Brasil/ ¿Qué sucedió realmente entre los generales y Bolsonaro? [Marcelo Aguilar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 9 12:28:31 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

9 de abril 2021

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Brasil

 

¿Qué sucedió realmente entre los generales y Bolsonaro?

El teatro de los inocentes

   

Tras la crisis militar, el presidente brasileño parece debilitado. Pero
lejos de romper con él, los uniformados mantienen cargos clave e intentan un
lavado de imagen.

 

Marcelo Aguilar, desde San Pablo 

Brecha, 9-4-2021 

https://brecha.com.uy/

 

La imagen de los militares venía deteriorándose. Allí está el desastre que
significó la gestión del general Eduardo Pazuello al frente del Ministerio
de Salud, en especial el impacto mediático de la escandalosa falta de
oxígeno en Manaos –por la que Pazuello es investigado judicialmente (véase
«Asfixiados», Brecha, 29-I-21)–. Hasta su nombramiento en setiembre, y a
pesar de ocupar diversos puestos estratégicos en el gobierno, los militares
actuaban de forma más discreta, casi siempre a través de oficiales
retirados. Pero Pazuello, general en actividad, agarró el fierro caliente
durante la mayor crisis sanitaria de la historia del país. Otros oficiales
filtraban constantemente a la prensa su malestar con la gestión sanitaria
del gobierno y, casi siempre en off, pedían que el general pasara a retiro y
evitara así la mancha en la imagen castrense. Pazuello dimitió el 23 de
marzo, día en que se registró un nuevo récord de 3.251 muertes por covid-19.

 

La crítica de algunos oficiales a la política sanitaria no era, sin embargo,
el único motivo de desencuentro entre las jerarquías civiles y militares.
Desde el año pasado, Bolsonaro estaba molesto con el ahora excomandante del
Ejército Edson Pujol. En abril, en un evento militar en Porto Alegre, el
presidente, conocido por su rechazo a las más mínimas precauciones
sanitarias, extendió su mano para saludar a Pujol. Recibió un codo. En
noviembre, dos días después de la velada amenaza bélica de Bolsonaro al
entonces presidenciable estadounidense, Joe Biden, por unos dichos de este
sobre la protección de la Amazonia («cuando acaba la saliva, tiene que haber
pólvora», había retrucado el brasileño), Pujol salió al cruce de su superior
y sostuvo a la prensa que no existía ningún país en el continente que
representara una amenaza para Brasil y que, de todas maneras, las Fuerzas
Armadas brasileñas no tenían los recursos suficientes para garantizar la
soberanía nacional.

 

Para mayor inri bolsonarista, durante una conferencia con empresarios al día
siguiente, Pujol afirmó: «No queremos ser parte de la política gubernamental
o del Congreso Nacional, y mucho menos queremos que la política entre en
nuestros cuarteles». «No cambiamos cada cuatro años nuestra manera de pensar
o de cumplir nuestras misiones», agregó. De inmediato, Bolsonaro recordó en
Twitter que era él quien había elegido a Pujol para el cargo de comandante,
un ayudamemoria que parecía tener como destinatario al propio general.

 

Lo cierto es que Pujol era visto como un obstáculo para las tentativas del
presidente de radicalizar el apoyo militar a su gobierno. En las últimas
semanas, el mandatario se refirió varias veces a las tropas como «mi
ejército» y dejó claro, fiel a su estilo de gestionar la pandemia, que los
militares no saldrían a la calle a obligar a ningún trabajador a quedarse en
su casa. Mientras tanto, la Justicia anunciaba la anulación de las condenas
de quien será seguramente el principal contendor de Bolsonaro en las
próximas elecciones, Lula da Silva, en el medio del más estricto silencio
militar. En ese escenario y en pleno recambio de gabinete, el presidente
removería, el 29 de marzo, como quien no quiere la cosa y sin mayores
explicaciones, al ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, protector
de Pujol (véase «Hasta aquí llegó mi amor», Brecha, 30-III-21).

 

Las cosas no salieron como esperaba. Tras el terremoto de la renuncia
simultánea de los tres comandantes de las Fuerzas Armadas en respaldo a
Azevedo e Silva, Bolsonaro acabó por respetar el criterio de antigüedad para
las nuevas designaciones. Terminó eligiendo –o aceptando, según se lo mire–
al general Paulo Sérgio Nogueira como nuevo comandante del Ejército, hecho
que, con el pasar de los días, fue entendido por analistas y entendidos de
política militar como una señal de continuidad. El ejército publicó entonces
una foto de una reunión entre el nuevo ministro, Eduardo Villas Bôas, Pujol
y Nogueira, con la frase: «Antiguo, actual y futuro comandante del Ejército
de Caxias: lazos inquebrantables de respeto, camaradería y lealtad».

 

Golpe...de efecto 

 

Las primeras reacciones mediáticas y políticas fueron dominadas por la
euforia. El periodista y exasesor de prensa del gobierno de Lula, Ricardo
Kotscho, que mantiene contacto con algunos militares en actividad, expresó
en su columna en UOL del primero de abril que lo que había conseguido
Bolsonaro había sido «unir a los militares contra él», ya que los
uniformados habían por fin «desembarcado del gobierno y encuadrado al
presidente en los límites constitucionales». Sin embargo, dos días después
escribió: «Lo que pareció una ruptura del gobierno con su base uniformada
fue apenas un juego de escena para cambiar los quepis de los jefes militares
por otros más al gusto del capitán, sin cambiar nada en la concepción
secular de los militares como tutores del poder civil».

