso no puede solidarizarse.
Para él, la pandemia está purificando al país.
-Si esto es así, es una situación de una gravedad excepcional. ¿Cuál es la
salida? ¿Qué debería estar haciendo en este momento la oposición?
banalizando la muerte, sino calificándola como limpieza. Está diciendo que
esas decenas de miles de muertos sirven a su proyecto, porque no deberían
estar vivos
La única salida es sacar inmediatamente a Bolsonaro. Hay movimientos del
Supremo Tribunal Federal y del Tribunal Superior Electoral en ese sentido, y
hay movimientos de sectores políticos en el sentido de querer que actúe la
justicia. Creo que la oposición democrática tiene que unirse y dar todo el
apoyo a las instituciones para retirar a este hombre de la presidencia con
las reglas del Estado de derecho.
-¿La salida, en su opinión, no sería el impeachment, sino la anulación de la
elección por el Tribunal Superior Electoral, de modo que no asumiría el
vicepresidente Mourão?
Sí, porque, más allá de que sabemos quién es Mourão, ambos fueron electos
con prácticas fascistas. Cuando la justicia electoral analice todo el
proceso electoral y el uso masivo de la industria de las fake news, va a
ayudarnos a entender que los métodos de Joseph Goebbels no pueden permitirse
en un proceso democrático. Las elecciones deberían ser anuladas y esto puede
pasar. Si finalmente ocurre, después necesitaremos entender cómo fue posible
que esta banda de delincuentes haya sido una opción para la derecha
democrática. Estamos al borde de una decisión que puede ser muy pedagógica.
* Bruno Bimbi, periodista, narrador y doctor en Estudios del Lenguaje
(Pontificia Universidad Católica-Rio de Janeiro). Vivió durante diez años en
Brasil, donde fue corresponsal para la televisión argentina.
Nota
1) Se refiere a Joao Batista Oliveira de Araújo, “Babá”, militantes de la
Corriente Socialista de los Trabajadores, CST/PSOL. Expulsado del PT por
negarse a votar, como diputado, la introducción de fondos de pensión
capitalistas en el sistema de la Previsión Social, durante el primer
gobierno Lula, Fue uno de los dirigentes fundadores del PSOL (Redacción
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