Pensamiento crítico/ La ecología de Marx a la luz de MEGA 2. [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Dic 14 11:28:38 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

14 de diciembre 2021

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

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Pensamiento crítico



La ecología de Marx a la luz de MEGA 2



Alain Bihr

A l´encontre, 23-12-2021

https://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



Desde hace una treintena de años se han multiplicado los estudios dedicados
a valorar el alcance de la obra de Marx (así como la de Engels) desde la
óptica de la temática y la problemática ecológicas. Aguijoneados por la
creciente conciencia sobre la amplitud de la catástrofe ecológica en que
estamos atrapados y la urgencia por afrontarla, esos estudios han pretendido
determinar si dicha obra era susceptible, y en qué medida, de clarificar los
pormenores de esta catástrofe y de contribuir a formular respuestas
apropiadas para salir de ella.



Muy pronto se han diferenciado dos tendencias sobre la cuestión. Para unos,
la obra de Marx no sólo no tendría nada que enseñarnos en este terreno, sino
que cualquier pensamiento seriamente preocupado por abordar de frente esta
temática y problemática debería separarse de ella, hasta tal punto habría
quedado prisionera de un prometeísmo que exalta de manera irreflexiva el
crecimiento de las fuerzas productivas, haciendo del mismo una de las
condiciones sine qua non del socialismo. De ese modo habría abierto la vía a
la ceguera mostrada por el movimiento socialista (tanto en su versión
socialdemócrata como en el autodenominado socialismo real) respecto a la
dinámica generadora de la catástrofe ecológica, cargando por ello con una
parte específica de su responsabilidad[1]. Para otros, por el contrario, la
obra de Marx, correctamente evaluada o revaluada, no sólo demostraría una
verdadera sensibilidad ecológica sino que ofrecería perspectivas originales,
tanto en lo que se refiere a la comprensión teórica de las raíces de la
catástrofe ecológica como en la formulación de propuestas políticas para
intentar hacerla frente[2].



Kohei Saito se sitúa claramente en esta segunda vía, hoy día ya bien
balizada[3]. Su originalidad tiene que ver sobre todo con las fuentes que
utiliza. No se contenta con volver a recorrer una vez más los textos
canónicos de Marx. Apoyándose en el conjunto de volúmenes de MEGA2 ya
aparecidos[4], extiende considerablemente el corpus de referencia a muchos
textos hasta entonces inéditos de Marx, ya se trate de la considerable
cantidad de manuscritos que prepararon o acompañaron la elaboración de su
crítica de la economía política, dejada finalmente incompleta en El Capital,
o de la aún más importante suma de notas de lectura y de anotaciones hechas
por Marx en los márgenes de las obras que figuraban en su biblioteca y que
se han conservado. Las nuevas piezas añadidas al dossier permiten seguir
mejor la evolución del pensamiento de Marx sobre las cuestiones relativas a
la ecología. Muestran también, más en general, la manera como trabajaba Marx
y explican por qué, lejos de dejarnos en herencia un monumento teórico, nos
legó un verdadero taller, en todos los sentidos del término. A nuestro cargo
está seguir trabajando en él.



Precoces intuiciones fundacionales



Con objeto de profundizar la crítica de la sociedad civil burguesa a la que
le habían llevado tanto su actividad de periodista en el Rheinische Zeitung
como su relectura de la filosofía del derecho de Hegel, desde otoño de 1843,
y ya establecido en París, Marx abordó la lectura de los principales
economistas clásicos (comenzando por Adam Smith y David Ricardo), iniciando
una investigación que le ocuparía el resto de su vida. Lo testimonia la
serie de cuadernos de notas y de reflexiones redactadas entonces por Marx,
conocida con el nombre de Manuscritos de 1844 o Manuscritos
económico-filosóficos.



Estos manuscritos tienen una gran densidad teórica. Marx multiplicó
formulaciones brillantes, algunas no demasiado claras, todavía muy influidas
por un pensamiento marcado por la herencia hegeliana, revisada a través del
prisma joven-hegeliano, sobre todo de Ludwig Feuerbach. Para comenzar, se
encuentra una concepción original de las relaciones entre  el hombre y la
naturaleza, destinada a aclarar todas las posteriores elaboraciones sobre
este tema. En efecto, la naturaleza es definida como "el cuerpo no-orgánico"
de la humanidad.



La universalidad del hombre aparece en la práctica precisamente en la
universalidad que hace de la naturaleza entera su cuerpo no-orgánico, tanto
en la medida en que es, en primer lugar, un medio de subsistencia inmediato,
como [en segundo lugar] por ser la materia, el objeto y el instrumento de su
actividad vital. La naturaleza, es decir la naturaleza que no es en sí misma
el cuerpo humano, es el cuerpo no-orgánico del hombre[5].



Pero, de entrada, Marx señala que el trabajo es la especificidad de la
unidad de la humanidad y la naturaleza. Porque sólo por la mediación del
trabajo, de la transformación de la naturaleza que éste opera, la humanidad
puede extraer la sustancia de su existencia. Dentro de estos Manuscritos,
todavía bajo la impronta del hegelianismo, Marx remite esta especifidad al
carácter consciente, por tanto voluntario, reflexionado, finalizado, del
trabajo, mientras que la eventual actividad transformadora de la naturaleza
practicada por el animal está prisionera de su instinto y, por consiguiente,
del círculo estrecho de sus necesidades. Lo cual introduce una segunda
diferencia esencial: mientras que el trabajo animal está limitado a estas
últimas y a su ecosfera particular, la del hombre tiende a volverse
universal (extiende constantemente su campo en la medida misma en que
engendra constantemente nuevas necesidades):



La actividad vital consciente distingue directamente al hombre de la
actividad vital del animal (…)- El animal sólo opera en la medida y según
las necesidades de la especie a la que pertenece, mientras que el hombre
sabe producir a la medida de toda especie y sabe aplicar en todas partes al
objeto su naturaleza inherente; el hombre opera también según las leyes de
la belleza[6].



Sobre esta base, Marx reprocha al capitalismo el haber roto esta unidad
fundamental, constitucional, entre la humanidad y su cuerpo inorgánico,
volviendo la primera extraña a la segunda y recíprocamente, introduciendo
así una dimensión de alienación en sus relaciones. Ésta hunde sus raíces en
la expropiación de los productores: su separación de hecho, y de derecho,
con sus medios de producción, con las condiciones objetivas de la producción
de sus medios de consumo, con las condiciones materiales de su subsistencia,
la principal de las cuales es la tierra.



Esta tesis aparece cuando Marx pretende explicitar en sus cuadernos la
diferencia entre la propiedad territorial feudal y la propiedad territorial
capitalista. Un pasaje que por lo general ha escapado a los comentaristas de
estos manuscritos, y sobre el que Saito llama la atención (pp. 33-44)[7].



