Uruguay/ Las invisibles de siempre [Daiana García]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Feb 19 11:53:53 UYT 2021
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Correspondencia de Prensa
19 de febrero 2021
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Uruguay
Sin métodos profilácticos para el sexo entre mujeres
Las invisibles de siempre
Las mujeres que tienen sexo con otras mujeres no cuentan con dispositivos
que garanticen un encuentro seguro. Médicos y farmacéuticas parecen
castigarlas por su orientación.
Daiana García
Brecha, 19-2-2021
https://brecha.com.uy/
Es de madrugada y, con las luces bajas, dos cuerpos se están encontrando por
primera vez. Tienen la impaciencia de dos personas que se saborean con la
mirada hace unos cuantos días y la torpeza de los encuentros casuales y
efusivos. Se tocan, se besan y se apuran a sacarse la ropa. Se conocen desde
hace un tiempo, pero es la primera vez que el deseo se hace carne. De golpe,
una advertencia cae como un balde de hielo sobre los cuerpos prendidos
fuego: Mayra le avisa a Cecilia que un pequeño herpes le empezó a molestar
hace un par de días y que lo mejor sería buscar la forma de no
contagiárselo. Cecilia no duda: ya había escuchado hablar de algunos métodos
de barrera caseros para el sexo entre mujeres y entre personas con vulva.(1)
Salió del cuarto y, en minutos, volvió con un rollo de film de cocina y una
tijera. Lo cortaron y lo colocaron entre ambos cuerpos para poder practicar
tribadismo, (2) pero el film se corría y eso no sólo resultaba incómodo,
sino que dejaba de cumplir su función. Pararon y redoblaron la apuesta.
Mayra se hizo una especie de pañal de film para garantizar que no se
siguiera corriendo. El objetivo se cumplía, pero no sentían casi nada.
Finalmente, el fuego se fue apagando: la incomodidad y la preocupación lo
volvieron cenizas, y ellas desistieron. La frustración ganó esa noche. Para
ellas, como para muchas lesbianas, es casi imposible realizar una práctica
segura y placentera a la vez. Mayra y Cecilia se siguieron viendo. Viven
juntas hace un par de años. Hoy el herpes lo tienen las dos.
En 2021 los autos aún no vuelan, como se imaginaba en las películas
futuristas de hace un par de décadas. Sí tenemos teléfonos que reconocen
nuestra cara y nuestras huellas, cámaras que entran en una lapicera, autos
que se manejan solos y robots que te aspiran la casa. Sin embargo, no existe
ningún método de barrera para el sexo entre personas con vulva. Ninguno. Las
que eligen cuidarse lo hacen adaptando cosas que no fueron creadas para eso:
guantes de látex, papel film, preservativos cortados o algún material
odontológico. Están también los campos de látex –rectángulos de ese
material, que sirven fundamentalmente para el sexo oral (no para la
frotación entre vulvas)–, pero se venden en pocos países; en Uruguay y
Argentina no, por ejemplo. Si bien el primer preservativo para penes, que
era de caucho, se inventó en 1855 y el de látex en 1920, aún no hay nada
similar para vulvas. Lo único que existe –y es importante no confundirlos–
es un preservativo para vaginas (es decir, interno), que sirve para prevenir
el embarazo, pero no para proteger la vulva en prácticas en las que hay
frotación o sexo oral.
La ciencia es varón
Agostina Mileo está doctorada en Historia y Epistemología de la Ciencia, y
es autora del libro Que la ciencia te acompañe, en el que profundiza sobre
el sesgo de género en la producción de conocimiento. En conversación con
Brecha, explicó que el conocimiento científico suele estar contaminado de lo
que se denomina sesgo androcéntrico, es decir, tener al «varón heterosexual
blanco como sujeto normativo». Este sesgo no sólo hace que las
investigaciones que se desarrollen funcionen mejor o solamente para este
sujeto, sino que los cuerpos y las identidades que se desvían de ese modelo
siempre sean vistos como excepciones, y que «lo excepcional, lo no
representativo, tenga siempre otro lugar en el orden de prioridad». Para la
producción de conocimiento hay un combustible vital: la financiación de las
investigaciones. A juicio de Mileo, esa es una de las claves que explican la
ausencia de esta invención. Es decir, como estaría destinado a una minoría y
como las prácticas entre mujeres son, en sí mismas, menos riesgosas, el
producto resultaría menos rentable, lo que haría más difícil financiar la
investigación requerida.
El problema es que esta lógica también se cuela en las políticas públicas.
Muchas veces el Estado establece prioridades en términos cuantitativos. «Se
piensa en a cuántas personas afectaría la política, pero eso es un error,
porque hay que pensar en la calidad de vida de las poblaciones más
vulneradas y no necesariamente en la de las más grandes», dijo Mileo.
