Colombia/ Migrantes haitianos: el Tapón del Darien y el sueño americano con visos de pesadilla mortal. [Ricardo Cruz]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 16 12:30:40 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

16 de octubre 2021

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Colombia




Viajes inconcebibles: los haitianos, el Tapón del Darien y un sueño
americano con visos de pesadilla mortal



Miles de migrantes haitianos indocumentados recorren tierras colombianas en
su intención de llegar a Panamá, con destino final en Estados Unidos. El
fenómeno ha puesto en calzas prietas a las instituciones locales, que buscan
mecanismos para protegerlos de toda clase de abusos, incluso la muerte, que
los acecha a lo largo del recorrido.



Ricardo L. Cruz *

Connectas, octubre 2021

https://www.connectas.org/



“No sé si sabes lo que pasa en mi país: mataron nuestro presidente, hace
poco pasamos un terremoto. ¡No hay oportunidades!”. Así explica Nelson por
qué salió de Haití para emprender un viaje lleno de riesgos a través de
medio continente sudamericano. De 28 años, no tiene ningún documento. En una
mano sostiene su teléfono móvil y en la otra una billetera de cuero.
Mientras conversamos, mira con recelo sobre sus hombros. Vigila que ningún
avivato se cuele en la larga fila que él y varios compatriotas suyos forman
frente a la taquilla 34 de la Terminal de Transporte de Medellín, occidente
colombiano, justo al lado de un pequeño cartel que dice “welcome migrantes”.



Son las 10 de la mañana y ha dejado de llover. Personas jóvenes llenan las
salas de espera. Las mujeres y los niños duermen sobre sus maletas y
mochilas  mientras en la fila los hombres aguardan que la empresa de buses
comience de nuevo a vender pasajes hacia Necoclí, municipio ubicado a 550
kilómetros al norte, a orillas del mar Caribe, en pleno Golfo de Urabá.
Nelson se encuentra justo a la mitad de la cola y teme no conseguir tiquetes
para él y su esposa de 24 años. Ello le significaría pagar hospedajes y
alimentos que no tenían contemplados, un dinero que podrían necesitar más
adelante. Habían llegado a Medellín una hora antes, procedentes de Ipiales,
ciudad fronteriza con Ecuador ubicada a 880 kilómetros al sur.  Y quieren
llegar cuanto antes a Necoclí.



Nunca viajan solos. Siempre se mueven en grupos de 20, 30 o 40 “para
enfrentar mejor los peligros”, como dice. No recuerda la fecha exacta en que
salieron, pero sí tiene presente que ya han recorrido cuatro países en un
mes y un par de semanas. “Salimos de Haití a República Dominicana. De allí
fuimos a Brasil. No sé cómo se llama esa ciudad, pero de allí pasamos a Perú
y luego Ecuador. Luego, pasamos a Colombia”, relata.  Un periplo
geográficamente absurdo, pero el más barato para los haitianos, porque “si
tienes dinero, abordas un avión hasta Nicaragua o Guatemala, o incluso a
México. Pero así nos toca a los pobres.”



Para esa ruta, Medellín constituye un paso obligado. Desde esta ciudad
conectan con Necoclí en un viaje por tierra que puede tomar hasta 12 horas.
Una vez allí Nelson, su esposa y sus compañeros deberán abordar una lancha
que remonte las aguas del mar Caribe hasta llegar a Acandí, un pequeño
pueblo que limita con Panamá. Desde allí, se internarán a pie por el Tapón
del Darién, una selva extensa, densa, pantanosa y virtualmente inexpugnable
que sirve de barrera natural entre ambos países.



Se trata, sin duda, de uno de los pasos más riesgosos para estos haitianos
que quieren llegar a México, donde un par de familiares los aguardan. “¿Qué
si tenemos miedo? ¡Claro! Por todo: por los precipicios, por esos puntos
difíciles para caminar, es selva y no sabemos qué vamos a encontrar: si
animales que puedan comerlo a uno, hombres armados que pueden matarte”,
dice.



