Cuba/ Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia [Samuel Farber]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Mar 9 15:28:32 UYT 2021


  _____  

Correspondencia de Prensa

9 de marzo 2021

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain en montevideo.com.uy> germain en montevideo.com.uy

  _____  

 

Cuba

 

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

 

Samuel Farber *

La Joven Cuba, 8-3-2021

https://jovencuba.com/

 

La Nueva Política Económica (NEP del ruso Nóvaya Ekonomícheskaya Polítika)
introducida por el gobierno revolucionario soviético en 1921 fue en realidad
un intento de aminorar el gran descontento de la población con medidas
destinadas a aumentar la producción y el acceso popular a productos básicos
de consumo. Si bien la guerra civil (1918-1920) causó en sí un gran
empobrecimiento en las condiciones básicas de vida de la población urbana y
rural rusa, fue la política del «Comunismo de Guerra», introducida por el
liderazgo bolchevique durante ese mismo período, la que empeoró
significativamente su situación.

 

Tal política conllevó a una profunda alienación de quienes habían sido
pilares de la revolución de 1917: los trabajadores industriales en las
ciudades y el campesinado, que en ese entonces constituía el 80% de la
población.

 

Los destacamentos urbanos organizados bajo esa política para confiscar a los
campesinos sus excedentes agrícolas y enviarlos a las ciudades, acabaron
requisando parte de la ya modesta dieta de los mismos, además del grano
almacenado para sembrar la próxima cosecha. La situación empeoró cuando bajo
esa misma política se crearon los llamados «comités de campesinos pobres»
(kombedy), basados en una supuesta estratificación de clases en el campo que
no tenía fundamento real, para reforzar las funciones de los destacamentos
urbanos.

 

Debido a los métodos informales y arbitrarios que caracterizaron el
funcionamiento de los kombedy, estos terminaron siendo una fuente de
corrupción y abuso, frecuentemente a mano de elementos criminales activos en
estos grupos que acababan apropiándose, para uso propio, del grano y todo
tipo de bienes que confiscaban arbitraria e impunemente a los campesinos.

 

Por añadidura, durante el otoño de 1920 empezaron a manifestarse síntomas de
hambruna en la región del Volga, que se recrudecieron en 1921 después de una
sequía muy severa que arruinó la cosecha y también afectó el sur de los
Urales. Desde febrero de 1920, ya León Trotsky había propuesto que las
requisas arbitrarias del «Comunismo de Guerra» fueran sustituidas por un
impuesto en especie pagado por los campesinos, con el fin de incentivarlos a
que cultivaran más granos. Sin embargo, dicha propuesta fue rechazada en ese
momento por los líderes del Partido.

 

La política del «Comunismo de Guerra» se aplicó igualmente a la economía
urbana e industrial, mediante su nacionalización casi total, aunque ya sin
el control democrático de los obreros y los soviets, que el gobierno
soviético había abolido cuando comenzó la guerra civil y reemplazado con una
dirección exclusivamente desde arriba, constituida por administradores del
Estado. Mientras tanto, los obreros fueron sometidos a un régimen de trabajo
obligatorio militarizado.

 

Para la mayoría de los líderes comunistas, incluyendo a Lenin, esa economía
nacionalizada y centralizada representaba un gran avance hacia el
socialismo. Es por eso que para Lenin la NEP significó un gran retroceso.
Aparentemente, en su concepción del socialismo, la nacionalización
desempeñaba un papel más importante que los controles democráticos desde
abajo. Pero la eliminación de la democracia en el trabajo fue solo un
aspecto de la supresión más general de la democracia soviética, que el
gobierno bolchevique implementó como respuesta a la sangrienta y destructiva
guerra civil.

 

Basados en las circunstancias objetivas creadas por esa guerra, y en la
urgente necesidad de resolver problemas reales como el sabotaje político y
económico, el liderazgo bolchevique no solo eliminó el multipartidismo en
los soviets (consejos) de trabajadores y de campesinos, sino también la
democracia e independencia sindical, e introdujo muy serias restricciones a
las libertades políticas establecidas al principio de la revolución.

 

La clase trabajadora, diezmada por la guerra civil —había descendido
drásticamente a solo una tercera parte de lo que había sido a principios de
1918— y muy afectada por la escasez que reinaba en las ciudades, ya no tuvo
la fuerza de oponerse a la nueva organización desde arriba en el trabajo, ni
de tratar de restaurar el rol que habían tenido en la dirección democrática
de la producción.

 

Para el fin de la guerra civil, los soviets y los sindicatos estaban en vías
de convertirse en meras bandas de transmisión de las políticas del Partido
Comunista. Más tarde, una vez que se inauguró la NEP, los trabajadores
empezaron a resistir y hubo muchas huelgas, hasta que Stalin consolidó su
poder a finales de los años veinte.