En el marco de la propiedad feudal, campesinos y campesinas son avasallados:
reducidos a la condición de siervos. Ahora bien, la servidumbre se define
por un doble vínculo: el del siervo con la hacienda de la que es parte
integrante (por esta razón puede ser vendido junto con la hacienda): "el
siervo es el accesorio de la tierra" (adscriptus glebae, asignado a la
tierra, según el derecho feudal); y el del siervo con el señor de esta
hacienda, con quien le vincula una relación de fidelidad, de dependencia
personal; lo cual da a la dominación y a la explotación feudales un cariz
gemütlich, dice Marx[8], más allá de su carácter de brutal relación de
fuerza. Lo importante aquí es que el productor directo (el siervo) queda
vinculado a la tierra como modo de producción; en la servidumbre, la tierra
sigue siendo "el cuerpo no-orgánico" del productor, como lo es también para
su propietario, el señor, el dueño, que no pertenece menos a la hacienda que
sus siervos: esto es lo que significa su partícula, barón, conde, marqués,
duque, príncipe de…, cuando no se llama directamente por el nombre de la
hacienda: los Valois, Guise, Borbones, Habsburgos, Lancaster, York, etc.



Eso es precisamente lo que falta por completo al trabajador asalariado, sea
o no agrícola, que es, por definición, un trabajador libre. E incluso
doblemente libre: liberado de todo lazo de dependencia personal y
comunitaria y liberado de todo medio de producción propio. Como única
propiedad sólo le queda su propia persona, sus facultades personales que
constituyen su fuerza (potencia) de trabajo, de la que puede disponer por
completo a su manera: en este sentido, es un sujeto privado de derecho. Pero
por eso mismo, para procurarse sus medios de subsistencia, no tiene otra
posibilidad que poner en venta esta fuerza de trabajo, esperando que alguien
se la compre (a cambio de un salario), a cuyo servicio deberá ponerse, por
lo general con el objetivo de valorizar un capital, creando más valor que el
valor propio de su fuerza de trabajo. Es tanto como decir que, al contrario
que el siervo, sus condiciones de existencia no están en absoluto aseguradas
por las relaciones de producción en que opera, que perfectamente lo pueden
encontrar y tratar como excedentario inútil para el mundo.



Por consiguiente, bajo el régimen capitalista, el productor ya no tiene
relación directa con la tierra como medio de producción y de reproducción de
su propia existencia, como "cuerpo no-orgánico", ni siquiera cuando se trata
de un asalariado agrícola. En este último caso, sólo accidental y
marginalmente produce sus medios de subsistencia: la tierra es sólo el medio
para valorizar un capital invertido en la agricultura. A la inversa,
mientras que se ha separado a quien la trabaja de este medio de producción
que es la tierra, también la tierra se separa y puede volverse plenamente
mercancía, ser comprada y vendida para cualquier fin, como medio de
producción o como medio de consumo (objeto de recreo para su propietario o
poseedor).



El conjunto de estos temas y tesis constituyen un fondo teórico que continuó
alimentando el pensamiento de Marx, mucho más allá de los Manuscritos de
1844. Los volveremos a encontrar hasta en sus obras de madurez, que
desarrollarán su crítica de la economía política. Por ejemplo, en el
siguiente pasaje de los famosos Grundrisse (1857-1858) que parece repetir
palabra por palabra las anteriores:



Lo que necesita explicación, o es resultado de un proceso histórico, no es
la unidad del hombre viviente y actuante, [por un lado,] con las condiciones
inorgánicas, naturales, de su metabolismo con la naturaleza, [por el otro]
y, por lo tanto, su apropiación de la naturaleza, sino la separación entre
estas condiciones inorgánicas de la existencia humana y esta existencia
activa, una separación que por primera vez es puesta plenamente en la
relación entre trabajo asalariado y capital. En la relación de esclavitud y
servidumbre esta separación no tiene lugar, sino que una parte de la
sociedad es tratada por la otra precisamente como mera condición inorgánica
y natural de la reproducción de esta otra parte[9].



También aquí, Marx considera la ruptura de la unidad constitucional entre la
humanidad y la naturaleza, esto es la separación entre el ser humano,
naturaleza subjetivada, y su cuerpo inorgánico, condición objetiva de su
existencia y de su actividad laboriosa, como la característica principal del
universo capitalista y la condición misma de la formación del capital que le
sirve de base y de marco.



Marx frente a Liebig



Pero Marx no se contentó con repetir ad nauseam estas formulaciones. Al
contrario, intentó verificarlas, confrontándolas a las ciencias positivas de
su tiempo. Lo que le permitió enriquecerlas con nuevas determinaciones,
aunque también le obligó a matizarlas y rectificarlas en parte. Todo este
trabajo teórico marxiano es meticulosamente escrutado y ofrecido por Saito.



El pasaje de los Grundrisse citado más arriba utiliza una noción nueva,
todavía desconocida por el Marx de los Manuscritos de 1844, el intercambio
de sustancia entre el hombre y la naturaleza, traduciendo literalmente la
palabra alemana Stoffwechsel. Otros traductores, como Billy, han optado por
el término metabolismo, sin duda mucho más fiel a los orígenes del término.



El concepto de metabolismo está tomado de la la biología, más exactamente de
la fisiología. Por una parte, designa el sistema de intercambios de
sustancias diversas entre el conjunto de las partes de un organismo vivo
(vegetal, animal o humano), por medio de los cuales este organismo se
regenera de forma permanente a la vez que mantiene su propio orden interno
(metabolismo interno); y, por otra parte, los intercambios que todo
organismo vivo debe proceder con su medio de vida (su biotopo), por los
cuales obtiene las sustancias necesarias para su funcionamiento como
organismo vivo y rechaza diferentes residuos resultantes de este
funcionamiento (metabolismo externo). Metabolismo externo y metabolismo
interno están por tanto íntimamente ligados: el primero proporciona al
segundo las sustancias que, directamente o después de transformación, son
asimiladas por el organismo para mantenerse en vida, a la vez que se encarga
de la eliminación de sus subproductos (residuos).



El concepto parece haber sido introducido en fisiología en los años
1800-1810, antes de volverse de uso corriente en los años 1840, sobre todo
tras la publicación por el químico alemán Justus von Liebig (1803-1873) de
dos importantes obras, Die Chemie in ihrer Anwendung an Agriculturchemie und
Physiologie (La química aplicada a la agricultura y a la fisiología) (1840)
y Die Chemie in ihrer Anwendung auf Physiologie und Pathologie (La química
aplicada a la fisiología y a la patología) (1842), que sentaron las bases de
la química orgánica y de la bioquímica.