Necoclí y la paradoja migratoria



“En los cuatro años que llevo aquí siempre he visto migrantes. Pero eran
grupos pequeños de 200, máximo 400 personas. Pero la situación se desbordó.
Este año llegamos a tener hasta 15 mil migrantes”, explica el sacerdote
Henry Lopera. En su parroquia, Nuestra Señora del Carmen, en la cabecera
municipal de Necoclí, atiende y acompaña la peregrinación de cubanos,
venezolanos, africanos y haitianos que diariamente deambulan en busca de una
embarcación que los lleve hasta Acandí.



“Básicamente los escucho. Ellos llegan algo desorientados, entonces les
damos información sobre donde pueden albergarse”, cuenta Lopera. Y añade:
“también, si necesitan algún tipo de acompañamiento en salud se les
gestiona. Si necesitan consultar un médico, se gestiona, si necesitan algún
medicamento, se consigue. Y con apoyo de la comunidad, también conseguimos
mercados para entregarles”.



Desde su llegada a Necoclí el acompañamiento humanitario a los migrantes se
convirtió en parte de su tarea pastoral. Pero los últimos 18 meses han sido
realmente intensos y tanto él como en general la Iglesia Católica han tenido
que triplicar los esfuerzos. “¿Por qué llegamos a esta situación? Por cuenta
de la pandemia, pensaría yo. La frontera con Panamá estuvo cerrada varios
meses por pandemia y los migrantes se fueron represando y represando aquí en
Necoclí. Tampoco había embarcaciones que los transportara y les tocó
quedarse”.



Este municipio, según el DANE (Departamento Nacional de Estadística), tiene
42 mil habitantes de los cuales unos 10 mil viven en la cabecera.  Para un
lugar de esas dimensiones,  albergar semejante flujo de migrantes
indocumentados ha generado toda suerte de repercusiones y traumatismos.
“Como los migrantes no podían salir hacia Acandí les tocaba quedarse aquí,
pagar hospedajes y comprar alimentación. Eso ha reactivado la economía de
Necoclí que también resultó muy golpeada por la pandemia”, relata Lopera.



En efecto, las ventas callejeras se tomaron el malecón, otrora visitado por
los turistas. Cientos de casas de familia terminaron convertidas en
improvisados hostales que cobran 30 mil y 40 mil pesos la noche por persona;
las mototaxis no dan abasto y el comercio de verduras, legumbres, frutas y
carnes vive un inusitado auge.  Como consecuencia, a los bares, cantinas,
licoreras y discotecas les va mucho mejor que antes de los tiempos de
pandemia.



“Pero esto también ha generado cierto desorden social”, aclara el clérigo.
“Ha llegado otra gente, de otras partes del país, a pescar en río revuelto:
vendedores, comerciantes, prestamistas que uno sabe que no son del pueblo y
que abusan de estas personas. También se incrementó la prostitución y aquí
no se veía mucho eso”.



Para la Alcaldía de Necoclí, así como para el gobierno nacional, el problema
excede las capacidades de respuesta en todos sus niveles. “Esto es un
fenómeno de tránsito, es decir, una migración que pasa por Colombia, no se
origina en Colombia ni tiene destino Colombia”, declaró en rueda de prensa
ante medios nacionales Juan Fernando Espinoza, director de Migración
Colombia, el 20 de agosto.  En esa oportunidad, registrada en la cuenta de
Twitter de Migración Colombia, el funcionario señaló que solo en agosto se
movilizaron poco más de 4.400 migrantes indocumentados por territorio
colombiano, particularmente entre los departamentos de Nariño, Valle y
Antioquia. “Desde el Gobierno Nacional, en conversación con Panamá y Costa
Rica, hemos establecido un mecanismo de control y salida e ingreso hacia
Panamá. Están saliendo formalmente 650 migrantes diarios desde el Urabá
antioqueño, 5 días a la semana”, agregó.



La complejidad de la situación llevó a la Diócesis de Apartadó, en asocio
con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), a habilitar
una ‘Casa del Migrante’, un espacio “donde ellos pueden llegar a pedir
información de donde pueden hospedarse sin que abusen con los precios, cómo
conseguir un médico o ayuda legal, para que estén preparados para lo que se
les viene: caminar por esa selva donde han muerto y desaparecido tantas
personas, donde hay grupos armados y tantas cosas que pasan por allá”, dice
Lopera.