 

La Nueva Política Económica (1921-1928

 

Para aumentar la producción de bienes básicos de consumo y el acceso popular
a estos, el liderazgo bolchevique recurrió a una serie de concesiones
económicas de mercado. Así, por ejemplo, permitió a los campesinos vender
sus productos por la libre a condición de pagar un impuesto en especie. Se
reemplazaba de esta manera la odiada política de confiscaciones arbitrarias
del «Comunismo de Guerra». Asimismo, permitió las operaciones del
capitalismo nativo e internacional, tanto con respecto a la producción de
bienes de consumo como a su distribución.

 

Las concesiones económicas del gobierno estuvieron acompañadas por una
política de liberalización de la cultura en sus varias manifestaciones. Sin
embargo, en 1923, cuando Lenin ya se había retirado de la política por
motivo de su precaria salud, el gobierno impuso la censura de libros y otros
materiales orientados a la cultura popular, especialmente aquellos de índole
religiosa. Irónicamente, esta censura contradijo el único derecho mencionado
como tal por la Constitución revolucionaria de 1918, que establecía el
derecho a la diseminación y propaganda, tanto religiosa como atea.

 

Esa liberalización económica y cultural ocurrió, no obstante, junto con la
contracción, en el ámbito político, de los derechos de pensamiento y
organización. Lenin, junto con otros líderes, decidió contrarrestar lo que
para ellos significaba la NEP en tanto gran retroceso del socialismo, al
endurecer el control político de la sociedad a manos del partido que
encabezaban.

 

La supresión de derechos, que pudo haber sido considerada necesaria bajo las
condiciones «objetivas» de la guerra, no solo continuó en pie, sino que se
institucionalizó y se convirtió en una virtud. La represión política ad hoc
y tentativa de la guerra civil se generalizó y sistematizó. Así, por
ejemplo, la episódica tolerancia del Partido Comunista, que durante la
guerra civil había permitido ocasionalmente a partidos como los Mencheviques
y Socialistas Revolucionarios, llegó a su fin con el inicio de la NEP, al
decidir la ilegalización permanente de esas organizaciones. Y el X Congreso
del Partido Comunista, celebrado en marzo de 1921 —el mismo que estableció
la NEP—, prohibió el funcionamiento de las facciones permanentes dentro del
Partido.

 

También aumentaron la persecución y el encarcelamiento por acciones
políticas de oposición, aunque fueran de índole pacífica. Esto incluyó la
supresión de la rebelión masiva de marineros en la base de Kronstadt (cerca
de Petrogrado) en marzo de 1921, que demandaban el retorno a la democracia
soviética así como reformas económicas semejantes a la NEP, que el congreso
del Partido aprobó muy poco después. Fue ese endurecimiento político
encabezado por Lenin el que socavó la fortaleza y cultura política del país
que hubieran sido necesarias para resistir el totalitarismo estalinista que
comenzó a fines de los veintes.

 

En mi libro Before Stalinism. The Rise and Fall of Soviet Democracy (Antes
del estalinismo. El ascenso y la caída de la democracia soviética), propuse
que el establecimiento de la NEP debería haberse acompañado por una Nueva
Política de Apertura Política (NPAP) que reestableciera el sistema
revolucionario multipartidista de los comienzos de la revolución. Esto
hubiera significado reestablecer la libertad para organizar grupos y
partidos políticos comprometidos a funcionar pacíficamente dentro del marco
original de la democracia soviética que tomó el poder en octubre de 1917.

 

Dicho sistema político podría haber revitalizado la vida y cultura política
del país y creado las condiciones organizacionales para, por lo menos,
resistir la embestida del estalinismo. Es claro que para el liderazgo
bolchevique y la revolución misma, esa apertura política hubiera
representado un atrevimiento y un gran riesgo, dada la situación
desesperante que confrontaba la URSS —nuevo nombre del país, adoptado en
1922—, y el aislamiento casi total del Partido Comunista. Pero el hecho es
que en ese momento no existía tal cosa como una política sin riesgos que
prometiera resultados positivos.

 

Más que nada, todavía existía la posibilidad de que la URSS adoptara un
curso político democrático. A pesar de la tendencia dictatorial que empezó a
despuntar entre el liderazgo revolucionario durante la guerra civil y que se
consolidó con la NEP, existía todavía una memoria reciente de las
tradiciones democráticas y pluralistas de los bolcheviques anteriores a la
guerra civil. Solo tres años atrás, en 1918, había ocurrido una gran
polémica nacional sobre las condiciones bajo las cuales se debiera firmar un
tratado de paz con Alemania.

