Ecología/ El marxismo y los orígenes de la crítica ecológica. [Esteban Mercatante]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mie Feb 24 00:18:58 UYT 2021
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Correspondencia de Prensa
24 de febrero 2021
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germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>
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Ecología
El marxismo y los orígenes de la crítica ecológica
El libro El retorno de la naturaleza, de John Bellamy Foster, muestra el rol
jugado por biólogos y científicos de otras disciplinas con una mirada
materialista no mecánica, junto a varios marxistas, en la puesta en pie de
las bases de la ecología, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Esteban Mercatante *
Ideas de Izquierda, 21-2-202
https://www.laizquierdadiario.com/
El libro El retorno de la naturaleza. Socialismo y ecología [1], de John
Bellamy Foster (en adelante JBF), retoma el hilo histórico donde el autor lo
había dejado hace 20 años en La ecología de Marx, que, como indica su nombre
abordaba los aspectos en los que la crítica de la economía política de este
último ponía de relieve las consecuencias del desarrollo del capitalismo en
el metabolismo natural. En su nuevo trabajo, JBF muestra cómo continuó
elaborándose, después de Marx, el estudio de la naturaleza desde una mirada
materialista, no mecanicista, entendiéndola como una totalidad jerarquizada,
que no es estática sino que está en permanente transformación.
Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, período en el
que se concentra el libro, esta ambiciosa empresa fue nutrida por aportes de
numerosos científicos y otros intelectuales, que al mismo tiempo que jugaron
roles claves en el desarrollo de la biología y otras ciencias, discutieron
sobre los modos de hacer ciencia, criticando al mismo tiempo a los
defensores de miradas idealistas, como a quienes tenían un punto de vista
materialista mecanicista. Como cuenta el autor en la introducción del libro,
la amplitud de la elaboración de la que era necesario dar cuenta obligó a
reformular completamente el plan inicial de trabajo, para dar voz a más de
una decena de protagonistas –y a una multitud de “actores de reparto” cuya
vida y obra también se cuenta escuetamente– a través de los cuáles se
construye la narrativa. Como advierte, los pensadores
que constituyen el punto focal de este libro son bastante variados, desde el
darwinista de izquierda E. Ray Lankester y el romántico-marxista Morris en
la primera parte, hasta el materialista histórico clásico Friederich Engels
en la segunda parte, y el socialista de estilo Fabiano y ecologista Arthur
Tansley, los científicos rojos JD Bernal, JBS Haldane, Joseph Needham, Hyman
Levy y Lancelot Hogben, y el materialista cultural Christopher Caudwell en
la tercera parte. (p. 4).
Tenemos científicos, pero también artistas y escritores como Morris y
Caudwell, y al dirigente revolucionario Engels. Más allá de las amplias
diferencias entre ellos, JBF considera que “todos entraban en la categoría
de socialistas materialistas preocupados por la interpenetración dialéctica
de la naturaleza y la sociedad, y las complejas relaciones de evolución y
emergencia” (p. 4).
El retorno de la naturaleza tiene un foco geográfico bien delimitado, que es
Gran Bretaña. Por varios motivos que expone al comienzo del libro, JBF elige
ceñirse a este recorte espacial. Entre ellos destacan: que en ese país se
podía ver como en ningún otro “el desarrollo de una herencia intelectual
basada directamente tanto en Marx como en Darwin” (p. 9); los vínculos entre
el movimiento romántico, el marxismo y la ecología eran allí particularmente
fuertes, lo que se plasmó especialmente en la obra de William Morris; y,
finalmente, que entre los marxistas británicos, en particular, había una
fuerte corriente de “marxismo emergentista”, cuyas raíces “se remontan al
antiguo materialismo epicúreo, inspirado en parte por el conocimiento de los
propios estudios de Marx sobre el epicureísmo” (p. 9). Solo la intempestiva
llegada, en 1931, de una destacada delegación rusa para participar del
Segundo Congreso Internacional de Historia de la Ciencia y la Tecnología,
amplía este espectro y lleva a JBF a dirigir su mirada a los notables
desarrollos que estaban teniendo lugar en la URSS. Estos serían abruptamente
interrumpidos en los años que siguieron a ese Congreso: los juicios de Moscú
llevaron al fusilamiento del más prominente miembro de la delegación,
Nikolai Bujarin. El resto de los participantes terminaron desplazados como
resultado de la consolidación de Trofim Denisovich Lysenko, quien con el
apoyo de Stalin impondría una línea oficial en la ciencia basada en el
esquematismo. Las reflexiones sobre el método científico que produjeron alto
impacto en los británicos presentes en el Congreso de 1931, serían cortadas
de cuajo en la URSS.