Recordó que la salud sexual y reproductiva también consiste en poder gozar
una práctica sexual placentera sin miedo a contagiarse algo. A su entender,
se trata de un mecanismo de disciplinamiento: «Si no vas a ser heterosexual,
te exponés a ciertos riesgos» es el mensaje. La clandestinidad a la que se
sometía a la homosexualidad hasta no hace mucho tiempo también tiene que ver
con no institucionalizar las prácticas sexuales de la diversidad. Para la
investigadora, aún se tiende a organizar la sociedad en torno a la familia
heterosexual y a la reproducción como valor, lo que «influye en cómo
pensamos la ciencia de la salud».
Sabrina Martínez, educadora sexual y coordinadora de Affidamento, un taller
de erotismo y sexualidad feminista y diverso, explicó a Brecha que el
desarrollo científico y la medicina hegemónica están orientados, en primer
lugar, a evitar la reproducción y, en segundo lugar, a impedir el contagio
de enfermedades de transmisión sexual (ETS) en las prácticas heterosexuales.
Entiende que esta ausencia de dispositivos que permitan una práctica «gozada
y cuidada» entre mujeres es la «enunciación de un sistema altamente
lesbofóbico». Las lesbianas y sus necesidades, como en múltiples ámbitos de
la sociedad, «también en el sistema médico y en el desarrollo científico
están invisibilizadas», y esto, piensa, se debe a que se trata de un tipo de
vínculo que interpela al sistema patriarcal, porque «no precisa de un pene
para el goce».
El sexólogo Ruben Campero considera que en la medicina hegemónica hay una
«subestimación y desvalorización» de estas prácticas. Tanto es así que las
campañas de prevención de ETS casi nunca están dirigidas a mujeres que
tienen sexo con mujeres. Y esta es una forma de infantilizar dichos
encuentros, como si en ellos no se corriera ningún riesgo.
¿Y el placer?
En el imaginario cultural, placer y cuidado no van de la mano, sino todo lo
contrario. Para Martínez, el propio nombre método de barrera es un problema,
porque sugiere separación y distancia, cuando un encuentro sexual gozado
remite a lo opuesto.
En Argentina existe, desde hace dos años, el colectivo Proyecto
Preservativos para Vulvas. Se trata de una articulación horizontal
autoconvocada que reclama la invención de este dispositivo. En conversación
con Brecha, Paloma Loreti, una de sus integrantes, dijo que la medicina está
pensada con la anticoncepción como eje central, lo que hace que toda
práctica en la que no se corre riesgo de embarazo quede excluida. Además, es
un gran problema que no haya estadísticas al respecto. El sistema médico no
mide cuántas mujeres se contagiaron ETS teniendo sexo con otras. La ausencia
de información debilita la demanda de políticas públicas, porque no se sabe
a cuántas mujeres afecta el problema. Para Loreti, la ciencia tiene «una
lógica muy patriarcal».
Si bien el colectivo percibe que la tendencia está empezando a cambiar, los
numerosos testimonios que han relevado evidencian que la mayoría de las
mujeres no suelen utilizar métodos de barrera caseros. Hay quienes los han
probado alguna vez, pero no es usual que se vuelva un hábito. El argumento
más común es que estos dispositivos son incompatibles con el placer, aunque
la mayoría reconoce que el miedo al contagio también está. Resulta irónico
que para los penes existan preservativos de todo tipo, color y tamaño, y,
aún así, haya varones que se resistan a ellos, mientras que las mujeres,
incluso renunciando a la comodidad y el placer, todavía no puedan gozar de
prácticas seguras. Para Loreti, esta disparidad es inaceptable. Sin embargo,
en tanto no haya otras opciones, cree que lo mejor es utilizar los métodos
disponibles. El colectivo no recomienda el film de cocina, porque es poroso
y no sirve como barrera. Sugiere, para el sexo oral, usar un preservativo
cortado o guantes de látex y, si hay juguetes sexuales compartidos, un
preservativo para penes; también los dedales de silicona y los dental dam,
un material odontológico que resulta muy duro y reduce la sensibilidad.
Para el colectivo, es necesario que, además, haya campañas y educación
sexual dirigidas a esta población. Muchas veces la educación sexual también
está orientada a la reproducción y la sexualidad hegemónica. Un concepto
fundamental es el de erotizar el cuidado. Está la idea de que ocuparse de
estas cosas apaga el fuego del encuentro. Para Campero, es importante que
empecemos a dotar de erotismo estas acciones, que la «performance del
preservativo» se vuelva un momento más del acto sexual y no su interrupción.
Piensa que el cuidado se opone al placer porque aún persiste la lógica
religiosa: «El placer es pecaminoso y el cuidado es sinónimo de salvación».
«Si analizamos los mensajes sobre las ETS, tal vez caigamos en la cuenta de
que los antiguos parámetros moralizantes y disciplinadores siguen vigentes.
Es interesante observar cómo el VIH-SIDA ha construido discursos en los que
ciertas prácticas y sexualidades han entrado en el terreno de lo enunciable
y, por lo tanto, lo visible en función de su grado de riesgo, de aquello de
lo que hay que cuidarse», añadió.
Para Martínez, este concepto también es fundamental, porque, en una cultura
que cree que no hay sexo completo con protección, «es urgente problematizar
el disfrute y empezar a asumir que un erotismo cuidado es un mejor
erotismo». Esto implica recordar que todo el cuerpo participa del encuentro,
no sólo –ni necesariamente– los genitales. Sin embargo, la activista
reconoce que en una época en la que se vive a las corridas, volando de un
trabajo a otro para llegar a fin de mes, un erotismo que busque explorar y
estimular toda la corporalidad suena a pérdida de tiempo.
El terror del consultorio
El Proyecto Preservativos para Vulvas está empezando a articularse con los
ministerios de Salud y de las Mujeres, Géneros y Diversidad, de Argentina,
no sólo para pensar en la invención de dispositivos, sino también para
elaborar un protocolo de atención médica. El gobierno argentino parece
atento a inquietudes de este orden, aunque aún todo esté muy verde.
Para una lesbiana, una bisexual o una persona con vulva, la experiencia de
la consulta ginecológica suele ser una pesadilla. Lo es un poco para
cualquier mujer: la camilla fría, el abrirse de piernas tras haber
intercambiado dos monosílabos y las preguntas inquisitoriales hacen que casi
nunca se trate de una experiencia agradable. Los ginecólogos rara vez
cuentan con información que trascienda los parámetros de la heterosexualidad
y la reproducción, por lo que todo lo que se salga de esa norma les resulta
ajeno, como si no se tratara de su campo de conocimiento. Las lesbianas le
huyen a la consulta ginecológica y arman redes para pasarse los nombres de
los profesionales a los que ir y a los que no. Son pocos los que, por
ejemplo, preguntan: «¿Novia o novio?», están informados y hacen de la
consulta un ambiente cómodo y cuidado. Las decenas de testimonios recabados
por Brecha para este informe son sorprendentes: ginecólogos que se niegan a
revisar a las lesbianas, pues «no mantienen relaciones sexuales»;
ginecólogos que se ríen; ginecólogos que quedan mudos y no saben cómo seguir
con el cuestionario –pensado para mujeres heterosexuales– una vez que las
pacientes les cuentan que tienen sexo con mujeres, y, finalmente,
ginecólogos que asumen su ignorancia y no saben qué responderles a la
pregunta de cómo cuidarse.
María José Scaniello hizo el diplomado en género y políticas de igualdad de
la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Su tesis final se tituló
«La invisibilidad de las lesbianas en el sistema sanitario». En la
investigación detectó una «total falta de información y capacitación» en los
profesionales, ya que siempre encaraban la consulta en términos
reproductivos. Esta experiencia negativa hace que las lesbianas y las
disidencias recurran menos al médico. Según explicó a Brecha, tanto el
cáncer de cuello de útero como el de mama están más presentes en las mujeres
lesbianas, ya que la resistencia a asistir a la consulta, debido a la
violencia que sufren allí, impide la detección y el tratamiento temprano de
esas enfermedades. En la misma línea, Florencia Forrisi, de Ovejas Negras,
considera que hay un déficit de información en los profesionales, que no
sólo minimizan los riesgos de estas prácticas, sino que aplican
cuestionarios que ignoran la no heterosexualidad. Esto «afecta los
diagnósticos, los tratamientos y, en definitiva, la salud». Para ella, es un
momento que se vive como una nueva salida del clóset y se termina «militando
la consulta».
Según la ginecóloga y diplomada en medicina sexual Estela Citrin, las
prácticas sexuales no heteronormativas aún son consideradas aberrantes y una
manera de excluirlas es invisibilizar su protección y su placer. La doctora
echa por tierra el mito de que las prácticas entre mujeres no conllevan
riesgos, porque «el contacto de mucosas con gérmenes patógenos es suficiente
para transmitir una ETS». Reconoce no tener una respuesta aceptable para las
pacientes que consultan al respecto. Aconseja que usen algún método casero,
aunque comprende sus dificultades. Para Scaniello, es urgente asignar un
presupuesto en salud que visibilice a las lesbianas y sus necesidades
específicas. Considera que es importante no sólo condenar la discriminación
en las instituciones médicas, sino también sensibilizar y capacitar a los
profesionales, además de elaborar protocolos de atención. Esta necesidad
también fue una inquietud en la Universidad de la República, que hasta hoy
no tiene, ni en la carrera de medicina ni en la especialización en
ginecología, ninguna asignatura obligatoria que forme en género, diversidad
y sexualidad. Sin embargo, desde 2017 existe la Diplomatura en Medicina
Sexual. Citrin, coordinadora general de la diplomatura, dijo que el objetivo
es educar en sexualidad: «No debemos olvidar que es un derecho humano que
nos acompaña a lo largo de toda la vida y debemos ser capaces de ejercerlo
de manera libre, segura y sana».
