Cultura/ Jimi Hendrix, el músico que reformuló el instrumento [Cristian Vitale - Ignasi Moya]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 20 23:12:02 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

20 de septiembre 2020

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Cultura



El músico que reformuló el instrumento



50 años de la muerte de Jimi Hendrix, gran gurú de la guitarra



Vivió apenas 27 años, pero los últimos cuatro le alcanzaron para producir
una revolución desde el instrumento y desde la intención de fundir el rock y
el blues más sucios con la pura psicodelia de los '60.



Cristian Vitale

Página/12, 19-9-2020

https://www.pagina12.com.ar/



“Quiero hacer música tan perfecta que se filtre a través del cuerpo y sea
capaz de curar cualquier enfermedad”



El deseo no mutó en realidad para Jimi Hendrix. Poco después de hilvanar
semejante frase durante una de las últimas entrevistas que dio a la prensa,
murió. Fue el viernes 18 de septiembre de 1970. La versión “oficial” es que
se ahogó en su propio vómito, camino al hospital. Que eso ocurrió por la
impericia de unos enfermeros que lo pusieron boca arriba en la ambulancia,
tras encontrarlo inconsciente en la habitación del hotel que compartía con
Mónica Dannerman, su amigovia, en Notting Hill. Había mezclado barbitúricos
con vino en cantidad. Una hipótesis más reciente, en cambio, habla de
asesinato. Afirma James Wright en su libro Rock Roadie (2009) que en
realidad lo mató Michael Jeffery. El presunto asesino era su manager y,
según el libro, éste pensaba que Jimi estaba por abandonarlo, y no quería
perderse el multimillonario seguro de vida que había contratado. La versión
no es descabellada, dado que Wright era tan cercano a uno como a otro, y
asegura que Jeffery se lo confesó personalmente un año después del hecho.
Pero dos cabos sueltos nublan la posibilidad. Una es que el empresario ya no
está para ratificar sus posibles dichos –murió en 1973-, y otra es que no se
entiende por qué Wright demoró tanto en hacer pública la noticia.



Como fuere, James Marshall Hendrix ya no está. El infernal y poderoso dios
de la guitarra lo devoró en sus fauces hace ya cincuenta años. Tenía 27, la
misma edad que Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain cuando
murieron. Al igual que el último, había nacido en Seattle, pero 25 años
antes, en 1942. Del período que va desde su nacimiento hasta 1966, año de su
llegada a Londres, se destacan algunas secuencias que reaparecerían de
manera alegórica durante su corto pero intenso devenir. Se dice que lo
habían expulsado de la escuela secundaria porque el negro intentó “avanzar”
a una compañerita blanca. Poco después, en 1961, se alistó en el ejército
como paracaidista -una decisión relacionada con evitar una condena por
conducir autos robados antes que con el espíritu patriótico-, hasta que un
severo esguince de tobillo (otros aseguran que lo echaron por inservible)
sufrido durante un aterrizaje lo echó para atrás. El tercer mojón del joven
Hendrix –y el más relevante- es que hizo sus primeras armas musicales junto
a tipos negros: el pionero del soul Solomon Burke; el saxofonista King
Curtis; Wilson Pickett; el cantante Curtis Knight, los Isley Brothers y los
Upsetters de Little Richard, entre otros, hasta que formó su propia banda:
la Jimmy James and the Blue Flames. Con ella sonaron las primeras versiones
de “Foxy Lady”, y los covers “Like a rolling Stone” o “Summertime” en el
derruido y mítico “Café Wha?”, del Greenwich Village.



Un paracaidista sobre Londres



Lo del Hendrix paracaidista opera como metáfora propicia para comparar con
su llegada a Londres. Nadie absolutamente lo conocía cuando aterrizó en
tierras británicas, precisamente como el paracaidista que había intentado
ser en el ejército de Estados Unidos. Chas Chandler, bajista de The Animals,
lo había escuchado tocar “Hey Joe” en el “Cafe Wha?” del Village -ese que
solían frecuentar Bob Dylan, los Beatles y los Stones- y se la jugó entera
por él. Tanto se la jugó que dejó su puesto en la banda de Eric Burdon y se
convirtió en representante, productor, confidente, protector y amigo de ese
anónimo guitar hero de 23 años. Le pagó los pasajes de ida. Lo vistió. Lo
alojó en su departamento. Y le dio de comer, al punto que el mundo le debe a
Chandler el hecho de que ese genio haya salido de la lámpara. También a
Linda Keith, la mujer de Keith Richards que lo fogoneó tras verlo tocar con
los Squires, en el The Cheetah Club. Y luego a Noel Redding y Mitch Michell,
claro, que pronto se convertirían en la base rítmica de la Jimi Hendrix
Experience.