Como irá revelando JBF a lo largo de más de 700 páginas, cada uno de los
pensadores abordados contribuyó a enriquecer el pensamiento ecológico desde
perspectivas críticas del capitalismo, sentando las primeras bases para la
crítica ecológica, en una época en la cual los problemas ambientales no eran
considerados con la urgencia y jerarquía que hoy tienen. Desde el espectro
socialista hubo acá una labor pionera, que en las narrativas contemporáneas
de las disciplinas que abordan las cuestiones ambientales suele quedar
desdibujada.
Si a menudo se ha considerado que la ecología surgió en un universo liberal,
divorciada del socialismo, nuestro análisis muestra que esta ideología
recibida está lejos de la verdad, y que la ecología estaba en sus inicios
profundamente entrelazada con las luchas por la igualdad humana y la
revuelta contra la sociedad capitalista (p. 25).
Ya solo por mostrar esto de manera contundente, el libro de JBF sería una
gran contribución. Pero la recuperación de esta rica empresa teórica de
numerosos investigadores que buscaron profundizar la comprensión de la
naturaleza en su complejidad y evolución, su interacción con el metabolismo
social y que apostaron también a la transformación de la sociedad
–capitalista– de su tiempo en un sentido progresivo, más allá de los
diversos caminos que se dieron para ello, es un gran aporte para abordar hoy
la cuestión de la relación entre el metabolismo social y el metabolismo
natural, que está al borde de un desequilibrio catastrófico como resultado
de la dinámica desquiciada que impone el capitalismo.
La naturaleza, compleja y dinámica
Los protagonistas de la historia que relata El retorno... contribuyeron a
enriquecer y desarrollar la concepción sobre naturaleza como una realidad
compleja, en constante cambio e interacción con las sociedades humanas.
Aportaron a este bagaje ya fuera a través de su producción teórica en
ámbitos científicos específicos, o a través de reflexiones más generales
sobre el lugar de la ciencia y los efectos de la acción de la humanidad
sobre la naturaleza, de la cual es parte.
Es bueno detenerse en lo que decía Friedrich Engels, quien está literalmente
en el centro del libro de JBF por el impacto que produjo su elaboración en
buena parte de quienes son allí nombrados, y cuya obra destaca por la
importancia fundamental que otorgó siempre a la crítica a los efectos que
produce el capitalismo sobre el ambiente –urbano y rural– y por su profundo
conocimiento de la ciencia de su época sobre la cual debatió en varias
ocasiones, para darse una idea del alcance del cambio de enfoque sobre la
naturaleza que se produjo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
En sus apuntes publicados póstumamente como Dialéctica de la naturaleza,
obra fragmentaria e incompleta compuesta de diferentes borradores y partes
del Anti-Dühring, Engels sintetiza en algunas páginas los formidables
avances alcanzados por la “moderna investigación de la naturaleza”, iniciada
en la segunda mitad del siglo XV, que “es la única”, en su opinión “que ha
logrado un desarrollo científico, sistemático, en todos y cada uno de sus
aspectos”. Esto la distingue principalmente de “las geniales intuiciones de
los antiguos en torno a la filosofía de la naturaleza” [2]. Al mismo tiempo
que se producen avances revolucionarios en numerosos ámbitos, observa
Engels, el período que transcurre hasta finales del siglo XVIII se
caracteriza por
haber llegado a desentrañar una peculiar concepción de conjunto, cuyo punto
central es la idea de la absoluta inmutabilidad de la naturaleza. Cualquiera
que fuese el modo como había surgido, la naturaleza, una vez formada,
permanecía durante todo el tiempo de su existencia tal y como era […] Por
oposición a la historia de la humanidad, que se desarrollaba en el tiempo, a
la historia de la naturaleza se le asignaba solamente un desarrollo en el
espacio. Se negaba en la naturaleza todo lo que fuese cambio y desarrollo.
[3].
Por eso, si las ciencias naturales de la primera mitad del siglo XVIII
estaban por encima de la antigüedad griega en punto al conocimiento e
incluso a la clasificación de la materia”, se hallaban “por debajo de ella
en cuanto al modo de dominarla idealmente, en cuanto a la concepción general
de la naturaleza” [4].
Engels celebra, en Dialéctica de la naturaleza, los nuevos descubrimientos y
elaboración teórica que desde la segunda mitad del siglo XVIII estaban
volviendo insostenible esta mirada estática. En la física y la astronomía,
en la naciente geología, en la biología con la teoría de la evolución de
Darwin y algunas contribuciones que la precedieron, surgía otra percepción
completamente distinta, más rica, compleja y dinámica.
La nueva concepción de la naturaleza había quedado delineada en sus rasgos
fundamentales: todo lo que había en ella de rígido se aflojaba, cuanto había
de plasmado en ella se esfumaba, lo que se consideraba eterno pasaba a ser
perecedero y la naturaleza toda se revelaba como algo que se movía en
perenne flujo y eterno ciclo [5].
El hilo de El retorno…, o, para ser más precisos, uno de ellos, muestra cómo
los biólogos, genetistas y científicos de otras disciplinas, que iniciaron
su labor influenciados por esta nueva concepción, continuaron nutriéndola
con nuevos descubrimientos que hicieron avanzar sus respectivas áreas, al
tiempo que abrían además la puerta a nuevos problemas, entre ellos, el de la
ecología. Vamos a detenernos en algunos de ellos.
E. Ray Lankester, de cuya labor da cuenta JBF en el primer capítulo del
libro, continuó los estudios sobre la evolución. Uno de sus trabajos más
importantes, titulado Degeneration: A Chapter in Darwinism, muestra que la
evolución “no es un proceso unilineal de progreso de formas más simples a
otras más complejas” (p. 40). Lankester afirmaba que existen tres
posibilidades en la evolución de las especies: equilibrio, elaboración o
degeneración. Esta última era definida como “un cambio gradual en la
estructura en el que el organismo se adapta a condiciones menos variadas y
menos complejas de vida” [6]. En opinión de JBF, este rechazo a una visión
lineal “es el punto de partida necesario para cualquier crítica ecológica”
(p. 40).
El concepto de ecosistema fue por primera ver formulado por el botanista
Arthur Tansley, en un artículo en el que polemizaba con John Philips, que
defendía una postura holista (cuyo punto de partida es la totalidad, que es
más que la suma de las partes) e idealista, inspirada en Jan Smuts. Para el
holismo, los sistemas, que son el punto de partida del análisis, tienden a
convertirse en abstracciones, y se les otorga un sentido predeterminado que
produce siempre una evolución progresiva. Una de las principales
consecuencias que tenía este enfoque en el terreno de la botánica, en el que
Tansley y Philips debatían, era el de descartar cualquier línea de evolución
regresiva, ya fuera “sucesión retrógrada” o “disrupciones externas”. Estos
últimos conceptos, tratados por varios biólogos materialistas continuando la
línea abierta por Lankester y otros autores, abrían la posibilidad de
distintos resultados evolutivos. Es en contraposición al planteo de Philips
que Tansley introduce por primera vez el concepto de ecosistema, “como una
forma –sostiene JBF– de avanzar en el análisis ecológico sin ceder paso al
idealismo, al misticismo y a la teolología” (p. 523). De acuerdo a Tansley,
el objetivo del análisis botánico debe ser
todo el sistema (en el sentido de la física), que incluye no solo el
complejo del organismo, sino también todo el complejo de factores físicos
que forman lo que llamamos el entorno del bioma: los factores del hábitat en
el sentido más amplio. Aunque los organismos puedan reclamar nuestro interés
principal, cuando intentamos pensar fundamentalmente no podemos separarlos
de su entorno especial, con el que forman un sistema físico […] Estos
ecosistemas, como podemos llamarlos, son de los más diversos tipos y
tamaños. Forman una categoría de los numerosos sistemas físicos del
universo, que van desde el universo como un todo hasta el átomo. [7].
Además del cuestionamiento a cualquier postura teleológica, Tansley presenta
acá la noción de la naturaleza como una totalidad estructurada por sistemas
de distinto alcance o jerarquía, cada uno de los cuales tiene propiedades
específicas, que ya había trabajado en oportunidades anteriores. Existe
entre los niveles relaciones de mutua determinación, aunque en diversos
grados. Como observa JBF, un “aspecto importante, dialéctico, del enfoque de
Tansley era la acción recíproca de los diferentes componentes” (p. 524).
Esto lo observamos cuando Tansley señala que
el complejo climático tiene más efecto sobre los organismos y sobre el suelo
de un ecosistema que estos sobre el complejo climático, pero la acción
recíproca no está del todo ausente […] Con lo que tenemos que lidiar es con
un sistema, del cual las plantas y los animales son componentes, aunque no
los únicos componentes. El bioma está determinado por el clima y el suelo y
a su vez reacciona, a veces y en cierta medida sobre el clima, siempre sobre
el suelo. [8].
Tan importantes como las elaboraciones mencionadas acá, son las de John
Desmond Bernal, John Needham, John B. S. Haldane, y varios otros.
El discurso del método
Una cuestión central que une las reflexiones de muchos de los autores
citados a lo largo del libro de JBF es la cuestión del “emergentismo”. Esta
noción, ya presente en Engels, implica, como sostiene Zbigniew A. Jordan,
que
la realidad material tiene una estructura multinivel; cada uno de estos
niveles se caracteriza por un conjunto de propiedades distintivas y leyes
irreductibles; y cada nivel ha surgido de niveles temporalmente anteriores
de acuerdo con leyes que son absolutamente impredecibles con respecto a las
que operan en los niveles inferiores [9].
Esta manera de entender la realidad material, con las conclusiones que se
desprenden de ello al momento de estudiarla, es un punto sobre el que hacen
hincapié varios de los pensadores en las citas que recupera JBF. El ya
mencionado Tansley, se apoya en la teoría de Hymen Levy que caracteriza la
naturaleza como un conjunto de sistemas jerarquizados e interdependientes.
Partiendo de allí, sostiene que el método de la ciencia “es aislar los
sistemas mentalmente con fines de estudio, de modo que la serie de
aislamientos que hacemos se convierta en el objeto real de nuestro estudio”.
El sistema aislado, siempre es necesario tenerlo presente, es parte de una
realidad mayor con la cual está relacionada e interactúa: “los sistemas que
aislamos mentalmente no solo se incluyen como partes de otros más grandes,
sino que también se superponen, se entrelazan e interactúan entre sí. El
aislamiento es en parte artificial, pero es la única forma posible de
proceder” [10].
JBF retoma lo planteado por Levy y Tansley para concluir:
El método científico-materialista utiliza la abstracción como un método para
determinar las leyes científicas mediante las cuales los complejos de la
naturaleza pueden aislarse para su análisis e investigación. Además, si
existe algún enfoque significativo para examinar la naturaleza, radica en
reconocer que el mundo está en un estado de cambio constante, de modo que el
conocimiento sobre él, en el mejor de los casos, se refiere a procesos y
leyes que solo se mantienen en determinados niveles de abstracción. (p.
517).
Encontramos, en las discusiones reseñadas en El retorno…, numerosos aspectos
que se vinculan al método científico que Marx plantea en la Introducción de
los manuscritos económicos de 1857-1858, publicados póstumamente con el
título de Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse) 1857-1858. Allí Marx plantea que la realidad material concreta
es una totalidad jerarquizada, y que para comprenderla –es decir, reproducir
ese concreto real como un concreto pensado, que es como la ciencia logra
apropiarse de la realidad– es necesario proceder a través de abstracciones,
es decir, primero descomponer ese concreto en sus determinaciones más
simples, para luego reconstruir las relaciones entre esas determinaciones,
una vez comprendidas aisladamente, para reconstruir –en el pensamiento– las
relaciones que constituyen esa totalidad compleja.
Dialéctica de la naturaleza
La cuestión de la dialéctica de la naturaleza atraviesa El retorno… de
principio a fin. De las tres partes del libro, una entera está dedicada a
los aportes de Engels, y un capítulo entero a la mirada de Engels sobre la
dialéctica de la naturaleza.
Como es ampliamente conocido, desde la década de 1920 la noción de una
dialéctica de la naturaleza se transformó en una divisoria de aguas entre
los teóricos marxistas. Como observa JBF
Para aquellos versados en los debates filosóficos en torno al marxismo,
ninguna cuestión ha sido más polémica que la dialéctica de la naturaleza,
cuyo rechazo inflexible ha separado la tradición filosófica conocida como
“Marxismo Occidental” del marxismo de la Segunda y Tercera Internacional,
mientras que también abrió una brecha entre Marx y Engels.
Con esto último se refiere JBF a la interpretación, que se volvió común
desde entonces, según la que habría sido Engels el responsable de extender
la dialéctica a los terrenos de la naturaleza, camino que Marx no habría
suscrito.
El rechazo a la dialéctica de la naturaleza “tuvo como resultado un abandono
casi total de cualquier conexión con las ciencias naturales (visto como
intrínsecamente positivista) dentro del Marxismo Occidental”.
JBF argumenta que las corrientes marxistas que rechazaron la dialéctica de
la naturaleza introducían un dualismo neokantiano “que separaba los
fenómenos que pueden ser experimentados del noúmeno, o cosa-en-sí”.
Esto se traspuso luego en el marxismo occidental a la noción de que las
ciencias sociales / históricas eran reflexivas, con un sujeto-objeto
idéntico [...], mientras que las ciencias naturales se basaban en un
positivismo ingenuo, incapaces de reconocer las limitaciones inherentes de
nuestro conocimiento del mundo físico, y la imposibilidad de un razonamiento
dialéctico donde la reflexividad no aplicaba.
Georg Lukács, en una nota al pie de Historia y conciencia de clases (1921),
fue uno de los primeros en objetar la dialéctica de la naturaleza y dio así
el puntapié inicial a las críticas a Engels. Se trata de un caso paradojal,
entre otras cosas por la inspiración hegeliana de ese texto, es decir,
opuesta en principio al neokantismo. Varias décadas después Lukács corregirá
su postura en este punto. En La ontología del ser social cuestionaría la
interpretación a la cual su comentario en Historia y conciencia de clases
había dado pie, manifestando que su crítica a Engels en ese texto no
implicaba un rechazo total a la noción de la existencia de una “dialéctica
objetiva”. Entonces Lukács se referirá a una “tipología” de formas
dialécticas entre las que se incluye la dialéctica objetiva de la
naturaleza. De acuerdo con JBF, esta tipología de Lukács “podría verse en
términos de una jerarquía estructurada [...] que incluye tanto la dialéctica
objetiva de la naturaleza como la dialéctica de la historia humana”. A la
pregunta de cómo puede conocerse esta dialéctica objetiva, Lukács respondía
que esto ocurría principalmente de dos formas. En primer lugar,
dado que la vida humana [el trabajo] se basa en un metabolismo con la
naturaleza, no hace falta decir que ciertas verdades que adquirimos en el
proceso de llevar a cabo este metabolismo tienen una validez general, por
ejemplo, las verdades de las matemáticas, la geometría, la física, etc.
[11].
En segundo lugar, en lo referente a la experimentación científica,
Lukács argumentó, en línea con Engels, que la experimentación científica,
que implica la interacción con la naturaleza en condiciones controladas,
puede proporcionar información sobre la dialéctica objetiva de la propia
naturaleza y sus leyes siempre cambiantes, aunque el conocimiento derivado
de tales experimentos y de la práctica industrial tenía que ser críticamente
evaluado como mediado ideológicamente. (p. 21).
Para el Lukács tardío “el metabolismo entre la humanidad y la naturaleza
estaba condicionado por la dialéctica de la naturaleza y, al mismo tiempo,
era la fuente de la comprensión humana de esa ‘dialéctica objetiva’” (p.
22).
Esta dialéctica de la naturaleza nunca estuvo en discusión para la mayor
parte de los pensadores cuya trayectoria recorre el libro de JBF. Veamos lo
que decían algunos de ellos sobre la cuestión. Needham afirmaba respecto del
proceso dialéctico que
Marx y Engels fueron lo suficientemente audaces para afirmar que ocurre
realmente en la propia naturaleza en evolución, y que el hecho indudable de
que ocurre en nuestro pensamiento sobre la naturaleza se debe a que nosotros
y nuestro pensamiento somos parte de la naturaleza. No podemos considerar la
naturaleza de otra manera que como una serie de niveles de organización, una
serie de síntesis dialécticas. De la última partícula física al átomo, del
átomo a la molécula, de la molécula al agregado coloidal, del agregado a la
célula viva, de la célula al órgano, del órgano al cuerpo, del cuerpo animal
a la asociación social, la serie de niveles organizativos es completa. Nada
más que la energía (como ahora llamamos a la materia y al movimiento) y los
niveles de organización (o las síntesis dialécticas estabilizadas) en
diferentes niveles han sido necesarios para la construcción de nuestro mundo
[12].
Bernal daba cuenta de un aspecto de la dialéctica de la naturaleza al
explicar los efectos acumulativos que pueden tener los residuos que deja
todo proceso natural, generando en ocasiones tendencias que se oponen a
dicho proceso:
Dado cualquier sistema, no un sistema estático, porque […] los sistemas
estáticos son meras abstracciones, dado cualquier sistema, entonces, además
de la actividad principal del sistema, siempre quedarán ciertos efectos
acumulativos residuales. Ahora bien, estos efectos residuales se pueden
dividir en los que contribuyen a la actividad principal y los que se oponen
a ella. El primero puede considerarse simplemente parte de la actividad
principal; pero estos últimos están destinados, con tiempo suficiente y en
ausencia de perturbaciones externas, a acumularse hasta tal punto que toda
la naturaleza del sistema y su actividad se transforman. En el caso más
simple posible, esto es simplemente una explicación de los cambios
oscilatorios que se repiten universalmente. Cualquier proceso, una vez
puesto en marcha por un impulso inicial, continúa en ausencia de fuerzas
externas hasta que, superando su posición de equilibrio como resultado de su
propio impulso, se detiene y se invierte. Pero en casos más complicados, en
lugar de un mero movimiento oscilatorio de ida y vuelta como el tipo de
cambio cíclico que ocurre en todas partes, obtenemos, como resultado de la
oposición y la detención de la actividad primaria, una nueva y
cualitativamente diferente. [13].
La cuestión de la dialéctica de la naturaleza, como ya señalamos, atraviesa
todo el libro. No todos los pensadores mencionados abrazan abiertamente la
idea. Pero aun los más reacios a adoptarla como una formulación general,
muestran en sus investigaciones nociones que se aproximan a la visión
dinámica, compleja, estructurada, y en interacción con el metabolismo social
de la que buscaba dar cuenta Engels. Y todos, sin excepción, aportaron a
enriquecer el enfoque materialista no mecánico, opuesto tanto al idealismo
como al empirismo.
Auge y ocaso de la “ciencia para el pueblo”
Los años de la Segunda Guerra Mundial serían el momento en el cual la
izquierda científica en Gran Bretaña, que era mayormente parte del Partido
Comunista (PCGB), alcanzó mayor influencia, que enfrentó desde el primer
momento la oposición decidida de liberales y conservadores [14]. Autores
como Bernal, Needham, Hogben y otros, eran parte de una corriente extendida
que jugaba un rol destacado en la investigación en las más diversas áreas al
mismo tiempo que levantaban la perspectiva de una transformación social y de
poner los conocimientos al servicio de la sociedad. Enfocados en los debates
sobre la ciencia y sin poner en cuestión los marcos estratégicos del PCGB,
pusieron sobre el tapete el rol social que tenían los científicos y su
producción. En su libro El rol social de la ciencia , Bernal afirma la
perspectiva de una “ciencia para el pueblo”, que está indisociada de una
transformación de raíz de la propia sociedad. Si bien Bernal reconocía la
importancia de la libertad en la ciencia, objetaba la pretensión de la
“ciencia pura” a las que se apelaba para impugnar cualquier discusión sobre
el rol de la ciencia. Estas pretensiones de una ciencia pura en las
condiciones del capitalismo imperialista, no eran más que una forma de
desentenderse del hecho de que lo que caracterizaba el período era “la
tendencia creciente al monopolio nacional de la ciencia en interés del poder
estatal, económico y militar”. Bernal concluía que así como la revolución
burguesa había sido esencial para el desarrollo de la ciencia, “dándole, por
primera vez, un valor práctico, la importancia humana de la ciencia
trasciende en todos los sentidos a la del capitalismo [...] el pleno
desarrollo de la ciencia al servicio de la humanidad es incompatible con la
continuidad del capitalismo” [15].
El ascendiente de este grupo de científicos, sufrió duros reveses en los
años de la Guerra Fría, hostigados por el Estado y enfrentados a los
científicos conservadores y liberales, los cuáles contaron incluso con
amplio financiamiento de organizaciones vinculadas a la CIA estadounidense
(p. 695). Pero su pérdida de influencia también tendría lugar, en las
décadas siguientes, en los ámbitos de la izquierda. La denuncia de los
crímenes de Stalin realizada por Nikita Kruschev en su discurso de 1956, y
la ocupación de Hungría por parte de la URSS ese mismo año, llevarían en
todo el mundo a la ruptura de amplios sectores con los Partidos Comunistas.
En Gran Bretaña, un quinto de la militancia del PCGB lo abandonó de forma
inmediata. Muchos intelectuales que dejaron el partido dieron vida a la
Nueva Izquierda, que fundaría la icónica revista New Left Review. La segunda
generación de la New Left, que surgirá en los años 1960 ya sin ningún lazo
de militancia en el PCGB, emergió “principalmente en filosofía, historia y
estudios culturales, dentro de lo que se entendía como ‘marxismo
occidental’, definido en gran medida por su rechazo a la dialéctica de la
naturaleza y, por tanto, al materialismo dialéctico” (p. 719). Buena parte
del bagaje producido por estos científicos de inclinación socialista durante
la primera mitad del siglo XX entró parcialmente en el olvido.
El (necesario) retorno de la naturaleza
En los años 1960 y 1970, durante los cuales los procesos revolucionarios
atravesaron todo el planeta, la crítica ecológica empieza a tener un
vigoroso desarrollo. La amenaza nuclear es uno de sus principales
disparadores, dando lugar a un movimiento por la paz y el desarme que tuvo a
Bernal entre sus destacados impulsores.
Al calor de la radicalización política, hace su aparición, toda una nueva
camada de científicos de orientación anticapitalista y socialista que
retomará críticamente las elaboraciones de quienes los precedieron. En el
epílogo JBF da cuenta de algunos de sus principales exponentes que
realizarían desde entonces hasta hoy numerosas contribuciones destacadas:
Rachel Carson, Jack Lindsay, Stephen Jay Gould, Rita Arditti, Anne
Fausto-Sterling, Ruth Hubbard, Richard Levins, Richard Lewontin [16], Hilary
Rose y Steven Rose [17]. Con pocos años de diferencia, el lema “Ciencia para
el pueblo” fue recuperado en EE. UU. y en Gran Bretaña para dar vida a un
extendido movimiento que impugnaba “la militarización de la ciencia” y su
dominio por el capital. Pero a finales de la década de 1970, con la derrota
y desvío de los procesos revolucionarios, el clima político se volvería
adverso para el desarrollo de estas corrientes (así como para el marxismo y
el pensamiento crítico de izquierda que conocerían un marcado retroceso en
las dos décadas siguientes). Particularmente en la cuestión ambiental,
señala JBF que
las reformas ambientales liberales en la década de 1970, seguidas por la
reacción de Reagan y las terribles revelaciones sobre la gestión soviética
del medio ambiente, debilitarían la influencia de la ecología radical y
anticapitalista, que solo recuperaría el terreno perdido una generación
después, como resultado de las catástrofes globales acumulativas desatadas
por el sistema capitalista. (p. 773).
Efectivamente, ante la perspectiva de catástrofes ecológicas que el
capitalismo muestra como cada vez más inescapable, la crítica ecológica
desde una mirada marxista ha ganado autoridad. Lo ha hecho ante la evidente
urgencia y necesidad de discutir estrategias de salida de este modo de
producción, que subordina todo –incluyendo la sostenibilidad de la relación
entre el metabolismo social y el metabolismo natural– al afán de lucro. Eso
vuelve, para JBF, más urgente “recurrir al pasado”, no simplemente “en un
sentido histórico, sino porque los resultados que se obtuvieron pero ahora
olvidados son cruciales para nuestras luchas en el presente” (p. 25). El
retorno de la naturaleza al que se refiere el título del libro apunta al
“redescubrimiento de las raíces ecológicas de la sociedad humana” (p. 25).
Este trabajo de JBF es un gran aporte para recuperar –con el necesario
beneficio de inventario– las elaboraciones que abordaron desde posiciones
marxistas o influenciadas por ellas, la compleja interacción entre sociedad
y naturaleza. Y así, poder afilar las armas de nuestra crítica al
capitalismo contemporáneo.
* Es economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde
2001. Coedita la sección de Economía de La Izquierda Diario, es autor de los
libros Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las
alternativas ante la crisis (Ediciones IPS, 2019) y La economía argentina en
su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (Ediciones IPS, 2015),
y compilador junto a Juan R. González de Para entender la explotación
capitalista (segunda edición Ediciones IPS, 2018).
Notas
[1] The Return of Nature: Socialism and Ecology, Nueva York, Monthly Review
Press, 2020. La referencia de página de las citas de este libro serán
indicadas entre paréntesis en el cuerpo del texto.
[2] Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Marxists.org, consultada
el 18/02/2021 en
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dianatura/index.htm.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Degeneration: A Chapter in Darwinism, citado por JBF, pp. 40-41.
[7] “The Use and Abuse of Vegetational Concepts and Terms”, Ecology 16/3,
julio 1935. Citado por JBF, pp. 523-524.
[8] Ídem. Citado por JBF, pp. 524-525.
[9] Zbigniew A. Jordan, The Evolution of Dialectical Materialism: A
Philosophical and Sociological Analysis, Londres, Macmillan, 1967, p. 167.
[10] “The use...”, ob. cit., citado por JBF, p. 524 .
[11] Georg Lukács, Conversations with Lukács, citado por JBF, p. 20.
[12] Joseph Needham, Time: The Refreshing River, citado por JBF, p. 23.
[13] Bernal, “Dialectical Materialism”, citado por JBF, p. 561.
[14] Entre los que combatieron la influencia de los llamados “científicos
rojos”, se encontraron incluso investigadores que tuvieron influencia en
muchos de ellos, como el mencionado Arthur Tansley. Este último, aunque se
reconocía como socialista de inclinación fabiana (una corriente reformista
desarrollada en Gran Bretaña), era hostil a los planteos identificados con
la Rusia soviética.
[15] Bernal, The Social Function of Science, citado por JBF, p. 692.
[16] Está próximo a aparecer el libro de Levins y Lewontin, La biología en
cuestión, publicado por Ediciones IPS como parte de la colección Ciencia y
Marxismo.
[17] El libro Genes, células y cerebros, de Hilary y Steven Rose, fue
publicado en 2019 por Ediciones IPS.
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