Venezuela/ Estrategias para sobrevivir en el límite. [Mosisés Durán]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mayo 13 14:49:06 UYT 2021


  _____

Correspondencia de Prensa

13 de mayo 2021

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain en montevideo.com.uy> germain en montevideo.com.uy

  _____



Venezuela



Estrategias para sobrevivir en el límite



Con salarios que a menudo están por debajo de los mínimos de supervivencia,
la población venezolana depende en gran medida de los bonos, las bolsas de
alimentos y otros programas sociales, además de diversas estrategias que
transitan entre la legalidad y la ilegalidad. Pero, de la mano de la
inmigración masiva, hoy una gran diferencia pasa por tener o no familiares
en el exterior que envíen remesas.



Moisés A. Durán *

Nueva Sociedad, mayo 2021

https://nuso.org/



Decir que en Venezuela existe una profunda crisis política, económica y
social no constituye sorpresa alguna ni tiene un especial atractivo
académico o político. La crisis lleva años abatiéndose sobre la población
venezolana y salpicando hacia el resto del continente, y en general hacia
muchos países del mundo, por la vía de las historias que llevan consigo
quienes han decidido literalmente huir del país y refugiarse en otras
latitudes, con la esperanza de encontrar afuera lo que sienten que les es
negado en Venezuela.



A pesar de ello, sigue siendo una asignatura pendiente para las ciencias
sociales una explicación plausible acerca de cómo, en apenas 20 o 30 años,
una nación que fue capaz de protagonizar una de las revueltas más duras
contra el neoliberalismo, en los sucesos conocidos como el «Caracazo», asume
hoy su condición de ruindad y una suerte que cualquiera podría considerar
inmerecida, a medio camino entre el desespero y la resignación. Al menos en
apariencia.



La principal dificultad que existe en Venezuela para analizar lo que
acontece en cualquier ámbito de la vida pública es la extrema opacidad con
que las entidades oficiales manejan la información. Ello incluye toda la
esfera económica y, por supuesto, también la esfera social. Por ello, las
posibilidades de construir una imagen lo más cercana posible a esa realidad
tan cruda como la que se vive supone la necesidad de echar mano de una
multiplicidad de fuentes, muy variadas, que incluyen la escasa información
oficial que circula -mediante lecturas intersticiales, paralelas o
superpuestas que puedan resultar indicativas de la situación-, y que deben
ser complementadas con los cálculos y proyecciones que formulan
investigadores o agencias especializadas y hasta referencias testimoniales
de quienes viven y padecen la realidad cotidiana venezolana. Solo entonces
podríamos tener una aproximación bastante razonable a lo que realmente
ocurre.



Como ya es costumbre en Venezuela, el pasado 1° de Mayo el gobierno de
Nicolás Maduro anunció al país un incremento del salario mínimo mensual, que
quedó fijado en siete millones de bolívares, así como un incremento del
llamado bono de alimentación o «cestaticket», el cual fue fijado en tres
millones de bolívares. Ese día el Banco Central de Venezuela fijaba el
precio del dólar en 2.746.151,81 bolívares. Es decir, el anuncio
gubernamental indicaba que el ingreso mínimo integral se ubica oficialmente
en 3,64 dólares al mes (0,12 dólares diarios). Semejante nivel salarial
mantiene a Venezuela como uno de los países con el salario mínimo más bajo
del mundo. Como era de esperarse, el anuncio solo produjo decepción,
frustración y una lluvia de críticas que expresaban el malestar existente en
la sociedad venezolana respecto de la marcha de la economía y,
particularmente, de los ingresos de los trabajadores.



Como es sabido, el Banco Mundial considera pobre a toda persona cuyos
ingresos estén por debajo de 1,90 dólares al día, o aproximadamente 57
dólares al mes. En ausencia de estadísticas oficiales que indiquen el valor
de la canasta mínima alimentaria, solo nos queda utilizar los datos
proporcionados por la única entidad que en Venezuela ofrece algún indicio
creíble en esta materia. De acuerdo con un reporte del Centro de
Documentación y Análisis para los Trabajadores (CENDA), para el mes de marzo
de 2021, la canasta mínima alimentaria tenía un costo aproximado de 230
dólares. Entidades privadas independientes han establecido en 55 dólares el
ingreso promedio en Venezuela.