El debut del fulminante trío fue a mediados de octubre del '66, en el
Novelty de Evreux, París, como telonero del cantante Johnnie Hallyday, y
tuvo buena recepción. Pero para que la suerte del principiante no fallara en
Londres, los finos ingleses tuvieron que ver a Hendrix arremolinar con su
tormentoso sonido la escena del “Scotch of St. James”, en el premonitorio
concierto de diciembre de 1966. El rock and roll expansivo, fuerte y
hechizante del cherokee obnubiló miradas, oídos y cuerpos. Y ya no hubo
forma de frenar el volcán sonoro que manaba de su guitarra zurda, esa que
haría trastabillar el liderazgo del mismísimo dios blanco del blues, Eric
Clapton, que lo “sufrió” en carne propia cuando lo vio tocar “Killing
floor”, durante un concierto de Cream en la Universidad de Westminster.



En el tiempo que demora una nube pasar, Hendrix se transformó en el rey
negro del blues blanco a través de hitos que se fueron concatenando. Primero
el de noviembre del '66, cuando John Lennon, Jeff Beck, Pete Townshend y
Kevin Ayers, entre otros, quedaron impávidos antes sus inauditos trucos en
el Bag O´Nails de Londres. Después, a comienzos del año siguiente, cuando el
tipo prendió fuego la viola en el Astoria de Londres. Luego, claro, esos dos
discos en hilera (Are you Experienced y Axis: bold as love) que devendrían
determinantes para el acid rock salvaje, a cuatro canales, que marcó a fuego
el año '67. El talante revolucionario de temazos como el nostálgico “Spanish
Castle Magic”, la bellísima “Little Wing”, “May this be love”, o esa oda a
la danza indígena llamada “Castles made of sand” (algunos de ellos
inspirados en lo que escuchaban Hendrix y Chandler en sus cotidianas
recorridas por los pubs de londinenses) fueron nodales. Tanto que, de ser un
poco conocido profeta en su tierra, Jimi pudo volver a Estados Unidos como
un campeón. El Monterey Pop, festival en el que participó gracias a lo
densos que se habían puesto Paul McCartney y Brian Jones con los
organizadores, cayó rendido a sus pies cuando, hacia el final de su parte,
el abismal y estrafalario violero volvió a inmolar su guitarra en fuego.



Amante negro, mujeres blancas



Eso del amor de Hendrix por las mujeres blancas no quedó en la anécdota
escolar. En la tapa de Electric Ladyland (1968) hay alguna que otra bella
mujer negra en el fondo, pero las que ocupan casi todo el foco central de la
imagen son de esas rubias pulposas, desnudas, que probablemente Jimi trataba
como a su guitarra… como un péndulo entre ternura y salvajismo. Sus
inclinaciones sexuales, al contrario de ese mal trago que había tenido que
pasar en el colegio, eran bienvenidas por las chicas de Carnaby Street.
Tanto que la mala idea de castigar el atrevimiento iconográfico, a fuerza de
censurar sus discos en algunos medios o en disquerías, no hizo más que
aumentar el tenor de las fantasías sexuales colectivas, en una época que
precisamente se esperaba y buscaba eso: la transgresión de hábitos y
costumbres… el rechazo visceral a la moral victoriana.



En lo musical, Electric… ratificó lo que sus seres más cercanos sabían: el
obsesivo apego de Hendrix al trabajo en estudio que lo llevaría hacer un
show tras otro para bancar la construcción del suyo propio: el Electric
Lady. Nadie podía entender los sonidos que el tipo le sacaba a su guitarra,
así fuera a fuerza de tener que repetir treinta veces la toma de un solo. O
de manipular el pedal wah-wah, los distorsionadores y las cajas de efectos
cuantas veces quisiera. O de redimensionar el sonido a través de una pared
de Marshalls al palo. O de improvisar riffs hasta parir lo desconocido.
Cierto es que el minucioso trabajo en estudio venía de los discos iniciales
–basta con escuchar el trabajo de guitarras al revés que implementa Jimi en
“Are you Experienced?”, o el panning envolvente de “Exp”, por caso- pero fue
en Electric Ladyland donde la perfección en estudio alcanzó su cenit. El
trabajo de su voz en “Crosstown Traffic” no se puede creer. Tampoco cómo
habla esa guitarra al comienzo de “Stil raining, still dreamin”, o la
mística pieza que dedicó a su madre cherokee: “Gypsy eyes”.



El disco también significó llevar a cabo entre cuatro paredes un hábito que
el guitarrista siempre había tenido los bares y sucuchos en los que se hizo:
el de tocar tanto con conocidos como con desconocidos. Así fue que Jack
Cassidy, bajista de Jefferson Ariplane, y el mismísimo Steve Winwood al
órgano, lo ayudaron a sacar, a pura zapada, la imponente “Voodoo Chile”.



Retorno a las raíces



Los comienzos negros en Nueva York, en tanto, retornaron a la vida de
Hendrix a mediados de 1969. En plena hechura del blusazo llamado “Lover
man”, el reconvertido “Stone free” o la enérgica versión de “Bleeding
Heart”, el clásico de Elmore James (temas que irían a parar al póstumo
Valleys of Neptune), Jimi se distanció a las piñas de Redding. Al punto de
jamás volver a juntarse con él, después del accidentado concierto en el
Denver Pop Festival de junio del '69. La relación entre ambos venía
resquebrajándose desde las agitadas sesiones de Electric…, cuyo constante
pulular de gente desconocida por el estudio (eso que muchos llamaban
“circo”) terminó por colmar la paciencia de Redding. Tal situación, más
algunas presiones de organizaciones activistas por los derechos de los
negros, definieron la separación del grupo.



El efecto inmediato, claro, fue que Jimi se volvió a pintar de negro.
Primero armó la Gypsy, Sun & Rainbows, con dos percusionistas afrolatinosos
(Juma Sultan y Jerry Vélez); su viejo amigo del ejército, Billy Cox; el
mismo Mitchell y otro amigo suyo que tocaba la guitarra rítmica: Larry Lee.
Tal fue la banda con que se presentó en la mañana del cuarto día de
Woodstock, ante treinta mil de las 400 mil personas que habían asistido, y
la que lo acompañó hasta que dos de ellos (Lee y Vélez) decidieron irse,
obligando a Hendrix a retornar al formato trío, junto a dos de su color: el
mismo Cox y Buddy Miles en batería. La Band of Gypsys que grabó el epónimo
disco en vivo (registrado el último día de 1969 en el Filmore East) en el
que todos los géneros negros con acento en el soul confluyeron en una
psicodelia radicalmente distinta a la conocida hasta entonces.



El ambiguo entendimiento entre Hendrix y el irregular Miles, sin embargo,
terminó obstruyendo la continuidad del grupo, y 1970 reencontró a Jimi con
Mitchell. De todas formas, no fue mucho lo que pudieron hacer, más allá de
parte de lo que iba a ser otro disco doble (First rays of the new rising
sun) o arrimar algo de rabia al festival de la Isla de Wight. Meses después
del reencuentro con Mitch, la muerte sorprendió a Hendrix. Era como si la
recuperación de su ciclo vital, pulsión de vida, se mezclara
irremediablemente con su opuesto, dado por un complejo combo de drogas,
viejos vacíos portadores de angustia, y descontrol. El talante pacifista y
anti guerra de Vietnam de alguno de sus temas tardíos (“Machine Gun”, por
caso) contrastaba con la radicalizada rispidez de ciertos Panteras Negras
que insistían en acusarlo de traidor a su raza.



