Perú/ El "miedo blanco" a Castillo. [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jun 14 15:08:38 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

14 de junio 2021

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Perú



¿Quién le teme a Pedro Castillo?



La elección peruana ha generado una verdadera histeria entre las elites
limeñas y una campaña de demonización del candidato cajamarquino. El
escenario, de confirmarse la victoria de Pedro Castillo, tiene altas dosis
de incertidumbre. Pero estas se vinculan poco con los fantasmas que promueve
el anticomunismo zombi que recorre el país.



Pablo Stefanoni *

Nueva Sociedad, junio 2021

https://www.nuso.org/



Lo que pasó en las elecciones peruanas es quizás lo más parecido a la
«tempestad en los Andes» anunciada por Luis E. Valcárcel en un libro ya
clásico prologado por José Carlos Mariátegui. Atraído por la idea de «mito»,
Mariátegui terminaba escribiendo: «Y nada importa que para unos sean los
hechos los que crean la profecía y para otros sea la profecía la que crea
los hechos». Lo ocurrido el pasado 6 de junio no es sin duda un
levantamiento indígena como el que imaginó Valcárcel, ni tampoco uno como lo
imaginara Mariátegui, como partero del socialismo. Pero fue un levantamiento
electoral del Perú andino profundo, cuyos efectos cubrieron todo el país.



Pedro Castillo Terrones está lejos de ser un mesías, pero apareció en la
contienda electoral «de la nada», como si fuera uno. Con los resultados del
domingo, está próximo a transformarse en el presidente más improbable. No
porque sea un outsider –el país está lleno de ellos desde que el «chino»
Alberto Fujimori se hiciera con el poder en 1990, tras derrotar a Mario
Vargas Llosa–, sino por su origen de clase: se trata de un campesino
cajamarquino atado a la tierra que, sin abandonar nunca ese vínculo con el
monte, se sobrepuso a dificultades diversas y llegó a ser maestro rural; en
los debates presidenciales cerraba sus intervenciones con el latiguillo
«palabra de maestro».



Desde el magisterio, Castillo saltó al escenario nacional en 2017, con una
combativa huelga de maestros contra la propia dirección sindical. Un
reciente documental, titulado precisamente «El profesor», da varias pistas
sobre su propia persona, su familia y su entorno. A diferencia de Valcárcel,
cuyo indigenismo se insertaba en la disputa de elites –la cuzqueña andina y
la limeña «blanca»–, Castillo proviene de un norte mucho más marginal en
términos de la geopolítica peruana. Su identidad es más «provinciana» y
campesina que estrictamente indígena. Desde allí conquistó al electorado del
sur andino y atrajo también, aunque en menor proporción, el voto popular
limeño.



Por eso, cuando Keiko Fujimori aceptó el desafío de ir a debatir hasta la
localidad de Chota y dijo con disgusto «Tuve que venir hasta aquí», la frase
quedó como uno de los traspiés de su campaña. Castillo había logrado sacar
la política de Lima y llevarla a los rincones lejanos y aislados del país,
que recorrió uno a uno en su campaña con un lápiz gigante entre las manos.



La irrupción de Castillo en la primera vuelta –con casi 19% de los votos–
generó una verdadera histeria en los sectores acomodados de la capital. Y
acorde a la actual moda del anticomunismo zombi, se expresó en un
generalizado «No al comunismo», manifestado incluso con carteles gigantes en
las calles. No escaseó tampoco el racismo. Perú parece tener menos pruritos
para expresarlo en público que los vecinos Ecuador o Bolivia.



Por ejemplo, el «polémico» periodista Beto Ortiz echó a la diputada de Perú
Libre Zaira Arias de su set televisivo, mostrando que la «corrección
política» no llegó a sectores de las elites limeñas. Luego la llamó
«verdulera» y más tarde se disfrazó de indio –con su histrionismo habitual–
para darle la bienvenida de manera socarrona al «nuevo Perú» de Pedro
Castillo.



La candidatura de Castillo fue, además, víctima constante del «terruqueo»
(acusación de vínculos con el terrorismo) por sus alianzas sindicales
durante la huelga de maestros y, sin experiencias previas en el terreno
electoral, de sus propios tropiezos en entrevistas.



Como escribió Alberto Vergara en el New York Times: «Quienes utilizaron de
manera más alevosa la política del miedo fueron los del campo fujimorista,
las clases altas y los grandes medios de comunicación. Empresarios
amenazaban con despedir a sus trabajadores si Castillo vencía; ciudadanos de
a pie prometían dejar sin trabajo a su servicio doméstico si optaban por
Perú Libre; las calles se llenaron de letreros invasivos y pagados por el
empresariado alertando sobre una inminente invasión comunista». Hasta Mario
Vargas Llosa abandonó su tradicional antifujimorismo –por el que incluso
había llamado a votar por Ollanta Humala en 2011– y decidió darle una
oportunidad a una candidata de apellido Fujimori.