Por supuesto, el gobierno es plenamente consciente de lo insuficiente que
resulta el salario fijado, el cual puede alcanzar como mucho para adquirir
un kilo de queso o un empaque de huevos. Por eso, implementó un conjunto de
beneficios sociales y monetarios suministrados a la población de menores
recursos como subsidio directo (en la forma de bonos), mediante una
plataforma digital denominada Patria, que consiste en asignaciones
monetarias que pueden alcanzar hasta unos 15 dólares mensuales en el mejor
de los casos, además de una bolsa de alimentos suministrada a través de un
programa social basado en los comités locales de abastecimiento y producción
(CLAP).



Estos programas son, sin duda, importantes, pero al no existir registro
público verificable, no es posible saber cuántas personas están siendo
realmente beneficiadas por ellos ni cuál es el impacto que tienen en la
sociedad venezolana. Pero a juzgar por la situación social, es claro que
distan mucho de constituir una verdadera solución al drama que vive el país.
Ello sin mencionar que esos programas han sido denunciados como mecanismos
de control social y manipulación político-electoral por quienes se oponen al
régimen actual, y también se escuchan comentarios en este sentido en las
redes sociales, las colas o las calles.



Un par de hechos recientes dejan ver con relativa rapidez y facilidad la
magnitud y gravedad de la situación que se vive en Venezuela. Hace algunas
semanas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) divulgó su último Informe
sobre perspectivas de la economía mundial, en el que Venezuela aparece como
el país más pobre del continente, al menos en lo que respecta al producto
per cápita. Más allá de la mencionada dificultad para acceder a datos, ya a
mediados del año pasado, la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) 2020,
elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), sostenía que la
pobreza en Venezuela afectaba al menos a 94% de la población, y la pobreza
extrema, a 67%. Estos datos contrastan radicalmente con una información
suministrada por el presidente Maduro en enero de este año con motivo de la
presentación de su Memoria y Cuenta 2020 ante la Asamblea Nacional. En su
exposición, señaló que la pobreza general alcanzaba a 17% de la población,
mientras que la extrema apenas a 4%.



Hace solo algunos días, se materializó un acuerdo entre el gobierno
venezolano y el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas
(PMA-ONU) mediante el cual este último abastecerá de alimentos a 185.000
niños en edad escolar durante el presente año, cifra que deberá crecer hasta
1.500.000 en 2023. Respecto de este acuerdo, Maduro afirmó que venía siendo
objeto de negociaciones desde hace varios años. Es de suponer que el soporte
de información que hizo posible justificar el acuerdo con el PMA-ONU se basó
en datos proporcionados por el propio gobierno.



Atrás quedó el tiempo en que Venezuela exhibía cifras de una economía
relativamente próspera con un extraordinario impacto en cuanto a índices de
desarrollo social o de desempeño de la economía. Hoy, en un país atravesado
por la peor crisis de su historia republicana, que exhibe de manera
persistente una hiperinflación de la cual no logra salir, azotado por una
contracción económica igualmente persistente, y como el resto del mundo
golpeado por la pandemia, los venezolanos literalmente sobreviven ensayando
un sinfín de estrategias.



No es el objeto de este artículo detallar ni analizar las causas de
semejante catástrofe económica, social y humanitaria, en la que se mezclan
una voraz corrupción estatal, un pésimo manejo por parte de las autoridades
de la economía y en general, del Estado, y las consecuencias de un conjunto
de sanciones unilaterales impuestas por Estados Unidos, la Unión Europea y
otro conjunto de países sobre la economía y algunos de los líderes
gubernamentales. Nos proponemos radiografiar a vuelo rasante al menos una
pequeña parte de la realidad de quienes sobreviven en el piso más bajo de la
estructura socioeconómica del país.