Apoyándose en los cuadernos de notas y de lecturas de Marx al comienzo de su
período londinense, Saito (pp. 71-80) establece que Marx debió el uso del
concepto de metabolismo a la lectura, a comienzos de 1851, del manuscrito de
Mikrocosmos. Entwurf einer physiologischen Anthropologie (Microcosmos.
Ensayo de antropología fisiológica) de Roland Daniels, un médico de Colonia,
miembro como él de la Liga de los comunistas, que se lo había hecho llegar
para tener una opinión crítica. Esta misma lectura le llevó a interesarse
por los trabajos y publicaciones de Liebig en los meses siguientes, durante
los cuales leerá y anotará la cuarta edición de Die Chemie in ihrer
Anwendung an Agriculturchemie und Physiologie (1842). A partir de entonces
lo hará parte integrante de su propia conceptualidad, como demuestran los
Grundrisse,  en los cuales el término es repetido por Marx en una veintena
de ocasiones para designar tanto los intercambios materiales internos en la
sociedad (metabolismo social) y los intercambios materiales internos con la
naturaleza (metabolismo natural) como los intercambios materiales entre
hombres y naturaleza (Saito: 80-85). El capital viene a perturbar este
último metabolismo, rompiendo la unidad inmediata de la humanidad y su
cuerpo inorgánico.



Sin embargo, no cita a Liebig, lo que hace pensar que, aún habiendo recogido
en parte la aportación, Marx no le concedió la importancia que tendría
después para él. Distintos índices demuestran en efecto que Marx retomó la
lectura de Liebig, más exactamente de Die Chemie… aparecida en 1862 (Saito:
176-177 y 181-184), entre mediados de 1863 y mediados de 1865, cuando
redactó una versión primitiva del conjunto de El Capital, en relación sin
duda con su teoría de la renta de la tierra[10].Y que en esta ocasión, dicha
(re)lectura tendría una incidencia decisiva. Intentemos determinar lo que
dedujo Marx.



Liebig sentó las bases de la bioquímica del crecimiento vegetal mostrando
que está condicionado no sólo por elementos o compuestos orgánicos (por
ejemplo el nitrógeno, el gas carbónico) sino también por compuestos
inorgánicos (por ejemplo sales minerales), pudiendo ser proporcionados los
primeros por la atmósfera (el aire o la lluvia) mientras que los segundos
sólo pueden proceder de una descomposición química del suelo. En las
primeras ediciones de la obra anterior, estableció dos leyes fundamentales
que rigen este crecimiento. Una llamada ley del mínimo: un suelo debe
contener una cantidad mínima de todos estos nutrientes, orgánicos e
inorgánicos, para ser fértil. Y una llamada ley de restitución: es
necesario, de una manera u otra, devolver al suelo estos nutrientes, que el
crecimiento de los vegetales tiende a privarle, para que siga siendo fértil
y los rendimientos sean duraderos; sin lo cual, su explotación sólo puede
ser predadora, condenando al suelo al debilitamiento (Saito: 176-188).



Sobre esta base, en la cuarta edición de su obra maestra (1842), aquella
sobre la que trabajó Marx a comienzos de los años 1850, Liebig daba a
entender claramente que una agricultura racional, respetuosa de ciertos
principios –la práctica del barbecho o de la rotación, en particular con la
introducción del trébol, el uso de abonos naturales (cenizas, huesos,
excrementos animales) destinados a restituir al suelo sus nutrientes
inorgánicos a la espera de eventuales abonos artificiales capaces de
sustituirlos, etc.– estaría en condiciones de mantener intacta la fertilidad
de los suelos, incluso de hacerla crecer. Y aunque ya mencionaba el fenómeno
de descenso de los rendimientos agrícolas en Europa, lo hacía para imputar
la responsabilidad a la negligencia de los principios precedentes (Saito:
219-221).



En estas condiciones, el giro efectuado por Liebig en la séptima edición de
Die Chemie…, que Marx conocerá entre 1863 et 1865, fue más que asombroso.
Este giro le condujo a formular una especie de tercera ley, que se podría
llamar ley del máximo por oposición a la ley del mínimo, que vuelve
radicalmente la espalda a la vía preconizada apenas unos años antes.
Explicaba en este caso que no se puede hacer crecer indefinidamente el
rendimiento (la productividad) de un suelo en proporción a los aportes
suplementarios de trabajo (drenaje, acondicionamiento del suelo, regadío,
etc.), de agua, días de sol, calor, abonos, etc., que se le pueda asegurar;
que existe un límite a este crecimiento, simplemente porque los nutrientes
necesarios que puede proveer un suelo (un volumen determinado de éste) se
encuentran ellos mismos en cantidad limitada, a causa, por ejemplo, de los
límites de su desagregación química y, sobre todo, porque las plantas no son
capaces de absorber, por medio de sus hojas o sus raíces, más que una
cantidad limitada de estos nutrientes en un tiempo determinado (por ejemplo,
una estación). Más allá de este límite, cualquier aportación suplementaria
sólo podría, en el mejor de los casos, producir resultados positivos
temporales que se pagarían al precio de un agotamiento ulterior del suelo, a
causa del no respeto en definitiva de la ley de restitución (Saito:
230-239).



Marx se apropió en gran medida de las distintas leyes establecidas por
Liebig, al menos en un primer momento. Las dos primeras le permitieron
precisar y profundizar la noción de perturbación metabólica que, desde los
Manuscritos de 1844, caracterizaba para él la producción capitalista. En la
última sección del Capítulo XIII del Libro I de El Capital, denunciaba los
efectos sociales y también ecológicos de la introducción del capital en la
agricultura. Comenzando por el hecho de que al arruinar a los pequeños
agricultores y, también, al disminuir el número (relativo) de obreros
agrícolas, la agricultura capitalista despuebla los campos y amplifica las
ciudades. De esta manera, perturba el ancestral metabolismo entre la
humanidad y la naturaleza que permitía a la primera devolver a la segunda,
en forma de desechos (detritus de sus actividades) y de residuos (sus
propios excrementos y los de los animales de cría y de trabajo), lo que le
tomaba como sustancias nutritivas por su práctica agrícola:



Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana,
acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una
parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba
el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de
aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el
hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición
natural eterna de la fertilidad permanente del suelo[11].



En consecuencia, denunciaba la manera como esta agricultura, aunque en un
primer tiempo aumentaba la productividad del trabajo agrícola, acababa por
agotar el suelo y comprometer la fertilidad, perjudicando por tanto a esta
misma productividad:



Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el
arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo;
todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso
dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa
fertilidad. Este proceso de destrucción es tanto más rápido, cuanto más tome
un país — es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo— a
la gran industria como punto de partida y fundamento de su desarrollo[12].



Es la misma lógica predadora la que preside tanto la explotación de la
fuerza de trabajo humano como la explotación del suelo, y en general de los
recursos naturales, estas dos fuentes de toda riqueza social, estos dos
factores fundamentales del metabolismo entre humanidad y naturaleza:



La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la
combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo
tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador[13].



Marx denunciaba en la relación del capital con la tierra, la misma lógica
mortífera que fustigó en el Capitulo VIII de ese mismo Libro, en la relación
del capital con la fuerza de trabajo:



La producción capitalista, que en esencia es producción de plusvalor,
absorción de plustrabajo, produce, por tanto, con la prolongación de la
jornada laboral, no sólo la atrofia de la fuerza de trabajo humana, a la que
despoja —en lo moral y en lo físico— de sus condiciones normales de
desarrollo y actividad. Produce el agotamiento y muerte prematuros de la
fuerza de trabajo misma. Prolonga, durante un lapso dado, el tiempo de
producción del obrero, reduciéndole la duración de su vida[14].



En cuanto a la tercera ley de Liebig, convenció a Marx para adherirse a la
tesis de los rendimientos agrícolas decrecientes. Ésta ya había sido
formulada desde la segunda mitad del siglo XVIII por diferentes autores, en
base a la observación de la evolución de la agricultura inglesa, y recogida
sobre todo por David Ricardo dentro de su teoría de la renta de la tierra
desarrollada en sus Principios de la economía política y del impuesto
(1815). Según Ricardo, los rendimientos agrícolas sólo pueden decrecer, y
por consiguiente los precios de mercado de los productos agrícolas aumentar,
y con ellos la renta agrícola, por dos razones. Por una parte, conforme al
desarrollo de la agricultura, para hacer frente al aumento de la demanda
(ligada al aumento de la población), los productores agrícolas se ven
obligados a recurrir a terrenos cada vez menos fértiles; por otra parte, el
rendimiento de un mismo suelo nunca aumenta en proporción directa al aumento
de capital (en definitiva, trabajo muerto y vivo) invertido en él para
mejorar su productividad.



Hasta los Manuscritos de 1861-1863, Marx se había mostrado muy reticente,
cuando no francamente hostil, a la adopción de la segunda parte de esta
tesis (Saito: 165-176). A falta de un fundamento científico, para él no era
más que una hipótesis, aún menos aceptable por hacer el juego a la teoría
ricardiana de la renta de la tierra, y sobre todo a la de su enemigo jurado,
Thomas Malthus y su ley de la población. Lo dejó entender claramente en una
carta a Engels del 14 de agosto de 1851:



Pero cuanto más me sumerjo en esta porquería, más me convenzo de que la
reforma de la agricultura e igualmente de esa basura de propiedad que se
basa en ella, es el alfa y el omega de la futura revolución; Sin eso, el
padre Malthus tendría razón. (Saito: 219).



Al contrario de la tesis de los rendimientos decrecientes, Marx expresaba
claramente entonces su convicción de que una agricultura racional, basada en
la propiedad colectiva del suelo y en la aplicación metódica de los
resultados de la ciencia agronómica (recomendando el drenaje, la aireación y
remoción del suelo, el riego, la rotación de cultivos, el uso de abonos
naturales o artificiales, etc.), podía hacer esperar una mejora constante de
los rendimientos agrícolas, incluso un crecimiento indefinido de la
productividad del trabajo agrícola semejante a la del trabajador
manufacturero. Y había intentado y conseguido alimentar su convicción en
diferentes autores que había leído, entre ellos el propio Liebig (Saito:
209-224).



La lectura de la séptima edición de la obra maestra de Liebig le convenció
para cambiar de posición, sacando de alguna manera las consecuencias del
giro del propio Liebig. Marx adoptó en adelante la tesis de los rendimientos
decrecientes, al poder basarse científicamente en las leyes fisiológicas del
reino vegetal, que ni la mecánica ni la química pueden abolir y superar. Y
desde entonces Marx la pudo integrar en su propia teoría de la renta de la
tierra agrícola, haciendo de ella la base de la renta diferencial II.



De manera más general y más radical, la tercera ley de Liebig convenció a
Marx de que existen límites absolutos a la modificación antropológica
(técnica y científica) de la naturaleza, que los hombres no pueden
franquear. Lo que implica romper con todo prometeísmo ingenuo: toda voluntad
irreflexiva de dominación de la naturaleza, todo culto del crecimiento ciego
de las fuerzas productivas, etc. Hay que renunciar así al proyecto de una
dominación total y absoluta de la naturaleza, que sólo puede ser un
fantasma, para reducirla a lo que es compatible con las leyes naturales y
los límites que imponen a la humanidad.



Esto lo expresó claramente Marx en el pasaje de los manuscritos de
1863-1865, del que se sirvió Engels para editar su versión del Libro III de
El Capital. En le, Marx afirmaba resueltamente la necesidad de una relación
racional de la sociedad con la naturaleza a partir de la dialéctica de la
necesidad y de la libertad, una relación que sólo podrá realizarse en el
marco de una sociedad emancipada de las relaciones capitalistas de
producción:





Así como el salvaje debe bregar con la naturaleza para satisfacer sus
necesidades, para conservar y reproducir su vida, también debe hacerlo el
civilizado, y lo debe hacer en todas las formas de sociedad y bajo todos los
modos de producción posibles. Con su desarrollo se amplía este reino de la
necesidad natural, porque se amplían sus necesidades; pero al propio tiempo
se amplían las fuerzas productivas que las satisfacen. La libertad en este
terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores
asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza
poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como
por un poder ciego; que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerzas y
bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana. Pero
éste siempre sigue siendo un reino de la necesidad. Allende el mismo empieza
el desarrollo de las fuerzas humanas, considerado como un fin en sí mismo,
el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer sobre
aquel reino de la necesidad como su base. La reducción de la jornada laboral
es la condición básica[15].



Mientras que bajo el régimen capitalista el metabolismo entre humanidad y
naturaleza escapa al control de los productores (tanto capitalistas como
asalariados) y los domina como un poder extraño, alienado y alienante a la
vez, que a pesar de todo procede de sus propias actividades productivas, la
tarea de los productores asociados que constituyen una sociedad comunista es
regular consciente y racionalmente su metabolismo con la naturaleza, lo que
implica gobernar su dominación de la naturaleza para hacerla compatible con
los límites que le imponen la Tierra y su inseparable dependencia de ella.
En el orden de sus relaciones con la naturaleza, la única libertad que
pueden conquistar los hombres consiste en este dominio racional y en la
reducción del tiempo de trabajo, hecho posible por los progresos de la
productividad del trabajo, que constituirá su finalidad prioritaria.



Por decisivas que fueran las aportaciones de Liebig a Marx, éste quedaría
satisfecho. El pasaje antes citado del Capítulo XIII del Libro I del Capital
concluía con una nota en la que Marx rendía homenaje a Liebig a la vez que
mantenía una cierta distancia crítica:



Haber analizado desde el punto de vista de las ciencias naturales el aspecto
negativo de la agricultura moderna, es uno de los  méritos imperecederos de
Liebig. También sus aperçus [bosquejos] históricos, aunque no estén exentos
de errores gruesos, muestran felices aciertos. Es de lamentar que lance al
acaso afirmaciones como la siguiente: “Gracias a una pulverización más
intensa y a las aradas más frecuentes, se promueve la circulación del aire
dentro de las partes de tierra porosas y aumenta y se renueva la superficie
del suelo expuesta a la acción del aire, pero es fácil de comprender que el
mayor rendimiento del campo no puede ser proporcional al trabajo gastado en
dicho campo, sino que aumenta en una proporción mucho menor”[16].



La continuación de la nota revela que lo que Marx criticaba no era tanto la
tercera ley de Liebig como el aval científico concedido a John Stuart Mill,
considerado como uno de los amigos de Liebig, aunque Marx enfilaba también a
su bestia negra, Malthus, porque uno y otro no hacían sino repetir lo que
muchos ilustres economistas ya habían enunciado antes que ellos. Pero la
distancia crítica de Marx respecto a Liebig en el tema de los rendimientos
decrecientes, y por tanto del agotamiento tendencial del suelo bajo los
efectos de una agricultura intensiva, da a entender que en su opinión la
cuestión no estaba definitivamente resuelta; y de ahí la persistente
ambivalencia de su posición sobre este tema.



El posterior encuentro con Fraas



De hecho, apenas editado el primer Libro de El Capital, Marx quiso
profundizar en todas estas cuestiones, en la perspectiva de recuperar su
teoría de la renta de la tierra, que debía incluirse en el Libro III. Una
carta de Marx a Engels fechada el 3 de enero de 1868 muestra además su
interés por una serie de trabajos que cuestionaban las tesis de Liebig, como
los de Carl Fraas (Saito: 263). Y en los meses siguientes Marx tuvo
conocimiento de algunos de estos trabajos, en particular los de Friedrich
Albert Lange, Julius Au y Carl Fraas; y aunque hizo poco caso de los dos
primeros (Saito: 269-273), concedió en cambio una gran importancia al
tercero, como lo explica Saito en el último capítulo de su obra.



Carl Fraas (1810-1875) era un botánico y agrónomo bávaro. Tras haber
obtenido un doctorado en botánica en la universidad de Munich (1830), fue
nombrado director de los jardines del Patio de Atenas (1835) y profesor de
botánica en la universidad de esta ciudad al año siguiente. Profesor en la
escuela central de agricultura de Schleissheim en Austria en 1842, fue
finalmente nombrado profesor de agronomía en la universidad de Munich en
1847.



Entre las numerosas publicaciones de Fraas, Marx parece haber leído Klima
und Pflanzenwelt in der Zeit (El clima y la vegetación a través de los
tiempos) (1847), Geschichte der Landwirtschaft (Historia de la agricultura)
(1852) y Die Natur der Landwirtschaft (La naturaleza de la agricultura)
(1857) durante el invierno de 1868, a juzgar por sus cuadernos de lecturas
de esa época (Saito: 273). Su biblioteca tenía también ejemplares de la
Historisch-encyklopädischer Grundriss der Landwirthschaftslehre (Compendio
histórico-enciclopédico de agronomía) (1848) y Das Wurzelleben der
Cultur-pflanzen (La vida de las raíces de las plantas cultivadas) (1872), lo
que demuestra que Marx continuaba interesado en Fraas más allá de 1868
(Saito: 274). En cambio, al contrario de lo que Saito deja entender (2021:
276), no parece que Marx haya conocido Die Ackerbaukrisen und ihre
Heilmittel (Las crisis agrícolas y su remedio) (1866): no menciona ningún
apunte en sus cuadernos ni la presencia en su biblioteca.



De hecho, sólo se conoce una referencia de Marx sobre Fraas, en una carta
dirigida a Engels fechada el 25 de marzo de 1868. Se refería precisamente a
El clima y la flora en el tiempo… y esto es lo que decía en sustancia:



[Fraas] Pretende que con el cultivo del suelo y según su nivel, la “humedad”
tan apreciada por los campesinos se pierde (esa sería la razón de que los
vegetales emigren del sur hacia el norte) y que, finalmente, se forman las
estepas. El efecto primero del cultivo sería útil, pero terminaría por ser
devastador, por efecto de la tala de los bosques, etc. (...) El resultado es
que el cultivo, si progresa naturalmente, sin ser dominado conscientemente
(como ciudadano, no llega naturalmente hasta ese extremo), deja tras de sí
desiertos: Persia, Mesopotamia, Grecia, etc. (…) Y ya tenemos
inconscientemente, otra vez la tendencia socialista (...) Hace falta ver más
de cerca los últimos desarrollos sobre la agricultura. La escuela de los
físicos hace frente a la escuela de los químicos» (Saito: 274).



Estas pocas notas demuestran que Marx comprendió rápidamente el nudo
gordiano de la problemática de Fraas, las relaciones entre vegetación y
clima, como indica además el título de la obra a que se refiere. En
concreto, señala dos de sus principales tesis sobre este tema.



En primer lugar, para Fraas, el clima juega el papel principal en el
desarrollo de la vegetación y, en consecuencia, de la agricultura. Propone
un enfoque físico (o atmosférico) de los problemas relativos al crecimiento
de los vegetales, poniendo el acento en la importancia de factores como el
calor y la humedad, las precipitaciones y la escorrentía, las sequías, el
viento, etc., por oposición al enfoque químico (o pedológico) desarrollado
tanto por Liebig (defendiendo los nutrientes inorgánicos como factor
decisivo) como por sus adversarios (dando el papel principal a los
nutrientes orgánicos, ante todo el nitrógeno).



En segundo lugar, y a la inversa, según Fraas, la agricultura está en
condiciones de cambiar el clima y de ordinario lo hace, en el sentido de su
evolución hacia lo seco y el calor (sobre todo por efecto de la
deforestación a la que procede), lo que no deja de repercutir sobre la
vegetación, favoreciendo el desarrollo de las estepas, y de degradar por
consiguiente las condiciones de desarrollo de la propia agricultura. Fraas
se suma aquí a la tesis de Liebig, pero relacionando esta degradación
tendencial no con un agotamiento de los suelos (a causa del no respeto de la
ley de restitución y de los límites de la aportación compensatoria de los
abonos artificiales), sino con una transformación del clima, que opera bajo
los efectos del desarrollo de la propia agricultura o de forma natural.



Estudiando de cerca los cuadernos de notas y sus anotaciones marginales,
Saito llega a precisar lo que más interesó a Marx de los trabajos y
resultados de Fraas en lo que se refiere a la agronomía.

