Debates/ Su antiimperialismo y el nuestro. [Gilbert Achcar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 9 11:58:59 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

9 de abril 2021

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Debates

 

Su antiimperialismo y el nuestro

 

Gilbert Achcar *

A l’encontre, 8-4-2021 

http://alencontre.org/

Traducción  de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa

 

Las tres últimas décadas estuvieron marcadas por una creciente confusión
política sobre el significado del antiimperialismo, una noción que, en sí
misma, había sido poco debatida anteriormente. Hay dos razones principales
para esta confusión: el final victorioso de la mayoría de las luchas
anticoloniales posteriores a la Segunda Guerra Mundial y el derrumbe de la
URSS. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y las potencias coloniales
occidentales aliadas libraron varias guerras directamente contra movimientos
o regímenes de liberación nacional, así como intervenciones militares más
limitadas y guerras indirectas. En la mayoría de estos casos, las potencias
occidentales se enfrentaban a un adversario local apoyado por una amplia
base popular. Así pues, oponerse a la intervención imperialista y apoyar a
los destinatarios de las mismas resultaba obvio para los progresistas; la
única cuestión era si este apoyo debía ser crítico o sin reservas.

 

Durante la Guerra Fría, la principal división entre los antiimperialistas
era la actitud hacia la URSS, que los partidos comunistas y sus aliados
cercanos consideraban la "patria del socialismo". Estos determinaron en gran
medida sus propias posiciones políticas alineándose con Moscú y el "campo
socialista", lo que entonces se llamaba "campismo". Esta actitud fue
alimentada por el apoyo de Moscú a la mayoría de las luchas contra el
imperialismo occidental en el marco de su rivalidad global con Washington.
En cuanto a la intervención de Moscú contra las revueltas obreras y
populares en su propia esfera de dominación europea, los campistas actuaron
como simples defensores del Kremlin, denigrando estas revueltas con el
pretexto de que eran fomentadas por Washington.

 

Aquellos que pensaban que la defensa de los derechos democráticos es el
principio fundamental de la izquierda apoyaron tanto las luchas contra el
imperialismo occidental como las revueltas populares en los países bajo
dominación soviética contra las dictaduras locales y la hegemonía de Moscú.
Una tercera categoría la formaron durante un tiempo los maoístas los que, a
partir de los años sesenta, calificaron a la URSS de "social-fascista",
describiéndola como peor que el imperialismo estadounidense e incluso
poniéndose del lado de Washington en ciertos casos, como la posición de
Pekín en el sur de África. [1]

 

Pero la situación caracterizada por las guerras llevadas a cabo
exclusivamente por las potencias imperialistas occidentales contra los
movimientos populares del Sur del planeta empezó a cambiar con la primera
guerra de este tipo librada por la URSS desde 1945: la guerra de Afganistán
(1979-89). Y aunque no fueron organizadas por los Estados que entonces se
llamaban "imperialistas", tanto la invasión de Vietnam a Camboya en 1978
como la agresión de China a Vietnam en 1979 causaron una gran desorientación
en las filas de la izquierda antiimperialista mundial.

 

Otra complicación de gran envergadura fue la guerra dirigida por Estados
Unidos contra el Irak de Saddam Hussein, en 1991. No se trataba de un
régimen "popular", aunque sí dictatorial, sino de uno de los más brutales y
asesinos de Medio Oriente, una dictadura que incluso había masacrado a miles
de kurdos en su propio país con armas químicas y con la complicidad de
Occidente, ya que esto había ocurrido durante la guerra de Irak contra Irán.
Algunas personalidades, que hasta entonces habían pertenecido a la izquierda
antiimperialista, cambiaron de bando en esta ocasión apoyando la guerra
dirigida por Estados Unidos. Pero la gran mayoría de los antiimperialistas
se opusieron a la misma, aunque fue llevada a cabo bajo el mandato de la ONU
y aprobado por Moscú. Se mostraron reacios a defender una posesión del Emir
de Kuwait, que Gran Bretaña le había regalado y que estaba poblada por una
mayoría de emigrantes sin derechos. A la mayoría tampoco le agradaba Saddam
Hussein: lo denunciaban como un dictador brutal, al tiempo que se oponían a
la guerra imperialista dirigida por Estados Unidos contra su país.

 

Pronto surgió una nueva complicación: Tras el cese de las operaciones
bélicas de Estados Unidos en febrero de 1991, la administración de George
H.W. Bush -que había escatimado deliberadamente a las tropas de élite de
Saddam Hussein por temor a un colapso del régimen, lo que habría sido
beneficioso para Irán- le permitió al dictador desplegar esas mismas tropas
para aplastar un levantamiento popular en el sur de Irak y también a la
insurgencia kurda en el norte montañoso. Incluso, en este último caso, le
permitió utilizar sus helicópteros. Eso provocó una oleada masiva de
refugiados kurdos que cruzaron la frontera con Turquía. Para impedirlo y
para que los refugiados volvieran a sus hogares, Washington impuso una zona
de exclusión aérea sobre el norte de Irak (no-fly zone, NFZ). No hubo casi
ninguna campaña antiimperialista contra la NFZ, ya que la única alternativa
habría sido la continuación de la implacable represión de los kurdos.