Durante el año cero de la década del setenta, Hendrix alternaba algunos días
de esplendor, como el concierto que dio para casi medio millón de personas
en el Atlanta International Pop Festival a principios de julio, con otros en
los que no salía de su departamento, sumido en largos viajes de heroína, y
con el cabello que se le caía de a mechones. Ya le fastidiaba tocar la
Fender Stratocaster con los dientes, o ponérsela en la espalda. Se dijo que
él mismo no pudo controlar lo que había creado. Se dijo que aquello era
imposible ante la crueldad del show business. Se dijo que su carácter jodido
le jugaba en contra en decisiones cruciales. Lo que no se dijo, todavía, es
cómo diablos hizo para generar semejante obra. El secreto no está en la
música abstracta, esparcida quien sabe dónde, sino enterrada junto a su
cuerpo y el de su madre india en el Greenwood Memorial Park.



No existe forma de concebirla si no es pegada a sus huesos.



***



Se cumplen hoy 50 años de la muerte de Jimi Hendrix, el músico que hizo
enmudecer a Eric Clapton



La guitarra que mató a Dios



Ignasi Moya

La Vanguardia, 18-9-2020

https://www.lavanguardia.com/



Según la autopsia que se le practicó, Jimi Hendrix murió en Londres el 18 de
septiembre de 1970 a causa de la aspiración de su propio vómito por una
intoxicación de barbitúricos . De este modo, el músico pasaba a formar parte
del tristemente célebre Club del 27, esto es, jóvenes artistas fallecidos a
esa edad en trágicas circunstancias; un club en el que le precedió otro
guitarra, Brian Jones (1969) y en el que hay que anotar también, entre
otros, los nombres de Janis Joplin (1970), Jim Morrison (1971), Kurt Cobain
(1994) o Amy Winehouse (2011).



Pero lo cierto es que Hendrix no necesitaba de una muerte trágica para
convertirse en leyenda. Su forma de tocar la guitarra, difícilmente
comparable a ninguna otra en su momento –y aun después–, bastaba para que su
nombre se hubiera mantenido entre los más destacados de la música del siglo
XX.



De su indiscutible maestría con el instrumento que le propició la fama da fe
una anécdota sobre sus primeros días en Londres en 1966, a donde había
llegado procedente de Nueva York con cuarenta dólares en el bolsillo, siendo
todavía un músico completamente desconocido. Según se cuenta (la anécdota
parece cierta, aunque algunos detalles difieren según las fuentes), en
aquellos días de finales de septiembre del 66, en plena efervescencia del
Swinging London, el rey indiscutible entre los músicos británicos era el
guitarrista Eric Clapton, que por aquel entonces formaba trío junto a Jack
Bruce (bajo) y Ginger Baker (batería) en un grupo que devendría mítico en la
historia del rock: Cream. La fama de Clapton era ya tal que en algunas
paredes de la capital británica aparecieron pintadas con el lema “Clapton is
God”. Clapton es Dios. Nadie se atrevía a toserle si de rasgar o puntear las
seis cuerdas se trataba.



Cuando Hendrix se subió al escenario y empezó a tocar, Clapton quedó tan
impactado que sus manos se le cayeron de la guitarra y se bajó del escenario



Hendrix era también un admirador confeso de Clapton y el caso es que, cuando
llevaba en Londres escasamente una semana, se le presentó la oportunidad de
acudir a un concierto de Cream y, gracias a la mediación de quien le había
facilitado el viaje (que sería también su mánager, Chas Chandler), pudo
subirse al escenario para tocar con ellos. Y cuenta la anécdota –o la
leyenda– que en cuanto Hendrix empezó a tocar los acordes de Killing Floor ,
un blues eléctrico de Howlin’ Wolf de difícil ejecución, Clapton quedó
pasmado, tan impactado que sus manos se le cayeron de la guitarra y se bajó
del escenario. Tal es la impresión que el recién llegado le había causado.
Hendrix acababa de matar a Dios. O, como mínimo, de bajarlo del cielo.



La historia también cuenta que la admiración mutua entre ambos guitarristas
no se vio afectada por aquel encuentro, pero es una buena muestra de que la
fascinación que producía Hendrix con su instrumento no era sólo cuestión de
florituras, de colocarse –como hacía– la guitarra en la espalda, de  tocar
las cuerdas con los dientes, de romper guitarras en el escenario o incluso
pergarles fuego… Hendrix era un maestro y de eso se daban cuenta incluso
otros maestros.



