Cultura/ Charles Baudelaire: El poeta de la ciudad. [Mathías Iguiniz]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 9 11:56:37 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

9 de abril 2021

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Cultura

 

Bicentenario de Charles Baudelaire (1821-1867)

El poeta de la ciudad

 

A 200 años del nacimiento de Charles Baudelaire, este artículo revisita una
poética que llegó para alterar las imágenes del mundo y su ideal de belleza,
retratando las novedades y las ruinas de una ciudad en transformación

 

Mathías Iguiniz 

Brecha, 9-4-2021  

https://brecha.com.uy/

 

«Para mí, las ciudades son un enigma por descubrir, todas. En todas trato de
entender qué es esa ciudad. Nunca puedo llegar a entender porque la ciudad
es una develación y es un secreto, simultáneamente», dijo Noé Jitrik en una
charla en la Fundación Mempo Giardinelli, del Chaco. La frase sintetiza un
imaginario de lo urbano de larga tradición literaria, que encontró en el
polémico autor de Las flores del mal, Charles Baudelaire, uno de sus
principales precursores. Aunque conocido como poeta, Baudelaire también
dedicó una parte importante de su producción a la crítica de arte y
literatura, por no mencionar su decisiva faceta de ensayista y una aislada y
muy temprana incursión en la narrativa que firmó bajo seudónimo. El gran
enigma del poeta fue París, la capital francesa, que hacia mediados del
siglo XIX atravesaba un proceso modernizador a gran escala bajo el imperio
de Napoleón III.

 

«París cambia, mas nada en mi melancolía/ se ha movido! Mansiones nuevas,
andamios, bloques,/ viejos barrios, todo en mí se torna alegoría,/ y mis
caros recuerdos pesan más que las rocas», expresa en «El cisne».(1) Del
mismo modo, en «Los ojos de los pobres» (de Pequeños poemas en prosa) el
ambiente de los flamantes bulevares y cafés contrasta con los escombros de
un paisaje en demolición: un mundo de esplendores inacabados. Baudelaire
poetizó las tabernas del antiguo arrabal y las elegantes galerías
comerciales, y expresó las paradojas del progreso en pleno auge del
capitalismo industrial, pues el deber del poeta, decía, era «descender a la
vida». Fue un observador apasionado que al entrar en los museos reparaba en
los cuadros de «segundo orden» y al recorrer las calles encontraba la
belleza en los harapos de una mendiga. En su obra, las prestigiosas
referencias clásicas conviven con los traperos, las prostitutas y los
criminales, en quienes reconoce «símbolos extraños y cautivantes». En eso
radica la «modernidad» de Baudelaire, que él mismo definió célebremente, en
El pintor de la vida moderna, como el arte de extraer lo eterno de lo
transitorio.

 

Jean-Paul Sartre afirmaba que el poeta había sido un rebelde pero nunca un
revolucionario, ya que «el revolucionario quiere cambiar el mundo, lo supera
hacia el porvenir, hacia un orden de valores que él inventa; la rebeldía
cuida de mantener intactos los abusos que padece para poder rebelarse contra
ellos».(2) Rebelde o revolucionario, Baudelaire fue, ante todo, un agente
detonante de la lírica moderna que, en su búsqueda de la originalidad,
encontró la forma de dar a las palabras una fuerza expresiva nueva. T. S.
Eliot sostiene que su hallazgo principal no fue el uso de imágenes de la
vida cotidiana o el retrato de la sordidez de la gran ciudad, sino la
«elevación de esa imaginería hasta su intensidad primera».(3)

 

En 1920, un joven Roberto Arlt afirmaba que el descubrimiento de la poesía
de Baudelaire había desencadenado uno de los momentos más críticos de su
vida: encontrarse sin hogar a los 16 años. «Había motivado tal aventura la
influencia literaria de Baudelaire y Verlaine, Carrère y Murger.
Principalmente Baudelaire, las poesías y biografía de aquel gran doloroso
poeta me habían alucinado al punto de que, puedo decir, era mi padre
espiritual, mi socrático demonio», contaba en un artículo publicado
originalmente en la prensa.(4) La escena de lectura arltiana vuelve
indiscernibles las fronteras entre experiencia estética y proyecto vital: la
entrada definitiva a la literatura y el acto de entregarse a la ciudad
funcionan como dos caras de un mismo despertar al mundo.