 

En la década de 1990, las guerras de la OTAN en los Balcanes crearon un
dilema similar. Las fuerzas serbias leales al régimen de Slobodan Milosevic
llevaron a cabo acciones criminales contra los musulmanes bosnios y
kosovares. Pero Washington había desestimado deliberadamente otros medios
para evitar las masacres e imponer una solución negociada en la antigua
Yugoslavia, porque que estaba presionado para que la OTAN dejara de ser una
alianza defensiva y se convirtiera en una "organización de seguridad"
involucrada en guerras intervencionistas. El siguiente paso en esta
transformación consistió en involucrar a la OTAN en Afganistán tras los
atentados del 11 de septiembre de 2001, eliminando así la limitación
original de la alianza a la zona del Atlántico. Luego vino la invasión de
Irak en 2003, la última intervención dirigida por los Estados Unidos que
fuera unánimemente condenada por los antiimperialistas.

 

Mientras tanto, el "campismo" de la Guerra Fría había resurgido bajo una
nueva forma: ya no se alineaba detrás de la URSS, sino que apoyaba directa o
indirectamente a cualquier régimen o fuerza que fuera objeto de la
hostilidad de Washington. En otras palabras, se pasó de una lógica de "el
enemigo de mi amigo (la URSS) es mi enemigo" a una lógica de "el enemigo de
mi enemigo (Estados Unidos) es mi amigo" (o alguien a quien, en todo caso,
no había que criticar). Si la primera lógica dio lugar a algunas
asociaciones extrañas, la segunda es la receta del cinismo desenfrenado. Al
centrarse exclusivamente en el odio al gobierno de Estados Unidos, conduce a
la oposición sistemática a todo lo que Washington emprende en el escenario
mundial y lleva al apoyo acrítico a regímenes totalmente reaccionarios y
antidemocráticos, como el siniestro gobierno capitalista e imperialista de
Rusia (imperialista cualquiera que sea la definición del término) o el
régimen teocrático de Irán, o los émulos de Milosevic y Saddam Hussein.

 

Para ilustrar la complejidad de los problemas a los que se enfrenta hoy el
antiimperialismo progresista -una complejidad insondable para la lógica
simplista del neocampismo- consideremos dos guerras nacidas a partir de la
Primavera Árabe de 2011. Cuando las movilizaciones populares lograron
deshacerse de los presidentes de Túnez y de Egipto a principios de 2011,
todo el espectro de autoproclamados antiimperialistas aplaudió al unísono,
ya que ambos países tenían regímenes aliados con Occidente. Pero cuando la
onda expansiva revolucionaria llegó a Libia, como era inevitable en un país
limítrofe con Egipto y Túnez, los neocampistas se mostraron mucho menos
entusiastas. Recordaron de pronto que el régimen altamente autocrático de
Muammar al-Gaddafi había sido declarado ilegal por los Estados occidentales
durante décadas, pero no sabían aparentemente que desde 2003 había
colaborado con Estados Unidos y con varios Estados europeos.[2]

 

Fiel a su propio estilo, Gadafi reprimió las protestas en un baño de sangre.
Cuando los insurgentes tomaron el control de la segunda ciudad de Libia,
Bengasi, Gadafi -después de describirlos como "ratas" y "drogadictos" y de
prometer memorablemente que iba a "purificar Libia palmo a palmo, casa a
casa, hogar a hogar, calle a calle, persona a persona, hasta que el país
quede libre de mugre e impurezas"- preparó un ataque contra la ciudad,
desplegando todo el arsenal de sus fuerzas armadas. La probabilidad de una
masacre a gran escala era muy elevada. Diez días después del inicio de la
revuelta, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó por unanimidad una
resolución que enviaba a Libia a la Corte Penal Internacional.[3]

 

Los habitantes de Bengasi pidieron protección al mundo entero, pero
insistieron en que no querían tropas extranjeras en su territorio. La Liga
de Estados Árabes apoyó el pedido. Como resultado, el Consejo de Seguridad
adoptó una resolución que autorizaba la imposición de una zona de exclusión
en el espacio aéreo libio, así como "todas las medidas necesarias... para
proteger a las poblaciones y zonas civiles... excluyendo al mismo tiempo el
despliegue de cualquier fuerza de ocupación extranjera, bajo cualquier forma
y en cualquier parte del territorio libio".[4] Ni Moscú ni Pekín vetaron la
resolución: ambos se abstuvieron, ya que no querían asumir la
responsabilidad de una masacre anunciada.

