Análisis/ América Latina tiene los militares que le faltaron a Trump [Mario Osava]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 11 16:48:48 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

11 de enero 2021

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Análisis



América Latina tiene los militares que le faltaron a Trump



Mario Osava, desde Río de Janeiro

Inter Press Service (IPS), 8-1-2021

http://www.ipsnoticias.net/



Propio de una “república bananera” fue la descalificación con que muchos
compararon el asalto al Capitolio, el 6 de enero en Washington, por huestes
azuzadas por el saliente presidente Donald Trump, a lo que suele en América
Latina. Pero es distinto y la diferencia son los militares.



La extrema derecha latinoamericana, en general, depende de las Fuerzas
Armadas, y en algunos casos también gobernantes considerados de izquierda.
Los pequeños grupos y partidos ultraderechistas suelen incitar la
intervención militar como forma de alcanzar sus objetivos. No invadirían el
Congreso legislativo con civiles, sino con tropas.



En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro, un excapitán del Ejército, llegó al
poder por vía electoral, gracias a la popularidad castrense y la nostalgia
del “Brasil Grande” de la dictadura militar (1964-1985), tras el colapso del
proceso de redemocratización y de la izquierda, sumidos en escándalos de
corrupción y la recesión económica.



Ante las cortapisas democráticas a un gobierno con ambiciones autoritarias,
Bolsonaro y sus seguidores promovieron en 2020 varias manifestaciones en que
convocaban los militares a cerrar el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal
Federal, acusados de bloquear los planes del gobierno.



En El Salvador, el presidente Nayib Bukele ocupó la Asamblea Legislativael 9
de febrero de 2020 con militares armados de guerra, para forzar los
legisladores a aprobar un préstamo de 109 millones de dólares del Banco
Centroamericano de Integración Económica para modernizar las fuerzas de
seguridad. Sin éxito, ante la gran mayoría opositora en el unicameral
parlamento.



Los frecuentes golpes de Estado protagonizados por militares en el siglo XX
escasearon las últimas décadas en América Latina, pero los cuarteles siguen
influyentes en la política de varios países y son en algunos decisivos, como
en Brasil y Venezuela.



En Bolivia, que ostenta el récord de golpes militares, el expresidente Evo
Morales fue forzado a renunciar tras su controversial tercera reelección, en
noviembre de 2019. Atendió a una “recomendación” de las Fuerzas Armadas ante
la crisis provocada por acusaciones de fraude electoral que no se
confirmaron. Muchos analistas definen el hecho como un golpe de Estado de
nuevo cuño.



Los países centroamericanos, a excepción de Costa Rica y Panamá, que
abolieron sus ejércitos, viven bajo gobiernos con fuerte presencia
castrense, en una especie de regresión a la militarización de las últimas
décadas del siglo pasado, marcadas por luchas guerrilleras, especialmente en
El Salvador y Nicaragua.



El combate a la expansión de las bandas criminales justificó esa
“remilitarización” en América Central y en algunos países sudamericanos.



En Colombia más de 50 años conflictos armados, aún sin pacificación completa
y entre variados actores, como militares, guerrilla, narcotráfico y
paramilitares, no permiten olvidar los hombres armados y su peso en la
política nacional.



También Perú, por otras vías y procesos, tiene Fuerzas Armadas como una
amenaza siempre presente. El 5 de abril de 1992, desplegaron sus tanques y
hombres en las calles para disolver el Congreso y concentrar los poderes en
manos del entonces presidente Alberto Fujimori que, con amplio apoyo
popular, reorganizó los demás poderes a su gusto, en un ejemplo de
autogolpe.



El Congreso obstruía las legislaciones indispensables al combate a
lainsurgencia de la guerrilla Sendero Luminoso y a la recuperación
económica, arguyó Fujimori.



Era otro el contexto, pero este siglo no han desaparecido los objetivos de
los gobernantes de someter a los demás poderes al Ejecutivo, como gritaban
los devotos de Bolsonaro, hasta junio de 2020, cuando la detención de un
policía militar retirado, testigo de posibles actos de corrupción de la
familia del presidente, enfrió los ánimos golpistas.



En países como Bolivia, Nicaragua o Venezuela –donde desde 1999 pasó a
gobernar el país un miliar autodenominado de izquierda, Hugo Chávez, y su
sucesor Nicolás Maduro- los presidentes retorcieron leyes y constituciones
para perpetuarse en el poder.



Ahora la pandemia de covid-19 refuerza la tendencia de remilitarización
desde el año pasado.



En El Salvador, por citar un ejemplo, la Corte Suprematuvo que ordenar al
gobierno suspender las “detenciones arbitrarias”, después que los militares
y policías encerraron en Centros de Contencióna miles de personas acusadas
de infringir el aislamiento social para evitar el contagio. Bukele anunció
que no acataría el dictamen.



El Ministerio de Salud brasileño tiene como titular, desde mayo, un general
aún activo en el Ejército, Eduardo Pazuello, que nombró como auxiliares a
más de 20 militares, la mayoría sin experiencia en medicina.



Es en Brasil que el mal ejemplo de Trump, al atribuir su derrota a fraudes e
inducir a la toma violenta de la sede del Poder Legislativo de Estados
Unidos, puede repetirse y de forma más trágica.



Bolsonaro discrepó de otros jefes de Estado que condenaron la acción
antidemocrática y violenta de las hordas trumpistas. Atribuyó la invasión a
la irritación contra el fraude electoral. “Hubo gente que votó tres o cuatro
veces, muertos votaron, fue una fiesta”, dijo, en unareiteración de lo que
dice Trump.



Fraudes también hubo en las elecciones de 2018 en que él triunfó y son
“inevitables y masivos” en la votación electrónica, insiste el presidente
reiteradamente. Brasil emplea las urnas electrónicas desde 1996 y nunca se
comprobaron irregularidades.



Su prédica constante, así como la de Trump, busca desacreditar el sistema
democrático que presiden y en particular las elecciones, no importan las
evidencias ni sus propias contradicciones. Bolsonaro defiende el voto
impreso para evitar fraudes, pero asegura que los hubo en la votación
estadounidense que si es impresa y donde hay tantas normas comiciales como
estados del país.



Además él ya triunfó, con sufragios crecientes, en seis elecciones digitales
desde 1998, cinco veces para diputado y en 2018, cuando se ganó la
presidencia.



Si en las elecciones de 2022 solo se emplea el voto electrónico, sin el voto
impreso, “una manera de auditar la votación, tendremos un problema peor que
en Estados Unidos”, amenazó Bolsonaro, en un diálogo con sus adeptos a la
puerta.



El mandatario ultraderechista no aclaró las consecuencias, pero en los
antecedentes hacen temer confrontaciones de mucha gente armada. “Peor”
significaría más de los cuatro o cinco muertos y decenas de heridos en
Washington el 6 de enero, coherente con la tradición de la extrema derecha
en Brasil de fomentar golpes militares.



Además de líder político de los hombres armados del país, Bolsonaro cultiva
su fidelidad con tenacidad.



Tiene cuatro generales retirados del Ejército en el núcleo central desu
gobierno y privilegia a los combatientes con aumentos salariales, visitas
frecuentes a los cuarteles, legislaciones que exentan de culpa alos que
provocan muertes en operaciones policiales y recursos para proyectos de
defensa, mientras los civiles sufren la austeridad fiscal.



La policía brasileña es una de las que más mata en el mundo. En 2019
respondió por 6357 asesinatos, 13,3 por ciento del total de 47 773 muertes
violentas intencionales ocurridas en el país, según el Foro Brasileño de
Seguridad Pública.



El aumento de los homicidios practicados por policiales aumentó tres por
ciento de 2018 a 2019 y dobló para seis por ciento en el primer semestre de
2020. Por lo menos parte de ese aumento se debe a la política de Bolsonaro
que facilita la compra de armas por la población yestimula acciones letales
de la policía, según especialistas.



La policía, en su mayor parte, no es un cuerpo centralizado. Son fuerzas de
los 26 estados brasileños, por lo tanto, teóricamente bajo jefatura de los
gobernadores. Pero se sabe que Bolsonaro ejerce sobre ellas un liderazgo que
permite movilizarlas sin las condicionantes de laestricta jerarquía de las
Fuerzas Armadas.



Además el presidente trata de “armar el pueblo”, adoptó varias medidas que
amplían las ventas de armas sin control. Eso fomenta las milicias, grupos
parapoliciales que ya dominan decenas de barrios en Ríode Janeiro y se
expanden por Brasil.



En eso también imita a Estados Unidos, el paraíso de las armas. Pero allá
como acá, la extrema derecha derrotada y las milicias pueden derivar en una
gran ola de terrorismo, un riesgo del trumpismo frustrado en un país donde
se asesinó a cuatro de sus 45 presidentes, nueve por ciento del total.

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