Dicho esto, la pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿exactamente cómo es
que logran vivir, o mejor dicho sobrevivir, en Venezuela aquellos cuyos
ingresos no logran siquiera acercarse al precio de la cesta básica?



Remesas



Uno de los síntomas más emblemáticos de la crisis venezolana es el éxodo
migratorio. Una significativa proporción de los venezolanos y venezolanas,
acorralados por la crisis y frente a un futuro que luce sombrío e incierto,
simplemente ha buscado otros horizontes, protagonizando uno de los flujos
migratorios más intensos y significativos de los últimos años desde un país
que no se encuentra en guerra, al menos no en una declarada. Esta migración,
para 2020, alcanzaba aproximadamente unos 5,4 millones de personas, según ha
registrado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
(ACNUR), una cifra altamente significativa para un país cuya población es de
unos 30 millones de personas. Conscientes de la situación en la que quedan
sus familiares, una buena cantidad de quienes partieron envía remesas. La
diferencia entre una familia que literalmente pasa hambre y otra que no lo
hace puede estar asociada a tener o no un familiar en el exterior que le
envíe algún tipo de ayuda. No se cuenta con cifras oficiales sobre el monto
global de divisas que ingresan en Venezuela por concepto de remesas, pero
algunas estimaciones ubicaban esa cifra para 2019 en unos 3.500 millones de
dólares y para 2020, en 1.600 millones, debido a una fuerte contracción a
causa de la pandemia.



Carmen tiene 62 años. Vive sola. Su esposo murió hace años, arrollado por un
vehículo cuando se dirigía a su trabajo como albañil. Como pudo, se las
arregló para criar dos hijos que para entonces tenían 12 y 10 años. El mayor
murió asesinado por delincuentes hace tres años. El menor, que ahora tiene
20 años, se fue a Trinidad en 2019. Carmen recibe una pensión de 1.800.000
bolívares y, dependiendo de su suerte, algunos bonos que le asigna el
gobierno a través de la plataforma Patria. Una vez al mes, recibe su bolsa
del CLAP, «cada vez con menos productos», según dice. Vive en una casa que
ocupaba como cuidadora y que luego fue abandonada por sus dueños, quienes se
marcharon del país intempestivamente. Sus ingresos, aun siendo una mujer
sola, le resultan insuficientes. Sus tres hernias discales y otros «achaques
de vieja» le impiden trabajar como solía hacerlo, pero se las arregla para
elaborar algunos dulces y venderlos los fines de semana. Su hijo le envía
unos 50 dólares por mes. Dice que con lo que reúne entre pensión, bonos y
remesas, le resulta suficiente para vivir, aunque comparte una porción de lo
que reúne con su propia madre, que vive en otra ciudad con una hermana. No
obstante, reconoce que siempre está en el límite. No se permite lujo alguno,
sus gastos se limitan a comprar comida y unas pocas medicinas. No paga
servicios públicos aunque su casa posee servicio eléctrico y agua mediante
conexiones ilegales. Hace mucho que no compra vestido o calzado. Su
indumentaria lo confirma. La vivienda empieza a necesitar al menos pequeñas
inversiones en mantenimiento, pero dice que no lo hará. «Mijo, si lo que me
llega apenas me alcanza pa' medio vivir y darle a mi mamá», justifica.



Como Carmen, decenas de miles de personas y de familias venezolanas
sobreviven gracias a los recursos que les envían familiares residenciados en
el exterior. Algunos un poco más afortunados pueden llegar a recibir remesas
significativamente mayores que ella. Fuera de toda duda, y al margen de la
ausencia de cifras oficiales, puede decirse que la catástrofe humanitaria
venezolana sería ostensiblemente peor de no ser por esta fuente de ingresos.



