Feminismos/ Se toma entre sus manos. La autobiografía de Simone de Beauvoir. [María Gabriela Mizraje]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 3 12:37:41 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

3 de octubre 2021

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Feminismos

 


La autobiografía de Simone de Beauvoir

 

Se toma entre sus manos

 

El segundo sexo en el Río de La Plata (Editorial Marea) compilado por Mabel
Bellucci y Mariana Smaldone recupera el poder de Simone de Beauvoir. Su obra
tuvo una profunda influencia en el auge de los feminismos y fue el faro de
varias generaciones de activistas, periodistas, escritoras e intelectuales
en el Río de la Plata. Volver a su mirada permite comprender la acción
política y teórica del feminismo, y a su vez, iluminar las luchas presentes
y futuras. 

 

María Gabriela Mizraje *

Revista Anfibia, octubre 2021

https://www.revistaanfibia.com/

 

En uno de los capítulos de El segundo sexo en el Río de La Plata (Editorial
Marea) se reconstruyen los dos celebratorios que se realizaron en Buenos
Aires a Simone de Beauvoir en el cincuentenario de su libro El segundo sexo.
El primero fue en junio de 1999 en la Biblioteca Popular José Ingenieros. El
segundo se efectuó en agosto de 1999 con las Jornadas en Homenaje a Simone
de Beauvoir en el Cincuentenario de El segundo sexo, organizadas por el
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, de  la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. María Gabriela
Mizraje, escritora, crítica literaria, filóloga, no solo fue una de las
principales promotoras de dicho evento, sino también, originalmente presentó
la ponencia “Se toma entre sus manos: la autobiografía de Simone de
Beauvoir”. 

 

En 1999, Mizraje, sin saberlo, con su trabajo crítico se adelanta a la
novela recién editada en 2020, Las inseparables, referida a la trágica
historia de la amistad juvenil entre Simone de Beauvoir y Élizabeth Mabille,
llamada cariñosamente Zaza. A continuación, un extracto (en dos fragmentos)
de aquel anticipado texto que forma parte de esta flamante publicación.

 

***

 

Tal era el sentido de mi vocación: adulta, tomaría de nuevo en­tre mis manos
a mi infancia y haría de ella una obra maes­tra sin mengua. Me soñaba como
el absoluto fundamento de mí misma y mi propia apoteosis.

 

S. B., Memorias de una joven formal (1)

 

Es más o menos célebre la frase con la que Sartre la convoca a Beau­voir a
poco de conocerse –cuando ambos acaban de aprobar su examen en la Sorbonne–:
«A partir de ahora, la tomo en­tre mis manos» (Beau­voir, 1989, p. 345). Esa
promesa, siendo al mismo tiempo un mandato, que Simone elige no vivir como
amenaza sino tensamente como des­tino, se ar­ticula en la autobio­grafía
–que ella comienza a publi­car a fines de los años cincuenta– a modo de
clausura de la etapa ini­cial de su vida (pri­mer volumen) y apertura de la
siguiente (se­gundo volumen). Las Memorias de una jo­ven formal (1958) serán
con­ti­nua­das por La fuerza de la edad, (1960) y La fuerza de las co­sas
(1963) y, de otro modo, por Final de cuentas (1972) pero también por el
ensayo La ve­jez (1970), La ce­remonia de los adioses (1981) y Car­tas al
Cas­tor (1983), más tar­de.

 

Sobre el rumbo de Mi Vida –My Life (1927)– de Isadora Duncan, Simone sueña
la propia. Mujer de cincuenta años, se sienta a re­cons­truirla, a buscar a
aquélla que buscaba ser ésta que ahora escri­be: «[…] y soñé con mi pro­pia
existencia» (Ib. p. 325).

 

El ejercicio autobiográfico la deposita lúcida sobre su pro­pia experiencia
ensayística en torno a la situación del `ser mujer´.

 

La deseante

 

Si hay algo inapelable en la autobiografía de Beauvoir, pre­cisamente parece
ser su escritura. En las Memorias asevera: «cuando a los quince años escribí
en el álbum de una amiga las predilecciones, los proyectos, que en principio
debían definir mi personalidad, a la pregunta: `¿Qué quiere hacer más
tarde?́ contesté enseguida: `Ser una autora célebre´. Respec­to a mi músico
preferido, a mi flor favorita, me había inventado gustos más o menos
ficticios. Pero sobre ese punto no vacilé: codiciaba ese porvenir,
excluyendo cualquier otro» (Ib. p. 145).        