El drama por conseguir tiquetes



El 5 de agosto el gobierno levantó las restricciones y prohibiciones para
que las empresas de buses pudieran llevar migrantes indocumentados. Desde
entonces, en las terminales del país atender las aglomeraciones de
africanos, cubanos, y sobre todo haitianos, se convirtió en una labor
cotidiana y dramática.



En Medellín, por ejemplo, la Terminal de Transporte viene recibiendo un
promedio diario de 800 en busca de un tiquete hacia Necoclí. “Pero sí es
mejor que viajen con nosotros, de manera legal, y no cómo pasaba antes, que
llegaban aquí a las afueras de la Terminal a buscar un coyote, alguien que
los llevara ilegalmente, que les cobraba toda la plata del mundo y a mitad
de camino los robaba y los abandonaba. Nuestra empresa recogió muchos
migrantes así”, dice el ingeniero Julio César Gómez, administrador de una de
las empresas de buses.



Según sus cuentas, solo en agosto las tres empresas movieron más de cinco
mil migrantes, lo cual también implicó aumentar las frecuencias: “estamos
despachando 10 buses diarios con cupo completo gracias a que ya no tenemos
las restricciones de aforo que nos impusieron cuando comenzó la pandemia”,
explica el ingeniero Gómez. Añade que para no afectar el servicio para los
usuarios habituales que viajan al Urabá, “decidimos crear una taquilla solo
para los migrantes y otra especial para los colombianos”.



Según Migración Colombia, solo en agosto de 2021 un poco más de 4.400
migrantes indocumentados ingresaron por el país, particularmente entre los
departamentos de Nariño, Valle y Antioquia. Crédito: José Guarnizo



Justo en la fila exclusiva para los indocumentados conocí a Nelson. Me contó
que hasta ese momento él y su esposa habían tenido suerte. En Perú, las
autoridades retuvieron durante varias horas el vehículo en que viajaba con
su pareja y otros compañeros. Aunque el asunto no pasó a mayores, “estábamos
muy asustados, sin visa ni pasaporte ni nada, te detienen y no sabes qué
puede pasarte si no tienes identificación”.



En todos los pueblos, caseríos y ciudades que ha transitado ha tenido que
enfrentar la codicia de inescrupulosos que buscan sacar tajada de su drama.
“En todas partes dicen: vale tanto, tómalo o déjalo. Y en todas partes nos
piden más dinero por todo: por comer, por hospedaje, por transporte”,
enfatiza desesperado, con sus ojos abiertos de par en par.



Por ejemplo, en Ipiales descubrió que el tiquete que compró para viajar a
Medellín le costó 50 mil pesos más de lo normal y aún no sabe cuánto le
cobrarán de más en Necoclí. Cavilaba sobre ello cuando desde la taquilla 34
de la Terminal de Transporte una mujer gritó “no hay servicio, no hay más
servicio”.



Una empleada salió del cubículo y comenzó a explicar: “Ya no hay más buses
por hoy. Ya despachamos todos los que tenemos, además, nos dicen desde
Necoclí que está muy lleno, que regulemos los despachos. De nuestra parte ya
no tenemos más viajes. Quizás en otras empresas”. Los hombres,
desconcertados, comenzaron a hablar duro entre ellos, en un francés con
marcado acento antillano.



“Ahora, ¿qué voy a hacer? ¿Pagar hotel y comida aquí en Medellín?  ¡Si no
viajo hoy me quedo en Terminal!”, dijo Nelson, determinado. Se acercaba el
medio día y comenzaba a llover nuevamente. Grupos de 10, 15 y hasta más
haitianos continuaban arribando a las salas de espera de la Terminal de
Transporte de esta ciudad. Sus rostros reflejaban  su drama.



* Comunicador social y periodista de la Universidad de Antioquia. Magister
en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de
Antioquia. Integró la redacción del periódico El Mundo de Medellín y del
portal Verdadabierta.com. Como reportero freelance ha publicado en
Semana.com, El Espectador, Revista Gente, Universo Centro, Connectas, entre
otros medios colombianos.

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