Bonos y bolsas CLAP



Como parte de una política asistencial, el gobierno de Maduro, mediante la
mencionada plataforma Patria, hace entregas periódicas de recursos
monetarios directamente a un número indeterminado de personas en el país.
Los montos que se entregan mediante depósitos a cuentas bancarias de los
beneficiarios son siempre un misterio, pues se desconocen los criterios que
determinan las asignaciones (que varían de uno a otro beneficiario). A modo
de conjetura y sobre la base de la opinión recogida entre distintas personas
que son beneficiarias de este tipo de políticas, podríamos suponer que por
la vía de los bonos, una persona podría estar percibiendo entre cinco y 15
dólares mensuales, pero sin la regularidad de un ingreso fijo. Los montos,
además, pueden variar drásticamente de un mes al otro sin explicación
alguna. También se sabe de personas que, aun estando registradas en la
plataforma, jamás han recibido ingresos pese a estar en situaciones muy
precarias.



La familia de Laura se compone de cuatro personas. Ella, de 44 años, está
desempleada; su esposo, de 50 años, no tiene trabajo estable y sus dos hijas
menores, de 11 y 8 años, estudian en una escuela pública. Viven en las
afueras de Higuerote, un pueblo costero de vocación turística en el estado
Miranda. Laura se define como opositora al gobierno, mientras que su esposo,
aunque con muchas críticas y casi expresando cierta vergüenza, dice ser
chavista. Tenían un pequeño restaurante junto con la madre de Laura en su
mismo pueblo. El negocio se vino a pique cuando en 2017 la crisis económica,
y sobre todo el desabastecimiento, liquidó prácticamente toda actividad
económica sin margen para resistir. Desde entonces, Laura solo logra
trabajar eventualmente en trabajos de limpieza en las villas vacacionales
ubicadas en su zona de residencia, pertenecientes a cierto sector pudiente,
casi todo residenciado en Caracas y compuesto hoy en día casi totalmente por
personas vinculadas directa o indirectamente con el gobierno. Su esposo, a
partir de la quiebra del restaurante, trabajó como empleado en un yate que
pertenece a «un chivo del PSUV [Partido Socialista Unido de Venezuela]»,
pero renunció hace algunos meses acusando un trato continuamente degradante
y paga baja (100 dólares mensuales). Hoy en día «se rebusca» algún ingreso
con la venta de guacucos, una pequeña almeja que extrae manualmente luego de
una muy exigente faena a las orillas de la playa, y por lo cual puede llegar
a percibir unos 25 dólares semanales; también ofrece sus servicios haciendo
«lo que sea» en las urbanizaciones vacacionales de la zona. Con un gran dejo
de amargura, Laura dice que soportan demasiadas limitaciones y penurias,
pero no se atreve a marcharse del país, asustada por lo poco agraciada que
ha resultado esa experiencia para algunas personas que conoce. El miedo a
pasarla afuera peor de lo que la pasa en su país los inhibe de intentar esa
alternativa, aunque no la descartan. A Laura casi siempre le llegan los
bonos. A su esposo, nunca. Reciben la bolsa del CLAP, pero «prácticamente
solo trae carbohidratos y en muy poca cantidad».



Oscar tiene 72 años. Vive solo, aspecto de su vida del cual no habla. Tiene
una hija de 23 años, casada y con un hijo que vive en el mismo pueblo. Ella
es bombera. Prácticamente no tienen comunicación. Oscar sufre de un cáncer
de próstata de lento desarrollo y de una hernia inguinal que le impide
moverse con cierta soltura. Toda su vida fue taxista, pero entre su
situación de salud y el encarecimiento de los repuestos automotores, debió
abandonar su oficio y vendió su vehículo al no poder repararlo y cambiarle
los cauchos. Hoy en día vive casi exclusivamente de la pensión y los bonos
que le entrega el gobierno a través de la plataforma Patria, de la bolsa del
CLAP y de la ayuda que algunos vecinos le prestan regalándole algo de comer
con cierta regularidad. Aunque su situación es objetivamente de penuria, no
habla mal del gobierno. Con claros signos externos de desnutrición, de
alguna manera está convencido de que su única posibilidad de supervivencia,
o de ralentizar su final, está asociado a las ayudas que le da el gobierno,
aun cuando ello no le alcanza para sus medicinas, y el sistema de salud
público que debe atenderlo simplemente no lo hace por carecer de insumos.



