Ecuador/ Caminos y bifurcaciones del movimiento indígena ecuatoriano [Pablo Ospina Peralta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 13 13:50:56 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

13 de febrero 2021

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Ecuador



Caminos y bifurcaciones del movimiento indígena ecuatoriano



El resultado de la primera vuelta de las presidenciales pusieron de nuevo en
el primer plano al movimiento indígena ecuatoriano y a Yaku Pérez, quien
disputó voto a voto con el banquero Guillermo Lasso el paso a la segunda
vuelta. Los clivajes en el interior de Pachakutik, una suerte de brazo
político-electoral del movimiento indígena, no son sencillos y no se pueden
reducir a «clasistas» vs. «etnicistas». Al mismo tiempo, los enfrentamientos
con el gobierno de Rafael Correa explican parte de sus posicionamientos y
sus divisiones internas.



Pablo Ospina Peralta *

Nueva Sociedad, febrero 2021

https://www.nuso.org/autor/



Varias veces dado por muerto y milagrosamente resucitado a lo largo de
treinta años, el movimiento indígena ecuatoriano y su principal
organización, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador
(Conaie), siguen sorprendiendo y desconcertando. En la más reciente muestra
de su poderío, Yaku Pérez, candidato de Pachakutik, organización electoral
auspiciada por la Conaie, estuvo a punto de pasar al balotaje, con casi el
20% de los votos, en un empate con el político y banquero conservador
Guillermo Lasso, quien se proyecta para competir con Andrés Arauz el 11 de
abril próximo. En cualquier caso, la votación de primera vuelta ha sido un
éxito arrollador para Pachakutik, cargado de implicaciones políticas
futuras, y le dará al partido un fuerte bloque parlamentario.



Unánimemente aclamado por el pensamiento progresista y de izquierdas
latinoamericanos como un movimiento democratizador, una renovación de las
luchas emancipatorias y una expresión de la lucha contra el racismo y el
colonialismo interno, súbitamente el conflicto de la Conaie con el gobierno
de Rafael Correa (2007-2017) la transformó para una parte de esas izquierdas
en una especie herramienta del Imperio, una expresión del etnicismo
excluyente y un arma geopolítica del «ambientalismo liberal». Con la
posibilidad del posible paso de Yaku Pérez a la segunda vuelta contra el
candidato apoyado por Rafael Correa, esas acusaciones se volvieron
particularmente violentas, a veces mezcladas con expresiones que lindan el
racismo abierto, como cuando se denuncia que se cambió el nombre a «Yaku»
(agua, en kichwa, adoptado legalmente en 2017).



Desde 1990, la Conaie y el movimiento indígena han sufrido, como todo el
país, importantes cambios sociales, culturales y económicos. Entre ellos,
destacan una acentuación de la urbanización de sus bases sociales, una
amplia diversificación ocupacional de sus dirigentes, una mayor penetración
de los servicios estatales y un importante, aunque todavía limitado, aumento
de la escolarización. La presencia de ONG, de partidos que compiten por
conseguir candidatos indígenas, de oficinas y entidades públicas que ofrecen
becas o proyectos sociales de variado tipo, se han mantenido y probablemente
crecido, aunque esta era una tendencia ya presente desde la década de 1980.
El antiguo aislamiento relativo de las áreas indígenas es una reliquia del
pasado, aunque subsista parcialmente, sobre todo en la Amazonía. Pero, al
mismo tiempo, los pueblos indígenas siguen siendo las poblaciones más
empobrecidas, abandonadas y con peores indicadores sociales del país.



Tradicionalmente, el movimiento indígena ecuatoriano fue descentralizado y
heterogéneo, tanto en términos ideológicos como organizativos. Desde la
década de 1970, la mezcla indisociable de discursos clasistas («somos
pobres») y étnicos («somos nacionalidades indígenas») se asoció a demandas
ecologistas, aprovechando las oportunidades internacionales y nacionales
existentes. Más lentamente, y de modo más desigual, el feminismo penetró
también en las comunidades, aunque no se han formado, como en Bolivia,
organizaciones supralocales formadas exclusivamente por mujeres indígenas.
Al mismo tiempo, un persistente conservadurismo moral, propio de casi todas
las zonas rurales, entremezclado con la influencia de las iglesias
evangélicas y católica, han limitado, por ejemplo, la incorporación de las
agendas de derechos reproductivos en el seno de las organizaciones
indígenas.