 

La censura, una aventura ridícula

 

Acusado de ultraje a la moral pública y las buenas costumbres, el 20 de
agosto de 1857 Baudelaire compareció ante la Sala Sexta del Tribunal del
Sena por la publicación de Las flores del mal y Gustave Flaubert –que
algunos meses antes había pasado por una situación similar por su Madame
Bovary– le expresaba en una carta: «Esto es algo nuevo: ¡acusar a un libro
de versos! Hasta ahora, la magistratura dejaba muy tranquila a la poesía».
Cinco días después de la audiencia, la respuesta de Baudelaire alude al
episodio como «una aventura ridícula» y termina: «La comedia se representó
el jueves, ¡la cosa ha durado demasiado!».(5)

 

El autor prefiere la elipsis, el rodeo, refiriéndose al proceso judicial a
través de uno de sus recursos predilectos: el desdoblamiento teatral. Señala
la puesta en escena allí donde se supone que se dirime una infracción; la
distancia irónica desautoriza y vuelve risible aquello que aplazó sus
quehaceres realmente importantes, a saber, los literarios: «¡Y el artículo
sobre Madame Bovary postergado todavía por algunos días!».(6) En este
teatro, los roles se invierten y las prioridades del escritor terminan por
desenmascarar la falsa gravedad de los moralistas, haciendo de los cargos
una ofensa y del episodio una «pérdida de tiempo».

 

La exposición con que el abogado imperial Ernest Pinard inculpó la obra de
Baudelaire se construye sobre la base de diversas estrategias de persuasión:
cita extensamente, construye series que ponen de relieve las «ofensas al
pudor» y el «realismo grosero», dispara preguntas al auditorio e, incluso,
parafrasea los textos ceñido al punto de vista moral. «No niegue, señor
abogado imperial, que con cortes tan hábilmente hechos se puede ir lejos en
materia de incriminación», le decía, en su momento, la defensa de Flaubert,
y lo mismo podría aplicarse para el caso del autor de Las flores del mal.(7)
Pinard encarna en tribunales los modos de leer de los censores en tensión
con las nuevas perspectivas que se abren desde ese otro paradigma poético
que anuncia la producción de Baudelaire.

 

A diferencia de Flaubert, que resultó absuelto en febrero de 1857, el poeta
debió afrontar una condena que constaba de una multa y de la supresión de
seis poemas. «He sido condenado a rehacer el libro y a retirar algunas
piezas», expresó en una carta a María Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón
III.(8) La censura deja un sesgo, se enquista al sistema mismo de la obra y
su condena íntima es dejar el libro en estado de proyecto, sometido a lo
largo de los años a constantes revisiones, reescrituras y ampliaciones
múltiples. En un exhaustivo trabajo de investigación titulado «Las flores
del mal, de Charles Baudelaire, una historia material», Magdalena Cámpora
reflexiona sobre los efectos indirectos que tuvo la censura en la
construcción de la obra, «como si el poeta buscara, una y otra vez,
recuperar la autoridad final sobre el contenido del libro anegando la
inicial coacción jurídica en nuevas formas, nuevas secciones, nuevos
soportes».(9)

 

«Cuando Les Fleurs du Mal reaparezcan, con tres veces más material del que
suprimió la Justicia, tendré el placer de inscribir en el encabezamiento de
esas piezas el nombre del poeta cuyas obras me enseñaron tanto», decía
Baudelaire a Victor Hugo en una carta datada el viernes 23 de setiembre de
1859.(10) Sin embargo, no se trataba sólo de incrementar la producción: era
decisivo seguir un «plan singular», dado que el libro no era un álbum de
piezas líricas, sino una forma acabada de la perfección. Las infinitas
lidias que el poeta tuvo con editores de diarios y revistas a raíz de
erratas o modificaciones sin su consentimiento sirven como prueba de lo
dicho: «Yo le había dicho: suprima un fragmento entero si hay una coma que
le disgusta en ese pasaje, pero no suprima la coma, porque tiene su razón de
ser», le recriminaba al editor de la Revue Nationale.(11)

 

Baudelaire es un creador en diálogo y en guerra con su medio: editores,
diarios, imprentas. Opina sobre tirajes, impone tipografías y
diagramaciones, piensa en publicidad y distribución. El mercado y el dinero
son dimensiones decisivas en la construcción de su imagen de escritor.