 

La mayoría de los antiimperialistas occidentales condenaron la resolución
del Consejo de Seguridad y recordaron las que habían autorizado el ataque a
Irak en 1991. Al hacerlo, pasaron por alto el hecho de que el caso libio
tenía más puntos en común con la NFZ impuesta en el norte de Irak que con la
guerra contra Irak con el pretexto de liberar Kuwait. Sin embargo, la
resolución del Consejo de Seguridad era claramente viciosa: podía
interpretarse como una injerencia prolongada de las potencias de la OTAN en
la guerra civil libia. Pero a falta de otros medios para evitar la masacre
inminente, quedaba poco margen para oponerse a la NFZ en su fase inicial
-por las mismas razones que llevaron a Moscú y Pekín a abstenerse.[5]

 

En pocos días, la OTAN privó a Gadafi de gran parte de su fuerza aérea y de
sus tanques. Los insurgentes podrían haber continuado su lucha sin una
intervención extranjera directa, siempre y cuando tuvieran las armas
necesarias para contrarrestar el arsenal restante de Gadafi. Pero la OTAN
decidió mantener la dependencia de su participación directa con la esperanza
de controlarlos. [6] Al final, los insurgentes lograron frustrar los planes
de la OTAN desmantelando por completo el Estado de Gadafi, lo que dio lugar
a la situación caótica que reina ahora en Libia.

 

El segundo caso, aún más complejo que el anterior, es el de Siria. En este
país, la administración Obama nunca tuvo la intención de imponer una NFZ.
Debido a los inevitables vetos de Rusia y China en el Consejo de Seguridad,
eso habría exigido una violación de la legalidad internacional similar a la
cometida por el gobierno de George W. Bush con la invasión de Irak (una
invasión a la que Obama, entonces senador, se opuso). Washington mantuvo un
perfil bajo en la guerra siria, intensificando su intervención sólo después
de que el llamado Estado Islámico (EI) lanzara su gran ofensiva y cruzara la
frontera iraquí, después de la cual las intervenciones directas de
Washington se limitaron exclusivamente al combate contra el EI.

 

Pero la influencia más decisiva de Washington en la guerra siria no fue su
intervención directa -que sólo tiene importancia para los neocampistas
focalizados exclusivamente en el imperialismo occidental- sino la
prohibición a sus aliados regionales de entregar armas antiaéreas a los
insurgentes sirios, principalmente a raíz de la oposición israelí.[7] El
resultado fue que el régimen de Bashar al-Assad tuvo el monopolio aéreo
durante el conflicto e incluso pudo recurrir al uso extensivo de barriles
bombas transportados por helicóptero. Esta situación también alentó a Moscú
a involucrar directamente a su fuerza aérea en el conflicto sirio a partir
de 2015.

 

A propósito de Siria, la división entre los antiimperialistas fue muy
grande. Los neocampistas -como, en Estados Unidos, la United National
Antiwar Coalition y el US Peace Council- se centraron exclusivamente en las
potencias occidentales en nombre de un "antiimperialismo" muy particular y
unilateral, mientras apoyaban o ignoraban la intervención -incomparablemente
mayor- del imperialismo ruso (o la mencionaban tímidamente, mientras se
negaban a hacer campaña contra la misma, como en el caso de la Stop the War
Coalition en el Reino Unido) y no hablemos de la intervención de las fuerzas
fundamentalistas islámicas patrocinadas por Irán. Los antiimperialistas
progresistas y democráticos -incluido el autor de este artículo- condenaron
siempre al régimen asesino de Assad y a sus partidarios imperialistas y
reaccionarios extranjeros y reprobaron la indiferencia de las potencias
imperialistas occidentales ante la difícil situación del pueblo sirio, se
opusieron a su intervención directa en el conflicto y denunciaron el papel
nefasto de las monarquías del Golfo y de Turquía, las que apoyaron a las
fuerzas reaccionarias dentro de la oposición siria.

 

La situación se complicó aún más cuando el EI, en plena expansión, amenazó
al movimiento kurdo nacionalista de izquierda sirio, la única fuerza armada
progresista que operaba entonces en territorio sirio. Washington combatió al
Estado Islámico con una combinación de bombardeos y un apoyo incondicional a
las fuerzas locales, incluidas las milicias alineadas con Irán en el
territorio de Irak y las fuerzas kurdas de izquierda en Siria. Cuando el EI
amenazó con tomar la ciudad kurda de Kobane, las fuerzas kurdas se salvaron
gracias a los bombardeos y a las entregas de armas por parte de Estados
Unidos.[8] Ninguna fracción de antiimperialistas se levantó para condenar
esta descarada intervención de Washington, por la razón obvia de que la
alternativa habría sido el aplastamiento de una fuerza vinculada a un
movimiento nacionalista de izquierdas en Turquía apoyado tradicionalmente
por el conjunto de la izquierda.