 

Formalidades y no de la memoria, tras La larga marcha (1957), aquel tomo de
Memorias hace con­verger, al final, libertad y muerte. Según la visión de la
auto­ra, las acechanzas de la existencia son expiadas con la muerte de la
me­jor amiga, Élizabeth Mabille, llamada cariñosamente Zaza. Se trata de una
continuidad y un relevo entre mujeres, que dejan al des­cu­bierto, en el
orden simbólico tanto como en el real, la ne­cesi­dad de un sacri­ficio
enfático e irreversible para alcanzar el objeti­vo propues­to, el precio de
la propia libertad. Beauvoir, salvándose, se destruye y se construye sobre
el dolor de la otra (por encima del hueco del amor en la desapari­ción
física y la permanencia de la imagen en la imagi­na­ción o en el universo
onírico).

 

Zaza no sólo la acompaña en la infancia y adolescencia, ese tránsito
pesaroso de la niña a la mujer que le torna imposible a Simone concebir la
vida sin ella, sino que también escande el texto que la nom­bra en tanto
hecho insustituible y necesidad de que la trama y el conglomerado de
sensaciones de la joven protagonis­ta puedan avanzar. En este sentido, Zaza
anticipa a Sartre (en su impacto sobre la subjetividad de Simone y en lo que
ésta arma). Zaza es un doble menos idéntico que complemen­ta­rio de Si­mone.
Si todo el volumen postula el relevo entre uno y otro per­sonaje, la
ins­cripción de esa muerte final insiste en él y es es­tructuran­te de la
relación. Ese corte es el salto de­finitivo al encuentro con Sartre y a una
memoria autobiográfica que le permi­tirá a Bea­uvoir sustituir los
intercambios de aquel mundo de variedades dispersas por otro más concentrado
aun en su variedad (Sartre, el entorno Sartre y el efecto Sartre).

 

Al cierre de la primera parte, una revelación desgarrado­ra tiene lugar: «Y
de nuevo una evidencia me fulminó: `Ya no pue­do vivir sin ella´. Era un
poco aterrador: ella iba, venía, lejos de mí y toda mi dicha, mi existencia
misma descansaban entre sus manos» (Ib. p. 96). Y al cierre de la última, la
salida de Zaza es para­lela a la entrada de Jean-Paul. Sin em­bargo y por
ello mismo, a causa de lo que llega a significar para Beauvoir, más que los
varones con los que se vincula hasta ese momento, es Zaza quien, en muchos
aspectos, habilita y pre­cede la intensidad de aquella alianza con él.

 

Así la autobiografía la deja lista para Sartre, para el encuentro con él, en
el punto exacto; allí se deja Beauvoir, con pér­dida y adquisición,
señalando con demasiada claridad el pasaje de una etapa a la otra. Hacia el
desenlace se acumulan las muertes y los desprendimientos (la muerte del
abuelo, la de Jacques –la cual, aunque cronológicamente acontecerá mucho
des­pués, se narra aquí para ya sacarlo del relato y de la memoria– y la
muerte de Zaza; el alejamiento de Herbaud y de los otros persona­jes más o
menos circundantes). Lo único que queda para ese pre­sente y futuro son
Sartre y el estudio, la Sorbonne, los proyec­tos intelectuales.

 

Antes, a lo largo de las Memorias, la admirada Zaza, a pesar de la devoción
que despierta en Simone, le revela a ésta en nega­tivo lo que Simone no es
ni habrá de ser (cree que por imposibi­lidad, aunque más tarde comprende que
por elección). El juego de comple­mentariedades que en forma tácita el
relato postula, hace que pri­mero la triunfadora sea la amiga, pero al final
lo sea ella. Inicialmente, las cartas se reparten entre el pecado, el
secreto, la con­fesión de Simone, la insolen­cia de Zaza, su auda­cia, su
adultez, su sar­casmo y has­ta su seve­ridad mayor que la propia.

 

Zaza funciona también como la pieza imprescindible de una autobiografía que,
al interior, al mismo tiempo se constituye como novela de aprendizaje. Zaza
conduce, organiza, desdice. Des­de su irrupción está presen­tada para
abandonar. El texto promete que, en algún momento, Si­mone habrá de quedarse
sola, sin Zaza, pero durante esa travesía lo que no puede vislumbrarse es su
muerte. El abandono más invo­luntario, pero también más radical tiene lugar
con el desenlace. Así termina el volumen: «Juntas habíamos luchado contra el
destino fangoso que nos acechaba y he pensado durante mucho tiempo que había
pagado mi libertad con su muerte» (Ib. p. 366).

 

La joven formal había perdido paula­ti­na­mente com­postura a medida que
pasaban los años y las pági­nas (de la escritura de la adul­ta narradora y
de las lec­tu­ras efec­tuadas por la joven ávida). La formalidad de la
re­la­ción con la mejor amiga se grafi­ca verbalmente en el hecho de que
en­tre ellas nunca anulen el correcto tratamiento del «us­ted», es bajo esta
fórmula que se articula incluso la complicidad.  