El conflicto entre la Conaie y el gobierno de Rafael Correa atravesó todas
las fracturas ideológicas, sociales y organizativas del movimiento indígena.
No es verdad que haya predominado una sola de ellas. Quiero decir que ni los
dirigentes más «clasistas» o los más «étnicos» tuvieron una posición común
(a favor o contra) frente a Correa. Apenas un ejemplo. Carlos Viteri, un
reconocido intelectual indígena amazónico, oriundo de Sarayacu, imbuido de
un fuerte discurso étnico, se volvió un militante del correísmo. Su
comunidad de origen goza de fama mundial por su radical oposición a la
explotación petrolera en su territorio desde los años 80. Viteri, no
obstante, fue el parlamentario encargado de hacer el informe que viabilizó
la explotación petrolera en el Yasuní en 2013. El énfasis en los valores de
la etnicidad puede perfectamente combinarse con las bondades del
extractivismo.



No hay, pues, evidencia alguna de que los cambios sociales, generacionales o
el conflicto con Correa obedezcan a una acentuación del carácter «etnicista»
del movimiento. Las tendencias étnicas y clasistas siguen conviviendo y
mutando en su interior. El levantamiento popular de octubre de 2019, por
ejemplo, tuvo una agenda esencialmente económica y de esas movilizaciones
contra el gobierno de Lenín Moreno salió fortalecido el liderazgo de
Leonidas Iza, dirigente kichwa de la provincia de Cotopaxi, conocido por el
énfasis «clasista» de su agenda. El bosquejo de programa económico que, bajo
el liderazgo de la Conaie, se gestó en los meses posteriores a ese
levantamiento, retoma todos los temas propios de una agenda redistributiva.



Yaku Pérez fue el líder más visible de las tendencias internas que se
oponían más radicalmente al gobierno de Correa. La razón es bastante simple.
Dirigente de la organización rural de una zona de la Sierra sur de
relativamente reciente proceso de mestizaje (dos generaciones), la amenaza
de una concesión minera en su territorio lo acercó a la Conaie, que tenía
una larga trayectoria de oposición a las actividades extractivas, sobre todo
en la Amazonía. Pérez llegó a ser presidente de la filial serrana de la
Conaie, la Ecuarunari, la organización indígena más numerosa del país.
Luego, como prefecto electo, pugnó por conseguir una consulta popular que
prohibiera toda minería metálica a gran escala en la provincia del Azuay.
Aunque la Corte Constitucional negó sus pedidos, una consulta más limitada,
que prohíbe las actividades de minería metálica en las cabeceras de cinco
ríos en la capital, Cuenca, acaba de obtener 80% de los votos y a ningún
gobierno futuro le será fácil ignorar semejante veredicto.



Esta lucha antiminera desató un proceso interno de recuperación y
reinvención de las identidades ancestrales cañari en estas comunidades.
Estas identidades contribuían prácticamente a su lucha y también les
otorgaban un orgullo y una sensación de que era posible ofrecer alternativas
económicas y de vida enraizadas en la tradición y el pasado local. La
obsesión del gobierno de Correa por impulsar la minería metálica a gran
escala en un país (y unas regiones) sin tradición minera, lo llevó a una
persecución sistemática a los dirigentes sociales, entre ellos Yaku Pérez,
que estuvo cuatro veces en prisión. Pero no era un ataque personal: la
Fiscalía General del Estado reconoció que entre 2009 y 2014 hubo 400
procesos judiciales por año por delitos contra la seguridad del Estado,
entre ellos, más de un centenar por año por delitos de sabotaje y
terrorismo. No hay un antecedente semejante en la historia ecuatoriana del
siglo XX. Como uno de los principales damnificados de esa ola represiva,
para Yaku Pérez, el fin del gobierno de Correa se imponía como una cuestión
de sobrevivencia. Ese es el contexto de su famosa frase en la segunda vuelta
de 2017 entre Guillermo Lasso y Lenín Moreno: «prefiero un banquero a una
dictadura».



No veo cómo se puede llamar a esta movilización ecologista «ambientalismo
liberal». Ningún liberal que yo conozca está en contra de la minería en
Ecuador. Tampoco parece lícito suponer que la política opuesta, la de Rafael
Correa, de concesionar estos yacimientos mineros a empresas chinas, pueda
ser calificado en sí misma de nacional-popular. El grupo ecologista más
cercano a Yaku Pérez es Acción Ecológica, ampliamente reconocido en Ecuador
y el mundo como la más combativa de las organizaciones del ecologismo
popular. En la campaña para las elecciones del 7 de febrero pasado, Pérez
hizo una propuesta radical pero viable: optimizar la explotación petrolera
en las regiones donde ya existe, pero no ampliar la frontera extractiva.
Respetar, con una conducta ambiental vigilante, los contratos mineros
actualmente en explotación y terminar con los que solo están en fase de
exploración.



El conflicto interno reciente más conocido en el movimiento indígena ocurrió
en el momento de la selección del candidato de Pachakutik para las últimas
elecciones presidenciales. Jaime Vargas, dirigente shuar de la Amazonía sur
y presidente de la Conaie, y Leonidas Iza se quejaron públicamente del
proceso de selección, que en su opinión estuvo organizado para favorecer a
Pérez. Vargas se asocia, como la mayoría de los dirigentes shuar, a las
corrientes más «étnicas», mientras Iza está más cerca de las «clasistas». De
nuevo, las etiquetas ideológicas fluyen con facilidad al calor de
combinaciones siempre cambiantes y siempre presentes. Ningún giro
reconocible, solo una constante negociación y convivencia de dos dimensiones
de una identidad política en tensión.



Este tipo de disputas internas por candidaturas es tradicional y frecuente
en Pachakutik. Sin embargo, la gran masividad de la votación en zonas
indígenas a favor de Pérez en 2021 desmiente que haya habido una división
significativa en las bases de la Conaie. Estas parecieron sentirse bien
representadas electoralmente por Pérez. Fue, por lo tanto, un conflicto
entre dirigentes, sepultado por una avalancha de votos. Esa disputa, sin
embargo, especialmente con Iza, seguramente volverá a aparecer en el futuro.
Pero es claro que el peso político de Yaku Pérez se ha potenciado
enormemente dentro de la Conaie luego de obtener casi el 20% de los votos.
Ha surgido por primera vez una figura individual que potencia electoralmente
el peso social y organizativo de la Conaie a escala nacional. La situación
parece comparable a la de Evo Morales en Bolivia luego de las elecciones de
2002, cuando este obtuvo más de 21% de los votos y quedó en segundo lugar de
manera sorpresiva. El peso político personal de Pérez en las internas no
tendrá equivalentes.



El gran desafío del movimiento indígena, como referente indiscutido de las
organizaciones y el movimiento popular ecuatoriano, será administrar
sabiamente esta victoria electoral y navegar sobre este inmenso capital
político. Luego de varios intentos, al fin este movimiento logró
interponerse exitosamente como una tercera opción política entre el
correísmo y la derecha tradicional. Y lo hizo gracias a otra tradición
antigua: combinar la movilización callejera (el levantamiento de octubre de
2019) y la participación electoral.



Las conflictivas relaciones con el correísmo serán, sin duda, un componente
crucial de esa difícil navegación. ¿Será Andrés Aráuz el artífice de un giro
generacional hacia una política más abierta frente a los movimientos
sociales por parte del correísmo? Hasta ahora no hay ningún indicio en esa
dirección, pero es claro que, si quiere ganar en segunda vuelta, tendrá el
imperativo de tomar distancias de su mentor, que fue su único sostén
político en primera vuelta, pero que se vuelve su principal pasivo en la
segunda.



Otro de los grandes desafíos de Pachakutik de acá en más será precisar de
manera más detallada las agendas programáticas que se esbozaron en la
reciente campaña y en los documentos del programa económico tanto del
levantamiento de octubre de 2019 como de la «Minka por la vida», nombre dado
a la agenda económica y social de Pérez. Es claro que un fuerte compromiso
ambiental es fundamental para guiar la tarea parlamentaria o de gobierno,
pero no es suficiente. Yaku Pérez cuenta para esta tarea no solo con su
experiencia personal y sus inclinaciones individuales, sino con treinta años
de experiencia colectiva acumulada.



* Historiador. Es docente de la Universidad Andina Simón Bolívar,
investigador del Instituto de Estudios Ecuatorianos y militante de la
Comisión de Vivencia, Fe y Política.

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