Nicaragua/ "Los de arriba": principio y fin de Ortega [Oscar René Vargas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Feb 3 13:15:18 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

3 de febrero 2021

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Nicaragua



“Los de arriba”: principio y fin de Ortega



El autoritarismo es el fruto de un proceso histórico, político y social
nacional, en el que las élites económicas lograron imponer su cultura
política de rapiña.



Revista Abril, febrero 2021

https://revistaabril.org/



El poder autoritario se volvió la forma usual del mando político en
Nicaragua. Se trata de una concepción, tan sui generis como extendida, que
normaliza el uso personalizado, partidista y patrimonial de los recursos
públicos y de los privilegios que otorga el poder. Ha llegado a convertirse
en una marca país.  Dura ya desde Pedrarias Dávila, quien gobernó lo que hoy
es Nicaragua varios siglos atrás, al inicio de la colonia española.



Autoritarismo e impunidad de las elites



Los actores políticos tradicionales, viejos o nuevos, están atrapados en una
red de viejas prácticas y falsos valores. La causa de esto es una cultura
política atrasada e intolerante, que hace costumbre el engaño y la falsedad,
encubre la mentira y el fraude, permite la inequidad y fomenta la
desigualdad y la impunidad. Todas esas características de nuestra cultura
política nicaragüense, las he descrito y analizado en mi libro El Síndrome
de Pedrarias. En ese ensayo explico por qué en Nicaragua existe una idea del
poder como algo que debiera ser autoritario y necesariamente patrimonial. En
la trastienda de nuestra mala cultura política actual, está el sentimiento y
la completa seguridad de que las consecuencias derivadas de los actos de
corrupción quedarán en la más rotunda impunidad.



La lógica del enriquecimiento fácil e ilícito ha ido generando una resignada
aceptación social y réditos viles para las élites políticas y económicas. La
clase dominante se adapta al engaño, a la trampa, al dolo, y lo acepta como
una práctica válida y tolerable. En la cultura dominante, la mayoría de las
fechorías se perdonan si el culpable tiene suficiente dinero. Las
instituciones estatales para combatir la corrupción se mueven en un mundo de
injusticia, privilegios y clientelismo político. Son ciegas, sordas y mudas.
La nomenclatura orteguista, por ejemplo, piensa que no habrá castigo alguno
por sus excesos. La sola voluntad del tirano basta para su debida salvedad e
inmunidad política. De esta descarnada manera se ha operado a través del
tiempo, y de esta manera el poder autoritario piensa que podrá perpetuarse
indefinidamente.



La cultura política de rapiña de las elites nicaragüenses



Esta concepción de la política patrimonialista y autoritaria se articula con
la vieja tradición de legitimación familiar de sello conservador, patriarcal
y elitista, que incluye e implica privilegios de clase y de familia. Como
consecuencia, los gestores del poder en Nicaragua acaban creyendo en su
omnipotencia e impunidad. Igual de abyecta es la cultura política del
“enchufe” (o amiguismo), que se practica a plena luz del día en la política
nicaragüense.



Imagen extraída de Códice Florentino, el documento original de la Historia
general de las cosas de Nueva España del fraile franciscano Bernardino de
Sahagún (España, 1499-México, 1590).Imagen extraída de Códice Florentino, el
documento original de la Historia general de las cosas de Nueva España del
fraile franciscano Bernardino de Sahagún (España, 1499-México, 1590).



Todo ello genera una trama de complicidades que impregna al conjunto de la
sociedad y permite la perpetuación del poder autoritario y la corrupción de
“los de arriba”. De modo que siempre se repite la misma canción: todo el
mundo sabía, pero todos se vuelven mudos y ciegos. La gran mayoría de la
clase dominante no denuncia la corrupción ya que, habitualmente, es
cómplice. Generalmente los corruptos y corruptores viven en los estratos
sociales superiores, abusando de los empleados menores del Estado.



Es en la franja alta donde ocurre todo. Ahí habitan los que creen que todo
les está permitido porque el país es suyo y sólo ellos pueden asegurar su
bien. Estas acciones corruptas emergen de la mera cúspide decisoria del
poder, para luego filtrarse hacia abajo alcanzando a funcionarios medios y
bajos del gobierno central y de las municipalidades.



La dictadura: un peligro para nuestra sobrevivencia



El régimen Ortega-Murillo es un aparato con debilidades reales y de probada
incapacidad para enfrentar el presente. También se ha revelado incapaz de
presentar a los ciudadanos un futuro creíble. La calidad de vida del país es
la peor de todos los países centroamericanos y somos los coleros en casi
todos los indicadores sobre Estado de bienestar.



Más allá del culto al jefe, lo más terrible ha sido la implantación de una
dictadura burocrática y policiaca que se esmera en destruir los derechos
humanos y los derechos laborales. Si el régimen Ortega-Murillo consigue
sostenerse más allá de noviembre 2021, constituirá un peligro para nosotros
y para toda Centroamérica, ya que seguiría pervirtiendo todo.



Ortega ha impuesto su marca de fuego sobre el lomo de la población. Ha hecho
prevalecer su voluntad de dominación violando los derechos humanos, como
cuando eliminó a los insurgentes de abril 2018, proclamándose señor de horca
y cuchillo. Sus actos de gobierno se han caracterizado por la violencia,
juicios sumarios, cárceles y torturas a sus adversarios políticos. Sangre,
mucha sangre y violencia. Toda su gestión y toda su administración han sido
un continuo ritual de la muerte. El poder del caudillo se demuestra en la
muerte de los demás: civil y también física.



Hoy, las élites económicas parecen estar alarmadas por la tendencia ultra
autoritaria del régimen, pero no se perciben a sí mismas como coadyuvantes
en la creación de ese monstruo. El orteguismo es el triunfo del fusil sobre
la razón, la fuerza bruta sobre el pensamiento y la imaginación. En los
próximos meses, la represión selectiva  podría estar enfocada en contra de
periodistas, militantes pro derechos humanos, médicos y funcionarios
gubernamentales.



Hace falta un último empujón para que caiga



El autoritarismo no nació con la llegada de Ortega al poder. El
autoritarismo es el fruto de un proceso histórico, político y social
nacional, en el que las élites económicas lograron imponer su cultura
política de rapiña. Esto explica la tradición tiránica y dictatorial que ha
padecido Nicaragua en su historia. El presidente deviene dictador y pasa a
tener poder de vida y muerte sobre su pueblo. Su familia se convierte en el
bloque sucesor: la dinastía, el nepotismo, el continuismo, una familia
gobernante o un gobierno de familiares, el amiguismo.



La ira causada por la represión y por las injusticias ha llevado a esta
dictadura al borde del abismo. Solo hace falta un último empujón para que
caiga. El orteguismo se encuentra débil y devastado por sus propias
contradicciones sociales. También se encuentra desgastado por el conflicto
permanente con los ciudadanos autoconvocados, esos mismos que no se sienten
representados por el mal gobierno y emergieron al escenario político desde
abril 2018.



Las turbulencias sociopolíticas que padecemos hoy son una respuesta social
de “los de abajo” al fracaso político -de proporciones históricas- de las
élites que se están en la oposición. La frustración de “los de abajo” es
simétrica a la soberbia de “los de arriba”, que se enriquecen a sus
costillas.



El mito se derrumbó, no dejemos que sigan saqueando el país



Desde 2018 se comenzó a derrumbar el mito de que el pacto Ortega-Gran
Capital nos conduciría por la senda del desarrollo económico-social. La
crisis del orteguismo no solo se debe a las evidentes y lacerantes
desigualdades económicas y sociales que se han profundizado, sino también a
los agravios morales y culturales perpetrados por la dictadura en contra de
nuestra población. Gobernar requiere sabiduría, conocimiento  y virtudes
cívicas. La dictadura que hoy administra el país no tiene ninguna de estas
atribuciones y está muy por debajo de la nobleza de nuestro pueblo.



La tragedia cíclica de nuestra historia política moderna podría resumirse de
la siguiente manera: sectores que en el pasado lucharon en contra de las
dictaduras para derrotarlas, han logrado imponer y consolidar una nueva
dictadura, porque no se desprendieron nunca de la vieja cultura política
nacional. ¡No conocen otra forma de hacer política! El grito de abril 2018
nos demanda romper definitivamente con esa lógica de rapiña, combatir sin
tregua la mafia política y económica que pulula en nuestro país, e instaurar
de una vez una democracia representativa, incluyente y participativa.

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