La anécdota resucita en el cincuenta aniversario de la muerte del músico
norteamericano y la encontramos en alguno de los libros que, coincidiendo
con la efeméride, llegan ahora a las librerías. Por ejemplo, el del
periodista Jas Obrecht, Stone Free. De Londres a Monterrey: los nueve meses
que cambiaron la historia del rock  (Libros Cúpula), una crónica precisa de
los nueve meses que Hendrix pasó en Londres y que fueron determinantes para
el despegue artístico del guitarrista. El autor recorre desde los
prolegómenos de su viaje de Nueva York a la capital británica hasta el
regreso a los Estados Unidos para participar en el histórico Festival de
Monterrey.



Unos meses en los que formó junto a Noel Redding (bajo) y Mitch Mitchell
(batería) la Jimi Hendrix Experience, la banda con la que realizó sus
primeros conciertos en el Reino Unido y con la que grabaría su primer elepé
Are You Experienced, que se publicó en mayo de 1967. El debut discográfico
de Hendrix tuvo un excelente recibimiento y si no alcanzó el primer puesto
en las listas de éxitos del momento se debió sin duda a que tuvo que
competir con uno de los más grandes iconos de la historia de música popular,
lanzado al mismo tiempo, el Sgt. Pepper’s Lonenly Hearts Club Band  de The
Beatles.



Sin ser una biografía completa, el libro de Obretch, aun centrándose en un
breve periodo de la vida de Hendrix, ofrece de todos modos un retrato
bastante aproximado de la personalidad del músico, alguien que,
efectivamente, cambió la historia del rock, no sólo por su música sino por
su forma de tocar, por su apariencia y por lo que significaba en aquellos
años sesenta del pasado siglo que un artista negro liderara un grupo de
músicos blancos. De todos modos, quien prefiera una biografía más completa
también podrá acudir al libro de Mick Wall Vida y muerte de Jimi Hendrix
(Alianza Editorial) de próxima aparición en octubre.



Hendrix en Mallorca



Si la anécdota de Clapton es conocida por muchos de los fans de Hendrix,
menos sabido es que el músico ofreció dos conciertos en España en el verano
1968. Fue en la discoteca Sgt. Pepper, de Palma, recién inaugurada. El local
contaba entre sus promotores con Chas Chandler y Mike Jeffrey, mánagers de
Hendrix, y ese es el punto de conexión que posibilitó aquellos conciertos,
en unos años en los que las actuaciones de grandes estrellas internacionales
del rock eran en España más bien escasas.



Los miembros de la Jimi Hendrix Experience fueron invitados por Jeffrey a
pasar unos días en la isla, a cambio de lo cual únicamente debían ofrecer un
concierto en el nuevo local. La cita tuvo lugar el 15 de julio para unos
pocos escogidos, muchos de ellos extranjeros (entre ellos un buen grupo de
marines norteamericanos, de escala en las islas) y unos pocos locales. Las
–escasas– crónicas del espectáculo hablaron de un bolo con ciertos problemas
de sonido que sin embargo no fueron obstáculo para que el público allí
reunido quedara impresionado por lo que veían sobre el escenario. Pero la
cosa no quedó ahí, al día siguiente Hendrix se pasó de nuevo por el Sgt.
Pepper y mostró su predisposición a subirse de nuevo al escenario con su
guitarra. Y lo hizo junto al grupo local Z-66, la banda que en aquellos días
actuaba habitualmente en la discoteca y cuyo líder era el después conocido
cantante mallorquín Lorenzo Santamaría. Fruto de algún modo de una
casualidad, coincidiendo con la emergencia de Mallorca como destino
turístico internacional, la actuación de Hendrix en el Sgt. Pepper de Palma
ha quedado como un hito en la memoria cultural/musical de la isla.



Anécdotas al margen, siempre quedará su música, los sonidos que creaba con
las seis cuerdas de su Fender Stratocaster, el modelo de guitarra que él
contribuyó a convertir en mítico. Imprescindibles los álbumes que publicó en
vida, los tres con la Jimi Hendrix Experience: Are You Experienced (1967),
Axis: Bold As Love (1967) y Electric Ladyland (1968); y el directo Band of
Gypsys (1970).

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