 

En esa discusión intervinieron varias tendencias, dentro y fuera del Partido
Comunista, que trataron abiertamente de promover, a través de toda la
sociedad, el apoyo a sus respectivas posiciones. Ello incluyó la libre
circulación de panfletos y periódicos, publicados tanto por las diferentes
facciones comunistas como por grupos fuera del Partido.

 

Esta fue una de las numerosas ocasiones en que Lenin y los otros líderes
bolcheviques no pudieron contar ni siquiera con la mayoría, y mucho menos
con la unanimidad del Partido, y tuvieron que luchar muy duro para defender
sus posiciones, lo que también indica la existencia, en aquel entonces, de
una relación política igualitaria y abierta en Rusia.

 

Lenin no era el caudillo que imponía sus ideas; era una autoridad, sí, pero
dentro de un grupo de iguales; era un primus inter pares. Incluso, durante
la NEP hubo varias tendencias importantes que lucharon por reformas
democráticas, tanto dentro como fuera del Partido Comunista. No en balde
Stalin tuvo que eliminar físicamente a la mayoría de los líderes históricos
del Partido años después para poder convertirse en lo que quiso ser: el
Vozhd —el jefe de la URSS y del proletariado mundial según el culto a su
figura.   

 

La situación cubana  

 

Desde los años noventa, y especialmente desde que Raúl Castro asumió la
máxima dirección del país en el 2006 —formalmente en el 2008—, la reforma
económica de la Isla ha ocupado el papel central de las actividades del
gobierno. La lógica de esas reformas económicas apunta hacia el modelo
sino-vietnamita, que combina un sistema político unipartidista y
anti-demócratico con un capitalismo de Estado, y no a la colectivización
forzosa de la agricultura y los planes quinquenales brutalmente impuestos en
la URSS por el totalitarismo estalinista después de la NEP.

 

Si el gobierno por fin acaba autorizando la creación de las PYMES (pequeñas
y medianas empresas privadas) que tanto ha prometido, eso constituiría un
paso sumamente importante hacia el establecimiento de un capitalismo de
Estado en la economía cubana, muy probablemente dominado por los actuales
jerarcas políticos y especialmente militares, que se convertirían en
capitalistas privados.

 

Hasta ahora, el gobierno cubano no ha definido claramente las dimensiones de
las pequeñas y, especialmente, de las medianas empresas que serían
permitidas en Cuba bajo el concepto de las PYMES. Pero sabemos que en varios
países de América Latina (como Chile y Costa Rica) se han definido esas
dimensiones en términos del número de trabajadores.  Chile, por ejemplo,
determina las empresas micro como aquellas con menos de 9 trabajadores; las
pequeñas, con entre 10 a 25; las medianas con entre 25 a 200; y las grandes,
con más de 200 trabajadores.

 

Si en Cuba se adoptan criterios similares, las empresas medianas acabarían
siendo empresas capitalistas con sus jerarquías administrativas
correspondientes. De ser así, es seguro que los sindicatos oficiales
organizarían a los trabajadores de esas empresas medianas y, como en el caso
del capitalismo de Estado en China, no harían nada para defenderlos de los
nuevos dueños.

 

Con respecto a la reforma política, se ha hablado mucho menos y no se ha
hecho nada de importancia. Como en el caso de la NEP rusa, la liberalización
económica y social en Cuba ciertamente no ha sido acompañada por una
democratización política, sino por un recrudecimiento del control en tal
sentido.

 

Aun cuando por un lado, el régimen ha tomado medidas liberalizadoras en la
economía, como las nuevas reglas que amplían las actividades económicas
permitidas a los trabajadores por cuenta propia, sigue prohibiendo
actividades privadas como la publicación de libros, que pudieran servir para
desarrollar una crítica y oposición. De esta manera, el gobierno consolida
su control de todos los medios de comunicación —especialmente radio y
televisión— aunque solo lo ha logrado parcialmente con el Internet.

 

Sus propias políticas socialmente liberalizadoras son utilizadas para
reforzar su control político. Por ejemplo, al mismo tiempo que liberalizó
las reglas para viajar fuera de la Isla, elaboró una lista de regulados a
los que se les prohíbe salir del país basado en decisiones administrativas
arbitrarias, sin siquiera proveer el recurso de apelar al sistema judicial
controlado por el mismo régimen.

 

Estas prácticas administrativas sin recurso judicial se han aplicado también
a otras áreas, como las misiones en el exterior. Los médicos cubanos que se
quedan en el extranjero y no retornan una vez terminado su servicio, son
víctimas de sanciones administrativas —ocho años de exilio forzado—, sin la
posibilidad de apelar judicialmente ese castigo.

 

Han quedado pendientes los reglamentos arbitrarios y la censura de las
actividades artísticas en el caso del Decreto Ley 349, que le permite al
Estado licenciar y controlar las actividades artísticas por cuenta propia.
Su implementación se ha pospuesto por motivo de las numerosas y fuertes
protestas que tal medida provocó.

 

Todas estas prácticas administrativas ponen en relieve que el muy discutido
Estado de Derecho proclamado por la Constitución vigente ha sido hasta ahora
«de mentiritas». (No olvidemos que la Constitución soviética que Stalin
introdujo en 1936 era sumamente democrática… en el papel en que estaba
escrita). Sin embargo, la gente debe apelar a estos derechos para apoyar sus
protestas y reclamos al Estado cubano cuantas veces sea legal y
políticamente oportuno.

 

Al principio del gobierno cubano existió una variedad de voces políticas
dentro del campo revolucionario. Fue en el proceso de formar un Partido
Unido de la Revolución que el liderazgo sentó las bases para lo que Raúl
Castro más tarde llamaría «la unidad monolítica». Es el modelo partidista y
de estado que emula, junto con China y Vietnam, al sistema estalinista que
se consolidó en la Unión Soviética a finales de los años veinte, consagrando
la «unanimidad» dictada desde arriba por los «máximos líderes», y el llamado
«centralismo democrático», que en realidad es un centralismo burocrático.

 

El PCC es un partido único que no permite la organización interna de
tendencias o facciones, y extiende su control sobre toda la sociedad a
través de correas de transmisión que son las llamadas «organizaciones de
masas», como la CTC y la FMC; de instituciones como las universidades, así
como de los medios de comunicación que reciben sus «orientaciones» del
Departamento de Ideología del Comité Central del Partido Comunista. Es la
manera en que el Partido único controla no necesariamente todo, pero sí todo
lo que considera políticamente importante.

 

Los defensores ideológicos del régimen cubano insisten en sus orígenes
autóctonos independientes del comunismo soviético. Es cierto que el origen
político de Fidel Castro es diferente, por ejemplo, del de Raúl Castro,
quien originalmente militó en la Juventud Socialista asociada con el Partido
Socialista Popular (PSP). Sin embargo, Fidel Castro desarrolló desde muy
temprano concepciones caudillistas, quizás como reacción al desorden y caos
que presenció en la expedición de Cayo Confites para derrocar a Trujillo en
1947, y en el llamado «Bogotazo» de 1948.

 

En 1954, en una carta escrita desde la prisión a Luis Conte Agüero, su buen
amigo en aquella época, Fidel Castro proclamó tres principios que él veía
como necesarios para la integración de un verdadero movimiento cívico:
ideología, disciplina y especialmente, el poder de la jefatura.

 

Asimismo insistía en la necesidad de un aparato de propaganda y organización
poderoso para destruir implacablemente a las personas que crearan
tendencias, escisiones y camarillas o que se alzaran contra el movimiento.
Ese es el sustento ideológico de la «afinidad electiva» —parafraseando a
Goethe—, que Fidel Castro más tarde demostró por el comunismo soviético.

 

¿Qué hacemos? La manifestación de decenas de cubanos frente al Ministerio de
Cultura el 27 de noviembre pasado para protestar los abusos contra los
integrantes del Movimiento San Isidro y abogar por libertades artísticas y
cívicas, marcó un hito en la historia de la Revolución cubana.

 

Hay mucha tela donde cortar para que pueda reproducirse este tipo de
protestas pacíficas en la calle: contra el racismo policíaco, la tolerancia
de violencia doméstica, la creciente desigualdad social y la ausencia de una
democracia políticamente transparente y abierta a todos, sin los privilegios
sancionados por la Constitución para el PCC.  En la actualidad, ese parece
ser el camino para luchar por la democratización de Cuba desde abajo, en el
seno de la sociedad misma, y no desde arriba o desde afuera.

 

La lección de la NEP en Rusia es que la liberalización económica no
necesariamente significa la democratización de un país, y que, de hecho,
puede estar acompañada por la eliminación de la democracia. En Cuba se han
dado algunos pasos en el camino de la liberalización económica, sin que a la
par se aprecie algún avance democrático.  

 

* Samuel Farber, nació en Marianao, Cuba. Profesor emérito de Ciencia
Política en el Brooklyn College, New York. Entre otros muchos libros,
recientemente ha publicado The Politics of Che Guevara (Haymarket Books,
2016) y una nueva edición del fundamental libro Before Stalinism. The Rise
and Fall of Soviet Democracy (Verso, 1990, 2018).

  _____  

 



-- 
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20210309/fff5e40e/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa