México/ La guardia pretoriana de AMLO. [Diego Fonseca]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 3 00:18:12 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

3 de abril 2021

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México

 

La guardia pretoriana de AMLO

 

¿Por qué AMLO mima a los militares? El presidente de México encontró en las
fuerzas armadas un aliado. Las considera parte de su proyecto político
personal. Y las premia y protege. ¿Protege su futuro con ellas?

 

Diego Fonseca *

The New Times, 1-4-2021

https://www.nytimes.com/es/

 

Mientras lees estas líneas, en México un soldado habrá distribuido vacunas,
un marino habrá terminado de quitar sargazo del mar Caribe y un oficial
vigilará a un grupo de migrantes que avanza para cruzar sin documentos la
frontera sur del país. En ocasiones, quizás mate a alguno.

 

Los militares también aparecen a menudo en las conferencias mañaneras del
presidente Andrés Manuel López Obrador. Y por una razón: con AMLO, las
fuerzas armadas se han vuelto omnipresentes en la vida diaria de México. La
militarización es mayor, incluso, que cuando el derechista Felipe Calderón
declaró su guerra al crimen organizado en 2006 o después de que Enrique Peña
Nieto mantuviera ese despliegue durante su mandato.

 

AMLO comprende que la presencia militar hace fuerte a su gobierno, al menos
metiendo el susto en el cuerpo de la oposición y la sociedad civil sobre sus
intenciones. No es solo que encontrase en ella un aliado para atacar
problemas de policías corruptas o burocracias lentas: el presidente está
decidido a cobijar a las fuerzas armadas en su proyecto político. AMLO, un
nacionalista autoritario que dice ser de izquierda, habla de los soldados
como el pueblo uniformado al igual que Hugo Chávez. Su discurso cala
profundo en las familias más pobres, donde suele nutrirse la infantería
militar.

 

En la construcción del poder, no siempre se necesita ocupar un cargo para
cogobernar y, sin suficiente transparencia o vigilancia legislativa, las
fuerzas armadas de México tienen demasiado campo de operación. Lo que el
ejército decida hacer depende más de la mayor o menor fe democrática que
digan profesar sus generales que de candados y controles institucionales.

 

No es una imagen tranquilizadora. AMLO ha encontrado en los militares un
respaldo inesperado para realizar acciones de seguridad, resolver logística
de oficinas civiles del Estado o apuntalar negocios públicos. Y no es una
buena idea tener a una organización vertical y opaca con demasiado poder
cerca de un presidente con vocación hegemónica, escaso respeto por el
disenso, desprecio por los mecanismos de control y empeñado en un ataque
sistemático a la prensa independiente. ¿Acaso unos se están convirtiendo en
la guardia pretoriana del otro por ambiciones y necesidades mutuas?

 

Golpes y revoluciones mediante, la presencia militar en la vida cotidiana de
América Latina no ha sido, por decir lo menos, saludable. Las dictaduras, el
sandinismo devenido en autocracia familiar, el chavismo en Venezuela o los
cientos de oficiales investidos como funcionarios por Jair Bolsonaro en
Brasil simbolizan —no agotan— el riesgo de tener un cuerpo armado
protagonizando la vida política de las naciones.

 

México no ha tenido golpes militares pero sus ejércitos tienen un lugar
privilegiado en el ajedrez institucional. En general, actúan en una suerte
de limbo. Ejecutan su presupuesto con muchísima autarquía y mínima
supervisión legislativa. La justicia rara vez condena a los soldados y altos
oficiales que violan la ley, creando un fuero especial cuasi de facto.

 

AMLO ha virado en su visión de las fuerzas armadas. Después de prometer que
las sacaría de las calles, les otorgó mayor peso político, funcional y
económico. Primero creó una Guardia Nacional, civil en el papel pero repleta
de soldados; luego les concedió el control de las fronteras y puso un número
elevado de exoficiales al frente de las oficinas migratorias de la mitad del
país.

 

También decidió que los militares realicen tareas administrativas como
repartir vacunas o alistar hospitales contra la covid. Finalmente, les abrió
una ventanilla impensada de negocios. Su gobierno otorgó millones de dólares
a la Secretaría de Defensa para que construya y administre un aeropuerto en
una instalación militar dirigida por militares. Incluso los protegió de sí
mismo: los militares no entraron en el recorte draconiano que la Cuarta
Transformación del presidente impuso a casi todas las oficinas federales.
Los fondos para las fuerzas armadas no han dejado de crecer. La última
decisión de AMLO —conceder al ejército las ganancias del Tren Maya, como
sucedió en Chile con el cobre— premia a su aliado armado.

 

Ciertamente, la relación de AMLO con las fuerzas armadas ha tenido
tensiones. Los militares se inquietaron cuando ordenó que liberaran a un
hijo de Joaquín Guzmán en Culiacán. Pero el gobierno se ha ocupado por
llevarles tranquilidad. Como en pocos asuntos, su gobierno presionó a
Estados Unidos por el retorno y liberación del ex secretario de Defensa
Salvador Cienfuegos, detenido en Estados Unidos por presuntos vínculos
directos con el narco. Comprensible para quien ve a los militares como parte
de su proyecto político.

 

Uniformes caminando una casa de gobierno hieren el sentido común: no es
guerra o dictadura. El escenario parece invitar a un llamado recurrente: con
oposiciones desprestigiadas, la sociedad civil debe levantar su voz.
Discutir la inconveniencia de una organización inútil —los militares no
están entrenados para hacer de policías, manejar trenes, aeropuertos,
distribuir vacunas, detener migrantes o limpiar las playas— de una
omnipresencia incontrolable. Y discutirla políticamente: en América Latina
la figura del hombre fuerte es históricamente tentadora y, combinada con una
presencia militar politizada, trágica.

 

Es imprescindible corregir a un presidente que solo parece cómodo si le
obedecen sin cuestionarlo. En unos meses serán las elecciones intermedias de
México y es probable que el partido de AMLO gane una mayoría legislativa
absoluta. Si el presidente lo logra, será difícil que retroceda y saque a
los militares de su círculo áulico: se sentirá reivindicado. ¿Reformará
luego la Constitución, posará con sus generales detrás? México haría bien en
cuestionarse si no está ante el riesgo de un nuevo caudillo que, enamorado
de un incomprobable pueblo bueno, decida gobernar abrazando a pretorianos
armados. 

 

* Diego Fonseca  es colaborador regular de The New York Times y director del
Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del
Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro.

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