 

Trazas de Baudelaire 

 

El poema «A una transeúnte» retrata una experiencia urbana fulminante. En
medio del barullo de la calle, una desconocida choca miradas por un instante
con el poeta para terminar perdiéndose otra vez en la multitud: «¡Un
relámpago… y después la noche! Fugitiva belleza,/ cuya mirada me había hecho
renacer súbitamente,/ ¿no te veré sino en la eternidad?».(12) El shock
produce un efecto paradójico de trascendencia y abismo, pasión absoluta e
impotencia por el amor que se escapa irremediablemente, pues «el observador
baudelairiano no se lanza, como el de Poe, a la persecución de los
personajes que impresionaron su mirada, ni siquiera a la persecución de la
transeúnte a quien hubiese amado».(13) Prevalecen el sueño, la excitación
del alma y la confirmación de lo inasible en la cotidianeidad.

 

En Los secretos de Romina Lucas, de Ercole Lissardi (Montevideo, 1950), se
plantea una escena que presenta características similares a las del poema de
Baudelaire, aunque con derivas del todo inesperadas.(14) El protagonista de
la novela sale a hacer algunas compras y tiene un encuentro de miradas con
una desconocida que pasa en auto: «Nuestras miradas se encontraron. El tipo
de cruce de mirada que tiene por objeto ponerse de acuerdo acerca de quién
cruza primero. Sólo que no fue eso lo que sucedió. Para lo que sucedió no
tengo palabras». La experiencia, agrega, fue un reconocimiento instantáneo y
mutuo, una unión dispuesta desde siempre en otro plano de la existencia.
Poco después, la mujer pierde la vida en un accidente de tránsito a unos
metros del lugar. Allí donde el poema de Baudelaire termina, Lissardi
encuentra la línea de fuga para dar rienda suelta a una narración sobre el
deseo.

 

El protagonista se propone «revivir» a la mujer de quien poco después
conocerá el nombre: Romina Lucas. Como un detective, comienza una pesquisa
tras las pistas de su secreta vida erótica: conoce a sus amantes y explora
sus fetiches. Los ecos baudelarianos de la primera escena toman la forma de
una novela erótica en clave policial, dado que el protagonista, en este
caso, sí decide lanzarse a la persecución de quien impresionó su mirada. En
Los secretos de Romina Lucas confluyen tradiciones literarias que estuvieron
–aunque de forma contradictoria– entre los principales intereses de
Baudelaire: entusiasta lector de Edgar Poe, a quien tradujo, el poeta
francés se dejó influenciar por sus historias de detectives. Sin embargo,
rehuyó cultivar el género, ya que, como explica Walter Benjamin, por su
sentimiento de pertenencia con los marginados, era imposible que se
identificara con la figura del detective.(15)

 

Si bien el yo baudelairiano de «A una transeúnte» renace y de inmediato se
resigna al vacío de cualquier ideal trascendente, las trazas de esta
experiencia encuentran conexiones posibles que llegan hasta nuestros días.
Puede leerse el texto de Lissardi como una reescritura contemporánea del
poema, que encuentra en el deseo los canales para recuperar una
trascendencia vinculada al erotismo.

 

Otras apropiaciones 

 

En el texto de Baudelaire «Pérdida de aureola», alguien reconoce al poeta en
un burdel y sorprendido le lanza: «¡Cómo! ¿Usted aquí, querido? ¡Usted en un
lugar pecaminoso! ¡Usted el bebedor de quintaesencias! ¡Usted el comedor de
ambrosía!».(16) El poeta le explica que perdió su aureola en medio de la
agitación caótica del bulevar, de manera que: «Ahora podré pasearme de
incógnito, cometer acciones bajas y entregarme a la crápula como los viles
mortales». La aureola, ya perdida en el barro del macadán, hace de él un
anónimo entre la multitud. Es que, para Baudelaire, escribir implica
prostituirse, vender de buena gana el alma al diablo, poner el corazón al
desnudo para revelar su naturaleza de corrupción y podredumbre.

 

Pocos autores en nuestra literatura han retratado con tanta fuerza la
mezquindad de la vida ciudadana como Felipe Polleri (Montevideo, 1953).
Cuando, a principios de los años noventa, publicó sus novelas Carnaval y
Colores, la crítica no tardó en destacar el retrato brutal de una Montevideo
hundida en la pobreza y atestada de seres marginales. Con variaciones sobre
esta misma línea, en 2007 publicó Gran ensayo sobre Baudelaire, texto en el
que introduce la figura del autor de Las flores del mal.(17) El
protagonista, un escritor loco que escribió una novela «monstruosa» titulada
Baudelaire, narra de manera difusa el dolor por una pérdida y el extravío
paranoico en una ciudad que no le pertenece: «Estaba perdido… No me acordaba
de mi dirección: alguna de las trampas había empezado a funcionar, borrando
ciertos nombres, borrando algunos recuerdos importantes, seguramente los más
felices (si alguna vez los hubo)».