Castillo está lejos de provenir de una cultura comunista. Militó varios años
en la política local bajo la sigla de Perú Posible, el partido del
ex-presidente Alejandro Toledo, y si bien se postuló por Perú Libre, no es
un orgánico de este partido, que nació originalmente como Perú Libertario.
Perú Libre se define como «marxista-leninista-mariateguista», pero muchos de
sus candidatos niegan ser «comunistas».



El líder del partido, Vladimir Cerrón, definió el movimiento que se alineó
detrás de Castillo como una «izquierda provinciana», opuesta a la izquierda
«caviar» limeña. Castillo es un católico «evangélico compatible»: su esposa
e hija son activas participantes en la evangélica Iglesia del Nazareno y él
mismo se suma a sus oraciones. En la campaña se posicionó repetidamente
contra el aborto o el matrimonio igualitario, aunque hoy varios de sus
técnicos y asesores provienen de la izquierda urbana liderada por Verónika
Mendoza, con visiones sociales progresistas. Habrá que ver la convivencia de
tendencias en el futuro gobierno de Castillo, que no se anuncia fácil.



Castillo se autodefine también como «rondero», en referencia a las rondas
campesinas creadas en Cajamarca en los años 70 para enfrentar el abigeato y
que se replicaron luego en el país en los años 80 para hacer frente a la
guerrilla de Sendero Luminoso, y funcionan muchas veces como instancia de
autoridad en el campo.



La incertidumbre de un futuro gobierno de Castillo no tiene que ver,
precisamente, con la constitución de una experiencia comunista de cualquier
naturaleza que sea. También parece muy improbable una «venezuelización» como
la que anuncian sus detractores. Las Fuerzas Armadas no parecen fácilmente
subsumibles, el peso parlamentario del castillismo es escaso, las elites
económicas son más resistentes que en un país puramente petrolero como
Venezuela y la estructuración del movimiento social no anticipa un
«nacionalismo revolucionario» de tipo chavista o cubano.



Las declaraciones del «profe Castillo» muestran cierto desprecio de tipo
plebeyo por las instituciones, poca claridad sobre el rumbo gubernamental y
visiones sobre la represión de la delincuencia que promueven la extensión de
la «justicia rondera» al resto de Perú (que a menudo impone diversos tipos
de castigos a quienes delinquen) pero también incluyen discursos de mano
dura, como se vio en los debates electorales.



La presencia en el gobierno de la «otra izquierda» –urbana y cosmopolita–
puede funcionar como un equilibrio virtuoso entre lo progresista y lo
popular, aunque también será fuente de tensiones internas. Algunos comparan
a Castillo con Evo Morales. Hay sin duda simbologías e historias
compartidas. Pero también hay diferencias. Una es puramente anecdótica: en
lugar de exagerar sus logros en una clave meritocrática, Morales dice no
haber terminado el secundario (aunque algunos de sus profesores aseguran lo
contrario). La otra es más importante a los efectos del gobierno: el
ex-presidente boliviano llegó al Palacio Quemado en 2006 tras ocho años de
trayectoria como jefe del bloque parlamentario del Movimiento al Socialismo
(MAS) y la experiencia de una campaña presidencial en 2002, además de tener
detrás una confederación de movimientos sociales con fuerte peso
territorial, articulador en el MAS. Castillo tiene, por ahora, un partido
que no es propio y un apoyo social/electoral aún difuso.



El «miedo blanco» a Castillo se vincula, más que a un peligro real de
comunismo, a la perspectiva de perder poder en un país en el que las elites
habían sorteado el giro a la izquierda en la región y cooptado a quienes
ganaron con programas reformistas como Ollanta Humala. Dicho de manera más
«antigua»: el «miedo blanco» lo es a la perspectiva de un debilitamiento del
gamonalismo, como se llamó en Perú al sistema de poder construido por los
hacendados antes de la reforma agraria, y que perduró por otras vías y de
otras formas en el país. Nadie sabe si las elites podrán cooptar también a
Castillo, pero hay en este caso un abismo de clase más profundo que en el
pasado y el escenario es de manera más general menos previsible. La
«sorpresa Castillo» es demasiado reciente y en muchos sentidos es un
desconocido incluso para quienes serán sus colaboradores.



Posiblemente la tempestad electoral anuncie otras próximas si las elites
quieren seguir gobernando como se habían acostumbrado a hacerlo.

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