•Marx señala con interés que, según Fraas, el suelo puede regenerarse
espontáneamente y mantener su fertilidad, sin aporte exterior (sin abonos) o
con un mínimo de aportes, bajo climas cálidos y húmedos (por ejemplo en zona
tropical o subtropical) porque las rocas que constituyen el suelo se
desagregan más fácilmente (Saito: 278). Los abonos sólo son en definitiva
sucedáneos climáticos: palían la ausencia de condiciones climáticas
favorables. Cuando las plantas son cultivadas en las condiciones climática
más favorables, resultan inútiles. No hay por tanto fatalidad en el
agotamiento de los suelos bajo el efecto de la agricultura, como lo pensaba
Liebig. Por ejemplo:



Los cereales son por tanto, en función del grado de exigencia que tienen
respecto de la mansedumbre del clima, plantas que agotan el suelo en la zona
fría templada, sobre todo el maíz, la doura, el trigo, la cebada, el
centeno, la avena, menos las leguminosas y el alforfón, para nada las
diferentes especies de trébol, nuestras hierbas, los espárragos, etc. En la
zona cálida templada, los cereales y las leguminosas no agotan el suelo, a
excepción del maíz, el arroz y el sorgo, pero apenas el tabaco, que ya se
suele cultivar sin abonos» (Saito, 2021: 279-280).

•Lo que hace pensar que el metabolismo natural (los intercambios internos en
la naturaleza, independientemente de cualquier intervención humana) está en
condiciones de arreglar por sí mismo el problema del agotamiento de los
suelos y, por consiguiente, el descenso de los rendimientos. Dicho de otra
manera, según Fraas, habría una agricultura duradera posible sin
intervención humana, dejando que la la naturaleza trabajase sola, a
condición de operar en las condiciones requeridas para su crecimiento por el
vegetal cultivado. Así:



conocemos países de antigua civilización, como Grecia o el Asia menor, que
continúan obteniendo en sus campos sin ningún abono cosechas apreciables,
aunque con abonos todavía lo serían más, como ya ocurre en algunos sitios
con el riego (…) la fertilidad de los campos entre los chinos, que
reemplazan los componentes que han tomado (lo que sólo puede ser cierto si
no exportan los productos del suelo sin importar equivalentes), ha aumentado
constantemente conforme crece la población (Saito: 280-281).



•Entre los elementos del metabolismo natural que son susceptibles de poner
remedio al agotamiento de los suelos, Fraas menciona sobre todo los
aluviones (limos, arenas, gravas, guijarros, etc.) aportados por los cursos
de agua en sus corrientes y sus crecidas, que permiten reconstituir y
mantener la composición mineral de los suelos cultivados. Razón por la cual
las llanuras aluviales, los estuarios y los deltas son particularmente
fértiles. Lo que lleva a Fraas a preconizar el recurso a una aportación
artificial de aluviones, por medio de toda una infraestructura de depósitos
y de canales de riego, poniendo así a contribuir un procedimiento natural de
regeneración de los suelos. Una temática ya presente en Natur der
Landwirtschaft, señalada por Marx, y sobre la cual Fraas volverá con
insistencia en Die Ackerbaukrisen und ihre Heilmittel haciendo de ella el
argumento central de su polémica contra Liebig. En suma, para remediar el
agotamiento tendencial de los suelos provocado por su cultivo en condiciones
climáticas menos favorables, Fraas propone una especie de cooperación entre
la humanidad y la naturaleza, en suma "una agricultura de regeneración
natural" siguiendo un camino abierto por la propia naturaleza, lo que
suscita la atención de Marx (Saito: 284-288). Ya que, de esta manera, se
puede esperar escapar a la fatalidad del agotamiento de los suelos y, por
tanto, de los rendimientos decrecientes, y alejar así definitivamente el
espectro de Malthus.



•Por último, Marx anotó o subrayó muchos pasajes de Klima und Planzenwelt…
en los cuales Fraas destaca la importancia de la deforestación (consecutivo
a la extensión del cultivo del suelo pero también inevitable en tanto que la
madera ha sido a la vez el combustible casi único y uno de los principales
materiales a disposición del artesanado y de la proto-industria en las
sociedades precapitalistas) como factor de modificación del clima y de
degradación consiguiente de las condiciones de la agricultura, explicando
así la regresión de la civilización ocurrida en Mesopotamia, Palestina,
Egipto y Grecia (Saito: 293-298).



Por ahora, a la espera de su publicación, es imposible saber lo que Marx
hizo finalmente de las aportaciones de Fraas a la ciencia agronómica en sus
manuscritos posteriores, más allá del hecho de que éstas le incitaron a
ampliar y profundizar sus estudios sobre todas estas cuestiones. Sería
atrevido, y en parte también vano, especular sobre lo que habría podido
hacer si hubiera dispuesto de tiempo para acabar la redacción de todo El
Capital.



Sin embargo, se puede suponer que Marx habría mantenido la lección general
de Fraas; a saber, que por su acción sobre la vegetación, la agricultura y,
más en general, la industria humana pueden provocar importantes
modificaciones del clima, susceptibles de reaccionar negativamente sobre sus
propias condiciones de producción y, aún más ampliamente, sobre las
condiciones del desarrollo humano. Marx habría identificado entonces las
modificaciones climáticas que el trabajo humano puede provocar, hasta el
punto de perjudicar a la humanidad, como una nueva forma de la perturbación
metabólica a añadir a la constituida por el agotamiento de los suelos bajo
el efecto de su cultivo intensivo irreflexivo. No es necesario señalar hasta
qué punto es de actualidad esta enseñanza de Fraas, en el contexto del
recalentamiento climático que conocemos.



Marx habría concluido también que la acción del hombre sobre la vegetación
(en particular la deforestación) debe ser llevada con prudencia y reflexión
en cuanto a sus consecuencias. Pero, en este mismo orden de ideas, Marx
habría mantenido también, sin duda, la idea de Fraas de que la solución de
los problemas agronómicos (por ejemplo, para asegurar la permanencia de la
fertilidad natural de los suelos, incluso para mejorarla) y, en general
ecológicos, se puede y se debe buscar sin forzar la naturaleza
(radicalizando una relación puramente instrumental con ella), sino
cooperando con ella: se trata más bien de trabajar con la naturaleza y no
contra ella[17]. Porque, en definitiva, siempre se trabaja en la naturaleza
cuando se trabaja sobre ella, siendo dependiente de ella y sufriendo las
eventuales consecuencias, inesperadas y nefastas, de las modificaciones que
le aporta el trabajo humano, sencillamente porque la humanidad hace y sigue
siendo parte integrante de la naturaleza, que es su «cuerpo no-orgánico».