 

En contra de lo que anuncia el título, la presencia de Baudelaire se
presenta como un reflejo más de ese gran juego de espejos que rige la
estructura de la novela. Aparece mediante intertextos: «Caminaba de noche,
un vampiro de Baudelaire, escondiéndome en las sombras picudas de esa ciudad
que me odiaba»; también en sinécdoques que refieren a la vida errante del
poeta: «Me dijo que yo no podía imaginar el sufrimiento, la tortura de
arrastrar, meses y años, una de esas valijas por toda la ciudad». Asimismo,
el lector se encontrará con versiones distorsionadas de su biografía: «Hasta
que a los 46 años el último vómito le arrancó la lengua, la lengua francesa,
y pudo al fin morir», y citas de sus poemas.

 

En Gran ensayo sobre Baudelaire aparecen los principales momentos de la vida
del escritor francés: el juicio a su poemario, la insólita candidatura para
ocupar un sillón en la Academia Francesa, el viaje (y el odio) a Bélgica
para dictar una serie de conferencias, la sífilis. Pero, fiel a sí mismo,
Polleri fagocita al autor de Las flores del mal y lo vuelve un atractivo más
de su extensa galería de artistas derrotados. La biografía suministra el
material poético, pero una imaginación alucinada se apodera del relato:
deforma, distorsiona, despedaza. El protagonista se identifica hasta tal
punto con el poeta maldito que llega a creerse él, repitiendo, de esta
forma, el círculo vicioso de la escena arltiana del comienzo: las poesías y
la biografía del doloroso poeta alucinan a sus lectores, recitándoles
continuamente a los oídos sus desoladoras estrofas hasta llevarlos, incluso,
a la locura.

 

Emir Rodríguez Monegal se interrogaba en las páginas de Marcha por la
vigencia de Las flores del mal en el centenario de su publicación. Terminaba
concluyendo que su permanencia era incuestionable al tratarse de «un poeta
para hoy (y siempre)» que «no se limitó a versificar armoniosamente los
temas de su poesía: empezó viviéndolos y con una intensidad tal, con una
violencia como pocos poetas han sido capaces de soportar sin
destruirse».(18)

 

Notas

 

1. Charles Baudelaire, Las flores del mal, Montevideo, Ediciones de la Banda
Oriental, 1998. Traducción: Edmundo Gómez Mango.

2. Jean-Paul Sartre, Baudelaire, Buenos Aires, Losada, 1957.

3. T. S. Eliot, La aventura sin fin, Barcelona, Lumen, 2011.

4. «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires», Tribuna Libre, n.º
63, 28 de enero de 1920.

5. El origen del narrador: actas completas de los juicios a Flaubert y
Baudelaire, Buenos Aires, Mardulce, 2013. Traducción: Luciana Bata.

6. Ídem.

7. Ídem.

8. Charles Baudelaire. Correspondencia general, Buenos Aires, Paradiso,
2005. Traducción: Américo Cristófalo y Hugo Savino.

9. Magdalena Cámpora,«Las flores del mal, de Charles Baudelaire, una
historia material», Prismas. Revista de Historia Intelectual, n.º 23, 2019.

10. Ibídem Charles Baudelaire. Correspondencia general.

11. Ídem.

12. Charles Baudelaire, Las flores del mal, Buenos Aires, Editorial
Schapire, 1948. Traducción: Ulyses Petit de Murat.

13. Jacques Rancière, El hilo perdido. Ensayos sobre la ficción moderna,
Buenos Aires, Manantial, 2015.

14. Ercole Lissardi, Los secretos de Romina Lucas, Montevideo, Hum, 2012.

15. Walter Benjamin, El París de Baudelaire, Buenos Aires, Eterna Cadencia,
2012.

16. Charles Baudelaire, Pequeños poemas en prosa, Montevideo, Claudio
García, 1920. Traducción: Eusebio Heras.

17. Felipe Polleri, Gran ensayo sobre Baudelaire, Montevideo, Hum, 2007.

18. Emir Rodríguez Monegal, «Vigencia de Baudelaire», Marcha, año XIX, n.º
869, 1957.

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