 

Kotscho repensó su lectura, pero el resto de los análisis de la prensa
brasileña fueron –y son– casi unánimes: los uniformados estarían tratando de
evitar la «politización» de las Fuerzas Armadas, abocados a preservar la
democracia frente a las «aventuras golpistas» de Bolsonaro. Pero pensar que
los militares quieren evitar una politización de los cuarteles durante el
gobierno más militar de la historia democrática suena, como mínimo,
contradictorio. Piero Leirner, antropólogo y especialista en estrategia
castrense de la Universidad Federal de São Carlos, afirma a Brecha que lo
ocurrido no se trata de una reacción a los arrebatos golpistas de Bolsonaro,
sino la simulación de una reacción: «La figura de Bolsonaro como presidente
es en sí misma una construcción militar, hecha para parecer independiente,
errática e incontrolable. De esa forma, los militares siempre aparecen como
un factor de contención (véase «El fusil detrás del trono», Brecha,
30-IV-20). Lo que sucedió ahora es una sobrecarga de esas construcciones,
una operación psicológica del tipo conmoción y pavor a nivel informacional,
en la que todo el mundo queda desnorteado en un primer momento y luego con
la sensación que ellos quisieron imprimir en el imaginario colectivo: que
dijeron “basta”, que ahora “la política” se va a mantener lejos de los
cuarteles». Para el analista, «la supuesta crisis militar ya alcanzó su
objetivo y lo que vendrá ahora es una operación de desacoplamiento de la
tropa en relación con Bolsonaro».

 

Para el periodista André Ortega, coautor, junto con Pedro Marín, del libro
Carta no coturno: a volta do partido fardado no Brasil, «los militares
afirmaron su unidad en el actual escenario y mostraron que mantienen una
unidad corporativa, que no es solamente institucional, racional-burocrática,
sino política y cultural, como han hecho siempre en la historia». Ortega
tampoco cree que los uniformados estén defendiendo las instituciones
democráticas: «Hay un exceso de entusiasmo con relación a los supuestos
“generales democráticos”. No podemos confundir las diferencias de ambiciones
individuales o de feudos con grandes diferencias políticas. No hay ruptura
ni esfuerzos de preservación democrática: hay una puesta en escena para
preservar la imagen de que la militar es una institución competente y
mantener, e incluso aumentar, lo que han conquistado con este gobierno».

 

Pasando revista

 

Eduardo Svartman, historiador, doctor en Ciencia Política y presidente de la
Asociación Brasileña de Estudios de Defensa, tampoco cree que se pueda
hablar de ruptura, porque «los militares son corresponsables de la elección
de este gobierno y son una parte de su base». Desde su perspectiva, lo
acontecido «sugiere un reacomodo en el que algunos militares en actividad
pretenden marcar una cierta distancia respecto al gobierno y, en ese marco,
se explicita una tensión entre parte de la alta oficialidad activa y los
oficiales de la reserva, que son quienes están masivamente presentes en el
Ejecutivo». Este último actor, sostiene Svartman, «enfrenta su peor momento
y juega con el golpismo para contrabalancear su debilitamiento».

 

Para el académico, lo que los oficiales en actividad quieren evitar es una
posible insubordinación en los cuarteles: «Hay una preocupación por la
creciente politización y polarización y el accionar entre las tropas de las
milicias digitales bolsonaristas». Existe, según él, «un temor de que
ocurran episodios como los de Bahía [véase recuadro] en unidades militares y
se le haga difícil a la cúpula mantener el alineamiento de todo el mundo».

 

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Los de abajo

 

El lunes 29 de marzo, un integrante de la Policía Militar protagonizó un
extraño episodio en el Farol da Barra, un sitio icónico de Salvador de
Bahía. Después de empezar a disparar contra sus compañeros, el agente fue
ultimado. Las bases bolsonaristas de Internet se abocaron rápidamente a
convertirlo en héroe, alimentando la versión de que el policía habría muerto
por negarse a seguir las órdenes del gobernador del Estado, Rui Costa (del
Partido de los Trabajadores), que había decretado algunas restricciones a la
movilidad a causa de la pandemia.

 

La campaña, por el tenor de sus mensajes, parecía una tentativa bolsonarista
de enardecer a sus seguidores y fogonear un levantamiento de las Policías
Militares a lo largo del país. Rafael Alcadipani, integrante del Foro
Nacional de Seguridad Pública, dice a Brecha que, sin embargo, las bases del
gobierno «le erraron al diagnóstico». La táctica no funcionó. Sí existe,
afirma, una coincidencia ideológica entre ambas fuerzas: las Policías
Militares, «alineadas en la derecha y el conservadurismo, están muy
influenciadas por la ideología del bolsonarismo y se identifican con el
presidente». Pero Alcadipani cree que, a pesar de que no puedan descartarse
sublevaciones o acuartelamientos puntuales, no tienen, por sí solas, la
suficiente fuerza para generar un hecho de mayor gravedad: «Con una tasa de
desempleo tan alta, sin una ayuda económica fuerte y un sólido apoyo de las
Fuerzas Armadas es muy difícil que tentativas como estas tengan
posibilidades».

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