Tal vez en este sentido, en la antes citada carta a Engels pudo Marx señalar
una "tendencia socialista inconsciente" en Fraas. Este habría indicado,
implícitamente, la vía a seguir para una agricultura racional, conducida de
manera que pudiera controlar sus efectos ecológicos a partir del
conocimiento científico. Habría comprendido lo que, según Marx, debe
proponerse conscientemente el socialismo, en la línea de la cita anterior
del Libro III de El Capital: el dominio (o regulación) del metabolismo entre
la humanidad y la naturaleza por medio del trabajo social, sobre la base de
la propiedad colectiva del suelo y de la asociación de los productores,
actuando de manera reflexiva (esto es, a la vez prudente e instruida por la
ciencia) sobre y en la naturaleza según un plan concertado.



Marx más allá de Marx[18]



La enseñanza general que se puede extraer de la obra de Kohei Saito puede
resumirse en esta frase, entendida en un doble sentido. En primer lugar, al
igual que Negri con los Grundrisse, Saito confirma una vez más que el
estudio de los trabajos inéditos de Marx nos hace descubrir sin cesar nuevos
aspectos de su pensamiento, con la diferencia de que el segundo abarca una
secuencia mucho más extensa que el primero y que pone su atención en una
dimensión de las preocupaciones marxianas que todavía era desconocida para
Negri. Y sobre todo, Saito nos hace comprender una razón, simple: Marx no
deja de pensar, es decir, de desarrollar y de profundizar sus logros
anteriores, mantenidos por él siempre como provisionales, confrontándolos a
nuevos terrenos, nuevos problemas, nuevos autores, matizándolos,
rectificándolos, cuestionándolos en parte, incluso abandonándolos, abriendo
de paso nuevas vías de investigación, trazando nuevas perspectivas,
planteando nuevas cuestiones o retomando antiguas con nuevas energías, etc.
Aunque no siempre se encuentra completamente a Marx allí donde se creía
poder hacerlo, a partir de lo que ya se sabe de él o, más exactamente, de lo
que se cree saber de él.



Siguiendo el mismo orden de ideas, aunque más en lo fundamental, Saito
confirma que la publicación del conjunto de escritos de Marx (y de Engels)
emprendido en el marco de MEGA 2 nos va a autorizar, esperemos que de manera
definitiva, a desembarazarnos de esa imagen de Marx a la vez doctrinaria
(reducida a un abc) y estatuaria (como gran comendador del templo), imagen
forjada y propagada desde hace décadas en y por las organizaciones que han
dominado el movimiento obrero. A la inversa, permitirá, por fin, percibir a
un Marx vivo, constantemente curioso de todo, más preocupado de plantearse
nuevas cuestiones que de repetir las antiguas respuestas, pero incapaz
también a veces de llegar hasta el final de sus proyectos, comenzando por su
crítica de la economía política que dejaría finalmente inacabada, con gran
perjuicio para su amigo Engels que, impacientemente, no dejó de apremiarle
en vano para que lo terminase.



En segundo lugar, tratándose precisamente de la temática y problemática
ecológicas, que es el objeto de su obra, no sólo es posible sino también
necesario superar las adquisiciones marxianas sobre el tema, por lo menos
tal como las conocemos por ahora, aunque sirviéndonos para ello de algunos
desarrollos del propio Marx. En suma: empujar a Marx más allá de Marx
sirviéndose de Marx. En efecto, como ha mostrado Saito, de 1844 a 1868, Marx
no dejó de desarrollar y profundizar la idea de que el capital se vuelve
culpable de una perturbación del metabolismo entre la humanidad y la
naturaleza, por el hecho de romper la unidad inmediata entre ellas que
mantenían las relaciones precapitalistas de producción. Su confrontación con
los trabajos de Liebig y de Fraas le llevó, en esta perspectiva, a poner el
acento tanto en el carácter depredador de la agricultura capitalista, que
tiende a agotar los suelos, como sobre el cambio climático con que amenazan
arrastrar sus desconsideradas prácticas de deforestación; dos diagnósticos
que los desarrollos más recientes, siglo y medio más tarde, están lejos de
haber sido desmentidos… Pero, si se quiere desarrollar y profundizar más la
idea de perturbación metabólica engendrada por el capital, hay que
comprender el análisis que desarrolla Marx sobre la forma valor en la que el
capital aprisiona el proceso social de producción, partiendo el metabolismo
entre la humanidad y la naturaleza, remodelándolo profundamente para
someterlo a las exigencias de la reproducción ampliada continua del valor, o
dicho de otra manera de la acumulación del capital.



Es lo que da a entender Saito en varias ocasiones hacia el final de su obra,
cuando afirma que en el horizonte de las palabras de Marx se perfila una
contradicción fundamental entre el capital y la naturaleza. Así:



Lo importante en la contribución científica de Marx a los actuales debates
ecológicos es su demostración, llevada a cabo a partir de las
determinaciones fundamentales de la sociedad mercantil, de que el valor como
mediación del carácter transhistórico entre la humanidad y la naturaleza, es
incapaz de satisfacer las condiciones materiales de una producción
sostenible (p. 314).



O también:



Para iluminar la tensión entre capital y naturaleza, Marx expone la teoría
del valor específicamente en un contexto que la liga al problema de la
perturbación del metabolismo entre humanidad y naturaleza (p. 316).



Pero Saito no precisa, en mi opinión, el punto exacto de articulación entre
la teoría marxista del valor y la problemática ecológica, a partir del cual
conviene explorar metódicamente esta contradicción entre el capital, valor
en proceso, y la naturaleza. Ahora bien, este punto está presente en el
enfoque del propio Marx: es el análisis que lleva de la apropiación del
proceso de trabajo por el capital, dominado por el imperativo de someterlo a
las exigencias del proceso de valorización, atacando con ello a los dos
factores fundamentales del proceso de trabajo que son precisamente la fuerza
humana de trabajo y la naturaleza en tanto que objeto general del trabajo
humano. Este análisis que ocupa las secciones III y IV del Libro I de El
Capital, del que se han extraído los pasajes antes citados, y que Marx
habría prolongado, sin duda,  en el Libro II (sobre todo cuando analiza en
la sección II la necesidad imperiosa para el capital de acelerar su
rotación, reduciendo tanto como sea posible el período de producción) así
como en el Libro III (en particular en la sección dedicada a la renta de la
tierra). El propio Saito lo señala, pero sin sacar de ello todo el partido
posible:



(…) se encuentran en los manuscritos que nos han llegado otros signos que
prueban que Marx proyectaba desarrollar diversas manifestaciones de tensión
entre la lógica formal del capital y las propiedades materiales de la
naturaleza, tanto a propósito de la rotación del capital en el segundo
libro, como a propósito de la renta de la tierra en el tercero» (p. 259).



Por tanto, si nos proponemos desarrollar y profundizar la idea marxista de
una perturbación estructural por el capital del metabolismo entre el hombre
y la naturaleza, tendremos que partir de un análisis de la apropiación
capitalista del proceso de trabajo en tanto que es también, en lo
fundamental, apropiación capitalista de la naturaleza, es decir
transformación de la naturaleza para conformarla a las exigencias
fundamentales del capital como valor en proceso[19]. Y ello, mientras se
puedan transgredir los límites que la naturaleza, en el marco del planeta
Tierra, fija al metabolismo entre la humanidad y ella, teniendo como
consecuencia final la actual catástrofe ecológica.



Notas



[1] Cf. por ejemplo Alfred Schmidt, Le concept de nature chez Marx,
traducción francesa, Presses universitaires de France, 1994 (edición
original: 1974); Hans Immler, «Vergiss Marx, entdecke Schelling» dans Hans
Immler et Wolfdietrich Schmied-Kowarzig (sld), Marx und die Naturfrage,
Kassel University Press, Kassel, 2011; Serge Audier, La société écologique
et ses ennemis : pour une histoire alternative de l’émancipation, París, La
Découverte, 2017.

[2] En esta orientación se sitúan sobre todo Paul Burkett, Marx and Nature:
A Red and Green Perspective, 2ª edición, Haymarket Books, Chicago, 2014
(1ªedición 1999); John Bellamy Foster, Marx’s Ecology. Materialism and
Nature, Monthly Review Press, New York, 2001; Henri Pena-Ruiz, Karl Marx :
penseur de l’écologie, París, Éditions du Seuil, 2018.

[3] Kohei Saito, La nature contre le capital. L’écologie de Marx dans sa
critique inachevée du capital, traducido del alemán por Gérard Billy,
Syllepse, Page 2, M Éditeur, París, Lausanne, Montréal, 2021. En lo que
sigue, se menciona la obra de Saito.

[4] MEGA: acrónimo de Marx-Engels-Gesamtausgabe, Edición completa de las
obras de Marx y Engels. En 1927 se inició un primer intento de edición, MEGA
1, por David Riazanov, director del Instituto Marx-Engels de Moscú, que, al
igual que el propio Riazanov, sería víctima de la dictadura
estalinista,quedando interrumpida a final de los años 1930. El proyecto de
una MEGA 2 fue lanzado a final de los años 1960 a iniciativa de los
Institutos de marxismo-leninismo vinculados a los comités centrales del
Partido Comunista de la Unión Soviética y del Partido Socialista Unificado
de Alemania entonces en el poder en la República Democrática Alemana (la
llamada Alemania del Este). Interrumpido un tiempo por la caída del muro de
Berlín y el hundimiento de la URSS, el proyecto fue recuperado y proseguido
desde 1990 por la Internationale Marx-Engels Stiftung (IMES: Fundación
internacional Marx-Engels) situada en Amsterdam. La publicación se subdivide
en cuatro secciones. La sección I comprende la totalidad de los escritos
conservados de Marx y Engels, publicados o no en vida, excepto el conjunto
de manuscritos y publicaciones que prepararon y acompañaron la edición del
Capital. Este conjunto es el objeto de la sección II. La sección III está
formada por la correspondencia de Marx y Engels, entre sí o con terceros.
Finalmente, una cuarta sección reúne el conjunto de cuadernos y notas de
lectura de Marx y Engels, así como las anotaciones escritas al margen en las
obras que leyeron y que nos han llegado. El conjunto se extenderá a 115
tomos, algunos de ellos subdivididos en varios volúmenes. También en Francia
está en marcha una Gran Edición Marx-Engels (GEME):
https://geme.hypotheses.org/

[5] Manuscrits de 1844. Économie politique et philosophie, traducción de
Emile Bottigelli, Éditions Sociales, París, 1969, p. 62.

[6] Id., pp. 63-64.

[7] La cita en cuestión se encuentra en las páginas 50-52 de la traducción
de Editions Sociales.

[8] El término es difícil de traducir en todos sus matices. Bottigelli lo
traduce por sentimental (p. 51); Billy por calmado, apacible, distendido,
familiar (Saito: pp. 33, 37, 40). Según el contexto, podría traducirse
incluso por paternalista.

[9] Elementos fundamentales de la crítica de la economía política
(Grundrisse), Siglo XXI, 2007, p. 449.

[10] En mi opinión, Saito comete un ligero error al situar la redacción de
estos manuscritos en 1865-1866 (p. 172). En efecto, en una carta dirigida a
Engels fechada el 31 de julio, Marx le confiaba: “En lo que se refiere a mi
trabajo, te voy a decir claramente lo que hay. Quedan tres capítulos por
escribir para terminar la parte teórica (los tres primeros libros). Después
habrá un cuarto libro, dedicado a la historia y a las fuentes, que para mí
será la parte relativamente más fácil, puesto que todas las cuestiones
estarán resueltas en los tres primeros libros; este último será por tanto
una repetición bajo una forma histórica” (Lettres sur le Capital, Editions
Sociales, París, 1964, p. 148). Se trata por tanto de la redacción de una
versión primitiva del conjunto del Capital en cuatro libros, tal como Marx
lo concebía entonces. Y el 13 de febrero de 1866 dirigió una nueva carta a
Engels para anunciarle la terminación de esta redacción: "En cuanto a este
sagrado libro, estoy en ello. A final de diciembre estaba acabado. La
exposición sobre la renta de la tierra, el penúltimo capítulo, constituye
casi, en su actual redacción, un libro por sí solo" (Id.: p. 151). En las
siguientes semanas Marx debía dedicarse a la redacción de la primera edición
alemana del Libro I de El Capital que aparecería en otoño de 1867.

[11] El Capital, T. I vol. 2, Siglo XXI, 2009, p. 611.

[12] Id., p. 612.

[13] Id., p. 613.

[14] Id., vol I p. 320.

[15] El Capital, T 3, vol. 8, Siglo XXI, 2009, p. 1045.

[16] Para un esbozo de este enfoque, ver "El vampirismo del capital",
disponible en, https://vientosur.info/el-vampirismo-del-capital-i/

[17] Más exactamente, no se puede trabajar contra ella sin trabajar con
ella. Éste es el sentido fundamental de la famosa frase de Francis Bacon:
«Natura non nisi parendo vincitur», sólo se vence (domina) la naturaleza
obedeciéndola (Novum Organum [I, 124], 1620).

[18] Utilizo aquí, cambiándolo en parte, el título de la obra de Antonio
(Toni) Negri, Marx au-delà de Marx, Christian Bourgeois, Paris, 1979, que es
un largo comentario personal de los Grundrisse.

[19] Para un esbozo de este enfoque, cf. "El vampirismo del capital",
disponible en  https://vientosur.info/el-vampirismo-del-capital-i/ , y
https://vientosur.info/el-vampirismo-del-capital-el-angulo-muerto-del-analis
is-marxiano-ii/

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