Sonia es una joven maestra de escuela que vive en Caracas. A pesar de
provenir de una familia de muy modestos recursos, en la década de 1990 logró
estudiar en la universidad y posteriormente realizar estudios de maestría.
En su momento, consiguió adquirir un apartamento en una zona popular de
Caracas y ayudar a su madre a adquirir el suyo. Hoy en día, soltera, con una
hija de 12 años, entre salario y bonificaciones dice no llegar a redondear
ni siquiera 20 dólares al mes. Su rostro no solo refleja una gran tristeza,
sino sobre todo depresión. Aprovechando la cuarentena y que no tienen que
asistir presencialmente a dar clases, desde hace un año deambula por las
calles de Caracas con algunos termos de café ofreciéndolos como parte de su
estrategia de supervivencia. Esta actividad le permite un ingreso extra de
no menos del doble de lo que percibe por su trabajo. Decidió no cancelar
servicios públicos, más por imposibilitada que como acto de rebeldía, pero
dice que hasta su último día luchará contra la «dictadura de hambre» que es
el gobierno de Maduro.



Derrota en proceso



Ejemplos como los anteriores abundan en Venezuela. Prácticamente cada
venezolano es no solo testigo sino protagonista de las más impensables
estrategias de subsistencia ensayadas en el marco de esta terrible
experiencia. Es la creatividad la que impulsa a un ser humano a no rendirse
y a inventarse cada día nuevas formas de supervivencia.



No siempre legales, no siempre bien vistas, no siempre suficientes ni
siempre efectivas. Pero se trata de la lucha por ganar la carrera contra el
hambre. Desde hurgar entre la basura de restaurantes y mercados y recuperar
de allí lo que aún pueda ser comestible, hasta vender objetos de toda
índole, incluidos los propios electrodomésticos del hogar. Desde rastrear en
el principal río de la ciudad capital, el Guaire, en busca de objetos que
puedan ser vendidos, hasta habitar sobre losas en cementerios. Desde
incorporarse a tareas totalmente ajenas a aquellos oficios o profesiones en
las que fueron formados, hasta participar de actividades ilegales de diversa
índole: tráfico de drogas, prostitución, contrabando, etc. Ensayando
múltiples modalidades de trueque, reduciendo de tres a dos o a una comida al
día; reduciendo a la vez la calidad, variedad y cantidad de alimentos que se
consumen; eliminando drásticamente el disfrute de actividades recreativas y
culturales; limitando la movilidad al mínimo necesario; limitando o
eliminando los gastos en materia de calzado y vestido, e incluso medicina;
optando por alternativas naturales de curación cuando las enfermedades
atacan. Para quienes trabajan, la realidad es muy difícil; para quienes
carecen de empleo, es simplemente dramática: según el Fondo Monetario
Internacional, el desempleo en Venezuela se sitúa en 2020 en 58,3%, y sería
el más alto del mundo. De nuevo, carecemos de cifras oficiales sobre este
indicador. Incluso las diferencias podrían elevarse hasta quienes prestan
servicios para el Estado y quienes lo hacen para el sector privado.
Analistas económicos e investigadores dan cuenta de una notable diferencia
en el salario que se paga en el sector privado respecto del que paga el
sector público.



No es difícil advertir que esta lucha por la supervivencia no todos la
ganan, y que aun dando batalla, muchos exhiben en su humanidad la prueba
fehaciente de una derrota en proceso.



* Sociólogo venezolano. Es miembro del equipo consultor de la Fundación
Prosocial 21. Es consultor independiente en varios proyectos de desarrollo
social en Venezuela, tanto de carácter privado como público.

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20210513/8f4127de/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa