Perú/ Los caminos del hambre. El éxodo desesperado [Sengo Pérez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 8 11:25:49 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

9 de mayo 2020

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Perú

 

El éxodo peruano

 

Los caminos del hambre

 

Sengo Pérez, desde Lima

Brecha, 9-5-2020

https://brecha.com.uy/

 

Volver. Es todo lo que quieren unas ochocientas personas, de todas las
edades, que esperan autorización en el club de la Marina de Guerra en Lurín,
en el sur de Lima. Otras doscientas duermen afuera, esperando ser recibidas
en las instalaciones para poder empezar el viaje en lo que sea, a pie o en
ómnibus. En total, son 170 mil las personas que se han inscripto en el
Estado para poder regresar cuanto antes a sus lugares de origen.
Empadronarse, pasar la prueba rápida de salubridad, que demora en llegar, y
que los gobiernos de las regiones a las que vuelven aseguren un sitio en
donde pasar la cuarentena son los requisitos necesarios. Oficialmente sólo
18 mil personas son las que han regresado a sus pagos siguiendo estas
normas.

 

Mientras, otras 17 mil, al margen de las normas exigidas, caminan por
diferentes rutas del país. Y no necesariamente les espera una calurosa
bienvenida. Los residentes de muchas de las comunidades de destino temen ser
contagiados y se oponen a que los retornados sean aceptados, desconfianza
que se suma a la de propietarios de hoteles o casas de hospedaje, que no
quieren ceder sus instalaciones para alojarlos.

 

Perú está en cuarentena general desde el 16 de marzo, y, tras sucesivas
extensiones, el gobierno de Martín Vizcarra anunció que la medida finalizará
recién el 10 de mayo. A la fecha, y según los datos oficiales, hay 54.817
infectados y 1.533 muertos por covid-19. El fenómeno migratorio causado por
la pandemia y las medidas para enfrentarla, y bautizado por la prensa como
“los caminantes”, estalló el 14 de abril, cuando unas quinientas personas
fueron “descubiertas” caminando por la Carretera Central, rumbo al este, a
80 quilómetros de Lima. “Si nos quedamos aquí, todos vamos a morir”, declaró
un joven para la televisión. “Nos han abandonado”, gritaban otros para las
cámaras, que mostraban familias enteras, con niños en brazos o de la mano,
en una desesperada caminata sobre el asfalto y bajo el sol calcinante. Se
trataba de originarios de Huancavelica, el departamento más pobre de Perú,
en su mayoría campesinos que migraron a la capital del país en busca de
mejor suerte y que ahora se conforman con llegar a sus chacras, a asegurarse
lo que Lima les niega: allí comerán sus papas, cebada, quinua, arveja verde,
queso y cuyes, producidos con sus propias manos.

 

La decisión parece haber sido la correcta. Finalmente, los caminantes de
Huancavelica fueron trasladados en ómnibus a sus pueblos y ya están en sus
casas. Entre un 6 y 8 por ciento dio positivo al covid-19 y ninguno ha
muerto. Pero otros siguen caminando en condiciones dramáticas, dependiendo
de algún transportista solidario que les deja alimentos o atravesando
situaciones extremas, como la registrada en el puente Huaytará, a 300
quilómetros de Lima, por el periodista Marco Ruiz: un grupo de caminantes
retenidos por el Ejército –a la espera de la prueba para seguir su camino–
sobrevive gracias a la ayuda de los soldados, quienes requisan, en nombre
del hambre, alimentos, como arroz o menestras, de los camiones que se
dirigen al interior y sacos de papas de los que hacen el camino contrario.

 

Un país en la carretera 

 

El fenómeno es de ida y vuelta. Numerosos residentes de Lima varados en
diferentes provincias del interior, acuciados por la falta de trabajo y
dinero para comer, y ante la demora del gobierno central y de autoridades
locales en proveerlos de transporte, ya alistan el regreso a pie a la
capital. Desde la ciudad selvática de Pucallpa, a 750 quilómetros de Lima,
más de una centena de los 2 mil inscriptos para regresar ya ha iniciado por
las suyas el largo camino a casa.

 

Este desplazamiento se da también entre distintas zonas del interior. A
fines de abril unas doscientas cincuenta personas llegaron de improviso a la
ciudad costera de Camaná, en Arequipa, provenientes de Secocha, una zona de
minas informales suspendidas por la cuarentena. Estos caminantes
permanecerán allí hasta que las autoridades nacionales y regionales
autoricen su traslado hacia sus regiones de origen: Puno y Cusco. Sin
recursos económicos para lo básico, su subsistencia depende de la ayuda de
los habitantes de Camaná.

 

El 3 de este mes, la policía de alta montaña de Arequipa encontró en las
faldas del pico nevado Chachani a una familia completa que intentaba llegar
a su ciudad, Juliaca, a 170 quilómetros de allí. Habían sido desalojados de
la habitación que alquilaban en la localidad de Cerro Colorado. Perdidos,
hambrientos, a merced de las bajas temperaturas y con el riesgo de caer a
los profundos abismos, un hombre, una mujer y el hijo de ambos fueron
rescatados al borde de la hipotermia. No serían los únicos. Según una
oficina de Seguridad Ciudadana de la zona, ya son centenares las personas
que intentan cruzar las montañas por causa del hambre.

 

Luego del primer reportaje, la información sobre este fenómeno desesperado
de migración ha disminuido: la importancia de los hechos parece ser
inversamente proporcional a la distancia geográfica con la que ocurren
respecto a Lima. El Perú profundo no tiene voz en este drama. Mientras en la
capital se habla de medidas graduales para reactivar la economía o autorizar
los delivery de comida, el éxodo continúa. No hay ningún Moisés que los
guíe, pero esperan encontrar, en un pedacito de tierra, suya o de sus
comunidades, la comida prometida, y es todo lo que quieren.

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