Estamos en el siglo XXI y aún no se han inventado métodos seguros para todas
las prácticas que incluyan dos vulvas. Mientras, las instituciones médicas
siguen invisibilizando esta problemática y violentando sistemáticamente a
las consultantes. Por más que cada último viernes de setiembre 150 mil
personas inunden 18 de Julio y la avenida se pinte de arcoíris, la
lesbofobia sigue tan viva como siempre.
Notas
1. Decimos personas con vulva porque esta problemática también afecta a
varones trans e identidades no binarias; es decir, a todas las personas que,
al margen de con qué género se identifiquen, tienen vulva.
2. Frotación entre vulvas.
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La anticoncepción como responsabilidad femenina
Todo tuyo
Las relaciones sexuales son, en su mayoría, por placer; en un porcentaje
mínimo buscan la reproducción. Al margen del preservativo como método de
barrera, todas las otras formas de prevención de embarazos descansan sobre
los hombros de las mujeres. Píldoras, parches, inyecciones, chips y el DIU
son formas de controlar la reproducción interviniendo solamente el cuerpo
femenino. Es común que en la consulta ginecológica nos pregunten: «¿Cómo te
cuidás para no quedar embarazada?». A pesar de ser una responsabilidad
compartida, a los hombres jamás se les pregunta qué hacen al respecto.
Hace unos meses se viralizó la foto de una joven que, con el prospecto de
sus pastillas anticonceptivas, se había hecho un vestido que la cubría desde
el pecho hasta la mitad del muslo. La foto estaba acompañada de un texto que
decía: «¿Se acuerdan de que no querían sacar al mercado el anticonceptivo
para hombres porque tenía muchos efectos secundarios? Pues aquí estoy yo
haciéndome un vestido con el prospecto de mi píldora. Sí, el reverso también
tiene escrito». Los efectos secundarios de las pastillas son muchos; entre
ellos: aumento de peso, cambios de humor, dolores de cabeza, depresión,
vómitos, diarrea, acné, pérdida de pelo, infecciones vaginales, reacciones
alérgicas, coágulos de sangre en venas o arterias… una lista interminable.
Para su libro, Agostina Mileo repasó investigaciones científicas que
ensayaban la posibilidad de un método anticonceptivo masculino. En su
mayoría, inyecciones reversibles. Ninguna llegó a su fin. En algún momento
la financiación se perdió o se suspendió. Según la autora, una explicación
del desfinanciamiento es que los efectos secundarios de estos métodos
recaerían fundamentalmente en las poblaciones dominantes (varones cisgénero
heterosexuales) y, probablemente, las farmacéuticas no estén interesadas en
lidiar con ese asunto.
En conversación con Brecha la autora se preguntó: «¿Por qué los varones se
expondrían a tener todos estos efectos secundarios si los efectos de un
embarazo no deseado no recaen sobre sus cuerpos? ¿Y por qué las empresas
invertirán millones en desarrollar algo que no van a poder vender?».
Recuerda que las mujeres no sólo cargan con la responsabilidad de la
anticoncepción, sino también con la del embarazo y la crianza. Entonces,
somos las mujeres quienes, de alguna forma, elegimos entre el embarazo y los
efectos secundarios, porque son nuestras vidas las que se verán más
afectadas.
En los vínculos heterosexuales, ni bien la cosa va en serio, frecuentemente
se plantea la disyuntiva de pasar del preservativo a las pastillas, como si
el condón sirviera sólo para las ETS. Para Sabrina Martínez, pasar a las
pastillas y tener relaciones sin preservativo se vive como una prueba de
amor moderna. Para muchos, usar condón en pareja es una cosa extraña,
asociada a las relaciones casuales. Martínez dice que en eso subyacen
ciertas romantizaciones sin fundamento: «Es como si mi cuerpo se volviera
puro después de unos meses, como si el amor verdadero fuera sin forro». En
este sentido, reivindica que la pastilla sea una opción y no la regla en los
vínculos estables.
Mileo recalca que la idea no es demonizar la pastilla, pero sí ser más
conscientes de los métodos que usamos. Y subraya que, a su juicio, la
igualdad no es que los hombres tomen algo con la misma cantidad de efectos
adversos, sino que empiece a haber más opciones que repartan la
responsabilidad de forma más equitativa. Hoy los únicos anticonceptivos
masculinos son el condón y la vasectomía.
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