 

Se nos dibuja una infancia excesivamente razonada y un lí­mite impreciso
entre la voz de la adulta narradora que organiza su memoria por escrito y
los pensa­mientos de aquella joven a la que se evo­ca –no por­que la
perspectiva narrativa sea ambigua sino por el efecto que se genera, de
manera inevitable–. Estamos frente a una juven­tud relatada de cabo a rabo
para servir a la futura (ac­tual) Bea­u­voir, por más sincera que ésta sea:
una peti­te Beau­voir trans­for­mada en una enorme memoria. Escribirse a sí
misma irreme­dia­ble­mente debe con­ducir a sobrees­crituras, es decir, a
sobrede­ter­mi­naciones.

 

Las fronteras entre la autobiografía y la novela que­dan desdibujadas, el
sello de esa resolución formal novelesca lo da la muerte final. (Una novela
sin final feliz, aun­que no des­ga­rra, ya que es mucho lo que promete para
una próxima entrega, mucho lo que abre.) El cierre de las Memorias articu­la
con claridad una apertura y la convo­catoria a una continuación. Sabemos que
allí lo que acaba es la jovencita, que la memoria seguirá su curso. Pues, la
inquie­tud que inmediatamente sale al paso con aquel títu­lo –Memoires d’
une jeune fille rangée– o dicho de otro modo, la ambi­güe­dad ahora sí casi
insalvable y deli­berada, es la de quién de­tenta la memoria; como en varios
otros ejemplos del géne­ro (auto­biográ­fico), estas memorias de Beauvoir se
presentan de una manera do­ble. «Memorias de» pueden ser tanto las memorias
“acerca de” como las memorias que “pertenecen a” una joven formal, puesto
que el relato presionará por cubrir esa bre­cha y recons­truir el punto de
vista de aquella joven. El efecto final de esta doble presión es que las
memorias se disponen como si la joven hubiese vivido (más) para contarlas,
como si las hubiera consignado mientras acontecían para narrar­las después.

 

El texto tiende cada vez más a ello. A medida que la narración avanza, la
voz se va cediendo en mayor proporción a la joven y a quienes la rodean. El
dúo que conforma la materia vivida inseparable de la ma­teria narrada en el
ejer­cicio de la memoria también parece inver­tir su causalidad natu­ral: la
materia narrada precede a la mate­ria vivi­da, puesto que la narración
organiza la vivencia.

 

[…]

 

A pesar de sus advertencias fuera del tex­to, éste también se presenta como
representativo de las mujeres en general, ella se yergue a sí misma como
exemplum, uno que puede fun­cionar como tal en el círculo de lectoras
libera­les (fundamentalmente blancas, oc­cidenta­les, cris­tia­nas,
peque­ño-burguesas, hete­rose­xuales, edu­cadas, etc.), sos­te­niendo una de
las claves de su efi­cacia en la identi­ficación, pero el ejem­plo no cuaja
con igual eficacia, sin ser for­zado, fuera de su clase y su perfil (de
intelectual, etc.). Ahí reside cierta dimensión de la política liberal,
indi­vidualista y universal de ese exis­ten­cialismo, por más limitados y
paradójicos que resulten estos términos. Quizá sea cierto que «la fuerza de
su análisis, pero tam­bién sus dificultades, tienen su origen en este
supuesto cru­cial, que es al mismo tiempo un signo de generosidad y de
arro­gancia», según cree Walzer, y que sirvió después y sirve «en la
actualidad como el contrapun­to teórico ne­cesa­rio para un feminismo
diferen­te», pues el pensador norteamericano sugiere en 1988 que, en dicho
senti­do, «El segundo sexo constituye […] una equivoca­ción sos­tenida y
brillan­te» (Michael Walzer, La compañía de los críticos. Intelectuales y
compromiso político en el siglo XX, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993, p.
157).

 

Esta afirmación fogonea la polémica instalada alrededor del mismo, pero, aun
cuando la equivocación fuese tal, habida cuenta de su contexto, de lo
imprescindible que resultó y del antes y el después que trazó, con todas las
revisiones históricas a cuestas, es fascinante el hecho de la imposibilidad
de soslayar su lucidez y su coherencia. Ojalá todas las equivocaciones de la
historia fueran tan sostenidas y brillantes como la de aquella mujer que,
amo­rosamente, se tomó entre sus manos. Y aún toma las nuestras.

 

Buenos Aires, 1999. 

 

* María Gabriela Mizraje, nvestigadora y poeta, es autora, entre otras
obras, de los siguientes libros y ediciones críticas: Argentinas de Rosas a
Perón (1999), Mariquita Sánchez de Thompson, Intimidad y política (2004),
Norah Lange. Infancia y sueños de walkiria (1995), Eduarda Mansilla, Pablo o
la vida en las pampas (2007), Katherine S. Dreier, Cinco meses en la
Argentina desde el punto de vista de una mujer, 1918 a 1919 (2015).

 

Nota 

 

1) Memorias de una joven formal, Buenos Aires, Sudamericana, 1989, p. 60.
Trad. Silvina Bullrich. Todas las citas en adelante corresponden a esta
edición y los resaltados me pertenecen. 

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