Brasil/ La pesadilla de morir asfixiado en los hospitales de la Amazonia [Naiara Galarraga Cortázar/Stefane Scmidt]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ene 24 17:03:57 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

24 de enero 2021

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Brasil



La pesadilla de morir asfixiado en los hospitales de la Amazonia



Más de medio centenar de enfermos muere sin aire en Manaos, mientras
prolifera un mercado paralelo de oxígeno. Es la caótica gestión de la
pandemia en el Brasil de Bolsonaro



Naiara Galarraga Cortázar/Stefane Scmidt, desde Manaos

El País, 24-1-2021

https://elpais.com/



El guarda de seguridad con chaleco antibalas que corre seguido por una mujer
sujeta con extrema delicadeza el cilindro azul, como si fuera un bebé. Es
oxígeno. Ambos avanzan bajo un sol abrasador hacia un coche. “Es para mi
madre”, responde Afra Benedito, de 46 años. Cuenta angustiada que la bombona
ayudará a la señora Fátima a respirar durante cuatro horas más. Con 71 años,
el coronavirus la dejó viuda hace unos días y ahora extingue su vida en
Manaos, la capital de la Amazonia brasileña, donde la pesadilla de morir
asfixiado se ha convertido en cruda realidad en hospitales y hogares.



La Fiscalía investiga más de 50 muertes en esas terribles circunstancias.
“Una cifra extremadamente conservadora”, advierte el epidemiólogo Jesem
Orellana, de Fiocruz, un instituto de salud pública. Desde las fiestas
navideñas venían aumentando las hospitalizaciones por covid-19, pero de
repente se dispararon. La noche del 14 al 15 de enero la acumulación de
pacientes fue tal que varios centros sanitarios se quedaron literalmente sin
oxígeno en esta remota ciudad de dos millones de vecinos incrustada en la
más preciada selva tropical del mundo.



“Con las gripes de la época de lluvias y los mítines de la campaña electoral
(municipal), ya esperábamos el aumento de contagios, pero lo del oxígeno
no”, explica el enfermero Yuri, de 24 años, del hospital 28 de Agosto, de
referencia para la covid. Elige ese seudónimo para hablar con libertad de lo
que ocurre en su centro de trabajo. “Unos mueren por falta de oxígeno, otros
porque están muy graves y empeoran rápidamente. Tuvimos que reducir el
oxígeno a todos porque casi el 90% de los ingresados lo necesita”, explica.
Calcula que han muerto más de 30 pacientes. A unos pasos, parientes
desesperados esperan novedades sobre los hospitalizados.



Esta es una tierra de monopolios, caciques y corrupción arraigada que vive
en buena medida de una zona franca con multinacionales que requiere una
logística minuciosa. Hasta Manaos llegan piezas de todo Brasil y el exterior
que, ensambladas, salen al mercado local o internacional convertidas en
motos, móviles u ordenadores portátiles. Pero se queda sin oxígeno.



Manaos es, como en la primera ola, el ejemplo más grave de la caótica
gestión de la pandemia en Brasil. El presidente, Jair Bolsonaro, no ha
dejado de sabotear los esfuerzos de los gobernadores para contener el virus.
Destituyó a dos ministros de Salud. Solo ha actuado forzado por otros
poderes. La vacunación acaba de comenzar, atrasada respecto a sus vecinos, y
con un stock muy por debajo de las necesidades de los 210 millones de
brasileños. Un estudio académico lo acusa de liderar “una estrategia
institucional de propagación del virus”.



Los que pueden se han lanzado a la carrera de conseguir oxígeno por su
cuenta, alumbrando un nuevo mercado en la capital amazónica. Benedito superó
el primer desafío —conseguir la bombona— gracias a una vecina. A diario
viene a por suministro para su madre a Carboxi, una empresa familiar de
gases industriales que empezó a atender a angustiados particulares que
tocaron la puerta. Un pastor evangélico ha reunido dinero para rellenar
nueve cilindros y donarlos. La logística es compleja y los 400 reales de la
recarga mínima (60 euros, 70 dólares) suponen un dineral.



En Manaos y el resto del Estado de Amazonas, la segunda ola es aún más
devastadora que la primera, cuando el sistema sanitario y funerario
colapsaron. La ciudad enterró a 213 de sus vecinos al día siguiente de la
fatídica noche sin oxígeno. Nunca fueron tantos en una jornada. En el
camposanto solo recuerdan avalanchas similares tras algún motín carcelario.



Venezuela fue uno de los primeros en responder al SOS lanzado por el
gobernador de Amazonas, Wilson Lima, un expresentador de programas
sensacionalistas aliado a Bolsonaro. El Gobierno de Nicolás Maduro se
apresuró a despachar ayuda en camiones. Tres días tardaron en trasladar
oxígeno para tres días.



La red sanitaria de Amazonas siempre fue frágil. Es la peor financiada de
Brasil, pero fue el primer Estado en reabrir las escuelas, las camas extras
para covid fueron desmanteladas y las advertencias de White Martins, la
única empresa que suministra oxígeno a los centros sanitarios, de que la
demanda aumentaba muy por encima de su capacidad de producción fueron
desoídas. Cuando estuvo en Manaos días antes de la letal noche, el ministro
de Sanidad, Eduardo Pazuello (general y supuesto experto en logística), fue
informado de la escasez por vías oficiales, y por una cuñada, según contó
él. No reaccionó; su empeño era anunciar la vacuna y promocionar un supuesto
tratamiento precoz contra la covid.



Los médicos racionan el oxígeno porque la demanda triplica la oferta en la
capital, la única ciudad de Amazonas con cuidados intensivos. Unas familias
buscan bombonas porque no quieren llevar a sus enfermos a los hospitales,
atestados, con pacientes en hamacas. Ni los sanitarios se fían. “Cuando mi
familia enfermó, no los traje al hospital. Conozco nuestra situación, los
médicos están sobrecargados, los traté yo mismo en casa. Compré los
medicamentos, inhaladores…”, cuenta el enfermero Yuri.



Érica Nogueira, de 44 años, llega con dos inmensos cilindros en busca de
salvación para su suegro, su marido, y su cuñado. Desborda indignación: “Lo
que veis no es ni la mitad de lo que está pasando. Tengo médicos,
fisioterapeutas de la familia en la línea de frente”, advierte a las
periodistas. “Todo esto es un fallo inmenso de gestión de la administración
pública. La gran responsabilidad es del gobernador, del alcalde, del
Gobierno, que no se rodearon de personas competentes. ¡Mi cuñada ha salvado
ella sola por teléfono más vidas que todos ellos!”. Las redes arden con
personas que imploran ayuda.



El epidemiólogo Orellana, del instituto de salud pública Fiocruz, es una de
las voces de Manaos que denuncia con más potencia la catastrófica gestión de
la epidemia. “El oxígeno va a servir para prolongar la vida de los que están
graves, pero no resuelve el problema de la covid”, explica por teléfono en
un español que aprendió trabajando en la frontera con Bolivia. “No tengo
ninguna esperanza de que logremos controlar el virus sin un confinamiento
estricto de 21 días con rastreo de los contagios”, dice. “Sin medidas
radicales, vamos a tener una tercera onda en tres meses”.



Las mascarillas ganan adeptos, pero el toque de queda nocturno recién
impuesto se incumple. Circulan coches y funcionan bares clandestinos. Los 60
futboleros descubiertos esta semana viendo el Flamengo-Palmeiras recibieron
una advertencia, ni siquiera una multa. El gobernador anunció este sábado
una serie de restricciones a partir del lunes próximo y durante 10 días que
vienen a ser un confinamiento total solo con actividades esenciales, aunque
no pronunció la palabra maldita.



Las autoridades buscan también oxígeno por aquí y por allá mientras evacuan
enfermos a otros Estados en aviones militares para aliviar la sobrecarga
hospitalaria. Otro desafío logístico porque desde Manaos solo se puede
llegar al resto de Brasil en barco o avión. Como tan a menudo en este país,
famosos, empresas o gente de buena voluntad se apresura a hacer donaciones.
Pasada la crisis, el problema estructural sigue ahí. Hasta la próxima.



Como al principio, esta segunda ola de contagios sube río arriba hacia las
pequeñas ciudades y aldeas indígenas dispersas por un territorio tres veces
mayor que España que no tienen unidades de cuidados intensivos. En un efecto
dominó, la falta de oxígeno se siente en los consultorios del interior de
Amazonas, explica al teléfono el coordinador de Médicos Sin Fronteras (MSF)
en Brasil, Pierre van Heddegem, que tiene equipos en São Gabriel da
Cachoeira y Tefé. Solo en la desabastecida capital se pueden rellenar las
bombonas. Y los traslados de enfermos graves a Manaos estuvieron varios días
suspendidos. Ahora comienzan de nuevo, pero “las esperas son largas y existe
el riesgo de perder pacientes”, explica.



Una nueva cepa amazónica descubierta en unos viajeros llegados de Manaos a
Japón llevó al Reino Unido y otros países a suspender los vuelos desde
Brasil, el resto de América Latina y Portugal. El epidemiólogo explica lo
que se sabe sobre esa variante que comparte características genéticas con
las cepas británica y sudafricana. “Su capacidad de infectar las células es
mayor que las otras 11 cepas que conocemos en el Estado de Amazonas”,
explica, pero recalca que por el momento no se puede afirmar que cause
mayores daños. El aumento de jóvenes que enferman de gravedad quizá es
porque la cepa causa mayores daños o porque el sistema sanitario ha
colapsado. La segunda ola desmentiría que Manaos alcanzó la inmunidad de
rebaño hace meses, como apuntó un estudio científico preliminar. Orellana
considera aquel artículo “fruto de la mala ciencia. Siempre fue una tesis
absurda y ajena a la realidad”.



Entre los fallecidos este viernes de covid, la directora de vigilancia
sanitaria de Amazonas y el padre de Paulo de Assis, 46 años. Viene al
cementerio a enterrarlo en un sepelio exprés con dos parientes más en la
zona reservada para las víctimas del coronavirus. Cuenta que su padre tenía
70 años y buena salud hasta que cinco días atrás “se encontró cansado y sin
aire”. Fue hospitalizado. “Por las noches le bajaban la cantidad de oxígeno.
El segundo día estaba bien, luego empeoró. Y hoy ha fallecido”. Los
sepultureros siguen abriendo tumbas, pero ahora con excavadoras porque no
dan abasto. En esta tierra rojiza rodeada de selva amazónica ya casi no
queda espacio. Y construyen nichos verticales, una novedad que disgusta a
los locales. Están sin estrenar.

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