 

Posteriormente, Washington desplegó tropas terrestres en el noreste de Siria
para apoyar, armar y entrenar a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS)
dirigidas por las fuerzas kurdas. [9] La única oposición vehemente a este
papel de Estados Unidos vino de Turquía, miembro de la OTAN y opresor
nacional de la mayoría del pueblo kurdo. La mayoría de los antiimperialistas
permanecieron en silencio (un silencio equivalente a la abstención), en
contraste con su propia posición de 2011 sobre Libia, como si el apoyo de
Washington a las insurgencias populares sólo pudiera tolerarse cuando están
dirigidas por fuerzas de izquierda. Y cuando Donald Trump, presionado por el
presidente turco, anunció su decisión de retirar las tropas estadounidenses
de Siria, varias figuras destacadas de la izquierda estadounidense -entre
ellas Judith Butler, Noam Chomsky, el fallecido David Graeber y David
Harvey- emitieron una declaración [10] en la que exigían que Estados Unidos
"continúe con su apoyo militar a las FDS" (sin especificar que eso debería
excluir la intervención directa por tierra). Incluso entre los neocampistas,
muy pocos fueron los que denunciaron públicamente esa declaración.

 

A partir de este breve repaso a las complicaciones recientes del
antiimperialismo, surgen tres principios rectores. En primer lugar, y lo más
importante: las posiciones verdaderamente progresistas -a diferencia de las
apologías de los dictadores pintadas de rojo- deben determinarse en función
de los intereses del derecho de los pueblos a la autodeterminación
democrática y no por la oposición sistemática a todo lo que hace una
potencia imperialista, sean cuales sean las circunstancias; los
antiimperialistas deben "aprender a pensar".[11] En segundo lugar: el
antiimperialismo progresista exige oponerse a todos los Estados
imperialistas, no ponerse del lado de unos contra otros. Por último: incluso
en aquellos casos excepcionales en los que la intervención de una potencia
imperialista beneficia a un movimiento popular emancipador -e incluso cuando
es la única opción disponible para salvar a dicho movimiento de una
represión sangrienta- los antiimperialistas progresistas deben abogar por
una desconfianza total hacia la potencia imperialista y exigir que su
intervención se restrinja a formas que limiten su capacidad de imponer su
dominación sobre aquellos a los que pretende salvar.

 

Las discusiones entre los antiimperialistas progresistas que están de
acuerdo con los principios analizados anteriormente son esencialmente
tácticas. Con los neocampistas, en cambio, hay muy poco espacio para la
discusión: la invectiva y la calumnia son su modus operandi habitual,
siguiendo la tradición de sus predecesores del siglo pasado. (Artículo
publicado, The Nation, 6-4-2021: https://www.thenation.com/) 

 

* Gilbert AchcarGilbert Achcar es profesor en SOAS, Universidad de Londres.
Entre sus numerosos libros figuran The Clash of Barbarisms (2002, 2006);
Perilous Power: The Middle East and US Foreign Policy, en coautoría con Noam
Chomsky (2007); The Arabs and the Holocaust: The Arab-Israeli War of
Narratives (2010); The People Want: Una exploración radical del
levantamiento árabe (2013); y Síntomas mórbidos: La recaída en el
levantamiento árabe (2016).

 

Notas

 

[1] https://www.jstor.org/stable/655421?seq=1 

[2] https://abcnews.go.com/International/story?id=1965753 

[3] https://undocs.org/fr/S/RES/1970(2011  

[4] https://undocs.org/fr/S/RES/1973(2011) 

[5] http://www.inprecor.fr/article-Les-évènements-en-Libye?id=1120 

[6] http://www.inprecor.fr/article-L
<http://www.inprecor.fr/article-L'insurrection-libyenne-entre-le-marteau-de-
Kadhafi,-l'enclume-de-l'Otan-et-les-confusions-de-la-gauche?id=1170>
’insurrection-libyenne-entre-le-marteau-de-Kadhafi,-l’enclume-de-l’Otan-et-l
es-confusions-de-la-gauche?id=1170 

[7] https://ecfr.eu/article/commentary_syria_the_view_from_israel141/ 

[8] https://www.rferl.org/a/kobane-is-kurdish-syria/26644993.html 

[9]
https://foreignpolicy.com/2019/10/10/kurds-syrian-democratic-forces-us-donal
d-trump/ 

[10] https://www.nybooks.com/daily/2018/04/23/a-call-to-defend-rojava/ 

[11]
https://www.marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1938/05/lt19380520.htm 

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